El gobierno de los expertos

Que los expertos en esto, en lo otro y en lo de más allá digan qué es lo que deben hacer los responsables políticos se ha convertido en una costumbre cada día más arraigada en ministerios y comunidades autónomas de este país. Si hay que reformar las pensiones para que los pensionistas cobren menos a fin de mes se convoca un comité de expertos que digan lo que necesitamos hacer; si de lo que se trata es de reformar la administración pública, se elige un sanedrín de sabios qué aconsejen lo más conveniente, es decir, suprimir o privatizar empresas públicas y descargar la administración de tanto parásito; cuando la cuestión a resolver es si hacemos como que bajamos los impuestos cuando en realidad tenemos intención de subirlos llamamos a unos cuantos catedráticos de universidad y le endilgamos la tarea de decirnos cómo debemos hacerlo sin que se note demasiado. 

Así, los expertos van colonizando áreas cada vez mayores de la administración pública en donde se supone que hay responsables políticos con legiones de asesores “de confianza” en los asuntos de sus competencias y a los que se aparta de las tareas por la que se supone que les pagamos sus sueldos los ciudadanos. Los expertos que analizan y proponen al Gobierno toda suerte de reformas en asuntos de tanto calado como las pensiones o los impuestos se convierten de este modo en la coartada perfecta de los responsables políticos para tomar medidas impopulares: ¡Ah! – proclaman -, no hemos hecho más que limitarnos a poner en práctica las recomendaciones de los expertos que para eso han estudiado y saben de lo que hablan. 

Cuando en los informes de los expertos hay votos discrepantes se ignoran y se subrayan sólo los puntos de vista que coinciden con el del responsable político que en último extremo tiene que tomar la decisión. Por supuesto, la transparencia en la elección de quiénes deben ser los expertos que conformen esos comités que parecen gobernarnos en la sombra es de lo más opaca y solo cuando empezamos a escarbar un poco nos encontramos que en un alto porcentaje coinciden plenamente o en su gran mayoría con los planteamientos ideológicos de quien les encarga el trabajo. Así ocurrió, por ejemplo, con el comité de sabios que elaboró la propuesta para la reforma del sistema de pensiones, plagado de representantes de financieras con intereses en planes privados de pensiones. 

Y seguro que no es una casualidad sino todo lo contrario que la propuesta de reforma fiscal que los expertos le han entregado hace unos días a Cristóbal Montoro y que está cosechando muchos más pitos que aplausos vaya en la misma línea de la que elaboró el año pasado la Fundación FAES del PP: reducir el número de tramos del IRPF, bajar el tipo máximo por debajo del 50%, recortar el impuesto de sociedades y eliminar el Impuesto sobre el Patrimonio. En cuanto al IVA, el comité de Montoro habla de subir varios productos del 10% al 21% y FAES recordaba que hay recorrido para subir ese impuesto aunque sin precisar porcentajes. 

Montoro bien podría habernos ahorrado a sus expertos y el circo mediático que lo ha rodeado y echar mano del informe de FAES porque, salvo error u omisión, en poco se diferenciara la reforma fiscal que finalmente apruebe el PP para dorarnos la píldora con una supuesta rebaja de impuestos en año electoral que en realidad será una nueva vuelta de tuerca sobre las rentas del trabajo y un nuevo regalo fiscal para los más ricos. De la promesa de Rajoy de bajar realmente los impuestos después de subirlos nada más llegar a La Moncloa, incumpliendo así su palabra de darle un respiro a las acogotadas clases medias de este país, mejor ni hablamos. Ya lo han hecho por nosotros los neutrales e inmanculados expertos seleccionados por Montoro, todo un catedrático de Hacienda Pública como el señor Lagares que ha presidido su comité de sabios pero que, a lo que se ve, de impuestos no debe saber ni jota.

El avión que voló

Cuarenta barcos y otros tantos aviones de una docena de países además de satélites y radares de medio mundo llevan casi una semana buscando el avión de Malasia que desapareció en la madrugada del sábado con 239 personas a bordo sin dejar rastro. Y nunca mejor dicho, porque nadie se explica lo ocurrido aunque cada cual tiene varias hipótesis. Asombrado, el mundo se pregunta cómo puede desaparecer un gigante de 60 metros de largo, más de 18 de alto y cerca de 160 toneladas de peso y no dejar tras de sí una mínima señal que permita localizarlo y averiguar qué ocurrió con él. 

Hasta ahora y en medio de una confusión total y de la desesperación de los pasajeros, en su mayoría chinos, se han ido descartando una tras otra todas las posibles causas de lo ocurrido. El atentado terrorista fue la primera causa que a muchos se les pasó por la cabeza, máxime tras conocerse que dos pasajeros viajaron con pasaportes falsos. Esa posibilidad no tardó mucho en ser descartada y, a partir de ahí, todo han sido palos de ciego con el Gobierno de Malasia en estado de perplejidad y el chino presionando para que no se abandone la busca. 

Pero ¿dónde buscar, si los satélites espía de la propia China y de otros países no han detectado nada y lo mismo les ha ocurrido a los barcos y aviones que rastrean sin descanso un área próxima a los 200 kilómetros cuadrados? Del mismo modo que la teoría del atentado terrorista, también han ido cayendo las esperanzas depositadas en objetos avistados en el mar y la última que ha entrado en cuarentena es la posibilidad de que el aparato continuara volando cuatro o cinco horas más después de que se perdiera la comunicación con él. Volando pero ¿hacia dónde? ¿cambió de ruta? ¿por qué?

En este clima de incertidumbre sobre la suerte del avión y de sus pasajeros, a nadie le extraña que afloren las teorías más pintorescas como que fue absorbido por una misteriosa fuerza desconocida o que pudo aterrizar en la selva y está oculto en un hangar a resguardo del alcance de los satélites, lo que parece mucho suponer con la sofisticada tecnología que emplean en la actualidad las grandes potencias para espiarse mutuamente. Del mismo modo es sorprendente que algunos teléfonos móviles de los pasajeros den tono algo que, según los expertos, sería del todo imposible si el aparato se encontrase bajo el agua. 

Desde luego, no es esta la primera vez que desaparece un avión en pleno vuelo sobre el mar pero sí la primera en la que pasa tanto tiempo sin tener la más mínima pista de su paradero y su suerte. A todos nos ha venido a la mente estos días lo ocurrido con un avión de Air France que el año 2009 volaba de Brasil a Francia y que cayó al mar poco tiempo después de despegar. En aquella ocasión los primeros restos fueron localizados cinco días después y en esta ocasión ya superamos ese plazo con creces. Y lo que es más importante, los pilotos del avión francés emitieron un “myday” antes de estrellarse, algo que no ha ocurrido en este caso y ni siquiera las llamadas cajas negras han emitido señal alguna. 

Por lo demás, el aparato de las líneas aéreas de Malasia desaparecido, un Boeing 777 que había pasado con éxito una revisión hacia solo diez días, es un modelo diseñado para largos recorridos y catalogado como seguro ya que a lo largo de sus casi 30 años de vida sólo ha registrado unos 60 incidentes. Atentado terrorista, sabotaje, fallo estructural, técnico o humano, lo cierto es que estamos ante la desaparición más misteriosa en la historia de la aviación comercial moderna. Por ahora y mientras continúa la búsqueda, lo único que tenemos son las últimas palabras del piloto del avión desaparecido: “Todo bien, buenas noches”.