Mi consejo para el rey

No seré yo menos y no renunciaré a aconsejar al rey sobre lo que debe hacer en esta churrigueresca situación política que nos regalan los partidos sin que hayamos hecho nada para merecerla. Si los recién llegados al escenario se creen con el derecho de indicarle al Jefe del Estado lo que debe pedir a otros actores con más callos políticos, no sé porque no iba a tener yo el mismo derecho a hacer otro tanto. No le voy a pedir que sugiera a nadie que vote en un sentido o en otro o que se abstenga en una eventual sesión de investidura que nos saque de este valle de incertidumbres por el que caminamos desde hace meses. 

Solo me voy a permitir recomendarle que llame a los partidos políticos ahora mismo y desconvoque de inmediato el besamanos anunciado para mañana, pasado y el otro en el Palacio de la Zarzuela. Puede dedicar ese tiempo que le quedaría libre de compromisos políticos a lo que quiera, en eso no entro ni salgo: rellenar crucigramas, leer el Marca, ver House of Cards, bañarse en la piscina de palacio o dormir la siesta, lo que a su soberana majestad le apetezca más. Eso sí, se lo pido por favor, ahorre a los españoles y ahorre para usted mismo un montón de tiempo perdido en vano, un montón de vacías ruedas de prensa sin nada sustancial que decir, un montón de nuevas cábalas y lecturas entre líneas para llenar tertulias, columna y telediarios y más frustración política de la que empezamos a ser capaces de soportar. 


Lo sabe perfectamente y lo sabemos todos los españoles: salvo milagro mariano, de este teatrillo que mañana va a iniciar Usted en La Zarzuela no va a salir un candidato a la investidura como presidente del gobierno. Cada día está más claro que quienes pueden desatascar la situación prefieren alargar el esperpento a la espera de que sean otros quienes se muevan de sus posiciones numantinas. Nadie da su brazo a torcer, nadie se baja del burro, nadie enseña sus cartas, nadie pone sobre la mesa - que se sepa - nada que se parezca a una propuesta de acuerdo. Y así, ya me dirá Usted qué sentido tienen lo que va a producirse a partir de mañana. 

Todos volverán a mirar al tendido y a silbar y se verá Usted en la tesitura de proponer a alguien que ya parece estar pensando en  hacerle el mismo feo que le hizo en la pasada legislatura, lo que le volvería a dejar compuesto y sin candidato que proponer al Congreso. Es verdad que podría también no proponer a nadie si después de escuchar lo que le diga cada uno llega a la conclusión el jueves de que proponer por proponer es bobería si no hay quien reúna apoyos suficientes para ser investido. Pero, fíjese lo que le digo, ni a tanto llegaría yo. Desconvocaría inmediatamente lo del besamanos y lo volvería a convocar para dentro de una o dos semanas con la esperanza de que al jorobarles bien las vacaciones serán capaces de recapacitar y entrar en razón. 

Eso sí, para entonces les exigiría que acudieran con los deberes hechos, sin borrones ni tachaduras so castigo de no volver más por la Zarzuela a hacerle perder su valioso tiempo y a sacar de quicio a los hastiados ciudadanos de este país. Y debería de advertirles sobre todo de que se están jugando su continuidad en el partido por evidente pasividad en la brega. Aunque si le soy sincero, dudo de que aún así cambien de actitud y muestren de una vez un poco de respeto para con los ciudadanos y sus problemas de los que ya llevan demasiado tiempo inhibiéndose como si no fueran con ellos y como si no hubieran sido elegidos para buscarles solución entre todos. 

Por eso, me reafirmo en lo que escribí hace unos días y le pido con todo respeto que si tiene a bien desconvocar el paseíllo político de mañana les traslade también este mensaje: o alcanzan un acuerdo cuanto antes - es indignante que un mes después de las elecciones aún estemos en esta situación - o habrán quedado completamente deslegitimados para volvernos a pedir que votemos por ellos.  

Trump aterra

Como la cansina cotidianidad política en la 13 Rúe del Percebe nacional apenas daría para un par de líneas y no quisiera ser yo tan escueto, me ha dado hoy por fijarme en lo que pasa estos días en Estados Unidos. Puede que haya sido su dorado pelo al viento esta vez colocado en su sitio, el mohín impaciente, los ojos entrecerrados y el dedo acusador. En efecto, hablo de él, del showman de la televisión sobre el que los siempre perspicaces y corrosivos Simpson ya vaticinaron en 2000 que algún día pisaría el despacho oval de la Casa Blanca.

Aún no lo ha conseguido pero acaba de dar un paso de gigante en esa dirección al ser nominado por la convención republicana. Eso es lo que me da miedo de alguien que vocifera como un energúmeno sobre el terrorismo yihadista o sobre la obsesión del muro que se le ha metido en la cabeza levantar en la frontera entre su país y México. Pienso para mi que alguien que tiene que gritar y gesticular de ese modo para exponer sus ideas - vamos a llamarlas así por conveniencia y economía  - es que o no las tiene todas consigo o es un fanático del que sería conveniente alejarse lo más posible. Cuando este personaje salido literalmente de un reality show titulado "El Aprendiz" anunció que lucharía por la nominación republicana a la Casa Blanca pensé que no llegaría muy lejos en sus aspiraciones y que pronto se le opondría alguien que le obligaría a volverse por donde había venido. Me equivoqué, varios se le opusieron y todos terminaron arrojando la toalla más pronto o más tarde. No advertí que son precisamente esa aureola de predicador enloquecido y su magistral dominio de los medios lo factores que le ha hecho ganar la candidatura. 


Pero que yo no supiera ver eso no tiene ninguna importancia. Sí la tiene en cambio que los grandes medios norteamericanos, los de referencia, las biblias del periodismo, se lo tomaran a pitorreo cuando en realidad estaban ante un fenómeno mediático de primera magnitud que ninguno de estos gurús periodísticos supo ver. Cuando cubrían sus actos de campaña lo hacían más bien con la idea de que dijera alguna patochada de las suyas, de que insultara a alguna periodista o a los hispanos o a los afroamericanos o a las musulmanes. Era carne de televisión, de redes sociales y de grandes titulares y eso vendía periódicos, incrementaba las audiencias y convertía en virales sus disparatadas declaraciones y las reacciones de sus seguidores y de sus detractores. Un gran circo mediático que los sesudos analistas norteamericanos ignoraron alegremente mientras el dueño del circo acumulaba seguidores entre la América más profunda, conservadora y patriotera y ganaba nominaciones en un estado tras otro. 

Ahora sólo cabe contener la respiración y aguardar a lo que ocurra en las elecciones presidenciales de noviembre. Serán unas elecciones inéditas en Estados Unidos porque serán las primeras en las que una mujer aspira a la Casa Blanca y un magnate de discurso xenófobo, beligerante y unilateralista represente a la derecha tradicional del país. No me calentaría ni mucho ni poco lo que se decida en esa contienda electoral si no fuera porque esa decisión puede tener unas repercusiones u otras en millones de personas más allá de las fronteras de Estados Unidos. Dicen ahora algunos analistas que a la estrella de la tele no le quedará más remedio que moderar su discurso para atraerse a los indecisos y robarle incluso votos a los demócratas. Puede ser pero la cuestión no es esa, sino cuánto tardaría una vez en el despacho oval en despojarse de la interesada piel de cordero para ser el lobo que a todas luces es y cuyas arengas filonazis tanto terror empiezan a producir.  Ahora ya no hace gracia a quienes antes lo consideraban un payaso sin posibilidades, ahora aterra.   

Pokemanía: se nos va la pinza

Me tomo un respiro en el cotidiano seguimiento de las andanzas políticas en la 13 Rúe del Percebe para ocuparme de la tontuna generalizada que afecta gravemente estos días en todo el mundo a millones de personas, muchas de ella hechas y derechas y con una cabeza - o algo que se le parece mucho - sobre los hombros. A Dios pongo por testigo de que soy de los que piensan que cada cual es libre de utilizar / invertir /malgastar / desperdiciar su tiempo como su caletre le de a entender. Pero eso es una cosa y otra muy distinta es la pandemia global de los machangos de Pokémon Go. Aún no me explico a qué espera la Organización Mundial de la Salud para dar la alerta y encargar una vacuna contra esta enfermiza chifladura.

La empresa que  ha esparcido estos bichos por el mundo se está haciendo de oro gracias a la falta de un par de hervores en las humanas legiones de niños grandes y menos grandes que los persiguen por donde sea menester y a toda costa: parques, carreteras, calles, viviendas privadas y hasta aparcamientos de la Guardia Civil. Nada queda por allanar y pisotear cuando se trata de pescar uno de estos engendros de colorines: se para el tráfico, la gente se da trompazos contra las farolas, cruza las calles sin mirar, conduce más atenta al móvil que a la circulación y un largo listado de bobadas que ya hacen dudar seriamente a los antropólogos y a los filósofos de que la nuestra sea la especie más inteligente que habita este planeta. Cuando en un futuro tal vez no muy lejano se den una vuelta por aquí seres de otras galaxias y descubran a que dedicaban su tiempo los terrícolas, es probable que se den media y vuelta y se vayan por donde vinieron convencidos de que somos completamente irrecuperables para la civilización de la que presumimos ser los reyes. Mientras tanto -y no lo digo con ánimo de aguarles la diversión -  bien harían los pokemaniacos en tener presente que algunas de las cosas que están ocurriendo tienen consecuencias económicas y hasta penales. 


Y no me refiero solo a llenarles los bolsillos a los accionistas de la compañía que ha puesto a medio mundo a hacer el ganso. Hablo de las consecuencias por darse una castaña con el coche contra algo o contra alguien por ir más pendientes de cazar un machango que del tráfico. Por no hablar de cortar la circulación, un comportamiento que en España te pueden suponer de 3 a 5 años de cárcel si te cae encima todo el peso de la Ley Mordaza del señor Fernández Díaz, mucho más aficionado a otros juegos que al de los Pokémon Go, me temo. Pero eso, claro, cómo lo pueden saber quienes dedican su tiempo a perseguir bichos con un móvil en la mano sin atender a nada más. 

Estoy firmemente convencido de que el juego es un factor determinante en el desarrollo de la personalidad de los individuos, pero me preocupa no poco que señoras y señores que ya no volverán a cumplir los 30 o los 40 - por poner una edad indicativa - necesiten aún de este tipo de estímulos para sentirse a gusto y pasarlo bien. No obstante, todo lo daría por bien empleado si estas masas embobadas con la diversión de marras mostraran el mismo entusiasmo ante las grandes causas sociales de este mundo que el que exhiben estos días en calles y plazas de todo el planeta para pasmo del resto. Aunque, a decir verdad, me conformaría con mucho menos, con que no fuera cierto lo que afirman algunos expertos de que la especie humana está evolucionando a la inversa y que en esa retroceso hacia la infancia hemos perdido irremediablemente la pinza que nos mantenía sujeta la cabeza sobre los hombros.