La veleta de Cospedal

A diferencia de su jefe de filas, María Dolores de Cospedal suele hablar por los codos. A ella le debemos la perla cultivada de la “indemnización en diferido a Bárcenas”, aunque la mayor parte de las veces su discurso provoca el sopor de los lugares comunes sobre las “reformas imprescindibles” y, cómo no”, la “transparencia” inmaculada de las cuentas del PP. Cospedal, además de mano derecha de Rajoy, es también la presidenta de Castilla - La Mancha, aunque por allí no la vean más que de San Juan a Corpus, de Toledo, por supuesto. Ella tiene a bien celebrar las reuniones del gobierno regional los jueves por la mañana y por la tarde del mismo día las sesiones del parlamento.

Desde hace algún tiempo buena parte de la semana tiene que pasarla en Génova 13 intentando desactivar las bombas que Bárcenas va colocándole en el camino. Entre ellas, ese famoso “recibí” de un donante que presuntamente apoquinó 200.000 euros al PP castellano – manchego a cambio de una contrata de basuras en Toledo y que ella ha calificado hoy de “mentira, mentira, mentira”. De manera que es poco el margen que le queda para atender a su extensa comunidad autónoma, como a ella seguro que le gustaría, dada su desinteresada y altruista dedicación a la política de la que sólo cobra por ser presidenta regional y secretaria general del PP, aunque hasta no hace mucho también como senadora.

Sin embargo, el poco tiempo que sus actividades partidistas le dejan para ocuparse de la felicidad de sus paisanos lo suple con grandes dosis de entusiasmo y originalidad. Ahí la tenemos en mayo de 2012 anunciando un incremento del número de diputados de las cortes regionales y unos meses después proponiendo todo lo contrario. Primero dijo que el aumento de escaños era necesario por el incremento de población en algunas provincias y después se agarró a la austeridad para defender exactamente lo opuesto. En medio se cargó de un plumazo el sueldo de los diputados regionales para “ahorrar” y dar ejemplo de austeridad porque, según ella, eso era lo que pedían los ciudadanos. Se le ha pasado el detalle de explicarnos ahora qué más da que los diputados sean 25 o 300 si no cobran nada de las arcas públicas.

Pero vayamos por partes porque conviene aclarar que Cospedal la austera, la que cierra servicios nocturnos en centros de salud y colegios pero cobra dos sueldos mensualmente y se dedica a su comunidad autónoma a tiempo parcial, no es ni mucho menos una veleta que gira según la empuje el viento. Su reforma de 2012 para aumentar el número de diputados regionales y la reducción a la mitad aprobada hoy en las cortes autonómicas responden a un mismo objetivo: manipular el sistema electoral para garantizarse el poder per secula seculorum e impedir que accedan a la cámara otras fuerzas políticas que no sean el PP y el PSOE, éste último si no hay más remedio. Formaciones como IU y UPyD van a tener que duplicar y hasta triplicar el número de votos para alcanzar representación parlamentaria.

En 2012 le venía bien aumentar los diputados porque con los mismos votos que obtuvo el PP en 2011 le sacaría tres escaños de diferencia al PSOE. Cuando las cosas empezaron a irle mal y con los recortes salvajes su popularidad empezó a menguar de forma alarmante, Cospedal se olvidó de lo ponderada, sensata y razonable que era la reforma anterior y propuso otra para dejar en la mitad el número de escaños pero con la misma finalidad, coartar al máximo la representatividad popular en las urnas y consolidar para los restos el régimen de partido único y como mal menor el bipartidismo con el PSOE.

Así entiende ella la democracia, desde el populismo de eliminar los sueldos a los diputados para volver a la época del sufragio censitario y abrir la puerta a eventuales corruptelas y desde la manipulación de los sistemas electorales para perpetuarse en el poder en detrimento de la representación popular. Escritores como Clarín, Costa, Blasco Ibáñez o Galdós, que dirigieron sus dardos contra el caciquismo decimonónico español, hallarían en Cospedal una fuente inagotable de inspiración.

Dimite, mudito

Magnánimo y generoso, Mariano Rajoy acudirá “a petición propia” al Congreso de los Diputados para dar “su versión” de “eso que a usted le preocupa”. La frase no tiene desperdicio. Fue su respuesta a un periodista rumano, lo que pone de manifiesto que hasta en el país del conde Drácula saben que en España hay un tal Luis Bárcenas que fue tesorero del partido en el Gobierno hasta el otro día y que ha amasado una fortuna millonaria chupándole la sangre a las empresas que buscaban contratos públicos al tiempo que repartía espléndidos sobres entre los dirigentes de ese mismo partido.

El nombre de ese vampiro de las finanzas populares que ahora duerme en una fría celda de Soto del Real se le sigue atragantando a Rajoy. El presidente tampoco ha sido capaz de pronunciarlo hoy y veremos si lo llegamos a escuchar de sus labios cuando se produzca esa comparecencia parlamentaria “a petición propia”. Su antológica frase demuestra que Rajoy carecerá de muchas cosas pero no del sentido del humor y la ironía: que diga ahora que dará explicaciones “a petición propia” después de que tanto la oposición como la opinión pública y hasta la prensa internacional se lo hayan venido exigiendo con insistencia desde hace tiempo hasta que no le ha quedado más remedio que ceder y acudir a regañadientes a la Cámara, es uno de los mejores chistes políticos de los últimos años.

Que además diga que lo hará para “dar su versión” hace prever que poco más de lo que ha dicho hasta ahora tiene previsto decir cuando se produzca la comparecencia. De hecho, el remate glorioso de su respuesta de esta tarde fue cuando se refirió al “caso Bárcenas” como “eso que a usted la preocupa”. De lo que se deduce que a Rajoy, que aparece en los papeles de Bárcenas y en los SMS que intercambió con él, no le preocupan la gigantesca trama de financiación ilegal de su partido, los sobresueldos en negro para él y otros dirigentes del PP, su descrédito político y el del gobierno que preside y el daño a la imagen y a la confianza internacional del país. Eso – viene a decir Rajoy – es algo que le preocupa a usted pero no a mi.

Por tanto, que no lancen aún las campanas al vuelo quienes ven en el anuncio de la comparecencia de Rajoy una rendición del presidente ante el clamor social, mediático y político que le exigía una explicación sobre sus relaciones con Bárcenas. Los detalles del pleno aún están por decidir aunque ya hay algunos que invitan a pensar que la sesión puede derivar en un nuevo griterío con más ruido y furia que claridad y transparencia. Para empezar, el hecho de que el propio Rajoy ya haya dicho que hablará también de la situación económica del país. ¿A cuento de qué si de lo que se trata es de dar explicaciones sobre Bárcenas? Pues a cuento de que el jueves se publicarán los datos de la EPA del segundo trimestre del año y ya hay ministros como el de Economía adelantándonos la buena nueva de que serán muy positivos. Como la comparecencia en el Congreso será a posteriori, cabe esperar que el presidente se agarre a ellos para desviar o al menos difuminar la atención del objetivo primero y último de un pleno que debería centrarse en un solo asunto: la corrupción política en el PP y el grado de conocimiento e implicación del propio Rajoy.

Puede que el PSOE haya respirado aliviado hoy al conocer que Rajoy comparecerá y, por tanto, ya no tendrá que continuar adelante con el órdago de la moción de censura. Hasta puede que, aún sin proponérselo, Rajoy le haya hecho un favor a Rubalcaba que se evita así sufrir un revolcón parlamentario después de tomarse las molestias de tener que presentar un programa alternativo y un candidato. Pero no son las tácticas de los partidos lo que preocupa a los ciudadanos, más bien hartos de que todo se mida en función del rédito político que es posible obtener. Es verdad, transparencia y claridad lo que se exige a un mudo presidente del Gobierno que, de la noche a la mañana, descubre casualmente que quiere hablar “a petición propia” para “dar su versión” de eso que “que a usted le preocupa”.

Dimitir es lo que debe hacer y evitarle así al país el bochorno de un presidente que, después de meses sin abrir la boca, ahora no habla de decir la verdad sino de dar "su versión"  sobre unos hechos que no parecen preocuparle y que para la inmensa mayoría de los españoles están meridianamente claros.

Rajoy en los papeles

El presidente del Gobierno no sólo ha aparecido en los incendiarios papeles de su ex tesorero Luis Bárcenas, el innombrable, como presunto perceptor de sobresueldos en negro. También aparece cada vez con más insistencia en los papeles de las grandes biblias del periodismo mundial, desde el New York Times al Financial Times pasando por el Wall Street Journal o The Economist. Y no precisamente para bien.

Hace tan sólo año y medio los populares se regodeaban con los ácidos comentarios, editoriales y artículos de opinión que esos mismos medios le dedicaban a Zapatero y a su gobierno. Veían las pullas y haber metido a España en el indeseable club de los PIGS (cerdos) junto a Portugal, Irlanda y Grecia como la demostración del desastre al que el gobierno socialista estaba conduciendo a España. Se lo recordaban día tras días pero especialmente cuando algún gurú de Londres o Nueva York se dejaba caer con la especie de que España había entrado en capilla para ser rescatada como lo habían sido ya los otros miembros del apestado club compuesto por los incompetentes países del sur.

Aquellos fueron días de zozobra, de visitas de la mismísima ministra Salgado a Londres o a Nueva York para explicarles a los responsables de esos medios que España era un país fiable y no iba a ser rescatada. Los populares, mientras, se burlaban de aquellos intentos desesperados del gobierno de Zapatero para detener lo que casi todo el mundo daba por seguro: el rescate del país. No ayudaban precisamente a que las aguas se calmasen y se recuperase la confianza internacional en el país, sino que hacían lo posible por deteriorarla cuanto más mejor. Aplaudían si los periódicos le atizaban a Zapatero y se alegraban de manera pública y notoria si la prima de riesgo y el interés de la deuda escalaban a niveles de alerta roja.

Todo era lícito con tal de desgastar a Zapatero al tiempo que le exigían elecciones anticipadas que terminaron consiguiendo. De esa actitud es suficientemente ilustrativa la confesión que le hizo el hoy ministro Montoro a la diputada de CC Ana Oramas cuando ésta le reprochó que el PP no apoyara los duros recortes que se vio obligado a realizar Zapatero por imposición de Bruselas para evitar el rescate: “Déjala que caiga – le dijo Montoro a Oramas refiriéndose a España – que ya la salvaremos nosotros”. Bien que la han salvado, a la vista está y no hay más que echar mano de las estadísticas del paro, de la pobreza, de la exclusión social, de la situación de la sanidad o la educación.

Es verdad que no ha habido rescate a la griega o a la portuguesa, pero a cambio de duros e injustos recortes y reformas que no solo no han servido para cumplir el déficit sino que han deprimido la economía por muchos años. Y no olvidemos los 100.000 millones de euros pedidos para rescatar a los bancos con sus correspondientes contraprestaciones que pagamos todos los ciudadanos.

Sin embargo, no es tanto la situación económica lo que más preocupa en estos momentos a la prensa internacional como los efectos de la corrupción sobre la estabilidad política y la recuperación. Se trata del chapapote que tiene al PP cercado y al presidente Rajoy convertido en silencioso rehén de un delincuente de cuello blanco lo que llama la atención en las grandes redacciones. El Financial Times no se paraba en barras hace unos días al titular que es imperativo” que Rajoy comparezca en el Congreso para dar explicaciones. El New York Times ha escrito que “Bárcenas ha puesto el escándalo a las puertas del presidente”, mientras la prensa italiana habla de “Tangentópolis” a la española y la británica cree que la corrupción está amenazando la recuperación económica de España. En esa línea, The Economist afirma que “el escándalo daña la reputación de España – pobre Margallo – y anima a los inversores a meterla en el mismo saco que Grecia o Italia como las naciones del trinque”.

Así que España vuelve a estar en los papeles de la prensa internacional como lo estuvo Zapatero al final de su mandato aunque en esta ocasión para algo mucho peor que ridiculizar a un presidente arrollado por la crisis que durante tanto tiempo negó. Ahora se trata de proyectar en todo el mundo la imagen de un país cuyo presidente ha ligado su futuro político al de un chorizo al que respaldó y en el que confió durante tanto tiempo y del que ahora no es capaz ni de decir su nombre.