Montoro pone la mano

El viernes próximo acaba el plazo - aunque no se descarta que se amplíe - para que quienes tengan dinero y bienes en el extranjero sin declarar regularicen su situación ante la Hacienda Pública. Auguran los expertos que la bien llamada vergonzosa amnistía fiscal que aprobó el Gobierno para intentar que afloraran unos 25.000 millones de euros ocultos y barrer para las arcas públicas en torno a los 2.500 millones será un sonoro fiasco. De hecho, en los cuatro primeros meses desde la entrada en vigor de la medida apenas si se recaudaron 50 millones de euros y, desde que Hacienda dio a conocer esa cifra, nada más se ha sabido de cómo ha evolucionado la recaudación por ese concepto.

Sin duda, muy mala señal para el Gobierno que tendrá que explicar muy bien para qué ha servido este regalo fiscal a los defraudadores mientras al común de los mortales se nos han subido los impuestos que nunca iban a subir. Y no es que no se lo haya puesto fácil el ministro a los que burlan al fisco colocando su dinero en bancos extranjeros y no declarándolo: pagar el diez por ciento de lo defraudado sin dar más explicaciones sobre la procedencia del dinero, sobre si fue obtenido lícita o ilícitamente y sin obligación alguna de repatriarlo a España. Aunque con eso y poco más bastaba para quedar limpios de polvo y paja ante la Hacienda española, los defraudadores no se han fiado de que, a posteriori, el Gobierno emprenda acciones legales contra ellos. De ahí que Montoro no dudara ni un momento en introducir rápidamente nuevas mejoras en la norma usando incluso una orden ministerial para modificar un Real Decreto Ley: todo con el objetivo de no molestar a los temerosos evasores y conseguir el pírrico objetivo de los 2.500 millones de euros.

En su ayuda – y en la de los defraudadores – salió incluso el ministro de Justicia Alberto Ruiz-Gallardón, siempre dispuesto a echar una mano por una buena causa como ésta. Aprovechando la enésima reforma del Código Penal se decidió a toda prisa que quienes paguen esa limosna del 10% a las arcas públicas ya no tendrán que temer nada del largo brazo de la Ley por los siglos de los siglos. Al mismo tiempo y como para hacer creer a los ciudadanos que pagan puntualmente sus impuestos que el Gobierno está comprometido en la lucha contra el fraude fiscal, se aprobó una ley que empezará a aplicarse el 1 de enero y que endurecerá las sanciones a los defraudadores. Es la táctica del palo y la zanahoria para convencer a los remolones de que mejor les irá si pagan ahora esa miseria del 10% y para lo cual se les ofrecen todas las facilidades habidas o por haber.

La única pega la han puesto los inspectores y técnicos de Hacienda: con los pocos que son y los escasos medios de los que disponen, la ley quedará en papel mojado y los evasores podrán seguir engordando sus cuentas en el extranjero mientras usted y yo seguimos haciendo el primo año tras año en Hacienda. La amnistía fiscal que el ministro Montoro se ha inventado para ponérselo fácil a los que defraudan a cambio de unas migajas por su fraude, mientras al resto de los ciudadanos nos aprieta el cuello, es una de las decisiones más vergonzosas e injustas de cuantas ha tomado este Gobierno, que son unas cuantas.

Esa forma de poner la mano para que los evasores donen una miseria por lo que han defraudado y se vayan sin pena ni culpa, al tiempo que la mete hasta el fondo en nuestros bolsillos para empobrecernos un poco más, es escandalosa. La esperanza podría ser el recurso de inconstitucionalidad presentado por el PSOE, pero a la vista de lo que tarda el alto tribunal en resolver las cuestiones que se le plantean mejor no hacerse ilusiones.

En cualquier caso, no es necesario ser catedrático de Hacienda Pública como Montoro para saber que la medida se da de bruces con lo que consagra el artículo 31 de la Constitución Española: todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad que, en ningún caso, tendrá alcance confiscatorio. Si el viejo lema Hacienda somos todos nunca fue del todo verdad, con la amnistía fiscal de Montoro es más falso que nunca.

Madrid Arena: pasaba por allí

No hay deporte nacional con más seguidores en este país que el de “yo no fui, pasaba por allí”, practicado con un gran entusiasmo cuando se trata de eludir responsabilidades públicas o privadas. En la tragedia en el Madrid Arena, en la que cuatro chicas perdieron la vida aplastadas y una quinta resultó gravemente herida, todos pasaban por allí, ninguno fue el responsable de lo ocurrido.

La empresa organizadora jura que ella sólo se limita a eso, a organizar, y que de la seguridad se encargan otros. Esos otros es una empresa llamada Seguriber, responsable de la seguridad en el recinto por acuerdo de fidelización con la empresa municipal de la que depende el Madrid Arena. Sin embargo, Seguriber dice que su único cometido era evitar que los asistentes a la macrofiesta introdujeran objetos peligrosos en el recinto y que la gente entrará por la correspondiente puerta de acceso. La petición de entradas y documentación era cosa de Kontrol 34, contratada por el organizador y que, además, asumió funciones de seguridad en el interior del recinto sin contar con personal cualificado para ese trabajo.

A Seguriber se la acusa, además, de organizar un botellón en el aparcamiento aledaño al Madrid Arena y hasta de cobrar 10 euros por vehículo, saltándose alegremente a la torera la prohibición municipal de hacer botellones. Me pregunto qué hace una empresa de seguridad que trabaja para un ayuntamiento organizando un botellón como no sea con el fin de obtener unos ingresos extraordinarios, que de eso parece que se trata y esa parece ser la causa última de todo lo ocurrido: hacer caja sin importar un comino la seguridad. Todas las evidencias apuntan a que fue el botellón fomentado y cobrado por Seguriber el que alimentó la avalancha masiva a la fiesta por las puertas de emergencia originando un tapón humano que provocó la tragedia.

Al parecer, mientras todo esto ocurría, la estrella de la trágica noche gritaba desde el escenario: ¿os creéis que somos 15.000? Se equivocaba, eran al menos 18.000 las personas que habían entrado en el Madrid Arena como ha demostrado el recuento de las entradas, cuando el aforo  era para unas 10.600. Ese decir, que le faltaba poco para doblarse y, todo eso, en medio de un absoluto descontrol de seguridad, con gente entrando en tromba por las puertas de emergencia y dos médicos como todo dispositivo sanitario. Hasta aquí todo parece tan claro como una tenebrosa noche de Halloween.

¿Y el ayuntamiento de Madrid? También, cómo no, pasaba por allí. Ignoró las deficiencias del local para acoger macrofiestas, no mostró la más mínima diligencia para exigir que se garantizaran las medidas de seguridad suficientes y la policía local no puso fin al botellón, uno de los factores clave de la tragedia, como era su obligación. Después de forzar la dimisión del concejal responsable de la empresa municipal y de un par de funcionarios de segundo nivel, ha puesto en marcha una comisión de investigación que, como la mayoría, sólo servirá para un intenso intercambio de sonoras bofetadas políticas pero que, salvo sorpresa, no ayudará gran cosa a revelar lo ocurrido la fatídica noche de Halloween.

En esa comisión no estará ni la Delegación del Gobierno ni el Gobierno de la comunidad autónoma por deseo expreso de la alcaldesa Botella, que tampoco estará después de prometer máxima transparencia. Puro teatro para intentar eludir las indudables responsabilidades políticas en todo lo ocurrido. Sólo queda confiar en que el juez y la fiscalía sean capaces de llevar el caso a buen puerto y depurar las otras responsabilidades, las judiciales, a que haya lugar. De ellos depende evitar que todos los que la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre aseguran que sólo “pasaban por allí” se salgan con la suya y eludan su correspondiente cuota de culpabilidad sobre las vidas de cuatro jóvenes y el riesgo potencial en el que se puso a otras miles de personas que, desde luego, no pasaban por allí.

Mas es menos

El soberano coscorrón electoral sufrido por Artur Mas ha puesto su órdago soberanista en manos de ERC y ha situado al líder de CiU y al propio partido emblemático de la burguesía catalana en una posición muy difícil. Los electores que ven en la independencia de Cataluña la solución a todos los males han preferido fiarse de quienes siempre han defendido esa opción y no de alguien como Mas y de su milagrosa conversión al independentismo tras la repentina caída del caballo camino de La Moncloa en busca del Pacto Fiscal.

Ese fue el primer error del que, con toda seguridad, seguirá siendo presidente de los catalanes cuatro años más cuando lo que corresponde ante un fracaso tan rotundo es dimitir: creer que las miles de personas que se manifestaron el día de la Diada en las calles de Barcelona pedían la independencia e ignorar – porque le convenía – que muchas de ellas estaban allí para oponerse a sus recortes sociales y a sus políticas neoliberales, tan parecidas a las del PP en el ámbito nacional como un huevo se parece a otro huevo.

Puede que le consuele algo en su fracaso ver que la opción soberanista es mayoritaria mas no unitaria, aunque por poco, en el Parlamento surgido ayer de las urnas; puede incluso que le haya alegrado comprobar que los eternos rivales de CiU, los socialistas catalanes, han hecho buenos todos los pronósticos y se han deslizado hasta la tercera posición de la tabla, aunque haya sido sobre todo por méritos propios. Del mismo modo, tal vez se haya alegrado de que el PP siga estancado a pesar de haber echado toda la carne en el asador – incluido un apócrifo informe policial sobre presunta corrupción en un partido que ya está en los banquillos por esa causa - para convertirse en la alternativa al soberanismo.

Sin embargo, es un consuelo muy pobre si se compara con su aspiración de contar con una mayoría “excepcional” e “indestructible” para impulsar la consulta soberanista en la que sigue empeñado a pesar de que las urnas le han dado claramente la espalda a esa opción. El toro bravo que montó Mas lo ha dejado a los pies de los caballos – y perdón por la metáfora; ahora será ERC y no él quien enarbole la estelada que quiso empuñar en solitario deslumbrado por lo que creyó ser un movimiento independentista imparable e irreversible para convertir a Cataluña en “un nuevo Estado de Europa”.

Salvo que opte por un pacto de perdedores, algo poco probable, Mas ha puesto su suerte política en manos de ERC, de la que siempre ha recelado CIU pero con la que parece condenado a entenderse, por más que le pese. Será muy interesante comprobar cómo se las arreglará un gobierno CiU-ERC para resolver los graves problemas de endeudamiento que tiene Cataluña y si la gente del triunfador de la noche, Oriol Junqueras, está dispuesta a respaldar y continuar con los recortes sociales que Mas ha impulsado en los dos años que llevaba en el gobierno de la Generalitat y de los que apenas se habló en la campaña electoral a mayor gloria de la incierta aventura independentista. Por cierto: ¿volverá Mas a La Moncloa a pedir de nuevo el Pacto Fiscal que ya le ha negado Rajoy?

En resumen, nada se ha ganado y mucho tiempo, esfuerzo, tensiones y dinero se han perdido con este intempestivo adelanto electoral con tintes plebiscitarios cuando aún quedaba la mitad de la legislatura por agotar. Lo único, saber con claridad lo que piensa el pueblo catalán respecto del órdago lanzado por el líder que se creyó ungido por la Providencia para encabezar la marcha hacia la independencia final del brumoso Estado catalán, tierra prometida en la que no habrá recortes sociales, ni privatización de servicios públicos ni corrupción política.