Alivio para los elefantes


Vale. El Rey se ha disculpado, y con cara de no haber roto nunca un plato, ha dicho ante las cámaras de televisión que "lo siente mucho" y que "no volverá a ocurrir". Todo el país ha dado por sentado que se refería a la cacería de elefantes en Botsuana mientras en casa volvía a rondar la negra sombra del rescate económico y el Gobierno se ensañaba en su empeño de conducirnos a todos por la senda de la "recuperación y el crecimiento". Puede que hasta los elefantes de Botsuana hayan respirado aliviados al conocer las disculpas del Rey.

Pero ¿es suficiente? ¿hay que pasar página, considerar lo ocurrido como un error aislado, olvidar el pasado y volver al amor? Creo que no. Aunque la Casa Real anuncie ahora, a elefante pasado, que se estudiará con cuidado la agenda real, pública y privada, para no dar lugar a habladurías, es necesario hacer mucho más.

Empezando por definir con claridad y regular legalmente las funciones y obligaciones de la monarquía y de los miembros de la familia real, así como sus relaciones con el Gobierno. Tal vez si esto se hubiese hecho hace tiempo, si se le hubiesen marcado límites al Rey y a los miembros de su casa, si se le hubiesen trazado líneas rojas que en ningún caso debían traspasar, el Rey no habría tenido necesidad de adoptar ese gesto de niño pillado en un renuncio.

Y no estaríamos hablando hoy de sus medievales cacerías de elefantes indefensos o de osos borrachos, de los negocios turbios de sus parientes más allegados, de su propia presunta relación con ellos, de sus líos de faldas aireados en los últimos días pero conocidos sotto voce desde hace años o de la "soledad de la Reina". No están las cosas para perder el tiempo en estos asuntos aunque algo ha tenido de bueno todo lo ocurrido: por primera vez se ha hablado en España sin tapujos sabre la Casa Real y sus miembros.

Que en su vida privada el monarca y sus familiares pueden hacer de su manto un sayo como cualquier hijo de vecino nadie lo cuestiona. Sin embargo, el Rey y sus familiares no son cualquier hijo de vecino: viven de los presupuestos y asumen una responsabilidad pública de la que deben ser plenamente conscientes en todo momento, máxime en situaciones tan difíciles como las actuales.

El Rey ha demostrado en muchas ocasiones que lo es aunque en otras, como la última, la que asegura que no se volverá a repetir, no lo ha sido. La gran duda es si los políticos, tan poco proclives a pedir disculpas por sus diarias meteduras de pata aunque a veces - no siempre -  paguen sus errores en las urnas, algo por lo que el Rey no tiene que pasar, son capaces de una vez de enderezar el espinazo cuando se habla de la Casa Real.   

La Guerra de la Vaca Muerta


Miren que ha habido guerras con nombres llamativos: "Guerra del cerdo", "Guerra de la oreja de Jenkins", "Guerra de las naranjas", "Guerra de la silla de oro", "Guerra de los 30 años", etc.

Sin embargo, la que están librando estos días argentinos y españoles es inédita y podríamos llamarla "la Guerra de la Vaca Muerta". Ese es el nombre que recibe una zona de la provincia argentina de Neuquen fronteriza con Chile. En ella, la petrolera YPF, filial de la española REPSOL, detectó en noviembre pasado un importante yacimiento de crudo "no convencional" capaz de autoabastecer de petróleo a Argentina durante mucho tiempo.

No parece casualidad que, coincidiendo con el descubrimiento de esa importante bolsa de petróleo, el Gobierno de Argentina empezara a hostigar a la petrolera, que poco después los gobernadores de varias provincias le retiraran la licencia para operar bajo el argumento de que no cumplía los compromisos establecidos en materia de inversión y extracción y que, finalmente, la presidenta Cristina Fernández la expropiara sin tan siquiera derramar una lágrima, como suele ser frecuente en ella en momentos delicados. Y ya tenemos la Guerra de la Vaca Muerta armada.

Populismo petrolero

No seré yo quien defienda los intereses de REPSOL, una empresa lo suficientemente fuerte como para defenderse solita y que además cuenta con el inquebrantable apoyo público del Gobierno de España y, en especial, de su ministro de Industria, Energía y Turismo, José Manuel Soria. Ni siquiera es REPSOL una compañía netamente española, como se afirma alegremente. Basta echar un vistazo a la composición de su accionariado para comprobarlo.

Con todo, tampoco es defendible, se mire por donde se mire, la decisión del Gobierno de Argentina: imponer por las bravas el control público sobre un recurso estratégico de la importancia del petróleo, después de vender esos mismos recursos en 1999, cuando las cosas iban mal, al mejor postor, no parece muy coherente ni encaja con el Derecho Internacional y la seguridad jurídica de las inversiones. 

Nada digamos de echar a los directivos de YPF de la sede de la compañía, al más puro estilo bananero, cuando la ley de expropiación ni siquiera había llegado al Congreso. Responde más bien a otras razones: necesidad de buscar un enemigo exterior cuando hay problemas internos y, sobre todo, cuando se huele negocio y reparto de beneficios.

España amenaza, pero ¿puede dar?

¿Y qué decir de la postura del gobierno español? Más de una semana lleva el ministro Soria – el mismo que deba la cuestión por "encauzada" un día antes de la expropiación - y su colega Margallo amenazando con "medidas contundente" ante una acción "hostil" que tendrá "consecuencias".

Más prudente se ha mostrado el presidente Rajoy, que se ha limitado a calificar la decisión argentina de "muy negativa para todos", pensando, sin duda, en los intereses de otras muchas empresas españolas radicadas en aquel país y hasta en Venezuela, en donde Hugo Chavez ha salido en defensa de Cristina Fernández y al que ya se le ha pasado también por la cabeza quedarse con las empresas españolas presentes en su país.

Por lo demás, España no ha conseguido cosechar muchos apoyos más allá del presidente de México y el de Guatemala. Estados Unidos, con claros intereses en Argentina, se pone de perfil y la Unión Europea – pobrecita -, sin instrumentos legales para defender a un miembro de un atropello como éste, lanza mensajes de admonición y suspende reuniones de segundo nivel.

No sé cómo acabará esta guerra de la Vaca Muerta aunque probablemente pasen años antes de ver su final. Seguramente habrá denuncias en instancias internacionales cuyas decisiones Argentina desoirá si no le son favorables, como ya ha hecho en ocasiones anteriores; habrá seguramente represalias comerciales españolas y habrá mucha agitación nacionalista en una y otra orilla del Atlántico para el respectivo consumo interno. Lo que es seguro es que la guerra no se resolverá por la vía de las amenazas mutuas sino por la de la diplomacia más callada que de aspavientos.

Negro y en barril....

Un cuento real


Érase una vez un país otrora grande pero venido a mediano tirando a chico. Tenía un rey puesto en el trono por un general bajito y con muy mala leche. Con el fin de evitar males mayores, los súbditos aceptaron el apaño y tiraron para adelante; incluso aprobaron una constitución que consagraba que el rey en cuestión era el jefe del estado aunque nadie lo había elegido.

Fue pasando el tiempo y aquel rey hizo algunos importantes servicios a sus súbditos en momentos muy delicados. "Es todo un demócrata", decía el país casi al unísono. Pero el monarca tenía algunas debilidades - ¿y quién no? – y cada vez que podía se escapaba del país sin decírselo a nadie para practicar uno de sus pasatiempos favoritos: la caza, a ser posible de bichos descomunales como osos o elefantes.

Pero como las cosas iban razonablemente bien, los súbditos no le daban mayor importancia a aquellas aficiones y hasta consideraban que era lógico que todo un rey se solazara como tuviera por conveniente en su tiempo libre para descansar del peso de la púrpura. Incluso estaba mal visto criticar al rey y apenas se hablaba de aquellas escapadas y, si se hacía, era más bien con la boca pequeña y durante poco tiempo.

Por circunstancias diversas al país de marras empezaron a irle mal las cosas: la gente no tenía trabajo y los que lo tenían, temían perderlo. El rey les pedía sacrificios y esfuerzos y les engordaba el ego y el orgullo diciéndoles que el país era fuerte y que sus súbditos habían demostrado muchas veces que eran capaces de vencer todas las dificultades que se les presentaran en el camino.

Sin embargo, al mismo tiempo que les pedía más esfuerzos y sacrificios, él no se privaba de su hobby y se tomaba frecuentes vacaciones que seguía sin comunicar a nadie y que se pagaba con el dinero de aquellos súbditos cada día más angustiados por los problemas de la economía. 

En una de esas escapadas a un país lejano para cazar elefantes, el rey tuvo la mala pata de romperse una cadera y fue entonces cuando todo el país se enteró de que, mientras los súbditos las pasaban canutas, su rey se divertía cazando.

Y se enfadaron: le afearon la conducta y le pidieron una disculpa porque en tiempos de incertidumbre el rey debe ser el primero en dar ejemplo. Además, le recordaron otras cosas poco edificantes que habían hecho él mismo y algún miembro muy allegado de su familia. El rey, enterado del malestar de sus súbditos, no le dio mayor importancia y siguió con sus aficiones sin comunicárselas a nadie. Pero un día, cuando volvió de una de sus cacerías en tierras lejanas encontró que en el frontispicio de su palacio ya no ponía "Casa Real" sino "Presidencia de la República".

Moraleja: Reyes o gobernantes no son los que llevan cetro, sino los que saben mandar (Sócrates)