Lo sé, reconozco que es un juego de palabras algo facilón pero ya me explicarán ustedes que más se puede decir de una reunión que, a pesar de durar dos horas y media, no sirvió absolutamente para nada. Hablo del encuentro que, anunciado a bombo y platillo desde hace semanas, mantuvieron esta mañana en La Moncloa Mariano Rajoy y Artur Mas. El primero ni siquiera habla catalán en la intimidad y el segundo cada vez habla menos español. Así las cosas, a nadie le puede extrañar que el resultado haya sido literalmente cero. Mariano Rajoy fue a la reunión a hablar de sus cosas y Artur Mas hizo exactamente lo mismo.
El primero, después de pedir la colaboración de Mas en asuntos económicos, le volvió a espetar que la consulta soberanista es inconstitucional y no se va a celebrar. Mas hizo como que no oyó e insistió una vez más en lo de la consulta no sin antes presentarle a Rajoy un plan de infraestructuras que el Estado debe financiar en Cataluña. ¿Alguien entiende algo? Yo desde luego no: ¿si Mas quiere separar a Cataluña de España dónde encaja que le pida dinero a Rajoy para hacer carreteras? De manera que, acabado el “cordial” encuentro Mas se fue por su lado a hacer sus valoraciones en la sede que la Generalitat tiene en la metrópoli madrileña. La Moncloa, por su parte, despachó el esperado encuentro con una nota en la que, por más que uno la lee y la relee, no encuentra nada que no supiéramos hasta esta mañana. Ah, eso sí: han quedado en seguir dialogando, de lo cual nos alegramos sobremanera.
A renglón seguido de hablar Mas para explicar que después de ciento cincuenta minutos de diálogo de sordos las cosas seguían exactamente igual que antes, hablaron una tras otra las fuerzas políticas catalanas. Tampoco aquí se esperaba cambio alguno de posición sino más bien lo contrario: cada uno repitió como si de una grabación rayada se tratara sus respectivos argumentos a favor y en contra de que los catalanes voten a favor o en contra de la independencia el próximo 9 de noviembre. ¿Qué ha cambiado pues desde esta mañana en este cansino asunto del soberanismo catalán que acapara esfuerzos, tiempo y energías en un país con prioridades mucho más perentorias? Tentado estoy de decir que absolutamente nada, que el diálogo de sordos sigue siendo la norma y que a este paso tenemos servido un espectacular choque de trenes a la vuelta del verano.
Mientras Rajoy no salga de sus casillas y Mas de las suyas, mientras no se encuentre la manera de evitar el descarrilamiento sea por esa reforma de la Constitución que el PSOE propone pero que no define con claridad, sea por otra vía, que sigan hablando Rajoy y el presidente catalán sólo nos conducirá a la melancolía y al encontronazo inevitable. Algo sí ha cambiado, no obstante: la fortaleza y la autoridad moral que pudiera tener el nacionalismo de Artur Mas para reclamar la independencia se ha esfumado en buena parte entre los millones de euros ocultos por el ex muy honorable Pujol en paraísos fiscales durante más de tres décadas.
Poner al factótum del nacionalismo catalán en la calle, dejarlo sin oficina, sin pensión, sin secretarias, sin coche oficial y hasta sin tratamiento de “muy honorable”, difícilmente servirá para apagar el incendio que su desvergonzado comportamiento fiscal ha provocado. Por más que intente Mas alejarse de las llamas y por más “compasión y dolor” que sienta por su “padre político”, el escándalo del dinero de Pujol no declarado a Hacienda no es ni de lejos un asunto privado y familiar. Con ese argumento no va Mas a ninguna parte ni convence a nadie y lo peor es que, todo lo que es en política el actual presidente catalán se lo debe, por mucho que ahora le pese reconocerlo, al que probablemente sea uno de los mayores delincuentes fiscales habidos en la historia reciente de España y de Cataluña.
¿Cómo cree Mas que puede desligarse de esa herencia indeleble ? Puede hacer todas las frases retóricas que quiera, puede decir que su fuerza no proviene de Pujol sino de los catalanes pero nada de esto le servirá para librarse de la mancha que hoy contamina su proyecto soberanista. Hoy, con la alargada sombra de un corrupto confeso como Pujol oscureciendo el panorama político catalán, por no hablar de los vástagos pujolistas y sus trapisondas con el dinero público, Mas empieza a oler a producto político caducado y averiado, el mismo olor que desprende desde hace unos días su mentor y guía.
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