La petición de vetar a periodistas incómodos que han hecho el PSOE y los partidos que apoyan al Gobierno es un preocupante síntoma más de los numerosos y graves problemas que aquejan a la democracia. Si entre los principios esenciales de este sistema de gobierno figuran en lo más alto el derecho a la información y la libertad de prensa, que esos partidos pretenden ahora poner a su servicio, no son menos cruciales el respeto a la Constitución, la obligación de rendir cuentas ante el parlamento, la transparencia en la gestión, evitar la polarización y buscar el acuerdo y no convertir las instituciones democráticas en campos de batalla política y agencias de colocación clientelar. Por desgracia, estos males son el pan de cada día de la democracia española y, aunque no sirve en absoluto de consuelo, aquejan también a otras democracias occidentales en mayor o menor medida. Ante ese estado de cosas, el pueblo soberano, al que los líderes cortejan en tiempo de elecciones para olvidarlo después hasta la siguiente cita electoral, cae en la apatía y en la desilusión y le da la espalda a la política, cada día más convencido de que le va quedando poco de soberano. Se abren así las puertas para que los populismos se apoderen de la democracia.
La democracia no ocurre por casualidad
Tendemos a pensar que vivir en democracia es lo natural y nos cuesta imaginar que las cosas también podrían ser de otra manera. Si ahora que tanto se recurre a la "memoria histórica" con fines más bien espurios volviéramos la vista atrás, puede que nos sorprendiera descubrir que la democracia moderna es el sistema político más joven de cuantos ha conocido la humanidad. Entre la democracia de los antiguos griegos, que aparte del concepto y del nombre guarda poca relación con la actual, y el momento histórico en el que se vuelve a emplear la palabra, transcurrieron más de 2.000 años durante los cuales incluso el término desapareció del vocabulario de pensadores y gobernantes.
En los poco más de dos siglos que tiene de edad el sistema político al que hoy llamamos democracia ha habido flujos y reflujos, avances y retrocesos y, en no pocas ocasiones, se ha terminado imponiendo el autoritarismo cuando no el totalitarismo puro y duro como ocurrió en el siglo XX con el nazismo, el fascismo y el comunismo con sus dramáticas consecuencias. Esta forma de gobierno nunca ha transitado por caminos de rosas, sino de peligros y acechanzas por su izquierda extrema y por su extrema derecha. Su propia naturaleza la hace inestable y vulnerable frente a sus enemigos, que los tiene y muchos, aunque prácticamente no haya hoy ningún país que no mencione la democracia en su constitución y ningún partido o movimiento político se atrevería a proclamar abiertamente que su objetivo es implantar una dictadura.
"La democracia es un delicado y complejo mecanismo político que no estamos cuidando como es debido"
Convencidos de que a pesar de sus deficiencias y fallos vivimos no solo en el mejor de los sistemas políticos sino en el único posible, también somos proclives a olvidar que la democracia es un proceso histórico que como tal tuvo un principio y seguramente tendrá un final, como ocurrió con la monarquía absoluta de origen divino a la que desplazó. Aquel fue un sistema mucho más duradero, cuya desaparición nadie se habría atrevido a augurar en su día, hasta que las revoluciones norteamericana y francesa cambiaron las cosas para siempre. Sin embargo, la democracia tuvo que dar sus primeros pasos en la edad contemporánea entre el recelo e incluso el rechazo de los revolucionarios franceses y los padres constituyentes norteamericanos, que preferían utilizar el término "república".
Nunca ha habido ni habrá una democracia perfecta
La democracia ha vivido y vivirá siempre sujeta a las contradicciones insalvables entre cómo nos gustaría que fuera y cómo es en la realidad. Si bien es cierto que una democracia perfecta no ha existido ni existirá nunca en ninguna parte, los pueblos y sus líderes que han sabido aprovechar la tensión permanente entre lo ideal y lo real para mejorarla han conseguido mayores cotas de libertad y bienestar; pero, cuando las contradicciones se vuelven insalvables y se desprecian los fundamentos que le dan sentido, la democracia enferma gravemente y aumenta el riesgo de quiebra política. Tenemos en nuestras manos un complejo y delicado mecanismo político que no estamos cuidando con el mimo que merece para que dure y mejore su funcionamiento, siempre perfectible aunque nunca perfecto.
El declive que sufre la soberanía popular es uno de los aspectos más preocupantes de las democracias actuales. ¿Si el pueblo soberano es cada vez menos tenido en cuenta en la toma de decisiones que le afectan, a quién representan los que dicen ser sus representantes? El historiador Emilio Gentile asegura en uno de sus libros que la democracia representativa está siendo sustituida por "una democracia recitativa en la que los gobernantes expropian al pueblo de su soberanía en el momento mismo en el que proclaman ser sus más genuinos y devotos representantes". Por su parte, el pueblo se aleja cada vez más de la política, a la que ve con indiferencia cuando no con desprecio. ¿Vamos camino de una democracia sin demos? Los ciudadanos han sido reducidos a la condición de meros electores mientras los poderes no electos, que no están obligados a rendir cuentas, han ampliado sus márgenes de actuación. Por su parte, los procesos electorales son cada vez más grandes espectáculos mediáticos que fomentan el personalismo y se degrada la comunicación política con los ciudadanos.
Malos tiempos para la democracia
La democracia atraviesa un periodo de retroceso envuelta en el pesimismo y la desafección ciudadana, unos síntomas que la crisis financiera y la pandemia de la COVID - 19 han agravado. El semanario británico The Economist publica anualmente un prestigioso índice sobre la calidad de la democracia en el mundo y la tendencia es preocupante. El estudio analiza los procesos electorales, el pluralismo político, el funcionamiento del gobierno, la participación política, la cultura política democrática y las libertades civiles en 167 países. Su conclusión principal para 2020 indica que en el primer año de la pandemia se produjo un retroceso sin precedentes de las libertades democráticas en todo el mundo. La puntuación global de 5,37 sobre diez es la más baja registrada desde que se inició el Índice en 2006. España no es ajena a esa evolución: aunque aún es considerada como una democracia plena en el Índice, nuestro país ha caído del puesto 16 al 22 en menos de dos años, los que lleva el gobierno actual en el poder. (En este enlace se puede consultar el Democracy Index)
Falta un análisis en profundidad que determine hasta qué punto no había otras maneras de combatir la pandemia que no consistieran únicamente en restringir derechos y libertades democráticas; o si luchar contra el virus obligaba necesariamente a escabullirse de la rendición de cuentas, del control parlamentario, de eludir el cumplimiento de la constitución o de reforzar la transparencia en la toma de decisiones. Las conclusiones de The Economist confirman una tendencia de degradación continuada del sistema democrático que debería llamarnos a todos a la reflexión e incluso a la acción, en lugar de suponer que nuestras democracias podrán con todo y con todos, con las zancadillas que le pone a diario el poder y con la indiferencia del pueblo soberano. Gentile lo resume muy bien en esta reflexión: "Cuando una democracia es deficiente no basta con cambiar la constitución y las instituciones parlamentarias para hacerla eficiente. La salud de la democracia depende de la calidad de las personas que eligen a los gobernantes, y, sobre todo, de las personas que gobiernan".
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