Desinformación y guerra política

"Exacerbar las tensiones y contradicciones (...) utilizando hechos reales y falsos y, a poder ser, una desconcertante combinación de ambos. Para que la desinformación funcione debe responder al menos parcialmente a la realidad o al menos a puntos de vista aceptados". 

Estas reflexiones figuran en la introducción del libro "Desinformación y guerra política. Historia de un siglo de falsificaciones y engaños", (Crítica, 2021) del politólogo y analista alemán Thomas Rid. El autor, profesor en la John Hopkins University, es experto en tecnología y espionaje, temas sobre los que ha escrito varios libros y sobre los que ha declarado ante el Comité de Inteligencia del Senado de los Estados Unidos y ante el Bundestag. Las cerca de quinientas páginas del libro ofrecen un documentado repaso histórico de la desinformación política desde los inicios del siglo XX hasta la expansión de Internet y las redes sociales en el XXI. 


Es una preocupación ampliamente compartida que la desinformación en forma de bulos o noticias falsas es uno de los riesgos más preocupantes a los que se enfrentan las democracias occidentales. Señala Rid que "las campañas de desinformación son ataques contra el orden liberal (policía, justicia, científicos, periodistas, administraciones, etc.)". Subraya que, "cuando se hace difícil diferenciar entre hechos y no hechos, la confianza se desmorona y el hecho lo ocupan las emociones". El propio autor ofrece la clave para resistir estos ataques: "Cuanto más fuerte y robusto es un cuerpo político democrático, más resistente será a la desinformación y más reacio a usarla y optimizarla". Rid alerta del salto cualitativo que ha supuesto para las campañas de desinformación la revolución digital, en la que es mucho más difícil controlar y evaluar estos ataques; se trata de agresiones mucho más rápidas y reactivas y menos arriesgadas para el agresor. 

A partir de estas reflexiones iniciales, Rid nos conduce a través de una larga sucesión de campañas de desinformación, cuyo inicio sitúa el 11 de enero de 1923 cuando se crea en la Unión Soviética un departamento dedicado a ese fin en el seno de la Oficina para la Seguridad del Estado (GPU), germen del futuro KGB. En un estilo que recuerda a veces a las novelas de espionaje, nos adentramos en la prolongada campaña de desinformación de la CIA contra la Alemania Oriental, las filtraciones soviéticas de documentos falsificados sobre los planes militares de EE.UU., las falsedades interesadas sobre el SIDA o las técnicas de desinformación de la Stasi, la temida policía secreta de la RDA. El objetivo de todas estas campaña, en las que los medios de comunicación siempre desempeñaron un papel esencial, a veces involuntariamente y a veces de mil amores, era dañar la credibilidad del adversario, generar confusión, polarizar las opiniones políticas y debilitar la confianza y el apoyo interno de la población a las instituciones. 

 "Las campañas de desinformación son ataques contra el orden liberal"

Con el desplome del bloque soviético se entró  en una nueva dimensión, aunque los objetivos siguieron siendo los mismos. El auge de internet y de las redes sociales produjo un salto cualitativo que hace mucho más difícil medir el alcance de las falsedades e incrementa el riesgo de que los desinformadores terminen también desinformados cuando las mentiras escapan a su control. Fenómenos como el de Anonymus o WikiLeaks marcan un antes y un después en el uso de los secretos oficiales con fines políticos. El ataque cibernético ruso al Partido Demócrata estadounidense en las presidenciales de 2016 o el hackeo, probablemente ruso también, a la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) permiten sugerir que "internet parecía estar diseñado a medida para la desinformación, incluso antes de que las redes sociales hubieran alcanzado la mayoría de edad". Si damos un paso más allá y pensamos por un momento en los sistemas digitales que controlan los arsenales nucleares y otras armas no convencionales de Rusia, China o EE.UU., es fácil imaginar las terribles consecuencias globales derivadas de un ciberataque contra objetivos militares de un país rival.

Gracias a las redes las campañas de desinformación han convertido a millones de personas en agentes involuntarios del engaño a gran escala. Basta pensar en la rapidez con la que las falacias y los bulos se extienden por la redes a golpe de tuit y de retuit para hacernos una idea aproximada de la magnitud del problema. Todos somos víctimas en potencia, no solo los ciudadanos anónimos sino medios de comunicación, periodistas, científicos, analistas, expertos en seguridad o representantes públicos. Rid nos recuerda en este punto que "anteponer la objetividad a la ideología contribuyó a abrir las sociedades y mantenerlas abiertas. Anteponer la ideología a la objetividad, en cambio, contribuyó a cerrar las sociedades y mantenerlas cerradas". En otras palabras, la desinformación persigue que antepongamos la ideología y las emociones a la objetividad y a la razón y cerremos cada vez más nuestras sociedades.

 "Anteponer la objetividad a la ideología contribuyó a abrir las sociedades y mantenerlas abiertas"

Aunque habríamos tenido una visión más equilibrada del problema si el autor hubiera incluido más casos de desinformación patrocinados por Estados Unido, el suyo es un trabajo que destaca no solo por la actualidad y la trascendencia del tema que aborda sino por la ingente documentación que maneja, buena parte de ella de primera mano a través de entrevistas personales. Concluyo el comentario haciendo mía una reflexión de Rid que creo resume muy bien el estado de la cuestión: "Al hombre de la calle le está resultando cada vez más difícil valorar y juzgar la palabra escrita. Esta cada vez más indefenso ante los monstruos que son las fábricas de opinión". 

No hay comentarios:

Publicar un comentario