La democracia cuestionada (III)

A los males de la democracia citados en las entregas anteriores de este post (partitocracia, predominio del poder ejecutivo, listas electorales cerradas, corrupción, desafección ciudadana) ha venido a unirse en los últimos tiempos los que se han dado en denominar populismos. No hay acuerdo entre los politólogos en la definición de esa expresión política que, en realidad, tampoco es estrictamente nueva. No obstante y a grandes rasgos sí hay un cierto consenso sobre el caldo de cultivo en el que ha crecido. La desastrosa gestión de la crisis económica por parte de los gobiernos y de la UE, haciendo recaer sobre trabajadores y clases medias el peso de las draconianas medidas de austeridad fiscal, ha alimentado un sentimiento de rechazo e indignación en amplias capas de la población, al tiempo que las desigualdades sociales se ensanchaban.

Los populismos

Ese estado de cosas generó la aparición de un movimiento político de amplio espectro pero integrado principalmente por jóvenes, portador de un discurso proclive a desbordar unos límites institucionales y políticos que no habían sido capaces de procurar un reparto equilibrado de los sacrificios de la crisis. Los viejos partidos tradicionales y sus dirigentes fueron puestos en el disparadero ("no nos representan") y se apeló a la democracia directa y asamblearia como fórmula para superar una "casta" política que  había dado la espalda al "pueblo". Se trata de un movimiento que, más allá de algunos innegables aspectos positivos en tanto hizo reaccionar a buena parte de la sociedad y al propio establishment político, se caracteriza por un discurso simple cuando no maniqueo sobre una realidad compleja.

Para este tipo de populismo, convencionalmente relacionado con la extrema izquierda, la sociedad se divide básicamente en dos grandes bloques, la "casta" o privilegiados y el "pueblo" o sujeto inocente y sufriente de la insolidaridad y el egoísmo del primer grupo. Para un sistema social tan simple solo valen soluciones simples por complejos que sean los problemas en las sociedades modernas.


En paralelo y fruto también de los estragos causados por la crisis en concomitancia con la creciente llegada a Europa y a Estados Unidos de inmigrantes de zonas depauperadas o en conflicto, ha cobrado fuerza un populismo de extrema derecha que hace también de las soluciones simplistas su principal argumento político. El tristemente famoso muro que Donald Trump sigue prometiendo construir en la frontera con México para detener la llegada de inmigrantes es un ejemplo suficientemente ilustrativo. En Europa, las razones esgrimidas por conservadores y eurófobos británicos para abandonar la Unión Europea remiten también al mismo discurso basado en la xeonofobia cuando no en el racismo.

El declive de los estados nación

La mundialización de la economía y la evidente pérdida de soberanía por parte de los estados nación a manos de gigantes empresariales de ámbito global, mercados financieros y organismos supranacionales o multilaterales como la UE, el BM, la OCDE o el FMI, que dictan políticas económicas y reprenden y amenazan a quienes no las sigan, alimenta el discurso del repliegue al interior de las fronteras y la defensa de los símbolos y las tradiciones nacionales. Son, además,  movimientos que se definen por un ideario social utraconservador que rechaza las políticas de igualdad de género o defienden un papel destacado para la religión en la enseñanza. Por eso preocupa para el futuro de la democracia que este tipo de movimientos esté creciendo y extendiéndose por Europa desde Grecia al Reino Unido pasando por Hungría, Polonia, Alemania, Holanda, Italia, Francia o España.

Mientras la clase política tradicional permanece absorta en sus luchas intestinas, los populismos de uno y otro signo captan con su mensaje simple y directo a un creciente número de ciudadanos descontentos que esperan de la política soluciones igual de rápidas y sencillas. Es un sector social que ve incompresibles y tediosos los ritos democráticos que hay que seguir, por ejemplo, para aprobar leyes y abogan por soluciones urgentes. Sin embargo, no es orillando o puenteando el marco institucional, sino agilizándolo, transparentándolo y descargándolo de procesos superfluos como se consigue mejorar la calidad y el funcionamiento de la democracia. En otras palabras, no es con menos sino con más democracia como se tiene que afrontar el embate de los populismos contra el sistema.
(Continuará)

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