Quieren acabar con
todo" fue el lema de la pasada huelga general del 29 de marzo contra la
reforma del mercado de trabajo. También con el periodismo, ese oficio canalla
consistente en hacer preguntas incómodas, indagar y meter en el dedo en el ojo
de los que ostentan el poder. En los últimos cuatro años
han ido al paro en España más de 6.000 periodistas, según datos de la
Federación de Asociaciones de la Prensa, que alerta además de la creciente
precariedad del empleo de los que consiguen mantener el puesto de trabajo. Y la cifra sigue en aumento:
se multiplican los expedientes de regulación de empleo, tanto da si es en
medios privados o públicos. En ambos casos, siempre hay una buena excusa para
justificar los despidos o el empeoramiento de las condiciones laborales de los
periodistas.
En el sector privado se echa
mano de la socorrida caída de los ingresos por publicidad y se aplica sin
remisión la ley del embudo: en época de vacas gordas no se puede contratar ni
mejorar los salarios por si vienen malos tiempos y en época de vacas flacas se
despide porque los ingresos no llegan para mantener las plantillas.
Se obvia el detalle nada
menor de que los que toman las decisiones en uno y otro momento del ciclo
económico suelen ser los mismos altos ejecutivos, a cuyos sueldos y privilegios
nunca les afectan los malos tiempos. Al contrario, se suben los sueldos o se
van a la competencia después de haber jurado – como los futbolistas – amor
eterno a los colores.
En el sector público la
excusa perfecta es el sacrosanto déficit que todo lo puede. Para cumplir los
objetivos de déficit se despide a periodistas de medios públicos – véase el ERE
que pende como una afilada guillotina sobre el cuello de 20 trabajadores de la
RTVC – y que a lo que se ven son, junto a otros despidos de empresas públicas,
un verdadero riesgo para las cuentas públicas.
En cambio, no computan a
efectos de déficit los sueldos y dietas de la legión de asesores, coordinadores
de grupos políticos, cargos intermedios y mediopensionistas,
direcciones generales sin función conocida, viceconsejerías redundantes,
parlamentarios y muñidores de discursos en los que esos mismos políticos sacan
pecho y presumen de los sacrificios que han hecho – otros, no ellos – para
reducir el déficit. Y sin admitir preguntas.
Los periodistas y el
periodismo, pues, sacrificados en el altar de los beneficios económicos y la
austeridad, entendida ésta como lo ancho para mi – altos ejecutivos,
prebendados y políticos – y lo estrecho para ti – profesionales de la
comunicación.
El periodismo es una
constante vital clave para determinar la salud de un sistema democrático: sin
periodistas no hay periodismo y sin periodismo no hay democracia. A la vista
está que esa constante se ha debilitado de forma alarmante desde el inicio de
la crisis, precisamente cuando más falta hace para revelar las mentiras que se
esconden detrás de los discursos política y económicamente correctos.
Pero no todo está perdido:
como escribió en una de sus novelas el recientemente desaparecido Carlos
Fuentes, el periodismo es uno de los pocos oficios que nunca se abandona. Ya
sea desde los medios convencionales – públicos o privados – ya sea desde las
impagables redes sociales o desde cualquier otro medio, los periodistas estamos
obligados a seguir haciendo preguntas, indagando y metiéndole el dedo en el ojo
a los que nos han llevado a esta situación y ahora han decidido esconder sus
culpas obligándonos a pagar sus platos rotos.
En estos tiempos en los que la verdad está tan excuída, son interesantes las propuestas de medios sociales, independientes de las dinámicas de los medios del mercado (la publicidad, la angelicalización de las grandes empresas que pagan, el silencio de sus podredumbres, la programación idiotizante, los mensajes subliminales) y de los Gobiernos (la propaganda de éxitos huecos, la igualación con los medios privados). Una de las muchas asignaturas pendientes de la sociedad que quiere la transformación es el sostenimiento de medios comunitarios de este tipo.
ResponderEliminarMucha suerte, JL.
Completamente de acuerdo. Muchas gracias.
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