Después de pasarse toda la legislatura anterior sesteando, a Rajoy le han entrado las prisas para formar gobierno. En seis meses no dio un palo al agua para conseguirlo y rechazó incluso el encargo del rey para someterse a la investidura como candidato del partido más votado. Ahora, sin embargo, se muestra proactivo y para el martes próximo ya tiene fijada una cita con Coalición Canaria para empezar a sumar apoyos.
No creo que haya que ser muy espabilado para deducir que las prisas de ahora y la pachorra de antes tienen que ver con el hecho de que ya no interesan en el PP unas nuevas elecciones como interesaban hace sólo un mes. De ahí que Rajoy ande incluso diciendo estos días que si no consigue apoyos suficientes para una investidura con mayoría absoluta está dispuesto a gobernar en minoría. ¡Quién te ha visto y quién te ve, Mariano! Y es que, si hace un mes el PP acariciaba la posibilidad de que en unas segundas elecciones terminaría recuperando los votos que le robó Ciudadanos el 20 de diciembre a poco que amenazara con la revolución bolivariana de Iglesias y Garzón, en estos momentos sería realmente suicida filtrear con una tercera cita con las urnas en un año. Sobre la mesa hay demasiado trabajo pendiente como para hacer de todo 2016 un año sabático para la clase política de este país. Aunque, si sólo fuera por cálculo político y a la vista de los resultados del 26J, uno estaría por jurar que a la tercera recuperaría el PP la mayoría absoluta que perdió el 20 de diciembre. Un par de nuevos casos de corrupción, unas grabaciones de conversaciones ministeriales poco presentables y dos o tres semanas atentos noche y día en todos los telediarios y medios afines a la terrible crisis que afecta a Venezuela y la mayoría absolutísima sería pan comido.
Aunque nada es descartable y a pesar del insólito dinamismo y las ganas con las que se ve a Rajoy estos días, puede que las cuentas no salgan y se vea nuestro hombre en la tesitura de cumplir la promesa de gobernar en minoría o volver a pasar palabra cuando el rey le diga que se amarre los machos y vaya al Congreso a pedir el apoyo de la cámara. Para empezar, las posiciones de quienes pueden ser decisivos en la investidura de Rajoy por mayoría absoluta o, en su defecto, por mayoría simple, distan mucho de estar claras. En el PSOE algunos apuestan por dejar gobernar a Rajoy - léase abstención - y la dirección insiste en un no rotundo y sin matices al PP y a su aspirante. En Ciudadanos andan también enredados entre el veto de Rivera a Rajoy y quienes consideran que se le debe permitir gobernar. Una tercera pata para que el acuerdo cuaje es el PNV, pero los vascos tienen elecciones autonómicas en otoño y puede que a sus electores no les agrade mucho ver que su partido se acaramela con el PP en Madrid. Por no hablar de la inquina que se tienen entre sí PNV y Ciudadanos después de que los de Rivera abogaran alto y claro por acabar con lo que consideran privilegio del concierto económico vasco.
Así que de momento y a la hora de escribir esta crónica - que decían los clásicos - el único apoyo cierto con el que puede contar Rajoy incluso antes de la reunión de la semana que viene con CC, es con el de Ana Oramas. La diputada nacionalista exigirá de Rajoy el cumplimiento de la llamada "agenda canaria" que negoció en la pasada legislatura con Pedro Sánchez y que quedó en papel mojado al fracasar la investidura del líder socialista. Rajoy podrá prometerle eso, el sol y la luna pero mientras no cuente con el apoyo activo o pasivo del PSOE o de Ciudadanos y del PNV de poco servirá. Puede que estemos sólo en el precalentamiento del partido y que las posiciones de estos días posteriores a las elecciones vayan girando poco a poco hacia un mayor entendimiento. Aunque si lo miramos por el lado negativo, puede que estemos ante el inicio de otro largo periodo de fuegos artificiales y postureo que termine por desembocar en otro fracaso político como el que acabamos de dejar atrás.
No hay que descartar la segunda posibilidad, aunque sería lo peor que le podría pasar a este país en décadas. Con Bruselas echándonos el aliento en el cogote, con unos presupuestos del Estado que esperan autor o autores, con mil y una reformas constitucionales y de todo tipo que empezar a negociar entre las fuerzas políticas, permitirnos la frivolidad de unas terceras elecciones sería un golpe demoledor contra la confianza de los españoles en el sistema democrática. Basta con una vez de tacticismo y regateo político de medio pelo, toca negociar y demostrar cintura política. Esa es en definitiva la esencia de un sistema democrático y lo más lamentable es que tanto los dirigentes más curtidos y veteranos como los más jóvenes que tanto presumen de representar la "nueva política" siguen haciendo muy poco por anteponer el interés general al suyo o al de sus partidos.