Sana, sana, culito de rana


No sé a qué viene tanto aspaviento con el medicamentazo anunciado por la ministra de Sanidad, Ana Mato, ahora que sabemos que hay un bombero en Praga que lleva viviendo cuatro meses sin corazón y – al menos por las fotos que se han publicado de él – parece más fresco que una rosa. Dice la ministra que dejando sin financiación pública una lista de 425 medicamentos de uso común se ahorrará el sistema más de 400 millones de euros. Y ofrece como alternativa recurrir a las tisanas y a los caldos de la abuela, siempre tan socorridos y de tan demostrada eficacia terapéutica.

Que tiene usted la tos de un carretero, se va por el palo o la nariz se la ha convertido en la Fontana de Trevi, sea solidario y recurra a la manzanilla, al pasote, al poleo, la brujilla, la ruda, el incienso morisco y tantas y tantas otras hierbas que nos ha regalado la Madre Naturaleza para combatir nimiedades de ese calibre. Fíjense que hasta yo, ante un panorama laboral como boca de lobo, estoy pensando abrir un herbolario y forrarme.

Pero ocurre que siempre que éste Gobierno toma una medida eficaz y valiente, salen desde debajo de las piedras aguafiestas, cenizos e incrédulos. Alegan unos que el ahorro previsto con el medicamentazo puede convertirse en incremento del gasto si los médicos empiezan a prescribir otros fármacos con los mismos efectos que los excluidos del sistema pero mucho más caros.

Los de más allá dicen que la ministra ha vuelto a hacer de su chaqueta de corte y confección un sayo y, sin encomendarse ni a un sólo profesional de la cosa sanitaria, ha hecho una lista de medicamentos como quien hace la lista de la compra sin mirar a quién puede afectarle más o menos el nuevo tijeretazo.

Recuerdan otros que el medicamentazo se unirá al copago – más bien repago – que el domingo entra en vigor y que obligará a apoquinar a los pensionistas – esos derrochadores de medicamentos – que también tendrán que rascarse el bolsillo. Y los más catastrofistas auguran que se va a producir un acaparamiento de fármacos poco antes de que la medida se aplique que ríete tu del mercado negro.

Pero lejos de ceder, Mato debe continuar con sus valientes medidas de ahorro digan lo que digan los demás. Porque son medidas que "van en la buena dirección" y ni caso a quienes se quejan de que los recortes a todo lo que se mueve recaen siempre sobre los más débiles.

No es verdad porque, como bien ha dicho con absoluta claridad la ministra, estas medidas tienen como único objetivo garantizar una sanidad pública, universal, gratuita y de calidad. ¿Qué más quieren los descontentos de siempre?

Sería muy bueno también que Mato no desaire a la presidenta de Madrid y la deje cambiar la Ley Antitabaco – auque la cambiará de todos modos – para que Eurovegas se instale en su comunidad autónoma y puedan los jugadores envolverse a placer en cálidas nubes de humo de Cohíbas, Partagas, Davidoff y otras delicatessen por el estilo. También para quien desee abandonar ese hábito hay grandes remedios naturales de probada efectividad. En cualquier caso siempre nos quedará el "sana, sana, culito de rana" de nuestras cariñosas madres. ¡Mano de santa, oiga!

La crisis y el periodismo


Quieren acabar con todo" fue el lema de la pasada huelga general del 29 de marzo contra la reforma del mercado de trabajo. También con el periodismo, ese oficio canalla consistente en hacer preguntas incómodas, indagar y meter en el dedo en el ojo de los que ostentan el poder. En los últimos cuatro años han ido al paro en España más de 6.000 periodistas, según datos de la Federación de Asociaciones de la Prensa, que alerta además de la creciente precariedad del empleo de los que consiguen mantener el puesto de trabajo. Y la cifra sigue en aumento: se multiplican los expedientes de regulación de empleo, tanto da si es en medios privados o públicos. En ambos casos, siempre hay una buena excusa para justificar los despidos o el empeoramiento de las condiciones laborales de los periodistas.

En el sector privado se echa mano de la socorrida caída de los ingresos por publicidad y se aplica sin remisión la ley del embudo: en época de vacas gordas no se puede contratar ni mejorar los salarios por si vienen malos tiempos y en época de vacas flacas se despide porque los ingresos no llegan para mantener las plantillas.

Se obvia el detalle nada menor de que los que toman las decisiones en uno y otro momento del ciclo económico suelen ser los mismos altos ejecutivos, a cuyos sueldos y privilegios nunca les afectan los malos tiempos. Al contrario, se suben los sueldos o se van a la competencia después de haber jurado – como los futbolistas – amor eterno a los colores.

En el sector público la excusa perfecta es el sacrosanto déficit que todo lo puede. Para cumplir los objetivos de déficit se despide a periodistas de medios públicos – véase el ERE que pende como una afilada guillotina sobre el cuello de 20 trabajadores de la RTVC – y que a lo que se ven son, junto a otros despidos de empresas públicas, un verdadero riesgo para las cuentas públicas.

En cambio, no computan a efectos de déficit los sueldos y dietas de la legión de asesores, coordinadores de grupos políticos, cargos intermedios y mediopensionistas, direcciones generales sin función conocida, viceconsejerías redundantes, parlamentarios y muñidores de discursos en los que esos mismos políticos sacan pecho y presumen de los sacrificios que han hecho – otros, no ellos – para reducir el déficit. Y sin admitir preguntas.

Los periodistas y el periodismo, pues, sacrificados en el altar de los beneficios económicos y la austeridad, entendida ésta como lo ancho para mi – altos ejecutivos, prebendados y políticos – y lo estrecho para ti – profesionales de la comunicación.

El periodismo es una constante vital clave para determinar la salud de un sistema democrático: sin periodistas no hay periodismo y sin periodismo no hay democracia. A la vista está que esa constante se ha debilitado de forma alarmante desde el inicio de la crisis, precisamente cuando más falta hace para revelar las mentiras que se esconden detrás de los discursos política y económicamente correctos.

Pero no todo está perdido: como escribió en una de sus novelas el recientemente desaparecido Carlos Fuentes, el periodismo es uno de los pocos oficios que nunca se abandona. Ya sea desde los medios convencionales – públicos o privados – ya sea desde las impagables redes sociales o desde cualquier otro medio, los periodistas estamos obligados a seguir haciendo preguntas, indagando y metiéndole el dedo en el ojo a los que nos han llevado a esta situación y ahora han decidido esconder sus culpas obligándonos a pagar sus platos rotos.