Putin, criminal de guerra

Soy consciente de que ver a Putin ante la Corte Penal Internacional acusado de crímenes de guerra, genocidio y lesa humanidad es un deseo que probablemente nunca se convertirá en realidad. Y, sin embargo, está haciendo grandes méritos para ello en Ucrania, por no hablar de los contraídos en lugares como Siria o Grozni, la capital chechena arrasada por las tropas rusas en 1999, cuyo espeluznante relato le costó la vida a la periodista Anna Politkóvskaya. Por desgracia, la debilidad de las instituciones judiciales con las que cuenta la comunidad internacional para hacer cumplir el derecho y los convenios sobre la guerra como el de Ginebra, le permitirá quedar impune de la responsabilidad que le corresponde por el asesinato de civiles inocentes que hacían la cola del pan, que se refugiaban de las bombas en un teatro o que esperaban para dar a luz en una maternidad. Ni siquiera en las guerras vale todo y hay normas que es imperativo respetar: Putin se las está saltando una por una y lo está haciendo a la vista de todo el mundo. Así actúan los tiranos como él.

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No son daños colaterales, es terrorismo 

Según estimaciones provisionales y a la baja de la ONU, hasta ahora son casi 700 los civiles muertos en Ucrania desde el inicio de la invasión rusa el 24 de febrero, mientras el Gobierno ucraniano los eleva a 2.000. En todo caso, esas cifras deben haber sido superadas con creces a causa de los inmisericordes bombardeos de las últimas horas ante el atasco de la invasión. Las tropas rusas no se están andando con rodeos para disparar con misiles y cohetes contra bloques de viviendas, hospitales, escuelas, teatros e infraestructuras nucleares de alto riesgo ni para utilizar bombas de racimo y de vacío contra población indefensa. 

El empleo de ese tipo de armamento contra civiles está prohibido por la Convención de la Haya y por los principios de humanidad, proporcionalidad, necesidad y distinción que recoge el Derecho Humanitario. Aquí no hablamos siquiera de daños colaterales, ese eufemismo empleado en las guerras para referirse a la muerte de civiles inocentes; aquí hablamos sencillamente de sembrar el terror entre la población para provocar su huida o minar su resistencia y dejar el camino expedito a los invasores.

Con el aval de la petición de 39 países, entre ellos España, el Fiscal de la Corte Penal Internacional (CPI) ha puesto en marcha una investigación para reunir pruebas que permitan incriminar a Putin por crímenes de guerra, lesa humanidad y genocidio en Ucrania. Los primeros pasos de la investigación consisten en conservar los vídeos y fotografías que circulan por las redes sociales para analizarlos con detenimiento y determinar su validez como pruebas inculpatorias. Las pesquisas se retrotraen a noviembre de 2013, por lo que incluirán el derribo en julio de 2014 de un avión de Malaysia Airlines cuando sobrevolaba Ucrania, lo que costó la vida a 298 personas y cuya autoría apunta a Moscú. La anexión de Crimea y la guerra en las repúblicas separatistas que se ha cobrado casi 14.000 víctimas también se incluyen en la investigación de la CPI. 

No cabe hacerse muchas ilusiones

Pero no cabe hacerse ilusiones: la investigación será compleja, lenta y costosa y seguramente pasaran años antes de que se pueda acusar a Putin de criminal de guerra y la CPI dicte contra él orden de detención. En ese caso el dictador ruso podría ser arrestado en cualquiera de los 123 países que reconocen la jurisdicción de ese tribunal internacional, entre los que no se encuentran precisamente ni Rusia ni Ucrania, como tampoco lo están China, Estados Unidos o la India. Ese es justamente otro de los inconvenientes para sentar a Putin en el banquillo, si bien Ucrania ha reconocido ahora de facto la jurisdicción del CPI tras la invasión rusa.

"Son pocos los primeros ministros o jefes de estado condenados por crímenes de guerra"

A los delitos de crímenes de guerra, lesa humanidad y genocidio cabría añadir el de agresión, un supuesto que se agregó posteriormente y que hace mención a la invasión injustificada de un país soberano. En todo caso, sea por unos delitos o por otros, para llevar a Putin ante la justicia internacional primero hay que ponerle las esposas y esa posibilidad es, a fecha de hoy, una mera ensoñación salvo que se produzca un cambio de régimen político en Moscú, lo cual no parece muy probable. Cabe recordar que la CPI no juzga a estados sino a individuos, por lo que sería mucho más fácil condenar a un soldado o a un oficial que al gran dictador que juega con las vidas de inocentes desde su despacho, pero cuya implicación directa en los ataques a la población civil es muy difícil de probar.

Otra posibilidad teórica para que Putin pague por sus crímenes de guerra es que la Corte Internacional de Justicia de la ONU solicite el procesamiento, aunque Rusia no tardaría en usar su derecho a veto para impedirlo. Así pues, aunque el Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU también está convencido de que se han producido crímenes de guerra en Ucrania y ha constituido una comisión de expertos para investigarlos, sus esfuerzos es muy probable que no obtengan fruto.

Pocos antecedentes

Si miramos al pasado y dejamos a un lado los Juicios de Núremberg, los antecedentes de primeros ministros o jefes de estado condenados por crímenes de guerra tampoco dan muchas esperanzas, y no precisamente por falta de candidatos a sentarse en el banquillo de los acusados. Para los cruentos conflictos de Yugoslavia y Ruanda se crearon tribunales específicos que dictaron condenas como las de Milosevic y Karadsic, pero en el caso de la Corte Penal Internacional, aunque sus fiscales han presentado cargos contra líderes civiles y militares de varios países, son muy pocos los que finalmente han sido juzgados y condenados.

Hasta que no contemos con instituciones judiciales supranacionales bien dotadas y aceptadas por toda la comunidad internacional, algo que de momento parece muy lejano por no decir utópico, tendremos que conformarnos con confiar en que la investigación de la CPI o la condena casi total de Rusia en la Asamblea General de la ONU actúen al menos como herramientas de presión sobre Putin y contribuyan a mostrarlo ante el mundo, y sobre todo ante quienes todavía lo consideran una pobre víctima de Occidente, como lo que en realidad es: un individuo cruel y cobarde y un autócrata de la peor especie. La comunidad internacional está moral y políticamente obligada al menos a aislarlo y a repudiarlo, toda vez que seguramente no será capaz de conducirlo ante un tribunal de justicia para que responda por sus crímenes. 

Rumbo al abismo

El fantasma de la tercera guerra mundial nos acecha estos días. Las condiciones para que estalle – si es que no estamos ya inmersos en ella – son sencillas de alcanzar. Bastaría la chispa de un error de cálculo, o lo que se pueda hacer pasar por tal cosa ante la opinión pública mundial, para que el incendio, que a fecha de hoy se circunscribe a las fronteras de Ucrania, las traspase y termine afectándonos a todos por alejados y a salvo que nos creamos del corazón de la pira. Bien mirado, las sanciones económicas con las que Occidente pretende asfixiar la economía rusa y disuadir al dictador del Krémlin forman parte ya de esa guerra global porque globales también serán sus efectos en términos de retroceso económico, escasez y encarecimiento de determinados productos básicos. 

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Advirtiendo y provocando

En este contexto, el bombardeo ruso de una base ucraniana cercana a la frontera con Polonia tiene todo el aspecto de ser, además de una advertencia, una descarada provocación a la OTAN, de la que ese país forma parte. Cabe recordar aquí que cualquier agresión militar a un país miembro de la OTAN podría activar de inmediato una respuesta del mismo tipo. Se abriría así un escenario de consecuencias terroríficas habida cuenta la capacidad de destrucción del armamento nuclear en manos de los dos bloques.

Hace menos de un mes abundaban quienes, ignorando deliberadamente el destacado currículo bélico de Putin, aseguraban sin pestañear que el sátrapa nunca ordenaría la invasión de Ucrania y hace menos de una semana la posibilidad de una tercera guerra mundial se veía aún como algo no imposible pero sí muy remoto. Hoy ese fantasma no parece tan remoto ni improbable, sino mucho más factible y próximo. 

Optimistas y pesimistas

Quienes ven la situación con optimismo aseguran que las tropas rusas se han atascado, que la invasión no ha sido el paseo militar previsto y que Putin prácticamente ha perdido la guerra después de haber puesto todos sus efectivos sobre el terreno: los ucranianos – dicen - no han salido a las calles a vitorear y a abrazar a los jóvenes soldados rusos, sino que les están haciendo frente con un inesperado valor a pesar de los criminales bombardeos de civiles. Para esta corriente de análisis, antes o después Putin se verá obligado a buscar una salida honrosa tras comprobar que su ataque a Ucrania ha pinchado en hueso y que las sanciones de Occidente, mucho más unido de lo que esperaba, hundirán la economía rusa durante décadas.

"Es cada vez más urgente un ejercicio de contención que frene el avance hacia el abismo"

En el lado de los pesimistas, en el que me incluyo a fecha de hoy, se sostiene que es precisamente la debilidad de Putin la que lo hace más peligroso e imprevisible. A un dictador como él, que ya no tiene reputación internacional que defender, no le costaría nada declarar objetivo militar a cualquier país de la OTAN que preste apoyo armado a Ucrania. No es ni mucho menos casual que Estados Unidos esté enviando tropas a Polonia, para muchos analistas un objetivo militar plausible para Putin como lo serían Letonia, Lituania y Estonia, también pertenecientes a la OTAN. Por no hablar de Moldavia, Finlandia y Suecia, cuyos gobiernos no ocultan su preocupación ante la evolución de los acontecimientos y las amenazas de Putin. 

 En manos de China

Cada día que pasa es más urgente un ejercicio de contención que respete la vida de los civiles y frene el avance hacia el abismo al que el dictador ruso parece querer empujarnos a todos. Lo trágico de esta situación es que el único país con posibilidades de contener a Putin y evitar el desastre es China, su gran aliado geoestratégico y compañero de viaje ante Occidente, cuya neutralidad deja mucho que desear. Cierto es que no apoyó a Rusia en la ONU, pero tampoco condenó el ataque a un país soberano a pesar de que la defensa de la soberanía y de la integridad territorial habían sido hasta la fecha el santo y seña de su política exterior. Su interesada ambigüedad no es una buena tarjeta de presentación diplomática, pero me temo que es la única en estos momentos con posibilidades de éxito.

"Lo trágico es que el único país capaz de contener a Putin es China"

Uno desea creer que el régimen chino es sincero cuando dice que no está prestando apoyo militar a Putin ni lo hará y que quiere ser un “país constructivo”; incluso le gustaría suponer que la diplomacia china está actuando con discreción ante Kiev y Moscú para encontrar una salida satisfactoria para todos. Sin embargo, lo cierto a día de hoy es que las tropas rusas siguen bombardeando ciudades y matando a civiles, que el éxodo ronda los tres millones de ucranianos y que Putin ya dirige sus ataques a las fronteras de la OTAN.

Las preguntas derivadas de este escenario cada vez más atroz erizan el vello con solo plantearlas: ¿qué deberían hacer Estados Unidos, la UE y la OTAN si las sanciones económicas no sirven para disuadir a Putin y éste continúa machacando a Ucrania y amenazando a los países vecinos? ¿Cuál debería ser la respuesta en caso de agresión a un país de la OTAN? ¿Mejor dejarle hacer y confiar en que se conforme tal vez con una Ucrania neutral o habría que pasar a la acción militar directa antes de que sea demasiado tarde? Las consecuencias de ambas opciones son aterradoras, máxime cuando la diplomacia parece haber sido arrinconada en favor de las armas. Y, sin embargo, es la única esperanza que nos queda para detener esta locura y conjurar el fantasma de una guerra a escala planetaria. 

Economía de guerra

Los europeos vamos a pagar un alto precio por la vesania de Putin. El resto del mundo también pagará su parte, pero la factura más onerosa será la del viejo continente por su elevada dependencia energética del país agresor. De hecho ya hemos empezado a pagar la cuenta cuando repostamos gasolina, encendemos la luz, ponemos la lavadora o vamos al supermercado. Tampoco les saldrá gratis a los rusos, a los que las sanciones occidentales también les están empezando a afectar de forma severa. Esto apenas ha comenzado y nadie sabe aún lo que puede durar. De lo que dure, de cómo se desarrollen los acontecimientos en los próximos días y semanas y de cómo termine la invasión dependerá el montante final que el mundo tendrá que abonar por la locura imperial de un dictador genocida llamado Vladímir Putin.

Ni vencedores ni vencidos

Alguien dijo que tras una guerra no cabe hablar de vencedores y vencidos porque, de un modo u otro, al final la mayoría pierde, unos  la vida o la salud y otros la hacienda. Esto es más cierto aún cuando lo aplicamos a las consecuencias económicas de una brutal agresión militar en el corazón de una economía globalizada como la actual. A corto plazo, los efectos en Europa de la guerra en Ucrania son más que previsibles: subida fulgurante de precios impulsados por el coste de la energía, racionamiento de determinados productos y volatilidad extrema de los mercados financieros.

Si la guerra se enquista y se convierte en un largo asedio de incierto final, como sugiere en estos momentos la situación en el campo de batalla, las consecuencias se traducirían en una disminución de la capacidad de compra de las familias, caída del consumo privado, morosidad, reducción de las exportaciones, mayores costes salariales, desempleo, incremento del gasto público en pensiones, problemas en la cadena de suministros y nuevo retroceso del turismo. Por solo citar las más evidentes. 

El fantasma de la estanflación

En resumen, todas las previsiones de crecimiento económico, especialmente las más optimistas, han caducado de un día para otro y se han impuesto la incertidumbre y el pesimismo. En el horizonte se empieza a perfilar incluso el temible fantasma de la estanflación si, como apuntan muchos analistas, el PIB se hunde pero los precios se mantienen por las nubes. Ese riesgo ha llevado al BCE a anunciar el fin de la compra de deuda a finales de año y a abrir la puerta a la subida de los tipos de interés. Es una mala noticia para España, a la que financiarse le saldrá mucho más caro e incrementará el peso de una deuda pública que ya es mastodóntica. De manera que las optimistas previsiones de crecimiento económico del Gobierno, que ya pecaban de alegres antes del estallido de la guerra, son hoy papel mojado.

"Todas las previsiones económicas han caducado de un día para otro"

El auténtico nudo gordiano que plantea la guerra en Ucrania para la economía es la elevada dependencia que tiene Europa Occidental del gas y del petróleo rusos. Casi dos terceras partes del gas y una tercera parte del petróleo que importa Alemania proceden de Rusia y en países como Chequia o Moldavia la dependencia es del 100%. Por fortuna, España está en una posición mucho más favorable ya que sus importaciones de gas ruso apenas llegan al 10% y bajando. No obstante, eso no nos libra del encarecimiento de la energía en los mercados internacionales, en donde muchos países compiten ya por incrementar sus reservas.

Un dilema histórico

La UE está ante un complicado dilema: si sigue los pasos de Estados Unidos y corta la importaciones de petróleo ruso es muy probable que Putin cierre el grifo del gas como teme Alemania, cuya economía, y con ella la de toda Europa, sufriría un golpe brutal. Piensen solo en lo que supondría para el turismo alemán y su importancia en destinos como Canarias. En cambio, si sigue importando gas y petróleo, el régimen de Putin se seguirá beneficiando de los altos precios y en cierto modo se mermará la eficacia de las sanciones económicas de las que la energía había quedado excluida a petición alemana. Por otro lado, superar la dependencia energética rusa y encontrar nuevos proveedores no se consigue de un día para otro y, mucho menos, sustituir ese tipo de energía por otra diferente. Sé que es llorar sobre la leche derramada, pero si la UE se hubiera molestado en diversificar sus proveedores y hubiera impulsado con más fuerza fuentes de energía alternativas al gas, tal vez hoy le podría hacer un soberano corte de mangas a Putin.

"Debemos asumir cuanto antes que estamos en guerra y toda guerra conlleva sacrificios"

¿Qué hacer? Esa es la gran cuestión que está incluso poniendo en peligro la unidad con la que Estados Unidos y la UE han actuado hasta el momento frente al ataque ruso a Ucrania. Soy de la opinión de que debemos asumir cuanto antes que estamos en guerra y que toda guerra conlleva sacrificios que, eso sí, deben ser equitativos y deberían empezar por un drástico recorte del gasto público superfluo. Si no se desea emplear la fuerza militar para hacer frente de manera directa a la agresión rusa porque podría desencadenar un enfrentamiento nuclear, no veo otra alternativa que intensificar y endurecer al máximo el bloqueo económico sobre Rusia, cortando las importaciones energéticas de ese país. En paralelo es cada vez más urgente intervenir temporalmente los precios de la energía para limitar el coste de la factura que deben pagar familias y empresas por este bien de primera necesidad. 

Sé que las duras consecuencias económicas de esas decisiones no serían fáciles de asumir por los ciudadanos de la Europa del bienestar y la comodidad, sobre todo cuando todavía estamos bajo los efectos económicos de la pandemia. Sin embargo, hay momentos en la historia en los que no queda otra opción que sacrificarse en aras de la libertad y la democracia con las que el tirano de Moscú quiere acabar. La resistencia del pueblo ucraniano y de su gobierno ante la agresión de Putin, debería servirnos de inspiración y acicate para afrontar la economía de guerra a la que mucho me temo estamos abocados más pronto que tarde. 

La democracia se la juega en Ucrania

No nos deberíamos engañar, el objetivo de Putin al ordenar la invasión de Ucrania no es solo convertir a ese país en un vasallo de Moscú a través de un gobierno títere en Kiev. Sus dos fines principales son recomponer las ruinas del imperio soviético y, sobre todo, impedir que florezca la democracia en Ucrania y se convierta en un mal ejemplo para los rusos a los que el tirano gobierna con puño de hierro cada día más duro. Podría decirse incluso que, como todo buen dictador que se precie y que en el mundo ha sido, Putin teme a la democracia en sus fronteras tanto o más que a la entrada de Ucrania en la OTAN. Por elevación, el tirano del Kremlin quiere poner contra las cuerdas a las democracias occidentales, a las que percibe como sistemas débiles y decadentes y cuyo desprecio por ellas nunca ha ocultado. La respuesta firme y unida de los demócratas y el apoyo al pueblo ucraniano es la única manera de frustrar sus planes. 

EP

Una prueba de fuego para la democracia

La guerra que los ucranianos están librando contra las tropas invasores rusas y que tanto dolor y ruina está causando, es también una prueba de fuego para la democracia como el único sistema político que, a pesar de sus evidentes fallos y deficiencias, es capaz de garantizar los valores y los derechos y libertades que por definición niegan las dictaduras como la de Putin. Y si bien es cierto que la democracia en Ucrania está aún muy lejos de poder considerarse plena, también es verdad que está a años luz de la autocracia cleptómana rusa, en donde los opositores son envenenados o encarcelados, los medios de comunicación desafectos perseguidos, los periodistas asesinados y los ciudadanos que se oponen pacíficamente a la guerra, arrestados.

Intentar encontrar en el pensamiento político de Putin un mínimo de respeto por la democracia representativa, de la que su país a duras penas mantiene las apariencias, sería perder el tiempo. Su ideólogo de cabecera es el oscuro pensador fascista ruso Iván Illyín (1883 - 1954), admirador de Hitler y de Mussolini, que abogaba por anteponer la voluntad y la fuerza al imperio de la razón y de la ley. No cabe imaginar nada más alejado de la democracia que esa forma de pensar.  

Putin traduce ese pensamiento en un liderazgo populista de comunión mística con el pueblo, la manipulación de la opinión pública y una actitud amenazante ante sus opositores y ante quienes discutan el derecho de Rusia a recuperar y a unir de nuevo bajo su égida los restos dispersos de la extinta Unión Soviética. Ese modus operandi del dictador lo estamos comprobando estos días con sus amenazas nucleares, el bombardeo de civiles, la censura de los medios, la detención de ciudadanos que se oponen a la guerra o el descarnado cinismo con el que propone corredores humanitarios que solo van a dar al país agresor y a su cómplice Bielorrusia.

El imprescindible enemigo exterior de toda dictadura

En todo régimen autocrático o dictadura que se precie es obligatorio echar mano de un enemigo exterior al que responsabilizar de los problemas internos, que sirva además de coartada para justificar decisiones como la invasión de un país soberano. Los enemigos exteriores preferidos de Putin son los Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea. Contra ellos dirige no solo sus tanques sino su arsenal mediático, sus ataques cibernéticos y la propalación de bulos con el fin de polarizar y dividir a la opinión pública. Las injerencias en procesos electorales como el de Estados Unidos en 2016 o el apoyo a causas separatistas como la catalana son buenos ejemplos de esa estrategia basada en la vieja máxima de divide y vencerás o, por lo menos, debilitarás a tus adversarios.  

Más allá de lo que ocurra en los próximos días y semanas, conforta comprobar el elevado grado de unidad con el que el mundo libre está respondiendo al brutal desafío que ha lanzado Putin contra la democracia con la muy mal disimulada complicidad china. Aunque suponga recurrir a la historia virtual, es muy probable que la situación actual fuera otra si Occidente hubiera demostrado la misma unidad, contundencia y determinación cuando Putin se anexionó Crimea y dio alas a dos repúblicas separatistas pro rusas en el este de Ucrania. Que nadie dude de que si consigue salirse de nuevo con la suya, los siguientes países en verse amenazados serían Moldavia, Letonia, Lituania y Estonia, mientras que Suecia y Finlandia tampoco estarían seguros. 

España sigue siendo diferente

En esto, como en tantas otras cosas, España vuelve a ser diferente. El único gobierno claramente dividido ante el envío directo de armas a la resistencia ucraniana es el español. No solo eso, es también el único en el que uno de los dos socios de la coalición en el poder se atreve a acusar al otro de ser “el partido de la guerra”, sin que una aseveración tan grave se traduzca en ceses inmediatos por parte de un presidente titubeante, más preocupado por conservar el poder que por la penosa imagen internacional que ha dado España en unos momentos tan graves. Es el precio que Sánchez está dispuesto a pagar a cambio del apoyo de Podemos, un partido incapaz de diferenciar entre el agresor y el agredido y cuya sinceridad a la hora de defender la democracia y sus valores esenciales deja cada día más que desear.

El ascenso del capitalismo de estado comunista chino y el régimen autocrático instalado en Rusia, apoyado por quintacolumnistas en países occidentales como España, son hoy dos de las principales amenazas para un mundo más libre, democrático, justo y en paz. Ante el momento histórico que vive la democracia, es vital mantener la unidad para evitar que aparezcan Putins de todos los colores hasta debajo de las piedras. La invasión rusa de Ucrania debe ser un poderoso acicate para que comprendamos que la democracia no nos ha caído del cielo como una especie de gracia divina, sino que es algo que ha costado mucho conquistar y que hay que ejercer y defender día a día de sus múltiples enemigos, “con sangre, sudor y lágrimas” y sin equidistancias, ambigüedades o medias tintas. O no tardaremos en lamentarlo.

El doble juego chino

Son cada vez más quienes ven en China un posible mediador capaz de detener el sangriento ataque ruso contra Ucrania y favorecer un alto el fuego siquiera sea temporal, antes de que la situación empeore más de lo que ya lo está. De hecho, fue el propio ministro ucranio de Asuntos Exteriores el que hace unos días pidió a su homólogo chino que mediara ante Putin, una petición que por ahora no ha encontrado respuesta. Aún así, en Pekín parece aumentar también la preocupación por los ataques indiscriminados contra civiles y el éxodo de casi un millón de ciudadanos ucranios que huyen despavoridos ante el avance de las tropas rusas. No obstante, es aún pronto para deducir que China está abandonando la ambigüedad calculada con la que ha reaccionado ante la invasión rusa de Ucrania.

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Una amistad chino-rusa duradera

Tampoco puede olvidarse el amplio comunicado conjunto que Putin y Xi Jimping firmaron con motivo de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno celebrados en Pekín, en el que ambos prácticamente se juraron amistad eterna y sentaron las bases de lo que consideran debe ser un nuevo orden mundial. Pero es precisamente por esa cercanía política y admiración mutua por lo que no parece haber en estos momentos nadie mejor que Jimping para convencer a Putin de que deponga las armas y se siente a negociar.

A favor de esa posibilidad juega sobre todo la convergencia de intereses políticos, económicos y geoestratégicos entre ambos países y la necesidad de China de mejorar su imagen ante el mundo y ser visto como un país constructivo y pacificador, todo lo cual es siempre bueno para los negocios, que al fin y al cabo es lo que más importa al capitalismo chino de estado.

Pocas razones para el optimismo

Por desgracia, la tibieza bien calculada de China ante la invasión rusa no invita a ser optimista de momento. A fecha de hoy el régimen chino se niega a hablar de “guerra”, “invasión” o “ataque” de Rusia contra Ucrania, mientras los medios chinos – controlados por el régimen comunista - tratan el asunto con sordina. A pesar de que entre los mantras de la política exterior china figura desde hace mucho tiempo el respeto a la soberanía y a la integridad territorial de los estados, en esta ocasión el régimen chino no ha condenado la invasión de un país soberano como Ucrania ni el reconocimiento por Putin de las repúblicas separatistas pro rusas de ese país. La contradicción con la reivindicación china de Taiwán es tan flagrante que los mandatarios del Partido Comunista de China seguramente tendrán que recurrir a Mao y a su libro “Sobre las contradicciones” para resolverla.

Asimismo, China “comprende” las necesidades de seguridad que tiene Rusia, en alusión a la presencia de la OTAN en algunos de los países de la antigua órbita soviética, pero no dice nada de las mismas necesidades de seguridad que tiene Ucrania ante la expansión rusa ni de su capacidad soberana para pertenecer a la OTAN si así lo decide democráticamente. Cuando China y Rusia hablan en su comunicado del 4 de febrero de un nuevo orden mundial basado en una “seguridad común, comprensiva, cooperativa y sostenible”, están hablando en realidad de frenar la posibilidad de que los países de su entorno geoestratégico puedan incorporarse a la OTAN si así lo desean.

Frente antidemocrático

Por lo demás, ambas potencias comparten intereses económicos y geoestratégicos en terrenos tan importantes como la energía, los derechos humanos o el control de internet y ambas son tal para cual desde el punto de vista político: regímenes dictatoriales que comparten su desprecio por la democracia y los valores de un Occidente al que perciben en decadencia y sin un liderazgo fuerte.

De manera que, salvo que se produzca un giro en la posición que ha mantenido ante la agresión de Putin a Ucrania, con su ambigüedad y su doble juego China está demostrando hasta ahora ser más un firme aliado de Rusia que un país verdaderamente comprometido con la paz y la seguridad por mucho que sea esa la imagen que le interese transmitir al mundo.

A pesar de todo, no queda más remedio que admitir que China es la única posibilidad real de conseguir que el sátrapa de Moscú ordene al menos parar los ataques contra la población civil indefensa. Ahora bien, hasta que ese momento llegue y cese la vesania injustificada del agresor, Occidente tiene la obligación de seguir apoyando militarmente la resistencia y acogiendo a los refugiados que huyen del infierno en el que Putin ha convertido a su país y del que China es, a fecha de hoy, cómplice consciente.

Y Ucrania cogió su fusil

Todo indica de momento que el brutal ataque ruso contra Ucrania no está siendo el paseo militar que seguramente imaginó el sátrapa de Moscú cuando lo planeó cuidadosamente. A pesar del gran desequilibrio de fuerzas a favor del agresor, el agredido está demostrando una entereza, un valor y un patriotismo que pocos esperaban, y menos que nadie un Occidente al que la respuesta del pueblo ucraniano y de su gobierno parece haber ayudado a despertar de su pasividad contemplativa para animarle a tomar decisiones inéditas, entre ellas prestar apoyo militar a un país injustamente agredido, en donde soldados y civiles luchan codo con codo en las calles para conservar su soberanía y su libertad frente a la tiranía moscovita.

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Europa despierta

Aunque se lo ha pensado tal vez más de lo que debería haberlo hecho, las sanciones y restricciones que tanto la Unión Europea como Estados Unidos están aplicando al régimen ruso pueden hacerle un importante descosido a la economía. Incluso podrían conseguir que la incipiente ola interior de protestas contra la guerra crezca y se convierta en un peligro serio para la continuidad del dictador en el poder. Este es, por cierto, otro efecto colateral de la invasión que seguramente Putin tampoco tuvo en cuenta cuando decidió echarse al monte.

Las medidas adoptadas hasta el momento no agotan el arsenal de sanciones y restricciones que aún puede y debe aplicar Occidente para que Putin empiece a calibrar los enormes costes económicos y políticos que tendrá su aventura expansionista en Ucrania. Sacar del sistema internacional de pagos a todo el entramado financiero ruso y no solo a unos cuantos bancos, ampliar y endurecer el bloqueo de cuentas corrientes y otros intereses rusos en el exterior, expulsar a Rusia de las organizaciones multilaterales de todo tipo, suspender indefinidamente las relaciones diplomáticas llamando a consulta a los embajadores en Moscú y expulsando a los representantes diplomáticos de Putin, abrir las puertas de la UE a Ucrania y reforzar aún más la cooperación militar con este país son solo algunas de las cartas que habría que poner sobre la mesa sin demasiada tardanza y en función del desarrollo de los acontecimientos.

La amenaza nuclear

La amenaza nuclear lanzada por Putin parece revelar más debilidad que fortaleza y puede que sea la consecuencia directa de que las cosas sobre el terreno militar no están saliendo de momento como esperaba. No obstante, se trata de un elemento que Occidente debe sopesar cuidadosamente ante la imprevisibilidad de este personaje, ya que supone un reto a la hora de mantener y reforzar el apoyo militar a Ucrania frente a la invasión. En ese contexto debe valorarse también la histórica decisión del gobierno alemán de elevar sustancialmente el presupuesto de defensa, señal de que en algunos países europeos se empiezan a tomar muy en serio la amenaza que representa Putin para la seguridad y la paz del viejo continente. De hecho, lo que está ocurriendo en Ucrania debería activar de una vez la idea de que la UE pueda contar con una fuerza de intervención rápida frente a países hostiles como Rusia. 

Ante un escenario tan volátil es muy arriesgado hacer cábalas sobre lo que ocurrirá en los próximos días o semanas. A priori y sobre el papel, la diferencia de fuerzas lleva a suponer que Ucrania terminará sucumbiendo ante Rusia y en Kiev se instalará un gobierno títere de Moscú que sustituya al del presidente Zelenski, el inesperado líder que con su arrojo, lealtad y valentía se ha convertido en un icono de la lucha de su país contra la tiranía. 

"La gran pregunta es cuál sería el plan b de Occidente si Rusia convierte a Ucrania en su patio trasero"

La gran pregunta es cuál sería el plan b de Occidente si efectivamente Rusia convierte a Ucrania en su patio trasero y Putin sienta en la silla presidencial del gobierno de Kiev a una marioneta cuyos hilos pueda mover a placer. La anexión por la fuerza de Crimea en 2014 y la creación de dos repúblicas separatistas pro rusas en el este de Ucrania ante la pasividad occidental, sentó un pésimo precedente para la situación actual. Si Rusia consigue hacerse con el control completo de Ucrania a raíz de esta invasión estarían en peligro las repúblicas bálticas, en donde ya empiezan a tentarse la ropa. Y no es descabellado pensar que detrás de esas repúblicas podrían venir otros países como Finlandia o Suecia, a los que el Kremlin ya les ha lanzado un amenazante aviso. 

Unidad de los demócratas frente a la tiranía

Sabemos que ese tipo de amenazas forman parte de la propaganda bélica rusa, aunque no por ello deberíamos ignorarlas del todo. Las democracias occidentales y en particular las europeas, con la UE a la cabeza, se enfrentan al mayor desafío de seguridad de su historia desde la II Guerra Mundial. La unidad de los demócratas es esencial en unos momentos en los que se deben tomar decisiones también históricas que, además, tendrán un elevado coste para los ciudadanos occidentales y para unas economías castigadas por la pandemia que apenas empezaban a levantar la cabeza. 

Ante esa realidad, es intolerable que fuerzas políticas con responsabilidad de gobierno como Podemos pongan palos en las ruedas que demoren y minimicen la respuesta del Gobierno español en relación con la diligencia y la contundencia con la que han respondido otras capitales europeas ante esta crisis. Si en Podemos prefieren estar con el agresor y no con el agredido, allá ellos con su filias y sus fobias y su torcida interpretación de la democracia. Pero que tengan al menos la decencia de abandonar el Gobierno si tanto les incomoda que nuestro país se sume a los esfuerzos para apoyar a Ucrania en estos momentos cruciales de su historia. Le harían un gran favor a España y a la causa de la democracia y la libertad. 

No a la guerra, sí a la democracia

Con este mismo título publiqué un post a finales de enero en el que expresaba las débiles esperanzas que tenía entonces de que la diplomacia consiguiera evitar el ataque contra Ucrania que preparaba el sátrapa de Moscú. Había reuniones e intercambio de documentos, contactos telefónicos e incluso algún líder europeo como Macron se acercó al Kremlin para intentar convencer al zar Putin de que depusiera las armas. Si repito hoy ese título es porque los acontecimientos de las últimas horas hacen que esté más vigente que nunca, a pesar de que no tengo dudas de que todo ha sido un paripé urdido y planificado desde hacia tiempo por el macho alfa de Moscú, por cuya cabeza probablemente nunca pasó la posibilidad de dar marcha atrás y retirar la amenazante presencia de sus tropas en las fronteras con el país vecino. Su verdadero objetivo no era evitar la guerra, sino ganar tiempo para crear el relato y buscar la excusa que justificara su intolerable agresión militar a un país soberano.


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No hay término medio: o con la democracia o con la dictadura

Con la agresión rusa contra Ucrania han renacido de sus cenizas muchos de los viejos demonios europeos, esos que creíamos enterrados para siempre después de la guerra en Yugoslavia o tras la derrota del nazismo y las sangrientas invasiones de países soberanos por las tropas hitlerianas. No es momento de andarse con rodeos, medias tintas, excusas o equidistancias, ni de buscar en otras invasiones del pasado la coartada para intentar justificar la que ha iniciado Rusia contra Ucrania; es momento de solidarizarse con el agredido pueblo ucraniano y con su Gobierno y rechazar con la máxima contundencia el autoritarismo de Moscú y su desprecio a la convivencia internacional bajo reglas compartidas. Es momento, en definitiva, para estar con la democracia representada por el pueblo de Ucrania y contra el autoritarismo encarnado por Vladimir Putin.

La tan infame como gigantesca agresión rusa a Ucrania tiene un objetivo claro y preciso que solo los ciegos voluntarios o los compañeros de viaje de Putin, entre los que figuran algunos de los apoyos de Pedro Sánchez, se niegan a ver: convertir a ese país en el patio trasero de Moscú y frustrar la posibilidad de que la democracia arraigue en Kiev, lo cual representaría un mal ejemplo para el pueblo ruso al que el dictador del Kremlin gobierna con puño de hierro en falso guante democrático. De este modo pretende evitar también que Ucrania, en el pleno ejercicio de su soberanía, se acerque a la Unión Europea y se integre en la OTAN si así lo decidieran los ucranianos. 

La OTAN y el sueño expansionista de Putin

El avance ruso hacia la capital del país atacado hace pensar que entre los planes de Putin está colocar un gobierno títere en Kiev, al estilo de los que ya controla en Bielorrusia y otras exrepúblicas de la desaparecida Unión Soviética. Por ahora, el hecho de que varios países de la antigua órbita soviética como Letonia, Lituania, Estonia, Rumanía, Polonia o Bulgaria sean hoy miembros de la OTAN supone un serio obstáculo para sus planes expansionistas y su sueño de recomponer y poner de nuevo bajo control moscovita los restos del derruido imperio comunista. 

Después de la agresión de 2014, en la que Moscú se anexionó Crimea por la fuerza y dio pábulo a dos repúblicas separatistas pro rusas en el este de Ucrania ante la impotencia de Occidente, la nueva invasión supone un serio desafío para la OTAN, para Estados Unidos y para una inerme Unión Europea, a cuyas puertas se desarrolla este flagrante atropello al derecho internacional. Descartado un enfrentamiento militar entre Rusia y la OTAN por las consecuencias apocalípticas a las que podría dar lugar, la respuesta occidental no puede ser otra que la de sancionar de manera verdaderamente ejemplar y aislar al régimen autoritario ruso, sobre el que debe caer el oprobio y el desprecio de la comunidad democrática internacional y de todos los demócratas del mundo. Como ha señalado Biden, el presidente ruso merece convertirse en un paria de la comunidad internacional. 

"Dejar las manos libres a Putin no es una opción"

Las sanciones deben ser inmediatas y contundentes, de manera que sus efectos se dejen sentir cuanto antes tanto sobre los responsables políticos del ataque como en los sectores más estratégicos de la economía rusa. Aún así no oculto que soy escéptico sobre la eficacia de las sanciones, que además pueden funcionar como un boomerang para las economías europeas, pero no imagino de qué otra manera puede responder el mundo democrático ante este atropello si descartamos la alternativa militar. Dejar las manos libres a Putin no es una opción por el precedente que ya supuso la invasión de 2014 y porque no es solo Ucrania la que está en su punto de mira. En todo caso, la imposición de sanciones tiene que ser compatible con la posibilidad de encauzar la situación por la vía diplomática, lo cual debería ser prioritario. 

La ambigüedad china

Con todo, la principal dificultad para obligar a Putin a dar marcha atrás la encontramos en la ambigüedad de China, cuyo líder ha condenado el ataque a la soberanía ucraniana al tiempo que se ha mostrado comprensivo con “las necesidades de seguridad de Rusia”. Mucho me temo que si la dictadura comunista china no se desmarca de la autocracia rusa, algo poco probable por ahora, Europa en particular y el mundo en general pueden situarse a un paso del abismo. Hoy más que nunca se echa en falta unidad, determinación y liderazgo democrático mundial capaz de parar los pies a Putin y de reconducir una situación altamente volátil y de una potencialidad destructiva brutal. Por desgracia, si buscamos liderazgo en la ONU no lo hayamos, si miramos a Estados Unidos deja bastante que desear y sobre la vieja Europa, a cuya seguridad afecta directamente el belicismo ruso, es mejor correr un tupido velo. 

La caída del Muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética despertaron en su día grandes dosis de esperanza en el avance de la democracia en todo el mundo, pero la desilusión no tardó en llegar. El ascenso mundial del capitalismo de estado chino sin libertades y el régimen a caballo entre la autocracia y la cleptocracia que ha implantado Putin en Rusia, son hoy dos de las principales amenazas para un mundo más libre, democrático, justo y en paz. Espero no parecer alarmista, pero creo que el injustificado y bárbaro ataque ruso a Ucrania puede ser un nuevo paso hacia un conflicto global que nos alejaría aún más de lo que ya estamos de ese objetivo y que podría convertirse en el conflicto final. Es imprescindible y urgente parar esta locura. 

La democracia enredada

Tal vez les sorprenda saber que cuatro de cada diez españoles reconocen tener dificultades para diferenciar entre información veraz y falsa. Es lo que aseguraba el Eurobarómetro de 2018, poniendo de relieve uno de los agujeros negros de las democracias occidentales: la creciente carencia de información fiable sobre la que basar la toma de decisiones razonadas e informadas que afectan a toda la comunidad. El problema, sin embargo, no tiene nada de nuevo. En su libro "Verdad y mentira en política" (Página Indómita, 2016) la filósofa alemana Hanna Arendt advirtió de que "la libertad de opinión es una farsa si no se garantiza una información objetiva y no se aceptan los hechos mismos". Me pregunto qué habría dicho Arendt, que escribió esto a comienzos de la década de los setenta, si hubiera vivido en plena expansión de las noticias falsas en las redes sociales y de la política convertida en el pan y circo que enloquecía a los antiguos romanos. 

Ciberoptimistas versus ciberpesimistas

Los efectos de las redes sobre las democracias han sido objeto de mil y un análisis, cuyas conclusiones se pueden resumir en dos posiciones relativamente antagónicas. De un lado estan los llamados “ciberoptimistas”, para los cuales la irrupción de estas plataformas socavó el monopolio de la intermediación que entre el poder y la sociedad ejercían los medios de comunicación tradicionales como la radio, la televisión y los periódicos, además de otras organizaciones como sindicatos, patronales, etc. Las redes habrían democratizado y ampliado la participación política de los ciudadanos sin ningún tipo de filtro o censura previa y de manera globalizada. 

Por su parte, los “ciberpesimistas” consideran que este fenómeno ha distorsionado el debate público al empobrecer y falsificar la información y generar “burbujas” o “cámaras de eco”, en las que solo buscamos confirmar nuestras ideas y renunciamos a confrontarlas con las discrepantes. Ya se encargan los famosos logaritmos de seleccionar por nosotros lo que más concuerde con nuestro perfil de internautas y de excluir lo que más aversión nos produzca.

"Las redes no han satisfechos las expectativas con las que nacieron"

Resulta evidente que las redes sociales no han respondido a los parabienes con los que fue recibido su nacimiento. Pasamos así de un optimismo tal vez exagerado e injustificado a la decepción y al pesimismo sobre el daño de las redes sociales para la democracia e incluso para la convivencia cívica. Lo que ya nadie puede negar es que las redes llegaron para quedarse: hoy son millones de personas en todo el mundo las que solo se "informan" a través de ellas y que nunca han tenido o ya han perdido el hábito de acudir a los medios convencionales para seguir la actualidad, algo que requiere de un tiempo y unos recursos que pocos están dispuestos a invertir.

Pluralismo sin debate

Millones de ciudadanos se fían hoy mucho más de lo que les llega por Whatsapp o de lo que leen en las redes, sea cierto o inventado, que de lo que publican los medios convencionales. No afirmo que estos medios sean sinónimo de pureza e independencia y que no respondan también a intereses económicos y políticos. Sin embargo, aún así deben pasar algunos filtros de veracidad y calidad que las redes no requieren, lo que las convierte en una tupida selva de desinformación, carente de mecanismos eficientes de prevención contra el odio, el racismo o la violencia. Con el agravante de la viralidad, es decir, la posibilidad de expandirse globalmente en muy poco tiempo y contaminar a millones de personas. Un botón de muestra: se calcula que la mitad de los votantes estadounidenses recibieron noticias falsas a través de las redes durante la campaña que llevó a Donald Trump a la Casa Blanca. 

"Las redes han dado lugar a un pluralismo sin debate"

Como señaló el politólogo Bernard Manin, las redes han dado lugar a un “pluralismo sin debate” en el que cada cual defiende sus puntos de vista y aísla y estigmatiza a quienes piensen de forma diferente. Este debate solipsista nos aleja de la realidad y de la discusión pausada y razonada, esencial en la democracia, para abocarnos a la crispación, a la división y a la polarización. Se trata de un ecosistema social que el populismo aprovecha de forma sistemática para obtener rédito político a costa de poner en peligro la cohesión social y las instituciones democráticas.

Y es también a esa selva a la que acuden los medios tradicionales para buscar audiencia y clientes en dura competencia con empresas, gobiernos, partidos políticos, organizaciones de todo tipo y millones de ciudadanos que se baten el cobre por un lugar, por pequeño que sea, bajo el sol de las redes. Para no desentonar con el ambiente general los medios se camuflan cada vez más con los ropajes propios del entorno: el sensacionalismo, el amarillismo, las falsedades, las mentiras y la mezcla descarada de opiniones e información. 

Los hechos son sagrados, las opinión es libre

El respeto a los hechos ha dejado de ser la línea roja que no se podía traspasar: "los hechos son sagrados, la opinión es libre", decía un viejo principio periodístico que parece haber pasado a mejor vida. Hemos llegado a un punto en el que los hechos ya no son la prioridad, sino la opinión sobre unos hechos que pueden haber sido manipulado e incluso inventados. Lo que cuenta es el "relato", un eufemismo para referirse a la mentira o a la falsedad, porque el objetivo no es tanto informar y valorar los hechos con la mayor ecuanimidad posible, sino "colocar el relato" que más interese en cada momento. 

"Los políticos son las grandes estrellas de estos tiempos líquidos"

La política se hace hoy con el corazón en la mano y con eslóganes hueros pero pegadizos para que sean titulares en todos los medios y circulen por las redes. No importan la realidad ni las contradicciones, solo cuentan los sentimientos y la empatía: en estos tiempos en los que todo el mundo opina de todo, lo de menos es que se mienta o se prometan imposibles, lo importante es que el relato cale en una sociedad ávida de escuchar mensajes que confirmen sus prejuicios.

Las redes y el periodismo de calidad, retos democráticos

Los políticos son las grandes estrellas de estos tiempos líquidos, con su presencia y sus mensajes prefabricados saturan todos los canales de comunicación y convierten la actualidad en un estado permanente de opinión y confrontación. No queda tiempo para digerir el diluvio de trivialidades que se hacen pasar por noticias, las opiniones suceden a las opiniones en una carrera vertiginosa en la que se opina sin conocimiento y por no parecer fuera de juego,

Una sociedad bien informada es poderosa y temible para el populismo; sin embargo, en una sociedad desinformada, los ciudadanos están menos comprometidos, son menos tolerantes y más manipulables. De ahí la trascendencia que tiene para la democracia una prensa independiente e imparcial, capaz de canalizar las múltiples voces de sociedades complejas como las actuales. Un periodismo de calidad y encontrar la manera de que las redes sociales cumplan algunas de las optimistas expectativas con las que irrumpieron en la plaza pública, son probablemente dos de los retos más decisivos a los que se enfrenta la democracia representativa.

Del bipartidismo a la polarización

Me refería en el último post a la incapacidad crónica del PP y el PSOE para llegar entre sí a pactos de gobierno y sobre asuntos de estado. Señalé entonces que esa dificultad nace de la polarización de la vida pública, uno de los principales achaques que sufre la defectuosa democracia española, The Economist dixit, y del que se derivan muchos otros. El problema de la polarización en las democracias occidentales no es precisamente nuevo y estudios que lo miden y lo ponen de manifiesto hay en abundancia. Sin embargo, en España la dolencia ha experimentado un agravamiento mucho más rápido que en otros países de nuestro entorno: a fecha de hoy se considera a nuestro país como uno de los más polarizados de la Unión Europea, si bien Francia, Italia o Grecia no se quedan muy atrás. Entre los analistas hay también coincidencia en que el punto de inflexión a partir del cual se aceleró este fenómeno en España se encuentra en la llegada de Podemos al escenario político y la aparición poco después de Vox como su contraparte.

Polariza, que algo ganas 

Junto con Ciudadanos, Podemos y Vox consiguieron acabar con el bipartidismo, pero no para insuflar en el panorama político el aire fresco de la regeneración que prometieron, sino para polarizarlo. Su objetivo principal ha sido arrastrar al PSOE y al PP a los extremos del espectro político, en donde abundan  las líneas rojas y las consignas predominantes suelen ser “al enemigo, ni agua” y el "no es no". En buena medida, el harakiri que se está haciendo el PP a propósito del supuesto espionaje a Díaz Ayuso, además de una pugna por el poder en el partido, es el fruto de esa atracción fatal hacia los límites del espacio político, tal y como en su día lo fue también la crisis que protagonizaron Pedro Sánchez y los barones del PSOE.  

Llegados a esos extremos, el diálogo, el compromiso y el acuerdo se vuelven imposibles por miedo a perder votos, la democracia se bloquea, las instituciones se desprestigian, la desafección ciudadana crece y se entra en un círculo vicioso que se retroalimenta permanentemente. Dicho en otras palabras, la polarización es un cáncer para la democracia.

En síntesis, la polarización es el alineamiento de los partidos y de sus parroquias más fieles en torno a posiciones numantinas y antagónicas entre sí. Desde esas posiciones extremas se estigmatiza a los adversarios políticos y se les convierte en enemigos con los que no es posible entendimiento alguno. Igualmente se atacan y deslegitiman las instituciones democráticas y los poderes del Estado como el judicial, se exaltan las pasiones y las emociones, se apoyan las teorías de la conspiración y se cultiva la llamada “moral del asco”, que prescinde de la argumentación y reduce al máximo los espacios para el diálogo y el acuerdo.

O conmigo o contra mí

El partido, la ideología, el territorio, el feminismo, la corrupción, la inmigración, la Guerra Civil o el franquismo son algunos de los asuntos más recurrentes en España para generar polarización social y política, haciendo que los votantes fieles se sientan cada vez más aislados y excluyentes e incluso enfrentados a quienes no comparten sus puntos de vista: o conmigo o contra mí, no hay término medio ni espacio para la discrepancia. Los debates sobre las políticas públicas en sanidad, educación, servicios sociales o mercado laboral se trufan a menudo de superficialidad y demagogia populista o sencillamente se relegan a un segundo plano y se olvidan. En otros términos, la polarización que padece la democracia española y que en menor o mayor medida practican todos los partidos, va estrechamente unida al auge del populismo como la otra cara de una misma moneda.

"Populismo y polarización son como las dos caras de una misma moneda"

Las causas de este fenómeno tienen que ver con la creciente desigualdad social y la perdida de confianza en una clase política alejada de la realidad y en unas instituciones que no cumplen su cometido. La globalización, la inmigración, la revolución tecnológica y la incertidumbre ante el futuro completan el cuadro. Frente a esa realidad compleja se recurre a recetas simplistas por parte de líderes populistas que interpretan la música que mejor suena a los oídos de unos ciudadanos desengañados de la política. Ninguna democracia se quiebra por un cierto nivel de polarización, deseable por otra parte en un sistema político basado en la competencia entre distintos partidos. El problema surge cuando se supera ese nivel aceptable y la gobernabilidad e incluso la propia convivencia social se tornan cada vez más difíciles. ¿Hemos superado en España ese nivel? ¿Cómo de cerca estaríamos de superarlo? Sea como sea, este estado de cosas es dinamita para la estabilidad de la democracia.

Las redes, el vehículo ideal para la polarización

La polarización, exacerbada y elevada a la enésima potencia a través de las ineludibles redes sociales y de los medios de comunicación desesperados por incrementar la audiencia, genera bloqueo institucional y costes de oportunidad por la incapacidad de las fuerzas políticas para abordar los problemas del país en tiempo y forma. Se entra así en un círculo vicioso en el que, en lugar de gestionar los asuntos públicos, se fomenta el liderazgo incontestable y cuasi mesiánico y se vive en una permanente campaña electoral. Como explica el politólogo Pierre Rosanvallon en uno de sus libros, una democracia polarizada como la que impulsa el populismo corre el riesgo de derivar en "democradura", un término acuñado en Francia que define un "régimen político que combina las apariencias democráticas con un ejercicio autoritario del poder". 

"Hay que sacar el debate del terreno de las emociones y centrarlo en el de las políticas públicas"

El propio Rosanvallon señalaba que la alternativa a la polarización populista "no puede consistir en limitarse a defender el orden de cosas existente" sino en "ampliar la democracia para darle cuerpo, multiplicar sus modos de expresión, procedimientos e institucionesmás allá del simple ejercicio del voto. O lo que es lo mismo, la mejor manera de despolarizar la democracia no es erosionándola aún más y deslegitimando sus instituciones, sino mejorándola con más y mejor democracia. 

Esto pasa, entre otras cosas, por sacar el debate del terreno de las identidades y las emociones y centrarlo en las políticas públicas que afectan a la vida de los ciudadanos. Los líderes políticos son los primeros que deben dar ejemplo de responsabilidad, subrayando lo que une en lugar de lo que separa y huyendo de las descalificaciones personales y del uso de las redes para crispar y dividir. Y en último lugar, pero no menos importante, los medios de comunicación tienen la obligación de autorregularse para no echar más leña al fuego de una hoguera que se nos puede terminar escapando de las manos. Si todo esto les parece utópico, confieso que no sé qué otra cosa se puede hacer. 

Democracia enferma

Uno de los síntomas de la defectuosa democracia española de la que habla The Economist es la imposibilidad casi congénita de que el PP y el PSOE lleguen a acuerdos de gobierno o sobre grandes asuntos de estado. El ejemplo más próximo está en Castilla y León, en donde se da por hecho que el PP tendrá que llegar a compromisos con Vox para mantenerse en el gobierno tras su pírrica victoria en las elecciones del domingo. Ni populares ni socialistas parecen darle ninguna opción a la posibilidad de algún tipo de acuerdo entre ambos, como si en lugar de ser adversarios democráticos que han competido en unas elecciones fueran enemigos irreconciliables. Para que tal cosa ocurriera haría falta un sentido de estado mucho más acusado que el que vienen demostrando los líderes nacionales de ambos partidos y, sobre todo, anteponer el interés general, la estabilidad de las instituciones y la moderación política a los tacticismos cortoplacistas de uno y otro. Esa polarización política es precisamente uno de los síntomas de que la salud de la democracia española necesita cuidados intensivos para evitar el agravamiento del cuadro clínico.


Retroceso global

El informe de The Economist sobre la salud de la democracia en el mundo no es la verdad revelada, aunque constituye un buen termómetro para medir si el menos malo de los sistema políticos conocidos avanza o retrocede globalmente. Las conclusiones demuestran que retrocede y que los dos años de pandemia no han hecho sino agravar los preocupantes síntomas detectados ya a raíz de la crisis financiera de 2008. Ese retroceso ha afectado sobre todo a las libertades individuales como nunca antes había ocurrido en tiempos de paz y casi que en época de guerra también. Por desgracia, el índice no valora las consecuencias que en términos de desigualdad o acceso a los servicios públicos ha provocado esta crisis, lo que nos permitiría disponer de una visión menos centrada únicamente en las libertades formales y más atenta también a la realidad social.

Entre las democracias que según The Economist han retrocedido en el último año está la española, que ha bajado de primera a segunda división al pasar de “democracia plena” a “democracia defectuosa”. Nuestro país cae del puesto 22 al 24 en la lista mundial, una caída que se añade a los seis escalones que ya había descendido el año anterior. El deterioro coincide en el tiempo con el Gobierno de Pedro Sánchez, que tiene en su haber el dudoso honor de haber decretado dos estados de alarma inconstitucionales o el cierre del Congreso, entre otras decisiones que casan muy mal con el respeto debido a los principios y normas democráticos y a las instituciones en una democracia plena.

Independencia judicial y calidad democrática

Entrando al detalle, es en el capítulo de la independencia judicial en donde The Economist propina el mayor tirón de orejas a la democracia española debido al bloqueo de la renovación del Consejo del Poder Judicial, que cumple ya más de tres años en funciones. Con su incapacidad para el acuerdo y su pugna por el control del gobierno de los jueces, los dos grandes partidos deterioran gravemente uno de los tres poderes del Estado. Aparte de que sea necesario modificar el sistema de renovación de los vocales del Consejo para garantizar su independencia, tal y como han demandado reiteradamente las instancias europeas, PP y PSOE deben acabar cuanto antes con una situación que degrada la calidad democrática de nuestro país.

"En España, las deficiencias de la democracia siempre son responsabilidad de otros"

La primera obligación de un enfermo es reconocer sus dolencias y someterse al tratamiento adecuado para recuperar la salud. En el caso español ocurre, sin embargo, que la culpa de nuestras deficiencias democráticas siempre es de un tercero, nunca propia. Síntoma de esa enfermedad es precisamente que, nada más conocerse el índice de The Economist, el Gobierno y los partidos de izquierda se apresuraron a culpar a los de derechas, y viceversa, del retroceso en la calidad de nuestra democracia. Lo responsable y democrático tendría que haber sido reconocer los achaques y proponer soluciones, en lugar de aprovechar la oportunidad para capitalizar el informe y polarizar aún más el ambiente.

Democracia, un sistema complejo y frágil

Tendemos a pensar que la democracia vino para quedarse per saecula saeculorum y descartamos que las cosas puedan empeorar, que de hecho es lo que está sucediendo. En los poco más de dos siglos que tiene de edad este sistema político ha habido avances y retrocesos y, en no pocas ocasiones, se ha acabado imponiendo el autoritarismo o el totalitarismo puro y duro. Su propia naturaleza hace de la democracia un sistema inestable y vulnerable frente a sus enemigos, situados sobre todo en los extremos del espectro político, aunque prácticamente no exista ningún país que no mencione la democracia en su constitución y ningún partido se atrevería hoy a proclamar abiertamente que su objetivo es imponer una dictadura o un régimen autoritario. 

La democracia siempre ha vivido condicionada por las contradicciones insalvables entre cómo nos gustaría que fuera y cómo funciona en la realidad. Se puede afirmar incluso que “defectuosa” es un adjetivo que casa bien con democracia: una democracia perfecta no ha existido ni existirá jamás en ninguna parte, si bien eso no debería llevarnos a una peligrosa autocomplacencia y a restarle importancia al agravamiento de los síntomas que viene presentando el paciente en los últimos años. 

"La democracia perfecta no ha existido ni existirá nunca"

Porque puede llegar un momento, tal vez cuando menos lo esperemos, que la enfermedad esté tan extendida que los remedios a la desesperada ya no sirvan de nada: la pérdida de legitimidad ante los ciudadanos, la deslealtad de los partidos, el desprestigio y la colonización política de las instituciones, los ataques sistemáticos al poder judicial, la falta de eficacia y efectividad del gobierno, el populismo y la polarización son síntomas bien visibles de que la salud de la democracia española empieza a requerir atención urgente.

Ni la clase política ni los ciudadanos deberían olvidar lo que supone vivir en un sistema democrático ni la travesía del desierto que tuvo que pasar este país para dejar atrás el largo y oscuro túnel de la dictadura. Sobre todo, no debemos olvidar que tenemos en nuestras manos un complicado a la vez que delicado mecanismo político que hay que cuidar con el mimo y el respeto que merece para que dure y mejore su funcionamiento, conscientes siempre de que nunca será perfecto pero sí perfectible.