¡Que inventen ellos!

También los científicos e ivestigadores de este país van a salir mañana por unas horas de sus laboratorios y se van a echar a las calles para protestar contra los recortes en los presupuestos destinados a investigación y desarrollo, eso que hoy conocemos como I+D y a lo que se le ha añadido un "i" minúscula para aludir a la innovación. Sobre lo que significa en realidad  esa "i" y para qué se usa en nuestro país, pueden echar un vistazo a este artículo que lo aclara a la perfección: "El fracaso de la investigación no permite cambiar el modelo productivo". 

La cuestión es que, desde hace tres años, los presupuestos estatales y, como un reflejo de ellos, los autonómicos, vienen recortando sin piedad las partidas destinadas a la investigación. Esa política ha hecho que en nuestro país el porcentaje del Producto Interior Bruto que se dedica a ese fin haya  evolucionado en sentido contrario a como lo ha hecho en el conjunto de la Unión Europea y la OCDE. De tal manera que, lejos de abandonar los vagones de cola de la investigación, cada vez estamos más atrás.

 En términos humanos, esa realidad se traduce en "fuga de cerebros", investigadores y científico de una gran capacidad que han hecho las maletas para ofrecer su conocimientos a países en los que se valora y apoya desde las instancias públicas y desde la empresa privada la investigación científica. Junto a ellos se han ido también - y otros muchos no tendrán más remedio que seguir sus pasos - muchos jóvenes universitarios que, acabada su formación, ambicionan emprender una carrera como investigadores. Maltratados por la burocracia, apenas reconocidos socialmente y luchando siempre contra las miserias económicas con las que tienen que desarrollar su labor, muchos tiran la toalla y los que son más capaces de resistir a las adversidades ponen tierra de por medio.

En términos económicos y como dice el artículo citado más arriba, esa pérdida de capital humano en el mundo de la investigación se traduce en un país condenado a ser colonizado científica y tecnológicamente por aquellos otros países que sí ven en el dinero que destinan a Investigación y Desarrollo una inversión a medio y largo plazo y no un gasto superflúo, como parece ocurrir en España. Esa realidad contribuye poderosamente a perpetuar en nuestro país un modelo económico en el que el sector servicios, de escaso valor añadido, seguirá ostentando un peso descomunal frente a  las actividades relacionadas con la sociedad del conocimiento. 

De nada deberíamos sorprendernos porque, al fin y al cabo, los brutales recortes que sufre la investigación científica en nuestro país no son otra cosa que la continuidad lógica de los que se aplican también en la enseñanza obligatoria y universitaria. Con un gobierno como el anterior y el actual, empeñados en darle al desarrollo y la modernización del país varias décadas hacia atrás, no tardaremos mucho en llegar a los inicios del siglo XX y exclamar con  Miguel de Unamuno aquello de ¡Que inventen ellos!

Las lágrimas no bastan

Las lágrimas de dolor que hemos visto derramar al presidente de los Estados Unidos y a las familias de las víctimas inocentes de una nueva matanza en una escuela de Conneticut no bastan para poner fin a la locura de las armas que reina en ese país. Son comprensibles, humanas y reconfortantes para mitigar el dolor causado, pero no sirven para atacar las causas últimas de una tragedia que se repite con demasiada regularidad en un país en el que hay casi tantas armas como habitantes.

Esas causas van desde el feroz individualismo de la sociedad norteamericana a su miedo incomprensible para quienes vemos la tragedia desde lejos a un gobierno despótico, sin olvidarnos del gran negocio que el acceso a las armas representa para la poderosa industria que las fábrica y a cuyos intereses responden muchos políticos tanto demócratas como republicanos y representa la estúpida Asociación Nacional del Rifle.

El derecho a poseer armas – reconocido en la propia Constitución - está tan arraigado en los genes de la sociedad norteamericana que cualquier intento de al menos restringir el acceso es tildado sin falta y como poco de antiamericano, uno de los insultos políticos más duros que puede dirigirse contra un estadounidense. Miles de personas mueren todos los años en Estados Unidos víctimas de homicidios, asesinatos y suicidios gracias a la proliferación de armas de todo tipo en cuyo uso muchos padres no dudan en familiarizar a sus hijos desde muy temprana edad.


Las galerías de tiro y las ferias de armas son algo tan común en ese país como en Europa los mercadillos de frutas y verduras o los rastrillos: se exponen, se prueban, se rebajan y se venden como otra mercancía cualquiera sin más exigencia legal que mostrar el carné de conducir. Las armas – normalmente más de una – suelen colocarse en cualquier lugar del domicilio, en un cajón de la cocina, en la mesilla de noche, detrás de la puerta, al alcance de cualquier miembro de la familia, incluidos menores con graves problemas psicológicos o de sociabilidad como el autor de la masacre del viernes.

En definitiva, nada que no se haya vivido una y otra vez sin que nadie se haya atrevido a ponerle coto. Sólo el presidente Bill Clinton se atrevió en su día a restringir el acceso a las armas de asalto con una suerte de moratoria que concluyó en 2004. Aquella iniciativa recibió invectivas de todo tipo y pasó a la historia con más pena que gloria.

Ahora, Barak Obama ha dicho en dos ocasiones en menos de dos días que “hay que hacer algo” para acabar con esta locura. No ha dicho exactamente qué es lo que piensa hacer pero al menos abre una puerta a la esperanza de que no se repitan los horrores del viernes. Falta por saber si será capaz de resistir a las presiones en su contra de quienes prefieren derramar lágrimas de cocodrilo ante estas reiteradas tragedias y no hacer nada para evitarlas.

Merkel über alles

Ahí los tenemos de nuevo: los jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea osando hollar las alfombras comunitarias en las que ha pisado la canciller alemana Angela Merkel. Nueva cumbre europea en Bruselas para escenificar una vez más y ad nauseam la pleitesía a las políticas de masoquismo fiscal que impone Berlín. ¡Eureka! gritó en griego un comisario europeo – da lo mismo cuál – cuando hace un par de días se alcanzó un acuerdo para crear un supervisor bancario único de los países de la zona euro al que podrán adherirse otros países de la Unión que lo deseen. 

Dado que se trata de que el todopoderoso – con permiso de Alemania – Banco Central Europeo meta aún más las narices en las cuentas de los sistemas financieros nacionales, el Reino Unido, Suecia y la República Checa ya han dicho no, gracias. No podrán hacer lo mismo los países del euro como España en donde el citado supervisor controlará el 90% del sistema financiero, de lo que cabe concluir que el Banco de España puede ir empezando a preparar los papeles para convertirse en una fundación benéfica o similar. 


Con todo, de las 6.000 entidades financieras que hay en la Unión Europea, el mencionado supervisor sólo controlará unas 150, todas aquellas que superen los 30.000 millones de euros en activos. Entre las que no controlará estarán las más de 400 cajas de ahorro alemanas que, aunque no alcanzan por separado ese límite, suman todas juntas en torno al billón de euros, algo así como el Producto Interior Bruto de España. 


¿Y eso por qué? Pues porque Merkel no quiere, sencillamente y no se hable más. Buena es ella para permitir que anden otros husmeando en las cuentas de sus cajas de ahorro, de las que se sospecha que están también atiborradas de activos tóxicos y no vaya a ser que se vea obligada a liquidarlas o a pedir un rescate, menuda vergüenza tendría que pasar. 

Logrado este triunfo, la insaciable Merkel acaba de propinarle otro bofetón a las tímidas esperanzas de países como España de crear un fondo para financiar la prestación por desempleo ahora que las cuentas de la Seguridad Social se colorean de rojo intenso gracias a la reforma laboral.

Nein, ha dicho Merkel y, no lo ha dicho pero seguro que lo ha pensado, que se las apañen solos esos haraganes del sur que sólo piensan en vacaciones y puentes. Como considera que el plan en cuestión sería un pozo sin fondo, ha propuesto una suerte de rescate de parados consistente en que, quien quiera dinero para hacer frente al pago por desempleo, que firme contratos bilaterales con Bruselas y apechugue con las inevitables condiciones derivadas – vulgo más recortes a mansalva. Tras lo cual ha aparecido en la tele Mariano Rajoy ataviado con bufanda al cuello y ha dicho que “en una negociación nunca se puede obtener el cien por cien” -, salvo que seas Merkel, claro. 

Pero una cosa es obtener el cien por cien y otra bien distinta es no obtener nada de nada y eso exactamente es lo que ha conseguido Rajoy a pesar de ser un aventajado alumno merkeliano: un palo y ni un brote verde de zanahoria. Así se construye la Europa de nuestros días, la ganadora del Premio Nobel de la Paz: con Merkel über alles y el resto unter Merkel.