Acuerdo o puerta

En política, dar cosas por sentado es correr un alto riesgo de quedar desautorizado a las primeras de cambio. Quienes ayer daban por hecho que el cómplice apoyo de los nacionalistas para que el PP y Ciudadanos coparan la mayoría de los puestos de la mesa del Congreso desembocaría en un apoyo pasivo a la investidura de Rajoy, deben andar muy desengañados a esta hora. El PNV ha dicho que no habrá apoyo a Rajoy y CDC ha reconocido que sólo quería contar con grupo propio. El PP, que hasta ayer por la mañana huía de independentistas y soberanistas catalanes como el vampiro de los ajos y culpaba a quienes tuvieran contactos con ellos de ser enemigos declarados de la unidad nacional, ahora saca a relucir la cortesía parlamentaria y anuncia que le hará el gusto a los catalanes. Eso sí, advierte de que sobre soberanismo no hay nada que hablar. Ni por esas ha evitado que Ciudadanos, cuyos votos han hecho presidenta a Ana Pastor, haya advertido seriamente que votará en contra de Rajoy como al candidato del PP le dé ahora por empezar a chamullar en catalán. 

Olvidan Rivera y los suyos que esos mismos votos que ahora parece despreciar han servido para que su partido ocupe dos puestos en la mesa del Congreso a los que por número de escaños no tenían derecho. Sea lo que fuere, después de lo de ayer parece como si hubiéramos entrado de nuevo en estado catatónico y la misma película de enero y febrero estuviera pasando otra vez ante nuestros fatigados ojos: los presidentes de los dos cámaras hablando con el rey, el rey diciendo que ya dirá cuando empezará a hablar con los partidos para proponer un candidato a la investidura, los partidos dando vueltas en círculo y los deberes sin hacer. Ahí tenemos a Bruselas riñendo y amenazando con las siete plagas del déficit un día sí y otro también, los presupuestos del año que viene esperando a que alguien se ocupe de ellos, la hucha de las pensiones menguando a ojos vista - hoy acaba el Gobierno de sacar otros 1.000 millones para pagar a Hacienda - y suma y sigue. Nadie tiene prisa, para qué, si solo llevamos en esta situación un año y medio: empezaron a principios del año pasado haciendo campaña para las andaluzas, luego para las autonómicas, después para las catalanas, más tarde para las generales del 20 de diciembre, a renglón seguido para las del 26 de junio y ahora ¿para las del 27 de noviembre? Quién sabe, a estas alturas no me aventuraría yo a descartar ninguna posibilidad. 

La impresión que produce el panorama es que ninguna de esas urgencias mencionadas parece ser lo suficientemente apremiante como para acelerar la marcha y dejar de arrastrar los pies en la búsqueda de un gobierno. Está a punto de cumplirse un mes desde las elecciones y lo único que ha pasado  durante este tiempo es que se han constituido el Congreso y el Senado y eso porque el plazo lo establece la Constitución; de no ser así tengo mis dudas de que se hubiera iniciado ayer la XII Legislatura. Al golpito, con la mayor pachorra del mundo, el rey se toma ahora unos cuantos días antes de repetir la próxima semana - quién sabe cuándo - el cada vez menos edificante espectáculo de los portavoces políticos pasando por La Zarzuela para decir las habituales naderías de las que ya empezamos a estar más que servidos. Después del remedo de negociaciones de la semana pasada, nada se sabe de nuevas fechas para seguir negociando ni de propuestas de diálogo claras, concretas y precisas por parte de nadie con posibilidad de sacarnos de este marasmo.

Todo sigue consistiendo en procurar desviar la atención mediática, jugar al despiste, hacer política en el peor sentido del término y responsabilizar a los otros de la falta de acuerdo mientras pasa el tiempo. ¿No es como para estar realmente indignados y exigir que acabe de una vez esta nueva ración de postureo y politiqueo que nos están endosando? La casta política de este país - sí, casta, con todas las letras - está dándonos a los ciudadanos una lección de irresponsabilidad que no nos merecemos. Su cortedad de miras, su mirar por lo suyo y no por lo de todos, sus antipatías personales y su falta de generosidad están arrastrando al país a uno de los episodios políticos más decepcionantes de la democracia. Ya vale, ya está bien, hemos tenido más que suficiente y ya sabemos de qué pie cojea cada uno: es hora de una vez de ponerse de acuerdo o de irse a casa. Tal vez si lo hubieran hecho en su momento los que se han dedicado a sestear "porque yo lo valgo" o a trazar líneas rojas otro sería el panorama actual.  

Erdogan y cierra Turquía

El presidente turco parece estos días una furia desatada e incontrolada. En lugar de pedir serenidad y unidad al país y de impulsar una investigación que aclare quién está detrás del golpe de estado del viernes por la noche, ha puesto en marcha una cacería sin precedentes en la administración, la judicatura, los medios de comunicación, las fuerzas armadas y la policía que empieza a resultar harto sospechosa.

A la hora de escribir estas reflexiones son ya más de 20.000 los militares, jueces, policías y otros funcionarios detenidos o expulsados de sus empleos. Sólo en las últimas horas 15.000 funcionarios del ministerio de Educación se han quedado sin empleo. En paralelo, Erdogan y su Gobierno ya hablan sin empacho de reimplantar la pena de muerte, importándoles una higa lo que piensen en Bruselas o en la OTAN. Con esa voz de vicetiple que le sale últimamente a las autoridades comunitarias le han advertido de que un país en el que esté en vigor la pena de muerte no tiene cabida en la Unión Europea.

Pero Erdogan y los suyos se sienten fuertes después de que sus seguidores respondieran en masa a su llamada y se tumbaran delante de los carros de los golpistas para defender con sus vidas al Gobierno y al propio Erdogan. Y saben que, por lo que a la OTAN se refiere, no van Estados Unidos y sus aliados a ponerse exquisitos si en Ankara preside la república que fundó Atatürk un señor al que se le ven con meridiana claridad los costurones del autoritarismo y una evidente deriva hacia posiciones islamistas cada vez menos moderadas. Más poder y menos contestación política es lo que busca en definitiva el presidente turco y no tanto poner ante la justicia a los instigadores del golpe de estado del viernes. 

El propio presidente no tardó en comprar la especie de que el inspirador de la intentona no ha sido otro que el clérigo Fetullah Gülen, exiliado en Estados Unidos, y en su día mentor del propio Erdogan.  De Gülen se dice que tiene un imperio de medios de comunicación en Turquía y una tupida red de seguidores y simpatizantes que sería la que estaría desactivando ahora Erdogan con su purga. Sin eliminar del todo esa explicación, lo cierto es que muchos analistas les cuesta creer que Gülen tenga tanta influencia en unos militares que históricamente se han considerado a sí mismos como los garantes del carácter laico del Estado turco fundado por Atatürk. 

Con su limpieza política y su insistencia ante Estados Unidos para que acepte la petición de extradición de Gülen a Turquía, el presidente turco parece como si quisiera resolver lo ocurrido por la vía rápida y evitar las preguntas incómodas sobre su propia actitud. Una de ellas podría ser por qué no detuvo el golpe si como se ha sabido hoy tuvo conocimiento del mismo tres horas antes de que se produjera y no hizo nada. Todo esto sin olvidar que detrás de la asonada pueda haber otros intereses deseosos de desestabilizar políticamente la zona y suprimir de la escena a un político como Erdogan, especialmente odiado por Siria, por los terroristas del DAESH, por las milicias de Hezbollah y por Irán que las financia. 

Entre las hipotesis que se han puesto sobre la mesa no deberíamos desdeñar del todo por inverosimil o descabellada la del autogolpe como excusa perfecta para acaparar más poder y arrasar con una oposición que en estos momento no está en condiciones de hacer frente a ese vendaval desatado que es Erdogan y su ira política. Cuando se sobreactúa en política con la furia con la que lo está haciendo el presidente turco, lo que se suele perseguir no es tanto sacar a la luz las causas y los responsables de un hecho como el del viernes, sino hacer que unas y otros coincidan exactamente con la versión más conveniente para el poder. 

El primer pacto

Podrá gustar más o menos pero el que hoy han alcanzado el PP y Ciudadanos para conformar la mesa del Congreso de los Diputados que se constituye mañana es lo único tangible después de tres semanas de una nueva y generosa dosis de tacticismo y líneas rojas por parte de todos los actores políticos. El acuerdo por el que el PP ocupará la presidencia de la cámara y dos puestos en la mesa y Ciudadanos se hará con otros dos, otorga al centro derecha el control del gobierno parlamentario y, por tanto, la organización política del hemiciclo o el orden de los asuntos que se incluyen en los plenos, entre otras cuestiones.

Para el PSOE y Podemos quedan otros cuatro puestos que, en principio, sólo les darán a estas dos fuerzas el derecho al pataleo salvo que la formación de Albert Rivera se convierta en una suerte de partido bisagra que abra hacia la derecha y hacia la izquierda en función de las circunstancias y de sus propios intereses estratégicos. La pregunta que muchos se hacen a esta hora es si el acuerdo para la mesa del Congreso tendrá su traslado a una eventual investidura de Mariano Rajoy. Rivera ha vuelto a decir que no cambiará la abstención de sus diputados por un voto a favor de Rajoy "si no hay regeneración". Si eso significa que Rajoy tendría que irse para que Ciudadanos apoyara un gobierno del PP no está claro. De todos modos, el político catalán ya recula en sus planteamientos con más velocidad que antes de las elecciones. Entonces Mariano Rajoy era en sí mismo una línea roja y ahora es ya sólo un mal menor frente al mal mayor que sería tener que repetir las elecciones.Cabe deducir por tanto que la posibilidad de que Ciudadanos termine votando a favor de Rajoy no es del todo descartable. 


Claro que eso no convierte automáticamente al presidente en funciones en presidente con toda la barba: aún contando con el voto de CC sigue sumando menos votos a favor que en contra. Lo que una vez más obliga a poner la vista en el PSOE, que intenta como puede que la cegadora luz del foco mediático y político se centre sobre Rajoy y no sobre Sánchez. De hecho, el líder socialista llevaba varios días oculto a los medios y ha sido hoy cuando ha vuelto a comparecer para reiterar ante los suyos y ante la opinión pública el "no" a Rajoy por lo penal y por lo civil. 



Sánchez dice de nuevo que quiere ser oposición, aspiración digna de encomio y alabanza si al menos hubiera gobierno al que oponerse y por el camino por el que vamos esa opción no es nada segura. El PSOE sólo podrá ser la primera fuerza de la oposición si facilita el gobierno del PP a cambio de que los populares acepten un exigente programa de cambios, reformas y medidas de regeneración política. No haber planteado ya con claridad y precisión esas exigencias con el argumento de que fue el PP el que ganó las elecciones y es a Rajoy a quien le corresponde dar el primer paso de ofrecer acuerdos a cambio de apoyo para su investidura, lleva la situación a un bucle que sólo puede desembocar en unas terceras elecciones. 

Y si si al final fuera eso lo que terminara ocurriendo, sería el PP el que cargaría con la responsabilidad política ante los electores por haberse encastillado en su inmovilismo y en su incapacidad para el diálogo y la negociación. Que la decisión no es fácil para el PSOE no es necesario jurarlo pero es la única salida parta evitar unas nuevas elecciones. Es muy probable que tenga costes electorales pero que no pierdan de vista Sánchez y quienes se oponen a apoyar a Rajoy, aunque sea con la nariz tapada y mirando hacia otro lado, que unas terceras elecciones podrían poner al PP al borde de una mayoría absoluta y entonces habría hecho el PSOE un pan como unas tortas. 

Lo cierto es que, en estos momentos, con el PP todavía creyendo que tiene mayoría absoluta y que nada tiene que ofrecer a nadie salvo su propio programa electoral y con el PSOE despreciando la oportunidad de poner a prueba la cintura política de Rajoy en la mesa negociadora y durante el tiempo que dure la nueva legislatura, no quedará más salida que volver a apelar a las urnas. Ahora bien, de ese escenario que cada día que pasa sin acuerdo se perfila con mayor claridad tienen que ser expulsados  aquellos que por tacticismo electoral, cortedad  de miras e incluso interés personal van camino de consumar el que puede ser uno de los mayores fracasos de la democracia en este país.