No se pongan malos


Ya está. Cataluña ha puesto punto y final a los debates bizantinos sobre el copago. Lo que desde hacía años no era más que un mero debate académico de expertos en economía sanitaria ya está negro sobre blanco. Lo ha aprobado el Parlamento de Cataluña con los votos a favor de CIU y la abstención (connivencia) del PP. A partir de junio, los catalanes tendrán que pagar un euro por receta, o sea, por ponerse malos. Artur Mas ha encontrado el santo Grial, la piedra filosofal, el nudo gordiano para acabar con el déficit público en su comunidad autónoma. Un déficit que no está, qué va, en las "embajadas" catalanas repartidas por el mundo o en los sueldos de los altos cargos públicos.
 
La culpa la tienen los que enferman y tienen que ir al médico a que les recete algo. Así que, a pagar. Unos 180 millones de euros estima recaudar la Generalitat con la medida, una gota en el océano del déficit de esa comunidad autónoma y una cantidad que previsiblemente se quedará por debajo de lo que costará adaptar el sistema para no cobrar el euro por receta a determinados colectivos como los pensionistas con pensión no contributiva o los enfermos crónicos.

Pero no importa, lo que cuenta es que Cataluña acaba de poner la pica en Flandes del copago y, a la carrera, otras comunidades autónomas empiezan ya a decir que no les disgusta la idea. La ministra de Sanidad, mientras, abre la puerta de par en par al copago al declarar que "lo estudiará" si las comunidades autónomas lo proponen.

No nos engañemos, la implantación del copago en Cataluña es sólo un primer paso que se irá extendiendo más pronto que tarde a otros territorios y todo bajo el eufemismo de que de lo que se trata es de disuadir a los ciudadanos para que no abusen de los recursos sanitarios. Y todo ello en un país en el que el porcentaje del PIB que se destina a la sanidad es inferior a la media europea y en el que una quinta parte de la población vive en el umbral de la pobreza, por sólo citar dos datos suficientemente elocuentes de la situación económica y social.

De las consecuencias que una medida como esa puede tener para la salud de muchos ciudadanos no se dice nada; de hablar de reformar a fondo el sistema fiscal del país y de destinar más recursos al principal pilar del estado del bienestar tampoco; de diseñar políticas de eficiencia en el gasto se habla menos aunque hay centenares de estudios públicos y privados que abundan en la materia.

Lo que se hace en cambio es dar un nuevo paso hacia un mayor deterioro de la sanidad pública, gratuita y universal y empujar a quienes puedan pagárselo a acudir a una consulta o a una clínica privadas. ¿Y los que no puedan? Aprovechando la crisis económica se abre la veda para los seguros médicos privados, la reducción de la cartera de servicios y una mayor concertación (privatización) con la sanidad privada. Háganse un favor: no se pongan malos.

El reto de Soria


Cuando Mariano Rajoy repartió las carteras ministeriales el pasado mes de diciembre no le dio a José Manuel Soria precisamente una "papa dulce". El ministro "canario" del Gobierno (así gustan llamar a Soria algunos medios de comunicación peninsulares, como si el lugar de nacimiento fuera un plus, un demérito o un exotismo), se enfrenta a la reforma del sistema energético del país, una de las más importantes de las anunciadas por Rajoy junto a la laboral y a la del sistema financiero.

Y no lo tiene nada fácil, la verdad sea dicha. Son muchos los intereses enfrentados en juego y ponerlos de acuerdo no va a ser tarea sencilla. El reto principal es acabar con el llamado déficit de tarifa que, según las estimaciones de las grandes compañías eléctricas del país, ronda los 24.000 millones de euros.

Sería largo y engorroso de explicar cuáles son los orígenes de ese déficit, que viene precisamente de la época del anterior gobierno del PP, aunque la forma más sencilla de despachar la cuestión es diciendo que se produce porque lo que pagamos los ciudadanos por la electricidad que consumimos está muy por debajo de lo que cuesta generarla y distribuirla.

En el cóctel entran los intereses encontrados de las eléctricas convencionales, las nucleares, el carbón y las renovables en un conglomerado de difícil solución y digestión. En medio, los consumidores quienes, a pesar de que se nos culpe de que no pagamos lo que deberíamos por el recibo de la luz, resulta que somos los europeos que – según las organizaciones de consumidores - más pagamos por ese concepto sólo por detrás de Chipre y Malta. A ver cómo se come eso.

Y más que pagaremos porque - ha dicho Soria - el próximo mes de abril es muy probable que vuelva a subir el recibo de la luz. Y lo ha dicho después de amagar pero no dar con la idea de obligar a las eléctricas a aceptar una quita – palabra muy de moda últimamente – de la deuda que tiene contraída con ellas el Gobierno pero que las compañías han titulizado con el aval del Estado y han repartido en dividendos entre sus accionistas.

Lanzar el globo sonda y encenderse bombillos rojos en todos los despachos eléctricos del país fue todo una. De manera que lo más sencillo para calmar al menos de momento los nervios de las todopoderosas Endesa, Iberdrola y compañía es propinarle un nuevo mordisco al bolsillo de las familias por la vía de una subida de la tarifa que, en todo caso, será como una gota de agua en el océano del déficit tarifario.

A ver cómo resuelve Soria el acertijo porque Rajoy, hombre paciente donde los haya, no puede esperar demasiado tiempo a que su ministro "canario" le presente la crucial reforma del sistema energético y lo haga además sin fundir muchos plomos.
 

Una mano (al cuello)


Por manida que resulte, la frase según la cual "una imagen vale más que mil palabras" recobró ayer toda su vigencia al ver al presidente del Eurogrupo, Jean Claude Junker, apretándole la yugular al ministro español de Economía, Luis de Guindos, que encajó la "broma" con semblante serio.


No sé si Junker apretó más de la cuenta y el apretón afectó a las cuerdas vocales del ministro. Lo ciertos es que el representante español, tan dicharachero en otras ocasiones, no hizo declaraciones tras la reunión con sus colegas de la eurozona en la que se impuso a España que el déficit de este año no puede superar el 5,3%, medio punto menos que el anunciado por Rajoy.

El apretón de Junker fue un modo muy gráfico de decirle al ministro, y a través de él a España, que Bruselas no iba a aceptar por las buenas que nuestro país se fuera de rositas estableciendo un déficit para este año del 5,8% cuando el compromiso era dejarlo en el 4,4%.

En otras palabras, que toca recortar unos 5.000 millones más de los previstos, que ya era una cifra muy considerable. Ahora, la imagen de ayer en Bruselas la podemos trasladar sin problemas a nuestro país, en donde el Gobierno se dispone a repetir la "broma" y apretarnos a todos el cuello a través de los Presupuestos Generales del Estado que llegarán a finales de mes.

Un día después, por cierto, de la huelga general contra la reforma laboral, otro apretón de los buenos. Es la forma tan útil y práctica que tienen en Bruselas y en el Gobierno español de sacarnos de la crisis: apretándonos el cuello.