Agua, ajo y Rajoy

Como se esperaba, el Comité Federal del PSOE decidió este domingo con el 60% de los votos a favor y el 40% en contra que los diputados socialistas se abstengan para permitir la formación de un gobierno presidido por Mariano Rajoy. Las dos primeras consecuencias de esa decisión son que se evitan las terceras elecciones en un año y se desbloquea una situación de estancamiento político que duraba ya más de 300 días. Hasta aquí lo hechos objetivos, a partir de aquí las interpretaciones y las opiniones. Tan respetables son los puntos de vista de quienes han considerado que el PSOE no está en condiciones de concurrir a unas nuevas elecciones dentro de un par de meses, como los de quienes entienden que no hay razón para tenerle miedo a las urnas y permitir por ello que siga gobernando un partido que rebosa corrupción por los cuatro costados y que es el responsable de los peores ataques que ha sufrido el estado del bienestar en este país. 

Ese respeto por una y otra posición ha presidido el Comité de ayer en el que, al contrario de lo que ocurrió en el del día 1, se pudieron escuchar los argumentos de todos y se votó con el resultado conocido. Si difícil ha sido tomar la decisión, desde mi punto de vista la menos mala y la más sensata para el país y para el propio PSOE, no menos lo será gestionar esa abstención cuando llegue el momento. Los socialistas catalanes hacen amagos de romper la disciplina de voto arguyendo su difícil situación política en esa comunidad autónoma y amenazando incluso con cortar sus vínculos con el PSOE. 

No parece de recibo que Iceta y los suyos se escuden en argumentos territoriales para eludir el cumplimiento de un acuerdo democrático adoptado por todo un Comité Federal, máximo órgano decisorio entre congresos del partido del que forman parte los socialistas catalanes. El mismo razonamiento se puede aplicar a los diputados que han anunciado su intención de desobedecer el acuerdo de ayer: a unos y a otros se les podría recordar también que no hay ningún imperativo legal que les obligue a aferrarse al acta de diputados si no están de acuerdo con lo que democráticamente se decide en los órganos del partido por el que concurrieron a las elecciones del 26 de junio pasado. 

Más allá de las filas socialistas, el izquierdismo infantil continúa dándose farisaicos golpes de pecho y acusando al PSOE de haberse prostituido políticamente. Eso sí, sus análisis de la realidad se suelen reducir a los 140 caracteres que permite Twitter y se distinguen sobre todo por las frases supuestamente ocurrentes y listas para encabezar titulares en los medios de comunicación. "Estamos ante el nacimiento de la Gran Coalición", tuiteó Pablo Iglesias ayer nada más conocer la decisión del Comité Federal y su  profundo pensamiento se convirtió rápidamente en titular destacado en todos los medios. 

Sin embargo, ni en sus mensajes de los últimos días en las redes sociales ni en los de sus compañeros de filas hay uno solo que suene, siquiera sea de forma lejana, a autocrítica. A lo que se ve, en este país nadie es perfecto políticamente hablando salvo Podemos y quienes desde un enfermizo izquierdismo infantil pretenden ahora culpar a otros - aunque también tengan su parte de culpa - de sus propios errores estratégicos y sus delirios de grandeza. Todo lo cual va a permitir que Rajoy siga siendo presidente del gobierno sin haber movido un dedo para merecerlo. 

Nunca he creído que la historia se repita pero sí estoy convencido de que cuando se desprecia y olvida, el riesgo de cometer los mismos errores del pasado es muy elevado. Por desgracia, la izquierda española se ha caracterizado históricamente por su cainismo y por sus divisiones frente a una derecha cohesionada, compacta y con un electorado fiel frente a la volatilidad de los votantes progresistas. Para comprobarlo podríamos remontarnos a la II República o, mucho más cerca, a la "pinza" de Anguita y Aznar sobre el hoy denostado Felipe González.

En un escenario político que ha dado un vuelco espectacular con la aparición de nuevas fuerzas, pareciera que se hiciera realidad aquel viejo dicho de que la peor cuña es la del mismo árbol y la izquierda volviera otra vez por sus fueros: a enfrentarse y pelearse entre sí y a intentar comerse mutuamente el terreno político en lugar de salvar sus diferencias y unir sus fuerzas para arrebatárselo a una derecha que, ante la división de sus contrincantes, se frota las manos al ver que, lejos de disminuir, sus expectativas crecen y engordan. Mientras los análisis de la realidad se reduzcan a unos cuantos mensajes en las redes sociales sin el mínimo asomo de autocrítica y mientras la izquierda siga huérfana de líderes capaces de mirar más allá de sus respectivos ombligos, será imposible superar la maldición del cainismo y acometer los cambios transformadores que esta sociedad necesita y reclama. Hasta entonces, agua, ajo y Rajoy.     

El PSOE ante su Rubicón

Este post no va de romanos pero sí del Rubicón que según todos los indicios va a cruzar el PSOE el próximo domingo con un jefe de circunstancias y unas legiones fanés y descangalladas. Es una línea de no retorno que marcará durante muchos años el futuro de este partido si, como se prevé, la decisión es encontrar algún tipo de subterfugio abstencionista que facilite la investidura de Rajoy como presidente del gobierno. Si es eso lo que ocurre, el PSOE habrá hecho lo que debía pero no tanto porque deba hacerlo por el bien del interés general y mucho menos porque quiera, sino porque la alternativa, unas nuevas elecciones sin líder y con la militancia revolucionada, es aún más dantesca si cabe. 

La opción de posibilitar que Rajoy permanezca en La Moncloa le permite al PSOE un respiro temporal para intentar recomponer sus fuerzas, aunque eso va a llevar mucho tiempo y esfuerzo y le va a provocar algunas heridas difíciles de curar. Puede que yo todavía sea demasiado joven y aún no haya visto los suficientes burros volando, pero me sorprende el ardor y la saña con que se ataca y vilipendia desde cierta izquierda la probable abstención socialista ante Rajoy. Pensando mal pareciera que esas voces que claman a toda hora desde las redes sociales y otros cenáculos contra la abstención prefirieran ver al PSOE completamente hundido en las urnas y a Pablo Iglesias exhibiendo la cabeza de Pedro Sánchez ensartada en una lanza a las puertas del Congreso. Son las mismas voces, me temo, que aplauden que una universidad se convierta en un reducto fascista y que el inspirador moral de esa tropelía la califique de "sano ejercicio democrático".


Y hay que recordarlo una vez más porque se les olvida enseguida, que son las mismas voces que deliberadamente callan que si en estos momentos no hay un gobierno de izquierdas en España, se lo deben agradecer al amado líder a pesar de que su cálculo de sorpasso le saliera literalmente por la culata. Con sus vetos y sus líneas rojas, su "cal viva" y sus "manos manchadas de sangre", estos enfermos de izquierdismo infantil han contribuido más que ninguna otra fuerza política de este país a que Mariano Rajoy tenga la continuidad en La Moncloa al alcance de la mano sin haber hecho otra cosa que sentarse y esperar fumando. Al final, la desmesurada ambición de poder de Pablo Iglesias y de quienes ven en él la reencarnación de Robespierre - "la guillotina es la madre de la democracia", Iglesias dixit -  han convertido a Rajoy en el claro vencedor de esta batalla política estratégica sin moverse un ápice de sus posiciones y a pesar de estar de corrupción hasta las orejas. 

A cada uno lo suyo y el PSOE también es corresponsable de su debacle actual como ya he comentado en varias ocasiones. Sánchez pudo y no quiso venderle muy cara la abstención del PSOE a Rajoy. Su "no es no" también estaba trufado de izquierdismo infantil y de una clarísima carencia de realismo político: cuando ni las cuentas políticas ni las aritméticas suman es suicida insistir en darse contra la misma pared una y otra vez, condenando a tu partido a una crisis de caballo de la que no se recuperará en años y sumiendo a tu país en una interinidad política interminable. Hoy Sánchez ya sólo es un diputado que, ironías de la política, puede verse en la tesitura de tener que abstenerse para contribuir a hacer presidente a Rajoy o entregar su acta de diputado. 

El PSOE ya no está en disposición de pedir nada a cambio de su abstención y casi me atrevería a agregar que se encuentra extraordinariamente agradecido a Rajoy por no imponerle las condiciones con las que había amagado en un primer momento en un claro intento de chantaje político. Y aquellos que ven en la abstención del PSOE la segunda traición más grave de la Historia después de que Bruto, haciendo honor a su nombre, acuchillara a Julio César por el bien de la República, deben ejercitarse mucho más en la autocrítica y dejar de una vez por todas de llorar sobre la leche por ellos mismos derramada.   

Ahora las banderas

Esta semana se ha cumplido un mes desde que CC presentó una moción de censura contra el alcalde socialista de Granadilla. La convulsión que la iniciativa provocó en el pacto con el PSOE aún no se ha resuelto: un mes dedicado a elucubrar sobre si se rompe o no el acuerdo y aún seguimos sin saber con certeza si ocurrirá una cosa o la otra. En esas estábamos cuando acaba de encenderse otro de esos debates de campanario que no avanza ni medio metro en la dirección de buscar soluciones a los auténticos problemas de las islas que, por repetidos una y otra vez y presentes en la mente de todos, no es necesario recordar. 

Hablo de la decisión de algunos ayuntamientos y cabildos canarios de izar el  próximo sábado la bandera tricolor canaria con las siete estrellas verdes, que el MPAIAC de Antonio Cubillo proclamó "bandera nacional canaria" hace ahora algo más de medio siglo. Ante todo, vaya por delante el respeto a quienes entienden que esa enseña es más representativa del sentir político de la ciudadanía de este archipiélago que la que se recoge en el Estatuto de Autonomía. No obstante, me permito dudar de que este asunto figure entre las primeras veinte preocupaciones de los canarios, siendo generosos. 

Dicho lo cual, no veo en los máximos responsables de las instituciones que han decidido izar la tricolor "estelada", como la ha llamado algún periódico despistado y confundido, un peligro inminente de que la semana que viene se nos pueden descolgar con un referéndum soberanista que ríete tú de Artur Mas, Oriol Junqueras y compañía. Estoy seguro de que ni Antonio Morales, el presidente del Cabildo de Gran Canaria, ni Pedro Sanginés, su homólogo de Lanzarote, o el alcalde de Santa Cruz de Tenerife, José Manuel Bermúdez, van a abrir con su decisión y las de los gobierno locales respectivos la vía a la independencia para convertir a las islas en un "nuevo Estado europeo". 


Más bien creo que a quienes impulsan y defienden ese tipo de iniciativas les puede una cierta añoranza de tiempos pasados en los que la palabra "nacionalismo" tenía mucha más sustancia ideológica que en la posmodernidad desnortada en la que nos encontramos actualmente. Los cambios políticos y sociales de las últimas décadas han hecho que la bandera de las siete estrellas verdes haya ido perdiendo buena parta de sus connotaciones estrictamente independentistas para convertirse en algo parecido a una seña de identidad colectiva, que lo mismo puede ondearse en un partido de fútbol, en una fiesta popular o en una manifestación sindical 

Por ello, en un mundo globalizado en el que las decisiones que de verdad importan cada vez están menos en manos de los gobiernos "nacionales" y más en las de las grandes empresas transnacionales, este tipo de debates sobre banderas tienen incluso un punto anacrónico que no debería llevarnos a dedicarle demasiado tiempo y energías. Eso no quiere decir que no haya que defender la singularidad frente a la uniformidad que se nos intenta imponer a diario pero hacerlo conscientes de que las fronteras y las banderas, aunque parezca que resisten y hasta que se reconstruyen, están inexorablemente llamadas a difuminarse en el horizonte de la Historia.

El izado el próximo sábado de la tricolor estrellada canaria habría quedado en un nostálgico gesto político si la Delegación del Gobierno en Canarias se hubiera resistido a la tentación de pedirle a un juez la suspensión cautelar del acto. Ha sido hacerlo y encender un debate artificial que jamas hubiera existido si, simplemente, se hubiera limitado a remitir una carta a las instituciones en cuestión recordando cuáles son las enseñas institucionales y constitucionales que deben ondear en las instituciones oficiales. 

De hecho, algunas de estas instituciones ya habían aclarado que no es su intención sustituir alguna de las banderas oficiales por la de las siete estrellas verdes, con lo cual la reacción de la Delegación del Gobierno es cuando menos gratuita y desproporcionada, máxime cuando el propio delegado reconoce la escasa vinculación actual de la estrellada con el sentir independentistas canario. Leyendo las explicaciones que ha dado el delegado sobre este asunto, me he sentido de pronto transportado al País Vasco o a Cataluña y a los ayuntamientos o diputaciones gobernados por la izquierda abertzale o por los soberanistas, en donde un día sí y al siguiente también se desobedecían y aún se desobedecen las leyes sobre símbolos oficiales y se quemaban banderas nacionales. 

¿Es eso lo que quiere evitar el delegado en Canarias, impedir que prenda de nuevo un sentimiento independentista en las islas con actos como el del sábado? Nunca ha ocurrido en las islas nada parecido a lo del País Vasco y Cataluña  y es muy poco probable que llegue a ocurrir, aunque creo que la mejor manera de evitarlo no es haciendo de un grano una montaña. Tenía mucha razón Groucho Marx cuando dijo o escribió - tanto da - que "la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar los remedios equivocados". El de la bandera es un buen ejemplo.