No es ninguna novedad que los
políticos aprovechen cualquier oportunidad para arrimar el ascua a su sardina.
En los discursos institucionales de ayer con motivo del bicentenario de la
Constitución de 1812 lo volvimos a comprobar. Haciendo caso omiso del
anacronismo histórico que supone comparar la situación de la España de 1812 con
la de 2012, los oradores se lanzaron por la senda de tomar a los
constitucionalistas gaditanos como ejemplo a seguir en los actuales tiempos de
incertidumbre económica.
En todo caso, a lo más que
se podría llegar es a que entonces España estaba invadida y Cádiz asediada por
los franceses mientras que hoy estamos invadidos por el neoliberalismo salvaje
y asediados por los mercados, pero nada más.
Conmueve escuchar al rey decir
que, hoy como entonces, los españoles hemos sabido sobreponernos a las
adversidades y salir de ellas. Está bien que el monarca
intente insuflar algo de optimismo en el alicaído ánimo de los españoles. Sin
embargo, está uno por pensar que tampoco a él le vendría mal algo de ánimo para
afrontar esos problemas domésticos que siempre suele ocasionar el inevitable
garbanzo negro de la familia.
Con todo, quien más lejos
fue en sus comparaciones y lecciones históricas fue el presidente Rajoy, quien
aprovechando que las elecciones andaluzas también pasan por Cádiz no tuvo
reparos en olvidar el carácter institucional del acto y ponerse el traje de
faena electoral.
En versión libre de sus
palabras, vino a decir el presidente que los constitucionalistas que aprobaron
La Pepa eran unos tíos bragados que no se arredraron ante las oscuras fuerzas
del Antiguo Régimen y, frente al inmovilismo de otros, tuvieron la valentía de
impulsar "reformas".
Tal y como está haciendo él en estos momentos,
en los que frente al "inmovilismo" de los sindicatos y la desarmada,
llorosa y quejica izquierda, está siguiendo las enseñanzas y el ejemplo de
aquellos "peperos" de entonces. Esto último no lo dijo explícitamente
pero lo dio a entender con toda claridad el presidente.
Recurrir a la comparación
histórica para justificar actuaciones políticas del presente lleva
inevitablemente a equivocar el significado de los conceptos y caer por tanto en
el anacronismo. Las "reformas" de las Cortes de Cádiz nada tienen que
ver con las que ahora ha puesto en marcha el Gobierno, que más bien merecen ser
llamadas "contrarreformas". Y envolverse en la bandera liberal de La
Pepa no es lo mismo, aunque suene parecido, que ser neoliberal a machamartillo.
Me sorprende que a Rajoy se
le pasara por alto mencionar el artículo más interesante de la Constitución
gaditana, el que establece que "el objeto del Gobierno es la felicidad de
la nación". Lapsus incomprensible habida cuenta de las altas cotas de
felicidad que últimamente declaramos sentir los españoles. El único problema es
que unos pocos son mucho más felices que la inmensa mayoría, aunque seguro que
eso lo arreglan las reformas de Rajoy.
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