Cerrado por vacaciones

Como indica el título de la entrada, esto no es un adiós sino un hasta pronto. Bajo la persiana del blog, en principio hasta septiembre, no sin antes agradecerles sinceramente el seguimiento y los comentarios a los posts que he ido publicando. Lamento muy de veras no quedarme para glosar mañana como se merece el balance que hará Rajoy de su Tercer Año Triunfal en La Moncloa o para comentar las andanzas y desventuras de Jordi Pujol, Luis Bárcenas o los Duques de Palma, entre otros especímenes de nuestra fauna política y judicial. 

En todo caso, me atrevo a adelantarme al balance de Rajoy convencido de que lo que diga no afectará a los cimientos del país ni acaparará grandes titulares durante mucho tiempo. O mucho me equivoco o de su balance de mañana sólo cabe esperar grandes dosis de triunfalismo económico y ni un solo gramo de autocrítica. Hablará seguramente de que “hoy España es un país serio”, de que “gracias a este Gobierno se evitó el rescate” o de que “la economía española ya crece y crea empleo”. Desistan de que aluda ni por asomo a la pobreza y la exclusión social, a las iniciativas retrógradas como la de la reforma del aborto y la LOMCE, a los recortes en los servicios públicos, a lo que nos está costando salvar a los bancos o a la calidad más bien mísera de los puestos de trabajo que se están creando en España a mayor gloria de la competitividad y los beneficios de las grandes empresas. 

No me cabe la más mínima duda de que sacará pecho con la reforma fiscal que le ha preparado Montoro y que mañana prevé aprobar el último Consejo de Ministros de este curso político. Dejará caer la falacia de que beneficia a los que menos tienen y a las clases medias, pero no dirá una palabra de que grandes empresas y grandes fortunas siguen defraudando anualmente miles de millones de euros a Hacienda mientras Montoro juega con el Power Point. Asegurará también que, a pesar de que la previsión de crecimiento económico no pasa de ser un desiderátum y si no se produce no habrá objetivo de déficit que valga, España cumplirá con sus compromisos porque – ya saben – “España es un país serio”. Cómo lo cumplirá llegado el caso si las cosas se tuercen, no hace falta decirlo: con nuevos recortes en servicios y en salarios de empleados públicos, para empezar. 

Ante el tsunami catalán de noviembre se mantendrá en sus casillas de que la consulta es ilegal y de ahí no se moverá un milímetro ni para encontrar una salida ni para decir cómo lo evitará por más que se acerque la hora de la verdad. Será el discurso de quien seguramente se prepara para iniciar con esta comparecencia la campaña electoral para las autonómicas y generales del año que viene. Una comparecencia que se va a producir, miren ustedes por dónde, casi un año después de que  Rajoy fuera arrastrado al Congreso de los Diputados para hablar del caso Bárcenas, un asunto que le perseguirá per secula seculorum por mucho que pretenda escapar por el garaje o esconderse tras un plasma. 

Un año después de aquella comparecencia para autoexculparse y reconocer al mismo tiempo que fue un error confiar en él, el juez Ruz ha concluido la instrucción del “caso Gurtel” y ha imputado a Bárcenas, al Bigotes, a Correa y otros cuarenta y pico bandoleros más de la cueva de Alí Baba y los millones en Suiza. No esperen que de esto diga una palabra mañana Rajoy y si alguien le pregunta responderá lo de siempre. Aquí pueden elegir la respuesta que más les guste entre estas tres opciones: “todo es falso salvo algunas cosas que están ahí”, “sobre lo que usted me pregunta tengo que decirle que no tengo nada que decirle” y “eso no toca en esta rueda de prensa”. 

Pero les prometo una cosa: si mañana Rajoy desmiente lo que he escrito hoy volveré y rectificaré. Si no es así, ¡buen verano y hasta septiembre!

De Mas a menos

Lo sé, reconozco que es un juego de palabras algo facilón pero ya me explicarán ustedes que más se puede decir de una reunión que, a pesar de durar dos horas y media, no sirvió absolutamente para nada. Hablo del encuentro que, anunciado a bombo y platillo desde hace semanas, mantuvieron esta mañana en La Moncloa Mariano Rajoy y Artur Mas. El primero ni siquiera habla catalán en la intimidad y el segundo cada vez habla menos español. Así las cosas, a nadie le puede extrañar que el resultado haya sido literalmente cero. Mariano Rajoy fue a la reunión a hablar de sus cosas y Artur Mas hizo exactamente lo mismo. 

El primero, después de pedir la colaboración de Mas en asuntos económicos, le volvió a espetar que la consulta soberanista es inconstitucional y no se va a celebrar. Mas hizo como que no oyó e insistió una vez más en lo de la consulta no sin antes presentarle a Rajoy un plan de infraestructuras que el Estado debe financiar en Cataluña. ¿Alguien entiende algo? Yo desde luego no: ¿si Mas quiere separar a Cataluña de España dónde encaja que le pida dinero a Rajoy para hacer carreteras? De manera que, acabado el “cordial” encuentro Mas se fue por su lado a hacer sus valoraciones en la sede que la Generalitat tiene en la metrópoli madrileña. La Moncloa, por su parte, despachó el esperado encuentro con una nota en la que, por más que uno la lee y la relee, no encuentra nada que no supiéramos hasta esta mañana. Ah, eso sí: han quedado en seguir dialogando, de lo cual nos alegramos sobremanera. 

A renglón seguido de hablar Mas para explicar que después de ciento cincuenta minutos de diálogo de sordos las cosas seguían exactamente igual que antes, hablaron una tras otra las fuerzas políticas catalanas. Tampoco aquí se esperaba cambio alguno de posición sino más bien lo contrario: cada uno repitió como si de una grabación rayada se tratara sus respectivos argumentos a favor y en contra de que los catalanes voten a favor o en contra de la independencia el próximo 9 de noviembre. ¿Qué ha cambiado pues desde esta mañana en este cansino asunto del soberanismo catalán que acapara esfuerzos, tiempo y energías en un país con prioridades mucho más perentorias? Tentado estoy de decir que absolutamente nada, que el diálogo de sordos sigue siendo la norma y que a este paso tenemos servido un espectacular choque de trenes a la vuelta del verano. 

Mientras Rajoy no salga de sus casillas y Mas de las suyas, mientras no se encuentre la manera de evitar el descarrilamiento sea por esa reforma de la Constitución que el PSOE propone pero que no define con claridad, sea por otra vía, que sigan hablando Rajoy y el presidente catalán sólo nos conducirá a la melancolía y al encontronazo inevitable. Algo sí ha cambiado, no obstante: la fortaleza y la autoridad moral que pudiera tener el nacionalismo de Artur Mas para reclamar la independencia se ha esfumado en buena parte entre los millones de euros ocultos por el ex muy honorable Pujol en paraísos fiscales durante más de tres décadas. 

Poner al factótum del nacionalismo catalán en la calle, dejarlo sin oficina, sin pensión, sin secretarias, sin coche oficial y hasta sin tratamiento de “muy honorable”, difícilmente servirá para apagar el incendio que su desvergonzado comportamiento fiscal ha provocado. Por más que intente Mas alejarse de las llamas y por más “compasión y dolor” que sienta por su “padre político”, el escándalo del dinero de Pujol no declarado a Hacienda no es ni de lejos un asunto privado y familiar. Con ese argumento no va Mas a ninguna parte ni convence a nadie y lo peor es que, todo lo que es en política el actual presidente catalán se lo debe, por mucho que ahora le pese reconocerlo, al que probablemente sea uno de los mayores delincuentes fiscales habidos en la historia reciente de España y de Cataluña. 

¿Cómo cree Mas que puede desligarse de esa herencia indeleble ? Puede hacer todas las frases retóricas que quiera, puede decir que su fuerza no proviene de Pujol sino de los catalanes pero nada de esto le servirá para librarse de la mancha que hoy contamina su proyecto soberanista. Hoy, con la alargada sombra de un corrupto confeso como Pujol oscureciendo el panorama político catalán, por no hablar de los vástagos pujolistas y sus trapisondas con el dinero público, Mas empieza a oler a producto político caducado y averiado, el mismo olor que desprende desde hace unos días su mentor y guía. 

Tiempos reales

Desconozco si es casual o causal pero lo cierto es que al rey Felipe VI no le podía venir mejor que Jordi Pujol confesara sus cuentas ocultas en el extranjero para entregarse a una suerte de catarsis de transparencia en la Zarzuela y aledaños. A más abundamiento, el mismo día del real anuncio entra en la cárcel por corrupción Jaume Matas, otro ex ministro y ex presidente autonómico, y un día después el juez Ruz cierra la instrucción del “caso Gürtel” y pone negro sobre blanco el nombre de los ilustres cuarenta y cinco imputados que se sentarán en el banquillo y entre los que figuran personajes patrios tan respetables como Luis Bárcenas o el Bigotes. 

En medio, como digo, Felipe VI anuncia que prohibirá a los miembros de la familia real trabajar para empresas privadas y encargará una auditoría externa sobre las cuentas de La Zarzuela. Saca pecho el Jefe del Estado y pone tierra de por medio ante la corrupción que anega el mundo de la política y de la que no escapa ni un ex honorable sinvergüenza fiscal como Jordi Pujol. Con su decisión de prohibir a los miembros de la familia real trabajar para la empresa privada le saca los colores a su egregio padre, al que siempre se tuvo como el mejor embajador de las empresas españolas por esos mundos de Dios. 

Si había que negociar un contrato multimillonario para una empresa española con un jeque saudí el encargado de realizar los contactos pertinentes no solían ser el presidente del Gobierno o el ministro del ramo o las empresas interesadas, sino el rey conseguidor, quien realizaba estas gestiones de alto nivel por puro y desinteresado amor a sus súbditos. Y estos eran los “negocios” de los que teníamos conocimiento los españoles, ya que de los otros nada o casi nada hemos sabido nunca y no parece que lo sepamos pronto salvo que a Felipe VI le de otro ataque de transparencia un día de estos. Lo que cabe preguntarse es si piensa seguir los pasos de su padre o se aplicará su propia prohibición y se limitará a la representación institucional más allá de nuestras fronteras, dejando que el Gobierno y las empresas hagan el trabajo que les corresponde.

No menos llamativa es la evidencia en la que el anuncio del rey deja al PP, que se opuso hasta el final con uñas y dientes a incluir a la Casa Real en su timorata Ley de Transparencia que al final tuvo que sacar adelante en solitario, como tantas otras en esta legislatura. Sólo la presión de todos los grupos de la oposición y de la opinión pública, alarmada por los casos de corrupción que afectaban al entorno familiar del titular de la Corona, le hizo entrar en razón pero sólo un poquito, lo justo para no molestar y la institución monárquica también se incluyó en la ley. Las decisiones ahora anunciadas por el nuevo rey van más allá de lo que la propia ley establece para la Casa Real y ponen de manifiesto que hay partidos políticos a los que la luz del día les molesta en los ojos y prefieren vivir con las ventanas y las puertas bien cerradas aunque huela a podrido a miles de kilómetros. 

Por lo demás, el ejercicio de transparencia que ahora anuncia Felipe VI con el claro propósito de intentar recuperar parte del prestigio y el respeto perdidos por la monarquía española debido a la mala cabeza de su padre y a los negocios sucios de su hermana Cristina y su cuñado Urdangarín, también tiene un evidente fin preventivo. Además de sacar a orear en qué se gasta la Corona el dinero que año tras año le entregamos los españoles, el rey quiere evitar que, cuando sus hijas crezcan, se echen novio y se casen, vuelvan a asistir los españoles a la deplorable imagen de yernos practicando los cien metros libres para huir de la prensa e infantas haciéndose pasar por tontas del bote ante un juez. 

Ahora bien: ya que tanta transparencia quiere imprimirle a su reinado, también podría el nuevo rey aclararnos qué sabía de los negocios del duque que corría y de la implicación en ellos de la hermana infanta que no sabía nada de nada de las causas por la que corría aquel. Ya puestos, que nos diga también si en su condición de príncipe heredero pudo hacer algo para evitar el trinque que se había organizado ante sus mismísimas barbas o prefirió dejar pasar y dejar hacer, tal y como hizo su padre. Para una declaración de ese tipo no es necesario que espere a que cualquier día de estos nos volvamos a despertar los ciudadanos con la noticia de que otro político español atesoraba un potosí en algún paraíso fiscal. Hoy mismo es buena ocasión.