Un debate sin historia


El debate sobre el estado de la nacionalidad canaria de esta semana, al igual que la práctica totalidad de los anteriores, tampoco pasará a los anales del parlamentarismo canario. Fallan demasiadas cosas: la duración, el formato y, sobre todo, el contenido.

No conectan estas maratonianas sesiones parlamentarias con el sentir de la calle, con lo que preocupa a los ciudadanos de a pie que apenas les prestan atención. Y no es que en ellas no se aborden asuntos de calado social o económico, es sólo que los discursos parecen más atentos a las respectivas estrategias políticas que a los problemas reales de la calle y a las soluciones que se proponen para resolverlos.  


Se repiten en el hemiciclo los argumentos de sobra conocidos de unos y de otros, del Gobierno y de la oposición. Nadie se sale del guión previsto, todos desempeñan su papel con rigurosa precisión. Una vez más, el de este año se ha amoldado a la perfección a ese esquema aunque, como es lógico, con algunas pequeñas variaciones determinadas en este caso por la crítica coyuntura económica y el debate en torno a las prospecciones petrolíferas.

Respecto a la primera, el Gobierno ha reconocido oficialmente por boca de su presidente que no habrá más remedio que tocar los impuestos si, como es más que previsible, los Presupuestos Generales del Estado que se aprobarán el 30 de marzo pasadas las elecciones andaluzas, incluyen severos recortes para las Islas. En todo caso, no ha dicho nada el presidente que ya no nos temiéramos y no ha dicho nada la oposición que ya no supusiéramos: que el PP no gobernó en Canarias hasta el otro día y que con el Gobierno de Mariano Rajoy a este país no lo va a reconocer ni la madre que lo parió (Alfonso Guerra dixit).

Rechazó el PP la oferta de diálogo del presidente Rivero quien, no obstante, no se movió un milímetro de su oposición frontal a las prospecciones petrolíferas mientras el PP hacia lo propio, defenderlas a capa y espada. Todo, insisto, demasiado previsible. Y luego llegaron las llamadas propuestas de resolución, esas que se aprueban o rechazan a mayor gloria del diario de sesiones pero que no suelen traspasar los muros del Parlamento y entrar a formar parte de las acciones del Gobierno. Y hasta el año que viene por estas fechas.

La Pepa, el PP y la felicidad


No es ninguna novedad que los políticos aprovechen cualquier oportunidad para arrimar el ascua a su sardina. En los discursos institucionales de ayer con motivo del bicentenario de la Constitución de 1812 lo volvimos a comprobar.  Haciendo caso omiso del anacronismo histórico que supone comparar la situación de la España de 1812 con la de 2012, los oradores se lanzaron por la senda de tomar a los constitucionalistas gaditanos como ejemplo a seguir en los actuales tiempos de incertidumbre económica.
 
En todo caso, a lo más que se podría llegar es a que entonces España estaba invadida y Cádiz asediada por los franceses mientras que hoy estamos invadidos por el neoliberalismo salvaje y asediados por los mercados, pero nada más.

Conmueve escuchar al rey decir que, hoy como entonces, los españoles hemos sabido sobreponernos a las adversidades y salir de ellas. Está bien que el monarca intente insuflar algo de optimismo en el alicaído ánimo de los españoles. Sin embargo, está uno por pensar que tampoco a él le vendría mal algo de ánimo para afrontar esos problemas domésticos que siempre suele ocasionar el inevitable garbanzo negro de la familia.

Con todo, quien más lejos fue en sus comparaciones y lecciones históricas fue el presidente Rajoy, quien aprovechando que las elecciones andaluzas también pasan por Cádiz no tuvo reparos en olvidar el carácter institucional del acto y ponerse el traje de faena electoral. 

En versión libre de sus palabras, vino a decir el presidente que los constitucionalistas que aprobaron La Pepa eran unos tíos bragados que no se arredraron ante las oscuras fuerzas del Antiguo Régimen y, frente al inmovilismo de otros, tuvieron la valentía de impulsar "reformas". 

Tal y como está haciendo él en estos momentos, en los que frente al "inmovilismo" de los sindicatos y la desarmada, llorosa y quejica izquierda, está siguiendo las enseñanzas y el ejemplo de aquellos "peperos" de entonces. Esto último no lo dijo explícitamente pero lo dio a entender con toda claridad el presidente.

Recurrir a la comparación histórica para justificar actuaciones políticas del presente lleva inevitablemente a equivocar el significado de los conceptos y caer por tanto en el anacronismo. Las "reformas" de las Cortes de Cádiz nada tienen que ver con las que ahora ha puesto en marcha el Gobierno, que más bien merecen ser llamadas "contrarreformas". Y envolverse en la bandera liberal de La Pepa no es lo mismo, aunque suene parecido, que ser neoliberal a machamartillo.

Me sorprende que a Rajoy se le pasara por alto mencionar el artículo más interesante de la Constitución gaditana, el que establece que "el objeto del Gobierno es la felicidad de la nación". Lapsus incomprensible habida cuenta de las altas cotas de felicidad que últimamente declaramos sentir los españoles. El único problema es que unos pocos son mucho más felices que la inmensa mayoría, aunque seguro que eso lo arreglan las reformas de Rajoy.   

Petróleo: se impone rectificar


La inesperada por precipitada aprobación ayer en Consejo de Ministros de la autorización para que Repsol realice prospecciones petrolíferas en aguas cercanas a Lanzarote y Fuerteventura, ha elevado el tono de confrontación entre los gobiernos de Canarias y el Estado hasta cotas que no se producían desde hacia años.

El decreto de la discordia, que llevaba años esperando en un cajón del ministerio de Industria ante el rechazo que el asunto siempre ha suscitado en Canarias, se aprueba ahora sólo tres meses después de que el PP accediera al Gobierno de la nación y a pesar de que el ministro Soria afirmó recientemente que no estaría antes del verano por la complejidad técnica que implicaba su redacción.

Prisas interesadas

Sin embargo, no es tan sorprendente la celeridad en darle luz verde: es inminente la entrada en vigor de una nueva directiva comunitaria que endurece considerablemente los requisitos que deben cumplir actividades potencialmente peligrosas para el medioambiente como las relacionadas con la exploración y eventual extracción de petróleo.

Sólo hay que recordar la reciente tragedia provocada por la petrolera británica BP en el Golfo de México para comprender las consecuencias que acarrea en el medio natural un vertido de crudo. Adelantarse a la normativa comunitaria le permite a Repsol eludirla y, de paso, ahorrarles a sus accionistas los millones de euros que tendría que gastarse para cumplirla.  

Por otro lado, no es posible resistirse a pensar que detrás de esta decisión, a la que habría que sumar las relativas a la prórroga de las bonificaciones a las tasas aeroportuarias o la desaparición de la prima a las energías renovables, hay una intencionalidad política concreta: pasarle factura política al PSOE y a CC por dejar en la oposición al PP en Canarias e intentar meter una cuña en la salud del pacto actual.

En los tres asuntos mencionados, José Manuel Soria ha sido implacable: se negó a prorrogar las bonificaciones de las tasas aéreas, cercenó las primas a las renovables y ahora ha enviado y aprobado en el Consejo de Ministros el real decreto de las prospecciones petrolíferas.


En todos ellos ha ignorado las críticas recibidas desde Canarias y en el de las prospecciones se ha limitado a conceder el obligado plazo legal de alegaciones a las instituciones de las islas y a permitir a regañadientes una pequeña ampliación del mismo.  Ninguna de ellas parece que se haya tenido en cuenta y ni siquiera se ha respondido por cortesía institucional.

En todo momento, sus declaraciones sobre esta cuestión han sonado a imposición y nunca a negociación, consenso, compromiso o acuerdo. Ni siquiera se ha preocupado de guardar las necesarias distancias y reservas para no aparecer defendiendo las prospecciones en un foro patrocinado precisamente por la empresa autorizada a realizarlas "en exclusiva".

El ministro ha actuado obviando que en un Estado descentralizado como el español, las autonomías tienen el derecho a ser escuchadas y atendidas sus demandas en aquellos asuntos que les afecten tanto como afecta éste a Canarias. Despachar una cuestión así con el desganado cumplimiento de un trámite burocrático sin carácter vinculante alguno dice poco en favor del respeto que a Soria la merece el modelo político de nuestro país consagrado en la Constitución.

Es necesario rectificar

La cuestión es cómo superar este enfrentamiento institucional y político que no puede conducir a nada bueno para nadie. El Gobierno de Canarias y los cabildos de Lanzarote y Fuerteventura, legítimamente indignados por el ninguneo del que han sido objeto, han apostado por la vía judicial y competencial para intentar hacer inviable la aplicación del decreto. Paralelamente se respaldan cuantas manifestaciones ciudadanas se convoquen en contra de las prospecciones.

Sin embargo, la estrategia debe tener como fin último conseguir que el Gobierno de Mariano Rajoy se siente a negociar con Canarias las prospecciones petrolíferas. Si las cosas se hubiesen hecho bien y hubiese primado la lealtad institucional y el interés general, ambos gobiernos deberían haber constituido hace mucho tiempo una comisión bilateral sobre las prospecciones que aún están a tiempo de poner en marcha a menos que haya un poco de voluntad política.

Dos tareas principales deberían centrar su trabajo: seguridad ambiental y beneficios para Canarias. En cuanto a la seguridad ambiental, es obvio que no se puede caer en la ingenuidad de creerse las simplezas interesadas que difunde Repsol y no temer seriamente por las consecuencias de un vertido (mucho más habituales que lo que a las petroleras les gusta reconocer) para la industria turística y para el medio ambiente de la zona afectada.

Las decisiones sobre este extremo deberían basarse en informes rigurosos, exhaustivos y meticulosos, realizados por expertos e instituciones de probada independencia. Es cierto que ninguno podría garantizar riesgo cero y el que lo hiciera mentiría, pero se tendría una certeza científica del nivel de riesgo.

Con respecto a los beneficios para Canarias, debería esa hipotética comisión precisarlos con claridad y ponerlos negro sobre blanco especificando cuánto, cómo y durante cuánto tiempo, además del número de puestos de trabajo susceptibles de generar la actividad. Sin olvidar la ineludible necesidad de establecer todas las cauciones imprescindibles para reparar un posible accidente. Lo que resulta evidente es que tampoco en esto podemos fiarnos por increíble de la lluvia de millones de dólares y de puestos de trabajo que promete Repsol a Canarias.

Pero no basta con una información rigurosa y exhaustiva sobre los riesgos ambientales y un compromiso firme de los beneficios económicos para Canarias y las compensaciones por el riesgo que se corre para darle vía libre a las prospecciones: con toda esa información en la mano, los canarios debemos tener la última palabra a través de un referéndum puesto que en una decisión de ese tipo nos jugamos el futuro de las Islas.

Ésta debería haber sido la secuencia lógica de este proceso que se ha viciado y ha terminado envenenando las relaciones entre Canarias y el Estado. Sin embargo, aún hay tiempo para rectificar. Se puede y se debe.