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Cuando la risa no hace gracia

El mundo musulmán clama estos días contra un supuesto video blasfemo del profeta Mahoma. Una treintena de personas han perdido ya la vida en las protestas que han recorrido la mayoría de los países de religión musulmana, entre ellas, el embajador de Estados Unidos en Bengasi (Libia). Hoy, viernes de oración en las mezquitas, seguramente será otro día de manifestaciones, quema de banderas e intentos de asalto a las legaciones diplomáticas, consulados y otros centros occidentales en esos países, lo que ha obligado a extremar las medidas de seguridad. Y confiemos en que quede sólo en eso. En medio de esta ola de protestas teñidas de violento fanatismo religioso, alentadas incluso por algunos Estados teocráticos para ganarse el favor popular, una revista satírica francesa publicó esta semana una serie de viñetas sobre Mahoma que han recrudecido las protestas al considerarlas los musulmanes más intransigentes igualmente ofensivas y blasfemas. 

La decisión de la publicación francesa ha venido también a poner de nuevo sobre la mesa si debe o no tener límites la libertad de expresión, derecho elemental en cualquier sociedad democrática. Los responsables de la revista aseguran que no debe haberlos porque la autocensura es el primer paso hacia el totalitarismo.

Ni los islamistas radicales que protestan violentamente estos días ni algunos de sus gobiernos permitirían jamás en sus países el ateísmo, que existiese libertad religiosa o que se erigiesen iglesias cristianas, sinagogas o templos budistas. Justo lo contrario de lo que exigen sus correligionarios en los países occidentales en donde se les autoriza la construcción de mezquitas y disfrutan como cualquier otro ciudadano del derecho a practicar su religión o a no practicar ninguna sin más límites que los establecidos por la Ley. Por eso, resulta asombroso que algún iluminado miembro de la Liga Árabe haya llegado incluso a proponer que la legislación de los países occidentales incluya la figura penal de la blasfemia.

¿Por qué entonces ponerle límites a la libertad de expresión? Por una sola razón: por responsabilidad y, si me apuran, por oportunidad. Las viñetas de la publicación francesa no parecen ni responsables ni oportunas porque sólo han contribuido a echar más petróleo en la hoguera del fanatismo, ya bastante extendida y violenta. Y no se trata de autocensurarse para no molestar a los intolerantes, que no tendrían los mismos miramientos si el problema fuera el inverso. Se trata de ejercer el derecho a la libertad de expresión de manera menos burda y provocadora para que no contribuya a incrementar aún más la intolerancia, sino a denunciarla y combatirla.

La crisis y el periodismo


Quieren acabar con todo" fue el lema de la pasada huelga general del 29 de marzo contra la reforma del mercado de trabajo. También con el periodismo, ese oficio canalla consistente en hacer preguntas incómodas, indagar y meter en el dedo en el ojo de los que ostentan el poder. En los últimos cuatro años han ido al paro en España más de 6.000 periodistas, según datos de la Federación de Asociaciones de la Prensa, que alerta además de la creciente precariedad del empleo de los que consiguen mantener el puesto de trabajo. Y la cifra sigue en aumento: se multiplican los expedientes de regulación de empleo, tanto da si es en medios privados o públicos. En ambos casos, siempre hay una buena excusa para justificar los despidos o el empeoramiento de las condiciones laborales de los periodistas.

En el sector privado se echa mano de la socorrida caída de los ingresos por publicidad y se aplica sin remisión la ley del embudo: en época de vacas gordas no se puede contratar ni mejorar los salarios por si vienen malos tiempos y en época de vacas flacas se despide porque los ingresos no llegan para mantener las plantillas.

Se obvia el detalle nada menor de que los que toman las decisiones en uno y otro momento del ciclo económico suelen ser los mismos altos ejecutivos, a cuyos sueldos y privilegios nunca les afectan los malos tiempos. Al contrario, se suben los sueldos o se van a la competencia después de haber jurado – como los futbolistas – amor eterno a los colores.

En el sector público la excusa perfecta es el sacrosanto déficit que todo lo puede. Para cumplir los objetivos de déficit se despide a periodistas de medios públicos – véase el ERE que pende como una afilada guillotina sobre el cuello de 20 trabajadores de la RTVC – y que a lo que se ven son, junto a otros despidos de empresas públicas, un verdadero riesgo para las cuentas públicas.

En cambio, no computan a efectos de déficit los sueldos y dietas de la legión de asesores, coordinadores de grupos políticos, cargos intermedios y mediopensionistas, direcciones generales sin función conocida, viceconsejerías redundantes, parlamentarios y muñidores de discursos en los que esos mismos políticos sacan pecho y presumen de los sacrificios que han hecho – otros, no ellos – para reducir el déficit. Y sin admitir preguntas.

Los periodistas y el periodismo, pues, sacrificados en el altar de los beneficios económicos y la austeridad, entendida ésta como lo ancho para mi – altos ejecutivos, prebendados y políticos – y lo estrecho para ti – profesionales de la comunicación.

El periodismo es una constante vital clave para determinar la salud de un sistema democrático: sin periodistas no hay periodismo y sin periodismo no hay democracia. A la vista está que esa constante se ha debilitado de forma alarmante desde el inicio de la crisis, precisamente cuando más falta hace para revelar las mentiras que se esconden detrás de los discursos política y económicamente correctos.

Pero no todo está perdido: como escribió en una de sus novelas el recientemente desaparecido Carlos Fuentes, el periodismo es uno de los pocos oficios que nunca se abandona. Ya sea desde los medios convencionales – públicos o privados – ya sea desde las impagables redes sociales o desde cualquier otro medio, los periodistas estamos obligados a seguir haciendo preguntas, indagando y metiéndole el dedo en el ojo a los que nos han llevado a esta situación y ahora han decidido esconder sus culpas obligándonos a pagar sus platos rotos. 

Hasta siempre

Esta viñeta de Manel resume y refleja a la perfección, mucho mejor que cualquier sesudo comentario que pudiera hacerse, la frustración que genera el cierre de un medio de comunicación, no sólo entre sus trabajadores y lectores, sino entre aquellos que aún confiamos en una sociedad genuinamente democrática. ¡Ánimo a los compañeros de Público!