Rajoy se enfada

Rajoy está enfadado y, cuando Rajoy se enfada, su recurso más socorrido es amagar con adelantar las elecciones. Esa actitud se puede calificar también de chantaje a la oposición: o me apoyas en todo y sin rechistar o te convoco unas elecciones anticipadas que se te va a caer el pelo. Si la amenaza viniera de otro podría ser preocupante pero viniendo de Rajoy sólo puede calificarse de cansina y aburrida. Rajoy lleva adelantando las elecciones desde que perdió la mayoría absoluta en las del 20 de diciembre de 2015. Su absoluta pasividad de entonces para conseguir apoyos que le permitieran continuar en La Moncloa y su convencimiento de que los restantes partidos  tenían que apoyarle por ser él quien es, no fue otra cosa que un intento de forzar una nueva convocatoria electoral que al final tuvo éxito.

Es verdad que a ese éxito contribuyó de manera determinante el “no es no “ de Pedro Sánchez que, en realidad, a Rajoy le vino muy bien para mejorar sus resultados en junio de 2016 mientras el PSOE reculó aún más. Empezó entonces la segunda parte de un culebrón con Rajoy remoloneando hasta que, al final y sobre la campana, asumió ser investido presidente del Gobierno. No pasó ni una semana y ya estaba Rajoy amagando de nuevo con adelantar las elecciones si la malvada oposición no le apoyaba los nuevos presupuestos generales o se le ocurría laminar las reformas que el PP aprobó sin consenso alguno y valiéndose sólo del rodillo de su mayoría absoluta en la legislatura anterior.


Y eso que una semana antes, en su discurso de investidura, Rajoy se había desecho en promesas de diálogo y consenso con todas las fuerzas de la oposición en un evidente discurso para aparentar lo que no es en absoluto, un estadista que antepone el interés general al de su partido. Muestra evidente de lo que a Rajoy parece importarle que España cuente o no este año con unos nuevos presupuestos que sustituyan a los prorrogados de 2016 es que a fecha de hoy, 20 de marzo, aún no los ha aprobado ni el Consejo de Ministros. Se sabe de contactos del PP con otras fuerzas políticas para sondear posibles apoyos, pero de números y objetivos no se sabe absolutamente nada casi cinco meses después de la investidura de Rajoy.

El revolcón parlamentario sufrido la semana pasada por Rajoy a propósito de la reforma del sector de la estiba ha llevado al presidente a agitar de nuevo el espantajo de las elecciones anticipadas. Por una vez y para variar, podía haber sorprendido a los españoles prometiendo que él, su gobierno y su partido se esforzarán más a partir de ahora en negociar con la oposición asuntos de calado como ese en lugar de intentar imponer un trágala a última hora, con nocturnidad, de prisa y corriendo. Sin desconocer el hecho de que también la oposición ha empleado el cálculo político al no respaldar al Gobierno en el asunto de la estiba, lo que no es de recibo es que Rajoy y los suyos consideren que ellos son los únicos que se pueden permitir ese cálculo interesado mientras los demás deben limitarse a asentir y votar todo lo que el Ejecutivo les ponga delante.

Eso sí que es una irresponsabilidad del Gobierno por más que éste y quienes le apoyan quieran hacer recaer la culpa sobre la oposición que, habrá que recordarlo una vez más, no es quien tiene la obligación de gobernar.  Andar amagando un día sí y otro también con adelantar las elecciones cuando la oposición te derrota en el parlamento, pone de manifiesto la inexistente cintura de Rajoy para la negocación y su completa incapacidad para comprender que los tiempos y los escenarios políticos han cambiado radicalmente y nada tienen que ver con los de la placentera mayoría absoluta. Por suerte para la democracia, aunque a Rajoy ni le guste ni lo entienda.  

Revolcón portuario

De histórica, con todas las letras y todo el merecimiento, cabe calificar la derrota parlamentaria sufrida hoy por el Gobierno a propósito de la reforma de la estiba portuaria. El real decreto ley que el Consejo de Ministros aprobó el 24 de febrero para dar cumplimiento a la sentencia de la justicia comunitaria que liberaliza la actividad ha quedado derogado después de que el PSOE y Unidos Podemos votaran en contra y de que Ciudadanos reculara en el último minuto y se abstuviera. Ya ha llovido lo suyo desde que el gobierno no se quedaba colgado de la brocha y sin decreto ley como le ha ocurrido hoy a Rajoy. Concretamente desde el año 1979 no pasaba nada igual y miren que se han aprobado cosas por la vía del real decreto durante esos casi 40 años.

Tal vez demasiadas, sobre todo en los periodos en los que el partido en el poder ha abusado de su mayoría absoluta y se ha dedicado a gobernar  por esa vía para ahorrarse engorros parlamentarios. No hay que irse muy lejos para encontrar uno de esos periodos de decreto y mando, en concreto el que va de 2011 a 2015, en el que casualmente también presidía el Gobierno Mariano Rajoy. Claro que ahora las cosas son muy distintas y cuando no se tiene mayoría absoluta como ocurre en la actualidad es mucho mejor acudir a la cámara con los deberes hechos que intentar pasar el examen con algún juego de manos de última hora para despistar a unos y a otros.


Lo intentó in extremis ayer tarde el ministro de Fomento, Íñigo de la Serna, al ofrecer a los estibadores prejubilaciones a los 50 años con el 70% del sueldo que pagaríamos todos los españoles ya que las empresas no tardaron en ponerse de perfil. Pero ni por esas convenció a los estibadores, perfectamente conscientes de que pueden paralizar el país si se lo proponen, ni logró atraerse los votos suficientes de la oposición para que el decreto viera la luz. Claro que, de haberse aprobado, mañana habría empezado en este país una huelga portuaria de costosísimas consecuencias económicas. La derrota parlamentaria del Gobierno, además de poner de manifiesto lo mal que se lleva Rajoy con su situación política minoritaria, ha librado de momento al país de una huelga que seguramente hubiera costado mucho más que esa multa de 134.000 euros diarios que Bruselas nos impondrá a todos los españoles por no aplicar la sentencia comunitaria.

La cuestión es qué hacer ahora, después de que todo haya vuelto al punto de partida, sin decreto y sin negociaciones entre empresas, gobierno y trabajadores, una vez que el Ejecutivo se tomó la irresponsable libertad de ausentarse de la mesa de negociación. Pues eso es precisamente lo que hay que hacer de inmediato: sentarse las tres partes a negociar un acuerdo asumible por todos que encaje en lo que establece la legislación comunitaria que necesariamente debe aplicar España.

Lo que no valen son huídas hacia adelante como la que ha protagonizado Fomento para intentar pasar por buena una norma rechazada por los trabajadores, argumentando que la sentencia no dejaba margen a la negociación. Tampoco es de recibo que las empresas pretendan sacar provecho de la sentencia abogando por la liberalización y la precarización de unas tareas que requieren formación, seguridad y experiencia, con la excusa de reducir costes. 

Y, del mismo modo, tampoco es tolerable que los estibadores se atrincheren detrás  de una situación laboral a todas luces privilegiada, cerrada y hasta hereditaria que no tiene parangón en ninguna otra actividad económica: todos tendrán que ceder para encontrar la cuadratura del círculo en este asunto. Mientras, el Gobierno, en lugar de andar amagando con acortar la legislatura como está haciendo hoy tras este revolcón parlamentario,  lo que debería hacer es tomar de una vez buena nota de que gobernar en minoría no quiere decir que los demás partidos estén obligados a extenderle un cheque en blanco para que lo gaste a su antojo.    

Sí, soy tercermundista

Con evidente ánimo de ofender, el presidente de Repsol, Antonio Brufau, ha calificado hoy de “tercermundista” la oposición de la mayoría de la sociedad civil canaria a aquellas prospecciones petrolíferas con las que prometió convertir a los indígenas en jeques árabes de la noche a la mañana. Es una pena que más de dos año después de que Repsol asegurara que no había gas ni petróleo que extraer en las islas, a Brufau no se le haya pasado aún la rasquera de no haber sido recibido en Canarias con banda de música y alfombra roja por la generosa lluvia de millones y puestos de trabajo que, según él, nos iba a proporcionar el petróleo.

Despechado aún ha intentado hoy presentar como unos palurdos atrasados a los canarios y a las fuerzas políticas y sociales que con firmeza se opusieron a sus mentiras y a las de su valedor político y chico de los recados, José Manuel Soria. Peor para él si dos años después sigue sin comprender  - más bien sin querer comprender – las razones de aquel rechazo social mayoritario. Que no fueron sólo los riesgos para el medio ambiente y el turismo derivados de las prospecciones petrolíferas, sino la imposición política unilateral de una actividad peligrosa sin el más mínimo respeto por la opinión de las potenciales víctimas de un eventual desastre ecológico.  

Aquel mangoneo con los estudios de impacto ambiental y aquel desprecio para con quienes no veían ni ven en esa actividad más que un negocio privado con mucho más riesgo que oportunidades, fue lo que encendió una ola de protestas de la que la sociedad canaria que la alimentó debería sentirse orgullosa por mucho que a Brufau le parezca tercermundista. Por lo que a mi respecta, si tercermundista es no comulgar con ruedas de molino ni tragarme píldoras doradas sobre lluvia de millones de euros en inversión y beneficios, me declaro profundamente tercermundista. Hace tiempo que recelo de las cuentas de cristal con las que los colonizadores encandilaban a los indígenas para quedarse con sus riquezas.

Y si ser tercermundista es oponerse a la depredación oportunista de empresas como Repsol de la riqueza natural y medioambiental de estas islas, base de su economía y ya bastante machacada por otros intereses privados, me proclamo también tercermundista. Y lo soy también sí como tal se considera desconfiar profundamente de la promiscuidad entre el poder político y los intereses privados como se puso ampliamente de manifiesto en la gestión que José Manuel Soria hizo de este asunto desde el Ministerio de Industria.

Sí, soy tercermundista si por tal se entiende apostar por las energías limpias y no contaminantes antes que por las fósiles y sucias a mayor gloria del interés de una empresa privada que sólo responde a las legítimas aspiraciones de sus accionistas de obtener beneficios. Nunca creí que a Repsol le preocupara ni mucho ni poco el problema del paro en Canarias, esgrimido en más de una ocasión por Brufau para convencernos de las bondades de las prospecciones y, desde ese punto de vista, me declaro también acérrimo tercermundista.

Así que ya puede el señor Brufau olvidarse de Canarias y aprender por fin la lección de que comportamientos coloniales como el suyo ya no se estilan por muy poderoso que se sienta al frente de Repsol y por mucho apoyo político del que se disponga para hacer su santa voluntad. Ahora Brufau parece un chico con zapatos nuevos después de que Repsol haya descubierto un importante yacimiento petrolífero en Alaska. Le deseo mucha suerte y que con su pan se lo coma pero si vuelve por estas tercermundistas islas llamadas Canarias, será bienvenido siempre que deje en casa la arrogancia y traiga sólo el bañador y la sombrilla para disfrutar de sus playas.