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Economía de guerra

Los europeos vamos a pagar un alto precio por la vesania de Putin. El resto del mundo también pagará su parte, pero la factura más onerosa será la del viejo continente por su elevada dependencia energética del país agresor. De hecho ya hemos empezado a pagar la cuenta cuando repostamos gasolina, encendemos la luz, ponemos la lavadora o vamos al supermercado. Tampoco les saldrá gratis a los rusos, a los que las sanciones occidentales también les están empezando a afectar de forma severa. Esto apenas ha comenzado y nadie sabe aún lo que puede durar. De lo que dure, de cómo se desarrollen los acontecimientos en los próximos días y semanas y de cómo termine la invasión dependerá el montante final que el mundo tendrá que abonar por la locura imperial de un dictador genocida llamado Vladímir Putin.

Ni vencedores ni vencidos

Alguien dijo que tras una guerra no cabe hablar de vencedores y vencidos porque, de un modo u otro, al final la mayoría pierde, unos  la vida o la salud y otros la hacienda. Esto es más cierto aún cuando lo aplicamos a las consecuencias económicas de una brutal agresión militar en el corazón de una economía globalizada como la actual. A corto plazo, los efectos en Europa de la guerra en Ucrania son más que previsibles: subida fulgurante de precios impulsados por el coste de la energía, racionamiento de determinados productos y volatilidad extrema de los mercados financieros.

Si la guerra se enquista y se convierte en un largo asedio de incierto final, como sugiere en estos momentos la situación en el campo de batalla, las consecuencias se traducirían en una disminución de la capacidad de compra de las familias, caída del consumo privado, morosidad, reducción de las exportaciones, mayores costes salariales, desempleo, incremento del gasto público en pensiones, problemas en la cadena de suministros y nuevo retroceso del turismo. Por solo citar las más evidentes. 

El fantasma de la estanflación

En resumen, todas las previsiones de crecimiento económico, especialmente las más optimistas, han caducado de un día para otro y se han impuesto la incertidumbre y el pesimismo. En el horizonte se empieza a perfilar incluso el temible fantasma de la estanflación si, como apuntan muchos analistas, el PIB se hunde pero los precios se mantienen por las nubes. Ese riesgo ha llevado al BCE a anunciar el fin de la compra de deuda a finales de año y a abrir la puerta a la subida de los tipos de interés. Es una mala noticia para España, a la que financiarse le saldrá mucho más caro e incrementará el peso de una deuda pública que ya es mastodóntica. De manera que las optimistas previsiones de crecimiento económico del Gobierno, que ya pecaban de alegres antes del estallido de la guerra, son hoy papel mojado.

"Todas las previsiones económicas han caducado de un día para otro"

El auténtico nudo gordiano que plantea la guerra en Ucrania para la economía es la elevada dependencia que tiene Europa Occidental del gas y del petróleo rusos. Casi dos terceras partes del gas y una tercera parte del petróleo que importa Alemania proceden de Rusia y en países como Chequia o Moldavia la dependencia es del 100%. Por fortuna, España está en una posición mucho más favorable ya que sus importaciones de gas ruso apenas llegan al 10% y bajando. No obstante, eso no nos libra del encarecimiento de la energía en los mercados internacionales, en donde muchos países compiten ya por incrementar sus reservas.

Un dilema histórico

La UE está ante un complicado dilema: si sigue los pasos de Estados Unidos y corta la importaciones de petróleo ruso es muy probable que Putin cierre el grifo del gas como teme Alemania, cuya economía, y con ella la de toda Europa, sufriría un golpe brutal. Piensen solo en lo que supondría para el turismo alemán y su importancia en destinos como Canarias. En cambio, si sigue importando gas y petróleo, el régimen de Putin se seguirá beneficiando de los altos precios y en cierto modo se mermará la eficacia de las sanciones económicas de las que la energía había quedado excluida a petición alemana. Por otro lado, superar la dependencia energética rusa y encontrar nuevos proveedores no se consigue de un día para otro y, mucho menos, sustituir ese tipo de energía por otra diferente. Sé que es llorar sobre la leche derramada, pero si la UE se hubiera molestado en diversificar sus proveedores y hubiera impulsado con más fuerza fuentes de energía alternativas al gas, tal vez hoy le podría hacer un soberano corte de mangas a Putin.

"Debemos asumir cuanto antes que estamos en guerra y toda guerra conlleva sacrificios"

¿Qué hacer? Esa es la gran cuestión que está incluso poniendo en peligro la unidad con la que Estados Unidos y la UE han actuado hasta el momento frente al ataque ruso a Ucrania. Soy de la opinión de que debemos asumir cuanto antes que estamos en guerra y que toda guerra conlleva sacrificios que, eso sí, deben ser equitativos y deberían empezar por un drástico recorte del gasto público superfluo. Si no se desea emplear la fuerza militar para hacer frente de manera directa a la agresión rusa porque podría desencadenar un enfrentamiento nuclear, no veo otra alternativa que intensificar y endurecer al máximo el bloqueo económico sobre Rusia, cortando las importaciones energéticas de ese país. En paralelo es cada vez más urgente intervenir temporalmente los precios de la energía para limitar el coste de la factura que deben pagar familias y empresas por este bien de primera necesidad. 

Sé que las duras consecuencias económicas de esas decisiones no serían fáciles de asumir por los ciudadanos de la Europa del bienestar y la comodidad, sobre todo cuando todavía estamos bajo los efectos económicos de la pandemia. Sin embargo, hay momentos en la historia en los que no queda otra opción que sacrificarse en aras de la libertad y la democracia con las que el tirano de Moscú quiere acabar. La resistencia del pueblo ucraniano y de su gobierno ante la agresión de Putin, debería servirnos de inspiración y acicate para afrontar la economía de guerra a la que mucho me temo estamos abocados más pronto que tarde. 

La democracia se la juega en Ucrania

No nos deberíamos engañar, el objetivo de Putin al ordenar la invasión de Ucrania no es solo convertir a ese país en un vasallo de Moscú a través de un gobierno títere en Kiev. Sus dos fines principales son recomponer las ruinas del imperio soviético y, sobre todo, impedir que florezca la democracia en Ucrania y se convierta en un mal ejemplo para los rusos a los que el tirano gobierna con puño de hierro cada día más duro. Podría decirse incluso que, como todo buen dictador que se precie y que en el mundo ha sido, Putin teme a la democracia en sus fronteras tanto o más que a la entrada de Ucrania en la OTAN. Por elevación, el tirano del Kremlin quiere poner contra las cuerdas a las democracias occidentales, a las que percibe como sistemas débiles y decadentes y cuyo desprecio por ellas nunca ha ocultado. La respuesta firme y unida de los demócratas y el apoyo al pueblo ucraniano es la única manera de frustrar sus planes. 

EP

Una prueba de fuego para la democracia

La guerra que los ucranianos están librando contra las tropas invasores rusas y que tanto dolor y ruina está causando, es también una prueba de fuego para la democracia como el único sistema político que, a pesar de sus evidentes fallos y deficiencias, es capaz de garantizar los valores y los derechos y libertades que por definición niegan las dictaduras como la de Putin. Y si bien es cierto que la democracia en Ucrania está aún muy lejos de poder considerarse plena, también es verdad que está a años luz de la autocracia cleptómana rusa, en donde los opositores son envenenados o encarcelados, los medios de comunicación desafectos perseguidos, los periodistas asesinados y los ciudadanos que se oponen pacíficamente a la guerra, arrestados.

Intentar encontrar en el pensamiento político de Putin un mínimo de respeto por la democracia representativa, de la que su país a duras penas mantiene las apariencias, sería perder el tiempo. Su ideólogo de cabecera es el oscuro pensador fascista ruso Iván Illyín (1883 - 1954), admirador de Hitler y de Mussolini, que abogaba por anteponer la voluntad y la fuerza al imperio de la razón y de la ley. No cabe imaginar nada más alejado de la democracia que esa forma de pensar.  

Putin traduce ese pensamiento en un liderazgo populista de comunión mística con el pueblo, la manipulación de la opinión pública y una actitud amenazante ante sus opositores y ante quienes discutan el derecho de Rusia a recuperar y a unir de nuevo bajo su égida los restos dispersos de la extinta Unión Soviética. Ese modus operandi del dictador lo estamos comprobando estos días con sus amenazas nucleares, el bombardeo de civiles, la censura de los medios, la detención de ciudadanos que se oponen a la guerra o el descarnado cinismo con el que propone corredores humanitarios que solo van a dar al país agresor y a su cómplice Bielorrusia.

El imprescindible enemigo exterior de toda dictadura

En todo régimen autocrático o dictadura que se precie es obligatorio echar mano de un enemigo exterior al que responsabilizar de los problemas internos, que sirva además de coartada para justificar decisiones como la invasión de un país soberano. Los enemigos exteriores preferidos de Putin son los Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea. Contra ellos dirige no solo sus tanques sino su arsenal mediático, sus ataques cibernéticos y la propalación de bulos con el fin de polarizar y dividir a la opinión pública. Las injerencias en procesos electorales como el de Estados Unidos en 2016 o el apoyo a causas separatistas como la catalana son buenos ejemplos de esa estrategia basada en la vieja máxima de divide y vencerás o, por lo menos, debilitarás a tus adversarios.  

Más allá de lo que ocurra en los próximos días y semanas, conforta comprobar el elevado grado de unidad con el que el mundo libre está respondiendo al brutal desafío que ha lanzado Putin contra la democracia con la muy mal disimulada complicidad china. Aunque suponga recurrir a la historia virtual, es muy probable que la situación actual fuera otra si Occidente hubiera demostrado la misma unidad, contundencia y determinación cuando Putin se anexionó Crimea y dio alas a dos repúblicas separatistas pro rusas en el este de Ucrania. Que nadie dude de que si consigue salirse de nuevo con la suya, los siguientes países en verse amenazados serían Moldavia, Letonia, Lituania y Estonia, mientras que Suecia y Finlandia tampoco estarían seguros. 

España sigue siendo diferente

En esto, como en tantas otras cosas, España vuelve a ser diferente. El único gobierno claramente dividido ante el envío directo de armas a la resistencia ucraniana es el español. No solo eso, es también el único en el que uno de los dos socios de la coalición en el poder se atreve a acusar al otro de ser “el partido de la guerra”, sin que una aseveración tan grave se traduzca en ceses inmediatos por parte de un presidente titubeante, más preocupado por conservar el poder que por la penosa imagen internacional que ha dado España en unos momentos tan graves. Es el precio que Sánchez está dispuesto a pagar a cambio del apoyo de Podemos, un partido incapaz de diferenciar entre el agresor y el agredido y cuya sinceridad a la hora de defender la democracia y sus valores esenciales deja cada día más que desear.

El ascenso del capitalismo de estado comunista chino y el régimen autocrático instalado en Rusia, apoyado por quintacolumnistas en países occidentales como España, son hoy dos de las principales amenazas para un mundo más libre, democrático, justo y en paz. Ante el momento histórico que vive la democracia, es vital mantener la unidad para evitar que aparezcan Putins de todos los colores hasta debajo de las piedras. La invasión rusa de Ucrania debe ser un poderoso acicate para que comprendamos que la democracia no nos ha caído del cielo como una especie de gracia divina, sino que es algo que ha costado mucho conquistar y que hay que ejercer y defender día a día de sus múltiples enemigos, “con sangre, sudor y lágrimas” y sin equidistancias, ambigüedades o medias tintas. O no tardaremos en lamentarlo.

El doble juego chino

Son cada vez más quienes ven en China un posible mediador capaz de detener el sangriento ataque ruso contra Ucrania y favorecer un alto el fuego siquiera sea temporal, antes de que la situación empeore más de lo que ya lo está. De hecho, fue el propio ministro ucranio de Asuntos Exteriores el que hace unos días pidió a su homólogo chino que mediara ante Putin, una petición que por ahora no ha encontrado respuesta. Aún así, en Pekín parece aumentar también la preocupación por los ataques indiscriminados contra civiles y el éxodo de casi un millón de ciudadanos ucranios que huyen despavoridos ante el avance de las tropas rusas. No obstante, es aún pronto para deducir que China está abandonando la ambigüedad calculada con la que ha reaccionado ante la invasión rusa de Ucrania.

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Una amistad chino-rusa duradera

Tampoco puede olvidarse el amplio comunicado conjunto que Putin y Xi Jimping firmaron con motivo de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno celebrados en Pekín, en el que ambos prácticamente se juraron amistad eterna y sentaron las bases de lo que consideran debe ser un nuevo orden mundial. Pero es precisamente por esa cercanía política y admiración mutua por lo que no parece haber en estos momentos nadie mejor que Jimping para convencer a Putin de que deponga las armas y se siente a negociar.

A favor de esa posibilidad juega sobre todo la convergencia de intereses políticos, económicos y geoestratégicos entre ambos países y la necesidad de China de mejorar su imagen ante el mundo y ser visto como un país constructivo y pacificador, todo lo cual es siempre bueno para los negocios, que al fin y al cabo es lo que más importa al capitalismo chino de estado.

Pocas razones para el optimismo

Por desgracia, la tibieza bien calculada de China ante la invasión rusa no invita a ser optimista de momento. A fecha de hoy el régimen chino se niega a hablar de “guerra”, “invasión” o “ataque” de Rusia contra Ucrania, mientras los medios chinos – controlados por el régimen comunista - tratan el asunto con sordina. A pesar de que entre los mantras de la política exterior china figura desde hace mucho tiempo el respeto a la soberanía y a la integridad territorial de los estados, en esta ocasión el régimen chino no ha condenado la invasión de un país soberano como Ucrania ni el reconocimiento por Putin de las repúblicas separatistas pro rusas de ese país. La contradicción con la reivindicación china de Taiwán es tan flagrante que los mandatarios del Partido Comunista de China seguramente tendrán que recurrir a Mao y a su libro “Sobre las contradicciones” para resolverla.

Asimismo, China “comprende” las necesidades de seguridad que tiene Rusia, en alusión a la presencia de la OTAN en algunos de los países de la antigua órbita soviética, pero no dice nada de las mismas necesidades de seguridad que tiene Ucrania ante la expansión rusa ni de su capacidad soberana para pertenecer a la OTAN si así lo decide democráticamente. Cuando China y Rusia hablan en su comunicado del 4 de febrero de un nuevo orden mundial basado en una “seguridad común, comprensiva, cooperativa y sostenible”, están hablando en realidad de frenar la posibilidad de que los países de su entorno geoestratégico puedan incorporarse a la OTAN si así lo desean.

Frente antidemocrático

Por lo demás, ambas potencias comparten intereses económicos y geoestratégicos en terrenos tan importantes como la energía, los derechos humanos o el control de internet y ambas son tal para cual desde el punto de vista político: regímenes dictatoriales que comparten su desprecio por la democracia y los valores de un Occidente al que perciben en decadencia y sin un liderazgo fuerte.

De manera que, salvo que se produzca un giro en la posición que ha mantenido ante la agresión de Putin a Ucrania, con su ambigüedad y su doble juego China está demostrando hasta ahora ser más un firme aliado de Rusia que un país verdaderamente comprometido con la paz y la seguridad por mucho que sea esa la imagen que le interese transmitir al mundo.

A pesar de todo, no queda más remedio que admitir que China es la única posibilidad real de conseguir que el sátrapa de Moscú ordene al menos parar los ataques contra la población civil indefensa. Ahora bien, hasta que ese momento llegue y cese la vesania injustificada del agresor, Occidente tiene la obligación de seguir apoyando militarmente la resistencia y acogiendo a los refugiados que huyen del infierno en el que Putin ha convertido a su país y del que China es, a fecha de hoy, cómplice consciente.

Y Ucrania cogió su fusil

Todo indica de momento que el brutal ataque ruso contra Ucrania no está siendo el paseo militar que seguramente imaginó el sátrapa de Moscú cuando lo planeó cuidadosamente. A pesar del gran desequilibrio de fuerzas a favor del agresor, el agredido está demostrando una entereza, un valor y un patriotismo que pocos esperaban, y menos que nadie un Occidente al que la respuesta del pueblo ucraniano y de su gobierno parece haber ayudado a despertar de su pasividad contemplativa para animarle a tomar decisiones inéditas, entre ellas prestar apoyo militar a un país injustamente agredido, en donde soldados y civiles luchan codo con codo en las calles para conservar su soberanía y su libertad frente a la tiranía moscovita.

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Europa despierta

Aunque se lo ha pensado tal vez más de lo que debería haberlo hecho, las sanciones y restricciones que tanto la Unión Europea como Estados Unidos están aplicando al régimen ruso pueden hacerle un importante descosido a la economía. Incluso podrían conseguir que la incipiente ola interior de protestas contra la guerra crezca y se convierta en un peligro serio para la continuidad del dictador en el poder. Este es, por cierto, otro efecto colateral de la invasión que seguramente Putin tampoco tuvo en cuenta cuando decidió echarse al monte.

Las medidas adoptadas hasta el momento no agotan el arsenal de sanciones y restricciones que aún puede y debe aplicar Occidente para que Putin empiece a calibrar los enormes costes económicos y políticos que tendrá su aventura expansionista en Ucrania. Sacar del sistema internacional de pagos a todo el entramado financiero ruso y no solo a unos cuantos bancos, ampliar y endurecer el bloqueo de cuentas corrientes y otros intereses rusos en el exterior, expulsar a Rusia de las organizaciones multilaterales de todo tipo, suspender indefinidamente las relaciones diplomáticas llamando a consulta a los embajadores en Moscú y expulsando a los representantes diplomáticos de Putin, abrir las puertas de la UE a Ucrania y reforzar aún más la cooperación militar con este país son solo algunas de las cartas que habría que poner sobre la mesa sin demasiada tardanza y en función del desarrollo de los acontecimientos.

La amenaza nuclear

La amenaza nuclear lanzada por Putin parece revelar más debilidad que fortaleza y puede que sea la consecuencia directa de que las cosas sobre el terreno militar no están saliendo de momento como esperaba. No obstante, se trata de un elemento que Occidente debe sopesar cuidadosamente ante la imprevisibilidad de este personaje, ya que supone un reto a la hora de mantener y reforzar el apoyo militar a Ucrania frente a la invasión. En ese contexto debe valorarse también la histórica decisión del gobierno alemán de elevar sustancialmente el presupuesto de defensa, señal de que en algunos países europeos se empiezan a tomar muy en serio la amenaza que representa Putin para la seguridad y la paz del viejo continente. De hecho, lo que está ocurriendo en Ucrania debería activar de una vez la idea de que la UE pueda contar con una fuerza de intervención rápida frente a países hostiles como Rusia. 

Ante un escenario tan volátil es muy arriesgado hacer cábalas sobre lo que ocurrirá en los próximos días o semanas. A priori y sobre el papel, la diferencia de fuerzas lleva a suponer que Ucrania terminará sucumbiendo ante Rusia y en Kiev se instalará un gobierno títere de Moscú que sustituya al del presidente Zelenski, el inesperado líder que con su arrojo, lealtad y valentía se ha convertido en un icono de la lucha de su país contra la tiranía. 

"La gran pregunta es cuál sería el plan b de Occidente si Rusia convierte a Ucrania en su patio trasero"

La gran pregunta es cuál sería el plan b de Occidente si efectivamente Rusia convierte a Ucrania en su patio trasero y Putin sienta en la silla presidencial del gobierno de Kiev a una marioneta cuyos hilos pueda mover a placer. La anexión por la fuerza de Crimea en 2014 y la creación de dos repúblicas separatistas pro rusas en el este de Ucrania ante la pasividad occidental, sentó un pésimo precedente para la situación actual. Si Rusia consigue hacerse con el control completo de Ucrania a raíz de esta invasión estarían en peligro las repúblicas bálticas, en donde ya empiezan a tentarse la ropa. Y no es descabellado pensar que detrás de esas repúblicas podrían venir otros países como Finlandia o Suecia, a los que el Kremlin ya les ha lanzado un amenazante aviso. 

Unidad de los demócratas frente a la tiranía

Sabemos que ese tipo de amenazas forman parte de la propaganda bélica rusa, aunque no por ello deberíamos ignorarlas del todo. Las democracias occidentales y en particular las europeas, con la UE a la cabeza, se enfrentan al mayor desafío de seguridad de su historia desde la II Guerra Mundial. La unidad de los demócratas es esencial en unos momentos en los que se deben tomar decisiones también históricas que, además, tendrán un elevado coste para los ciudadanos occidentales y para unas economías castigadas por la pandemia que apenas empezaban a levantar la cabeza. 

Ante esa realidad, es intolerable que fuerzas políticas con responsabilidad de gobierno como Podemos pongan palos en las ruedas que demoren y minimicen la respuesta del Gobierno español en relación con la diligencia y la contundencia con la que han respondido otras capitales europeas ante esta crisis. Si en Podemos prefieren estar con el agresor y no con el agredido, allá ellos con su filias y sus fobias y su torcida interpretación de la democracia. Pero que tengan al menos la decencia de abandonar el Gobierno si tanto les incomoda que nuestro país se sume a los esfuerzos para apoyar a Ucrania en estos momentos cruciales de su historia. Le harían un gran favor a España y a la causa de la democracia y la libertad. 

No a la guerra, sí a la democracia

Con este mismo título publiqué un post a finales de enero en el que expresaba las débiles esperanzas que tenía entonces de que la diplomacia consiguiera evitar el ataque contra Ucrania que preparaba el sátrapa de Moscú. Había reuniones e intercambio de documentos, contactos telefónicos e incluso algún líder europeo como Macron se acercó al Kremlin para intentar convencer al zar Putin de que depusiera las armas. Si repito hoy ese título es porque los acontecimientos de las últimas horas hacen que esté más vigente que nunca, a pesar de que no tengo dudas de que todo ha sido un paripé urdido y planificado desde hacia tiempo por el macho alfa de Moscú, por cuya cabeza probablemente nunca pasó la posibilidad de dar marcha atrás y retirar la amenazante presencia de sus tropas en las fronteras con el país vecino. Su verdadero objetivo no era evitar la guerra, sino ganar tiempo para crear el relato y buscar la excusa que justificara su intolerable agresión militar a un país soberano.


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No hay término medio: o con la democracia o con la dictadura

Con la agresión rusa contra Ucrania han renacido de sus cenizas muchos de los viejos demonios europeos, esos que creíamos enterrados para siempre después de la guerra en Yugoslavia o tras la derrota del nazismo y las sangrientas invasiones de países soberanos por las tropas hitlerianas. No es momento de andarse con rodeos, medias tintas, excusas o equidistancias, ni de buscar en otras invasiones del pasado la coartada para intentar justificar la que ha iniciado Rusia contra Ucrania; es momento de solidarizarse con el agredido pueblo ucraniano y con su Gobierno y rechazar con la máxima contundencia el autoritarismo de Moscú y su desprecio a la convivencia internacional bajo reglas compartidas. Es momento, en definitiva, para estar con la democracia representada por el pueblo de Ucrania y contra el autoritarismo encarnado por Vladimir Putin.

La tan infame como gigantesca agresión rusa a Ucrania tiene un objetivo claro y preciso que solo los ciegos voluntarios o los compañeros de viaje de Putin, entre los que figuran algunos de los apoyos de Pedro Sánchez, se niegan a ver: convertir a ese país en el patio trasero de Moscú y frustrar la posibilidad de que la democracia arraigue en Kiev, lo cual representaría un mal ejemplo para el pueblo ruso al que el dictador del Kremlin gobierna con puño de hierro en falso guante democrático. De este modo pretende evitar también que Ucrania, en el pleno ejercicio de su soberanía, se acerque a la Unión Europea y se integre en la OTAN si así lo decidieran los ucranianos. 

La OTAN y el sueño expansionista de Putin

El avance ruso hacia la capital del país atacado hace pensar que entre los planes de Putin está colocar un gobierno títere en Kiev, al estilo de los que ya controla en Bielorrusia y otras exrepúblicas de la desaparecida Unión Soviética. Por ahora, el hecho de que varios países de la antigua órbita soviética como Letonia, Lituania, Estonia, Rumanía, Polonia o Bulgaria sean hoy miembros de la OTAN supone un serio obstáculo para sus planes expansionistas y su sueño de recomponer y poner de nuevo bajo control moscovita los restos del derruido imperio comunista. 

Después de la agresión de 2014, en la que Moscú se anexionó Crimea por la fuerza y dio pábulo a dos repúblicas separatistas pro rusas en el este de Ucrania ante la impotencia de Occidente, la nueva invasión supone un serio desafío para la OTAN, para Estados Unidos y para una inerme Unión Europea, a cuyas puertas se desarrolla este flagrante atropello al derecho internacional. Descartado un enfrentamiento militar entre Rusia y la OTAN por las consecuencias apocalípticas a las que podría dar lugar, la respuesta occidental no puede ser otra que la de sancionar de manera verdaderamente ejemplar y aislar al régimen autoritario ruso, sobre el que debe caer el oprobio y el desprecio de la comunidad democrática internacional y de todos los demócratas del mundo. Como ha señalado Biden, el presidente ruso merece convertirse en un paria de la comunidad internacional. 

"Dejar las manos libres a Putin no es una opción"

Las sanciones deben ser inmediatas y contundentes, de manera que sus efectos se dejen sentir cuanto antes tanto sobre los responsables políticos del ataque como en los sectores más estratégicos de la economía rusa. Aún así no oculto que soy escéptico sobre la eficacia de las sanciones, que además pueden funcionar como un boomerang para las economías europeas, pero no imagino de qué otra manera puede responder el mundo democrático ante este atropello si descartamos la alternativa militar. Dejar las manos libres a Putin no es una opción por el precedente que ya supuso la invasión de 2014 y porque no es solo Ucrania la que está en su punto de mira. En todo caso, la imposición de sanciones tiene que ser compatible con la posibilidad de encauzar la situación por la vía diplomática, lo cual debería ser prioritario. 

La ambigüedad china

Con todo, la principal dificultad para obligar a Putin a dar marcha atrás la encontramos en la ambigüedad de China, cuyo líder ha condenado el ataque a la soberanía ucraniana al tiempo que se ha mostrado comprensivo con “las necesidades de seguridad de Rusia”. Mucho me temo que si la dictadura comunista china no se desmarca de la autocracia rusa, algo poco probable por ahora, Europa en particular y el mundo en general pueden situarse a un paso del abismo. Hoy más que nunca se echa en falta unidad, determinación y liderazgo democrático mundial capaz de parar los pies a Putin y de reconducir una situación altamente volátil y de una potencialidad destructiva brutal. Por desgracia, si buscamos liderazgo en la ONU no lo hayamos, si miramos a Estados Unidos deja bastante que desear y sobre la vieja Europa, a cuya seguridad afecta directamente el belicismo ruso, es mejor correr un tupido velo. 

La caída del Muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética despertaron en su día grandes dosis de esperanza en el avance de la democracia en todo el mundo, pero la desilusión no tardó en llegar. El ascenso mundial del capitalismo de estado chino sin libertades y el régimen a caballo entre la autocracia y la cleptocracia que ha implantado Putin en Rusia, son hoy dos de las principales amenazas para un mundo más libre, democrático, justo y en paz. Espero no parecer alarmista, pero creo que el injustificado y bárbaro ataque ruso a Ucrania puede ser un nuevo paso hacia un conflicto global que nos alejaría aún más de lo que ya estamos de ese objetivo y que podría convertirse en el conflicto final. Es imprescindible y urgente parar esta locura. 

En la fiesta de Boris

Si Churchill levantara la cabeza y viera en qué se ha convertido la Gran Bretaña de sus desvelos sería incapaz de reconocerla: aislada otra vez de la Europa por la que tanto hizo para librarla de los nazis y en manos de un histrión de pelo alborotado, del partido conservador como él y convencido de que las normas que su propio gobierno impone a los ciudadanos no le afectan y se las puede saltar cada vez que le plazca. Y no es que sir Winston no fuera un entusiasta consumidor del agua de fuego escocesa o no procediera también de la exclusiva élite social británica de su tiempo, como ocurre con el inquilino actual del 10 de Downing Street. Es simplemente que jamás habría permitido que el Gobierno de Su Majestad cayera en el profundo descrédito político y social dentro y fuera del país, al que lo ha llevado un señor tan peleado con el peine como con la verdad desde que hizo sus pinitos periodísticos antes de meterse en política.


Viviendo la vida loca

Todo el mundo sabe ya que a Boris Johnson le va la marcha, y no me refiero a correr ataviado con gayumbos de colores chillones. Hablo de las fiestas en las que participó durante la pandemia, mientras sus compatriotas eran multados o llevados ante los tribunales por saltarse las restricciones o se veían obligados a quedarse en casa confinados. Por no hablar de la reina, que tuvo que velar sola el cadáver del duque de Edimburgo mientras la noche anterior Johnson y sus amigotes se echaban unos lingotazos al coleto, no en una, sino en dos fiestas distintas. Una decena de estos saraos tuvieron lugar en la residencia oficial de Downing Street y para algunos se pidió incluso a los invitados que hicieran honor a la vieja tradición británica de llevar su propia bebida cuando vas de visita. 

La primera reacción de Johnson cuando el asunto se convirtió en carne mediática fue la clásica de todo político pillado en un renuncio: lo negó todo sin despeinarse y alegó que en realidad no eran alegres cuchipandas sino reuniones de trabajo, eso sí, bien regadas con toda clase de destilados ya que, como es sabido, no hay método más eficaz para rendir en el curro que empinar el codo con unos generosos chupitos de ginebra, whisky, vino o lo que se tercie. Pero las mentiras tienen las patas muy cortas y Johnson no tuvo más remedio que pedir perdón por hacer botellón en tiempos de pandemia. Su excusa, si es que se la puede llamar así y no expresión máxima de cinismo, es que nadie le avisó a tiempo de que esas fiestas de duro esfuerzo laboral violaban las normas implantadas por su propio gobierno. 

"Johnson ha pedido perdón por hacer botellón en tiempos de pandemia" 

Acorralado por un amplio sector de sus compañeros conservadores, por la oposición, los medios y la opinión pública, Johnson se aferra al cargo como un beodo a su copa. Su futuro político pende en buena medida de un informe interno y otro policial sobre la legalidad de las parrandas en las que tomó parte. Del informe interno es responsable Sue Gray, una alta funcionara norirlandesa de nítido perfil independiente, que lleva más de 30 años supervisando la labor de los sucesivos gobiernos británicos y que ha ganado fama por haber hecho morder el polvo a más de un político de conducta poco edificante. 

Una huida hacia adelante 

El informe de Gray está desde este lunes en manos del Gobierno, aunque lo que ha trascendido a la opinión pública no es más que una versión recortada y desleída con la excusa de no interferir en la investigación abierta también por Scotland Yard, que en este asunto da a veces la impresión de actuar como aliado del primer ministro. En su informe Gray reprocha el excesivo consumo de alcohol, la escasa ética y los fallos de liderazgo en Downing Street. La funcionaria ve esos comportamientos de "difícil justificación" y los califica de "negligencias inexcusables"

Johnson ha reiterado las disculpas en el Parlamento, ha prometido que lo arreglará y ha pedido a la oposición y a los suyos que antes de reclamar su cabeza esperen por el informe policial. Su objetivo es ganar tiempo para salvar el pellejo a cambio de darle el finiquito a buena parte de su gobierno e intentar recuperar la confianza de los británicos. De paso también está aprovechando la crisis ruso - ucraniana para actuar como el primo de Zumosol: esta semana tiene prevista una visita a las tropas británicas en la zona e incluso una reunión con Putin en lo que parece un intento claro de desviar la atención sobre su vida loca. 

Una comparación odiosa

Aquí abro un pequeño paréntesis: a la vista de lo que está pasando en Gran Bretaña estos días es muy tentador hacer una rápida comparación entre el funcionamiento de la democracia británica, la más veterana del mundo, y la española, por odioso que pueda ser el resultado. Mencionaré solo dos aspectos: mientras en el Reino Unido todavía  hay una prensa que cumple su papel fiscalizador del poder, independientemente del partido que ocupe el gobierno, en España es casi seguro que se habría impuesto la afinidad política sobre la verdad. Y mientras en el Reino Unido el Parlamento cumple su función de control al gobierno y hay organismos independientes que vigilan el cumplimiento del código ético de los políticos en el poder, en España se vulnera la Constitución por partida doble, se ningunea al Congreso y solo queda un Poder Judicial controlado por los partidos para hacer de contrapeso del Ejecutivo. Cierro paréntesis.

Volviendo al señor Johnson, su futuro político no parece muy halagüeño, aunque en política nunca se puede afirmar nada con absoluta certeza. Lo cierto es que siete de cada diez británicos desaprueban su gestión y en su partido son muchos los que lo dan por amortizado. En todo caso será el Parlamento el que tenga la última palabra, pero en un país como Gran Bretaña, poco tolerante con la mentira política, la carrera pública de Johnson parece estar llegando a su fin, o al menos así debería ser habida cuenta los claros deméritos contraídos por este atrabiliario personaje a su paso por Downing Street. Como diría un británico, the party is over, Boris.

No a la guerra, sí a la democracia

Si mientras hay vida también hay esperanza, mientras trabaje la diplomacia cabe confiar en que no se imponga el lenguaje de las armas. Ese es el punto en el que nos encontramos ante el aumento de la tensión en la frontera rusa con Ucrania, en donde el autocrático presidente ruso Vladimir Putin ha concentrado no menos de 100.000 soldados y numeroso armamento. Es difícil predecir si recibirán la orden de entrar en Ucrania o si todo quedará en una exhibición de músculo militar, pero lo que es seguro es que no están allí de vacaciones. En todo caso, este despliegue militar sin precedentes tiene un objetivo claro y preciso que solo los ciegos voluntarios o los compañeros de viaje de Putin se niegan a ver: advertir de que el régimen ruso usará la fuerza militar si es preciso para convertir a Ucrania en su patio trasero e impedir que el país, en el ejercicio pleno de su soberanía, opte si lo desea por darle la espalda al autoritarismo moscovita para mirar hacia la UE e integrarse incluso en la OTAN. 

Pocas esperanzas de una salida diplomática

Esa posibilidad, reclamada por el pueblo ucranio en las calles hasta forzar la caída del gobierno prorruso, fue la causa real que llevó entonces a Putin a cometer un acto de flagrante violación del derecho internacional al anexionarse por la fuerza de las armas la península de Crimea y apoyar a los separatistas prorrusos del Donbas. En ese conflicto militar que dura ya ocho años han perdido la vida casi 14.000 personas, 3.000 de ellas civiles. 

Visto ese y otros precedentes de cómo las gasta el zar del Kremlin para imponer su hegemonía en la región, escasean las esperanzas de que se consiga evitar un enfrentamiento militar en la zona. Que Estados Unidos haya pedido al personal no esencial de su embajada en Kiev y a los estadounidenses que se encuentren en Ucrania que abandonen el país, al tiempo que baraja enviar tropas y armamento a la zona, no contribuye tampoco a ver la situación con demasiado optimismo aunque en paralelo continúen los contactos diplomáticos. 

"Lo que aquí se dirime no es otra cosa que el control ruso de Ucrania"

Lo que aquí se dirime no es otra cosa que el control ruso de Ucrania, en donde Putin podría estar pensando incluso en instalar un gobierno títere favorable a sus intereses geoestratégicos. No sería la primera vez que haría tal cosa con algunas de las repúblicas exsoviéticas que no logran librarse del yugo de Moscú, así que ya debería extrañarnos más bien poco que tenga los mismos planes para Ucrania. Sin embargo, el hecho de que varios países de la vieja órbita soviética como Letonia, Lituania, Estonia, Rumanía, Polonia o Bulgaria sean hoy miembros de la OTAN, supone un serio obstáculo para sus planes expansionistas y su sueño de recomponer y poner de nuevo bajo control de Moscú los restos del derruido imperio comunista. 

El zar de todas las Rusias y Podemos

A la espera de lo que ocurra en las próximas horas o días, este pulso le está sirviendo a Putin para estudiar las reacciones de Estados Unidos y de sus aliados y detectar sus puntos débiles. Por lo pronto ha desplazado a la UE de las conversaciones con Estados Unidos, lo que supone un nuevo revés para la ya de por sí gris política exterior comunitaria. También estará tomando buena nota de la crisis del Gobierno británico por las fiestas locas de Johnson y del ambiente electoral francés, dos situaciones desfavorables para la unidad que en estos momentos deben mostrar las democracias occidentales frente al abrazo con el que el oso ruso pretende asfixiar a Ucrania. En cuanto a EE.UU. sabe de la escasa popularidad de Biden e intentará sacar rédito del descrédito que sufre la democracia norteamericana entre los propios estadounidenses. 

En este contexto hay que valorar en su justa medida la posición del presidente español y de los ministros de Defensa y Exteriores, que han apostado por la diplomacia sin renunciar a ofrecer apoyo militar disuasorio como corresponde a un país miembro de la OTAN en una situación de este tipo. Sin embargo, más allá del postureo propagandístico del presidente en las redes sociales a propósito de esta crisis, lo más lamentable de todo es que la que debería ser una posición unánime del Ejecutivo sea solo la de uno de los dos partidos que lo conforman. 

"Putin tiene en Podemos un aliado de facto para hacerle el caldo gordo"

Putin tiene en España un aliado encantado de hacerle el caldo gordo: la pata podemita del Gobierno, que no ha tardado en desempolvar las pancartas contra la guerra de Irak y entonar un abstracto y vacío "No a la guerra", como si aquel conflicto y el que se cierne ahora sobre Ucrania fueran comparables. Una vez más esto no dice nada bueno en favor de la lealtad institucional de los socios en los que Sánchez se apoya para conservar el poder y cuya elección es de su exclusiva responsabilidad: en el pecado lleva la penitencia de su irrelevancia internacional por presidir un Gobierno tan poco fiable que Estados Unidos le ignora en las consultas con sus aliados. 

Consumados expertos en ser gobierno y oposición a un mismo tiempo y sin despeinarse, los de Podemos obvian deliberadamente el carácter autoritario del régimen ruso y se alían de facto con un autócrata que aspira a convertirse en el nuevo zar de todas las Rusias. Para que su mensaje pacifista fuera algo más que un eslogan manido y tuviera algún sentido, lo deberían dirigir contra quien está amenazando de nuevo con las armas las fronteras de un país soberano. Ya de paso lo bordarían si también fueran capaces de proclamar por una vez un rotundo, alto y claro "Sí a la democracia" y renegaran para siempre de sus indisimuladas simpatías hacia gobiernos autoritarios y dictatoriales como el ruso. 

La democracia no habla ruso

Las relaciones entre Estados Unidos y Rusia, siempre complejas y difíciles, se han vuelto a tensar ante la posibilidad de una nueva invasión rusa de Ucrania. Las noticias sobre la concentración de tropas rusas en la frontera entre ambos países no auguran nada bueno y recuerdan mucho a lo ocurrido en 2014. Con ese telón de fondo se acaba de celebrar la primera Cumbre de la Democracia, un evento convocado por Joe Biden en el que han participado virtualmente un centenar de países. Entre los invitados no han estado Rusia, China, Hungría o Turquía, pero sí Taiwan, Brasil o Polonia. La lista de invitados y excluidos choca de frente con algunos de los mensajes lanzados por el propio Biden en la primera jornada de la Cumbre: "La democracia necesita defensores", dijo el presidente estadounidense ante mandatarios en cuyos países la democracia está como mínimo en cuarentena cuando no en derribo. Como era de esperar, rusos y chinos se lo han tomado a mal y, no faltos de algo de razón, han acusado a Estados Unidos de repartir certificados de democracia según sus intereses geoestratégicos. 

EFE

Una cumbre para hacer amigos

Los observadores de la actualidad internacional se han preguntado por el sentido y la utilidad de esta cumbre, sin más objetivos conocidos que el de celebrar otra el año que viene para estudiar los "informes" elaborados a raíz de la primera. Que más de un centenar de líderes mundiales dediquen tiempo y esfuerzo a hablar por hablar de por qué la democracia no pasa por sus mejores días, no parece de una gran ayuda para que vaya mejor. Sobre todo cuando, como en el caso del presidente español, se aprovecha la ocasión para presumir de lo que se carece. Según aseveró Sánchez en la cumbre, hay que promover la "participación política" de la ciudadanía y "la transparencia y la rendición de cuentas por parte de los responsables públicos", justo lo contrario de lo que es práctica habitual suya y de su gobierno.

Al margen de las inconsecuencias a las que ya nos tiene acostumbrados el presidente español, la convocatoria parece responder sobre todo a la necesidad de Biden de ir conformando un bloque de aliados ante la hipótesis de un conflicto con Rusia y China, algo que los analistas no creen improbable en un futuro tal vez no lejano. Una nueva invasión rusa de Ucrania supondría otro desafío para la OTAN, que es como decir para Estados Unidos, y para la Unión Europea, a la que Putin no le profesa precisamente mucha simpatía y a la que le interesa desestabilizar por todos los medios. Y todo esto con el gigante chino al acecho para tomar posiciones que favorezcan sus planes de expansión mundial a costa de Occidente. Dicho de otro modo, pareciera como si estuviéramos volviendo a los tiempos de la guerra fría de bloques mundiales bien definidos, antagónicos e irreconciliables. 

"En otro contexto internacional esta cumbre nunca se habría celebrado"

Dudo mucho que en un contexto internacional que no estuviera marcado por las tensiones con Rusia y China, Biden hubiera convocado una cumbre en la que probablemente haya sido la salud de la democracia global la menor de sus preocupaciones. De hecho, los índices de confianza en la democracia de su propio país y en muchas otras democracias occidentales no han dejado de descender en los últimos años; a su vez han ido en aumento los ciudadanos que viven en países democráticos pero ven con simpatía algunos regímenes autoritarios. Más allá de los tópicos que ha dado de sí la cumbre, no resulta muy creíble esta súbita preocupación de Biden y de los líderes mundiales participantes por la democracia ni por las causas por las que está fallando y los ciudadanos se están alejando cada vez más de la política. Entre otras cosas porque, en no pocos casos, esos mismos líderes puede que sean precisamente parte del problema en vez de la solución.

La autocracia rusa

Mientras China no se ha molestado nunca en ocultar su condición de dictadura comunista combinada con un feroz capitalismo de estado, Putin intenta en vano hacer creer que no es un autócrata que elimina o encarcela opositores, controla en su beneficio los procesos electorales y maneja a placer los medios de comunicación. Sin embargo, eso no le impidió a Pablo Iglesias, seguramente traicionado por el subconsciente, darle en su día la razón al gobierno ruso cuando se permitió comparar el encarcelamiento del líder opositor Alexéi Navaltny con el irreprochable proceso judicial seguido contra los independentistas catalanes. Perdería el tiempo quien intentara encontrar en el pensamiento político de Putin una brizna de respeto por la democracia representativa, de la que su país a duras penas mantiene las apariencias. Su ideólogo de cabecera es el oscuro pensador fascista ruso Iván Illyín (1883 - 1954), admirador de Hitler y de Mussolini, que abogaba por anteponer la voluntad y la fuerza al imperio de la razón y de la ley. No cabe imaginar nada más alejado de la democracia que esa forma de pensar.  

Putin traduce ese pensamiento ultraderechista en un liderazgo populista de comunión mística con el pueblo, la manipulación de la opinión pública y una actitud amenazante ante sus opositores y ante quienes discutan el derecho de Rusia a recuperar y a unir de nuevo bajo su égida los restos dispersos de la extinta Unión Soviética. En todo régimen autocrático o dictadura que se precie es obligatorio echar mano de un enemigo exterior al que responsabilizar de los problemas del país, que sirva además de coartada para justificar determinadas decisiones. Los enemigos exteriores preferidos de Putin para esos menesteres son los Estados Unidos, la OTAN o la Unión Europea y contra ellos dirige su arsenal mediático y, sobre todo, sus ataques cibernéticos y la propalación de bulos. No  resulta exagerado considerar al régimen ruso como el inventor de los bulos y las noticias falsas destinadas a desestabilizar a sus adversarios. En la mente de todos está, por ejemplo, lo ocurrido en las elecciones estadounidenses que dieron el triunfo a Trump, con el que no por casualidad Putin hacia tan buenas migas. 

"No es exagerado considerar al régimen ruso como el inventor de las noticias falsas"

La caída del Muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética despertaron en su día grandes dosis de esperanza en el avance de la democracia, pero la desilusión no tardó en llegar. El ascenso mundial del capitalismo de estado chino sin libertades y el régimen autocrático que se ha implantado en Rusia son hoy dos de las principales amenazas para un mundo más libre, democrático, justo y en paz. La posible invasión de Ucrania sería otro paso hacia un conflicto global que nos alejaría más de lo que ya estamos de ese objetivo. Reforzar la democracia mejorando y respetando el funcionamiento de las instituciones es crucial para responder al avance del autoritarismo y los populismos en todo el mundo. 

Pero no parece que la mejor forma de lograrlo sea convocando cumbres a la defensiva como ha hecho Biden, agobiado por los desafíos internacionales a los que se enfrenta su país. La clave está en identificar qué falla y aplicar remedios democráticos, alejados del populismo en boga, que contribuyan a recuperar la confianza en la democracia y la participación en la vida política de una ciudadanía informada de la que, en último extremo, dependerá que este sistema de gobierno sobreviva o se convierta en otra cosa. Timothy Snyder, catedrático de Historia en Yale, escribe en su libro "El camino hacia la no libertad", (Galaxia Gutenberg, 2018), en el que analiza a fondo el régimen de Putin,  que "a la hora de la verdad, la libertad depende de los ciudadanos capaces de distinguir entre lo que es verdad y lo que quieren oír. El autoritarismo no llega porque la gente lo quiere, sino porque pierde la capacidad de distinguir entre los hechos y los deseos". 

El Brexit tenía un precio

No es fácil encontrar a alguien que aún crea sinceramente que a los británicos no los engañaron como a chinos quienes les vendieron la moto trucada de que tras el Brexit todo serían rosas y cerveza. Más de cinco años después de un referéndum del que hoy reniegan muchos de los que decidieron hacerle un corte de mangas a la UE, todo lo que podía salir mal está saliendo mal y aún puede empeorar bastante. Especialmente si continúa mucho más tiempo al frente del gobierno del país un señor que está consiguiendo lo que parecía inimaginable hasta no hace tanto, que el prestigio internacional de Gran Bretaña haya descendido hasta niveles que conseguirán hacer que Churchill y la reina Victoria se revuelvan en sus tumbas. Son los mismos cinco años largos que llevamos el resto de los europeos soportando una interminable murga de quien nunca se sintió del todo a gusto en el club comunitario como no fuera para beneficiarse de todas sus ventajas y eludir todas las obligaciones. Casi siempre les pudo más el aislacionismo frente al continente y mantener una relación privilegiada con los primos americanos, y fue al final esa visión alicorta la que los ha metido en un callejón del que seguramente saldrán, aunque a cambio de un enorme coste económico y social y de perder la imagen de país serio que hace honor a sus compromisos internacionales.

Cinco años mareando la perdiz

Si la negociación para acordar los términos de la salida del Reino Unido de la UE ya fue una historia interminable llena de desplantes, exigencias y moratorias por parte británica, la gestión de la situación posterior a la marcha definitiva está resultando no menos esperpéntica e insufrible. La piedra que aprieta ahora el zapato de Boris Johnson y los suyos es el protocolo sobre Irlanda del Norte, que el Gobierno británico califica de “altamente perjudicial” al entender que divide en dos el Reino Unido debido a los controles aduaneros en el Mar de Irlanda. Estos controles convierten a Irlanda del Norte en territorio sujeto a las normas del mercado único y a la unión aduanera de la UE y son la manera acordada por Londres y Bruselas de evitar una frontera física con la República de Irlanda para salvaguardar los Acuerdos de Paz del Viernes Santo.

La ex primera ministra Theresa May lo rechazó en su día, pero su sucesor lo firmó sin rechistar en octubre de 2019 y no abrió la boca tampoco cuando en diciembre de 2020 cerró con Bruselas el acuerdo de la relación futura con la UE. Ha sido en octubre de este año cuando ha caído en la cuenta de que es “altamente perjudicial” para su país y se ha plantado, rechazando incluso la jurisdicción del TJUE para resolver las diferencias que pudieran surgir en la aplicación del acuerdo. 

Bruselas, siempre tan comprensiva con Londres, ha acudido rauda con la zanahoria y el palo: por un lado ofrece reducir un 80% los controles aduaneros y por otro amenaza con sanciones sin cuento al Reino Unido. A nadie se le escapa que unas buenas relaciones entre el Reino Unido y la UE benefician a ambas partes en muchos terrenos, no solo en el económico. Pero dicho esto, no es de recibo que el Gobierno británico tome el pelo a la otra parte, actúe unilateralmente y deshonre el cumplimiento de unos acuerdos que, según ha revelado estos días un exasesor resabiado de Johnson, en realidad éste nunca tuvo intención de cumplir.

Un prestigio por los suelos

Uno no puede menos que asombrarse ante la pendiente por la que se desliza el Reino Unido desde que se puso el Brexit sobre la mesa y se esparció por todo el país la especie falsa de que fuera de la Unión Europea los británicos no tardarían en atar los perros con longanizas. Sin embargo, cinco años después lo que se plantean es sacrificar 100.000 cerdos por falta de carniceros. Prometieron también que subirían los salarios cuando se fueran los inmigrantes y hoy casi no hay conductores suficientes para llevar combustible a las estaciones de servicio y tienen que recurrir a los militares. El ofrecimiento de 5.000 visados temporales para atraerse a parte de los camioneros que retornaron a sus países ha sido un completo fracaso: las nuevas leyes de inmigración hacen muy poco atractiva la oferta, lo que alimenta el temor de ver los puertos atestados de mercancías sin despachar y las estanterías de los supermercados vacías a las puertas de la Navidad. A todo eso hay que añadir una grave crisis de refugiados al negarse ahora Francia a aceptar la devolución de los inmigrantes que consiguen cruzar el Canal de La Mancha.

Parece la tormenta perfecta y puede que lo sea. Aunque eso no parece inquietar demasiado a un primer ministro que se fue de vacaciones a Marbella mientras en su país los conductores hacían colas en las gasolineras para repostar y en las tiendas escaseaban productos básicos como si se tratara de Venezuela. De un personaje de esa catadura política, cuya lamentable gestión de la pandemia provocó miles de muertes que se podían haber evitado, no cabe esperar que explique a sus conciudadanos qué ha salido mal con el Brexit para que no se estén cumpliendo ninguna de las doradas promesas de quienes apoyaron la salida de la UE. Johnson ha reaccionado ante la adversidad posponiendo a un futuro indefinido la felicidad que tanto se resiste a llegar, a pesar de las elevadas y patrióticas intenciones de quienes abogaron por envolverse en la Union Jack

Que no esperen los británicos que los políticos que los metieron en este desaguisado reconozcan ahora que les ocultaron las consecuencias negativas que tendría desconectar de la Unión Europea. Desde el continente sí se advirtió por activa y por pasiva de los riesgos, aunque pudieron más las mentiras y el ruido interesado de los partidarios de irse que la razón y la prudencia de quienes querían quedarse. Es lo que tienen los referendos populistas, en los que sólo cabe el "sí" o el "no" y de cuyas consecuencias negativas nadie se hace luego responsableAhora todos saben que el Brexit tenía un precio oculto del que no se les dijo una palabra y que tendrán que pagar de sus bolsillos. Se cumple aquello tan viejo pero cierto a la vez de que en el pecado está la penitencia, aunque en este caso también pagarán justos por pecadores. 

Cuba: al pan, pan y a la dictadura, dictadura

Que a estas alturas del siglo XXI aún haya quien se niegue a admitir que en Cuba rige una dictadura de libro desde hace más de seis décadas, solo puede obedecer a dos razones, ignorancia o complicidad. En el caso del Gobierno español es evidente que no puede ser la primera razón: las contorsiones y evasivas de Sánchez y algunas de sus ministras para dar rodeos y no llamar a las cosas por su nombre producen sonrojo y vergüenza. Preocupa especialmente que ministras del gobierno de un país democrático como Belarra o Díaz, nieguen la existencia de una dictadura comunista en Cuba pero sean incapaces de explicar por qué. La prudencia por los intereses españoles en la isla no puede ser una coartada para cerrar los ojos ante la realidad o para la ambigüedad y la tibieza, ante un régimen que vulnera las libertades y derechos políticos de una ciudadanía cubana frustrada y hambrienta de pan y libertad.

Reuters
El embargo como excusa

La excusa ineludible de la paleoizquierda española es acusar de las penurias económicas del pueblo cubano al bloqueo de EE.UU. Para renegar del libre mercado capitalista es paradójico lo que les preocupa el bloqueo comercial, aunque seguramente no son conscientes de la contradicción. Efectivamente, desde 1960 existe un embargo o bloqueo comercial sobre Cuba que Donald Trump endureció a finales del año pasado restringiendo o prohibiendo los viajes y las remesas a la isla, entre otras medidas. En casi treinta ocasiones la ONU ha condenado esta persistente e infructuosa política norteamericana, siempre con el voto en contra de Estados Unidos e Israel. Solo una vez Estados Unidos se abstuvo y fue coincidiendo con el mandato de Obama y su fracasado intento de normalizar las relaciones económicas y políticas entre Washington y La Habana. 

"Los defensores de la dictadura pretenden que hablemos solo del bloqueo"

Lo anterior es tan cierto como que los problemas crónicos que arrastra la economía cubana no se pueden explicar por ese factor, sin negar por ello su influencia negativa en la situación actual del país. El verdadero problema está en Cuba y es el de un modelo económico que ha fracasado históricamente en donde se ha implantado, empezando por la extinta Unión Soviética. Esa incapacidad del sistema cubano, agravada después de la desaparición de la URSS y la crisis venezolana, se ha puesto de manifiesto con una mayor crudeza si cabe durante esta pandemia. Pero en realidad llueve sobre mojado desde hace mucho tiempo, aunque los defensores de la dictadura pretendan que hablemos solo del  "bloqueo" y olvidemos quién y cómo se gobierna en Cuba. 

Dictadura de libro

Vamos a recordarlo porque parece que esos defensores lo han olvidado. En Cuba gobierna en régimen de partido único desde hace seis décadas el Partido Comunista, con lo cual estaría todo dicho. Pero digamos también que las mal llamadas elecciones son una farsa controlada por el único partido autorizado, que se vulneran los derechos humanos, que los disidentes con la dictadura son encarcelados por sus ideas políticas y que no hay nada parecido a la libertad de asociación, prensa o expresión al margen del partido. Cualquier excusa es buena para enviar a la cárcel a los discrepantes que no pasen por el aro  del partido o anularlos civilmente de por vida. Con esa disidencia eludió encontrarse Sánchez durante su visita oficial a La Habana en noviembre de 2018, en donde sí mantuvo reuniones, entre otros, con Díaz - Canel. 

EFE

En el plano económico y social, la caída del turismo por la pandemia ha paralizado la principal actividad económica, mientras la sanidad, de la que siempre ha presumido la dictadura, hace aguas por todas partes: no hay vacunas suficientes ni medicamentos esenciales y, además, encontrar alimentos básicos es una odisea. Agobiado por la situación, el Gobierno cubano permite ahora a los viajeros llevar medicamentos, alimentos y productos de aseo sin restricciones arancelarias, lo que desmiente su discurso contra el bloqueo como el causante de todos los males del país. Todo esto ha generado un explosivo caldo de cultivo que ha rebosado estos días el vaso de la paciencia social. Lo ocurrido desde el domingo en Cuba no es una revuelta orquestada por la CIA y el "imperialismo", como pretende hacer creer Díaz - Canel al mundo,  es el estallido social de buena parte de una población que no está dispuesta a seguir transigiendo con décadas de privaciones materiales y políticas y que parece haber perdido el miedo a la represión.

"Hay que estar atentos a los militares como ocurre con toda dictadura que se precie"

La continuidad de las protestas depende ahora de varios factores, entre ellos la evolución de la pandemia y de que regresen los turistas, lo que podría calmar los ánimos hasta la siguiente crisis. La jóvenes, que no vivieron la Revolución y que solo han conocido miserias, serán también decisivos en la marcha de los acontecimientos. Dando por hecho que Estados Unidos no moverá ficha mientras La Habana no haga algún gesto de apertura y con un Díaz - Canel sin carisma y a la defensiva, hay que estar muy atentos a los militares, como corresponde a toda dictadura que se precie. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias, capitaneadas durante casi medio siglo por Raúl Castro y que por ahora se mantienen en silencio dejando la represión en manos de la policía, son la verdadera clave de bóveda para determinar la continuidad o la caída del régimen castrista si las protestas van a más. Ante este panorama incierto, el máximo deseo de todo demócrata tiene que ser que los cubanos encuentren una salida pacífica y dialogada a una de las dictaduras más anacrónicas y longevas del planeta.

Desinformación y guerra política

"Exacerbar las tensiones y contradicciones (...) utilizando hechos reales y falsos y, a poder ser, una desconcertante combinación de ambos. Para que la desinformación funcione debe responder al menos parcialmente a la realidad o al menos a puntos de vista aceptados". 

Estas reflexiones figuran en la introducción del libro "Desinformación y guerra política. Historia de un siglo de falsificaciones y engaños", (Crítica, 2021) del politólogo y analista alemán Thomas Rid. El autor, profesor en la John Hopkins University, es experto en tecnología y espionaje, temas sobre los que ha escrito varios libros y sobre los que ha declarado ante el Comité de Inteligencia del Senado de los Estados Unidos y ante el Bundestag. Las cerca de quinientas páginas del libro ofrecen un documentado repaso histórico de la desinformación política desde los inicios del siglo XX hasta la expansión de Internet y las redes sociales en el XXI. 


Es una preocupación ampliamente compartida que la desinformación en forma de bulos o noticias falsas es uno de los riesgos más preocupantes a los que se enfrentan las democracias occidentales. Señala Rid que "las campañas de desinformación son ataques contra el orden liberal (policía, justicia, científicos, periodistas, administraciones, etc.)". Subraya que, "cuando se hace difícil diferenciar entre hechos y no hechos, la confianza se desmorona y el hecho lo ocupan las emociones". El propio autor ofrece la clave para resistir estos ataques: "Cuanto más fuerte y robusto es un cuerpo político democrático, más resistente será a la desinformación y más reacio a usarla y optimizarla". Rid alerta del salto cualitativo que ha supuesto para las campañas de desinformación la revolución digital, en la que es mucho más difícil controlar y evaluar estos ataques; se trata de agresiones mucho más rápidas y reactivas y menos arriesgadas para el agresor. 

A partir de estas reflexiones iniciales, Rid nos conduce a través de una larga sucesión de campañas de desinformación, cuyo inicio sitúa el 11 de enero de 1923 cuando se crea en la Unión Soviética un departamento dedicado a ese fin en el seno de la Oficina para la Seguridad del Estado (GPU), germen del futuro KGB. En un estilo que recuerda a veces a las novelas de espionaje, nos adentramos en la prolongada campaña de desinformación de la CIA contra la Alemania Oriental, las filtraciones soviéticas de documentos falsificados sobre los planes militares de EE.UU., las falsedades interesadas sobre el SIDA o las técnicas de desinformación de la Stasi, la temida policía secreta de la RDA. El objetivo de todas estas campaña, en las que los medios de comunicación siempre desempeñaron un papel esencial, a veces involuntariamente y a veces de mil amores, era dañar la credibilidad del adversario, generar confusión, polarizar las opiniones políticas y debilitar la confianza y el apoyo interno de la población a las instituciones. 

 "Las campañas de desinformación son ataques contra el orden liberal"

Con el desplome del bloque soviético se entró  en una nueva dimensión, aunque los objetivos siguieron siendo los mismos. El auge de internet y de las redes sociales produjo un salto cualitativo que hace mucho más difícil medir el alcance de las falsedades e incrementa el riesgo de que los desinformadores terminen también desinformados cuando las mentiras escapan a su control. Fenómenos como el de Anonymus o WikiLeaks marcan un antes y un después en el uso de los secretos oficiales con fines políticos. El ataque cibernético ruso al Partido Demócrata estadounidense en las presidenciales de 2016 o el hackeo, probablemente ruso también, a la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) permiten sugerir que "internet parecía estar diseñado a medida para la desinformación, incluso antes de que las redes sociales hubieran alcanzado la mayoría de edad". Si damos un paso más allá y pensamos por un momento en los sistemas digitales que controlan los arsenales nucleares y otras armas no convencionales de Rusia, China o EE.UU., es fácil imaginar las terribles consecuencias globales derivadas de un ciberataque contra objetivos militares de un país rival.

Gracias a las redes las campañas de desinformación han convertido a millones de personas en agentes involuntarios del engaño a gran escala. Basta pensar en la rapidez con la que las falacias y los bulos se extienden por la redes a golpe de tuit y de retuit para hacernos una idea aproximada de la magnitud del problema. Todos somos víctimas en potencia, no solo los ciudadanos anónimos sino medios de comunicación, periodistas, científicos, analistas, expertos en seguridad o representantes públicos. Rid nos recuerda en este punto que "anteponer la objetividad a la ideología contribuyó a abrir las sociedades y mantenerlas abiertas. Anteponer la ideología a la objetividad, en cambio, contribuyó a cerrar las sociedades y mantenerlas cerradas". En otras palabras, la desinformación persigue que antepongamos la ideología y las emociones a la objetividad y a la razón y cerremos cada vez más nuestras sociedades.

 "Anteponer la objetividad a la ideología contribuyó a abrir las sociedades y mantenerlas abiertas"

Aunque habríamos tenido una visión más equilibrada del problema si el autor hubiera incluido más casos de desinformación patrocinados por Estados Unido, el suyo es un trabajo que destaca no solo por la actualidad y la trascendencia del tema que aborda sino por la ingente documentación que maneja, buena parte de ella de primera mano a través de entrevistas personales. Concluyo el comentario haciendo mía una reflexión de Rid que creo resume muy bien el estado de la cuestión: "Al hombre de la calle le está resultando cada vez más difícil valorar y juzgar la palabra escrita. Esta cada vez más indefenso ante los monstruos que son las fábricas de opinión".