Iglesias se dispara en el pie

Cuando Pablo Iglesias presentó su moción de censura dijo que iba contra la corrupción en el PP y la personificó en Mariano Rajoy. Sólo su parroquia, y no al completo, se lo creyó. La mayoría interpretó que a quien realmente le presentaba el líder de Podemos la moción era al PSOE, su gran escollo para convertirse en el único referente de la izquierda. Hoy, sin que siquiera haya concluido el debate en el Congreso y sin que se haya confirmado el anunciado fracaso, creo que Pablo Iglesias se ha dado un tiro en el pie con esta iniciativa y se lo ha dado a su partido y a sus confluencias. De rebote, le ha vuelto a dar oxígeno al PP y a Rajoy, algo que ya se va convirtiendo en una rutina del líder podemita aunque pueda parecer lo contrario.

En otras palabras, esta moción de censura va camino de convertirse en un boomerang contra Iglesias. Y no es necesario siquiera aludir al discurso interminable de la portavoz Montero al más recio estilo habanero o caraqueño y a su filípica interminable de casos de corrupción y disfunciones varias del sistema democrático perpetradas por un impasible y aburrido Rajoy y su bancada. Tampoco es imprescindible desentrañar las claves del discurso de Pablo Iglesias en su papel de “alternativa”, ni sus medidas contra la corrupción ni sus recetas para que los nacionalistas catalanes se acomoden en España. Todo eso lo tenemos muy oído los españoles, incluso con los mismos gestos agresivos y el mismo tono vociferante que hoy se ha escuchado en el Congreso.

“Esta moción de censura va camino de convertirse en un boomerang contra Iglesias”

A Iglesias y a Montero se los ha merendado Rajoy dialécticamente hablando en mucho menos tiempo que el empleado por la portavoz y con su habitual y viejuna socarronería gallega. Y no es que en lo que argumenta Unidos Podemos para desalojar al PP del Gobierno no haya razones de mucho peso y verdades insoslayables. Es sólo que a la pretendida alternativa le pierden las formas y las intenciones inconfesables aún asistiéndole una buena dosis de razón. Y las formas, en el ritual de la democracia, siguen siendo tan importantes como el fondo por más que Iglesias y los suyos tiendan a despreciarlas o a burlarse de ellas.


Esas formas, que sirven de cauces para hacer posible la convivencia pacífica y los acuerdos entre los partidos políticos, no remiten sólo a cómo se exponen y defienden los argumentos sino también a cuándo, cómo y con qué objetivos se toman determinadas decisiones políticas. Iglesias soñaba con el triunfo de Susana Díaz en las primarias socialistas porque estaba convencido de que eso le dejaría libre el campo de la izquierda y podría erigirse en la única oposición a Rajoy. Así que no dudó en registrar su moción de censura dos días antes de que se celebraran las primarias y de propina organizó una concentración en Madrid para el día siguiente con el fin de que quien resultara elegido secretario o secretaria general socialista sintiera en el cogote todo el peso podemita de la calle. Las fechas elegidas no fueron casuales sino intencionadas con el fin de interferir en el proceso socialista y cortocircuitar la posibilidad constitucional  de que otra fuerza política – es decir, el PSOE – presentara una moción de censura alternativa a la suya. 
“Rajoy podrá seguir sesteando mientras la única alternativa de gobierno sea Pablo Iglesias”

Pero ganó Pedro Sánchez contra todo pronóstico e Iglesias no tardó ni 24 horas en ofrecerle la manzana de la serpiente: estaba dispuesto a retirar la moción si Sánchez presentaba la suya. Afortunadamente el renacido líder socialista ya tenía la lección bien aprendida y no cayó de nuevo en la trampa saducea de Iglesias, que hoy ha tenido que batirse el cobre en solitario ante el resto de la cámara. Su soledad de esta mañana en el Congreso, fruto de su maniobrerismo y de su afán por quedarse con el santo y la limosna de la izquierda, escenifica mejor que ningún otro argumento que no es ni será en mucho tiempo verdadera alternativa de gobierno en este país por mucho que pretenda revestirse de hombre de estado.

No hay credibilidad alguna en Iglesias cuando desde la tribuna del Congreso invita al PSOE a desalojar al PP del Gobierno y no la hay porque esa posibilidad la tuvo al alcance de la mano en la anterior legislatura y la despreció olímpicamente. A Iglesias ni le ha interesado nunca ni le interesa ahora la unidad de acción de la izquierda y ni le ha interesado ni le interesa que haya un recambio en La Moncloa que no pase única y exclusivamente por él. Esa obsesión con el sorpasso le llevó a presentar la estéril e inútil moción de hoy que le desgasta mucho más a él y a su opción política que al presidente de Gobierno y al PP.  Más allá de algunos arañazos superficiales, Rajoy, el verdadero ganador de esta jornada, podrá seguir durmiendo la siesta a pierna suelta mientras no haya otra alternativa a su gobierno que la que representa Pablo Iglesias. 

Clavijo y Antona: pactar o no pactar

Puede que me equivoque y el pacto se firme pasado mañana. Sin embargo, en estos momentos, mi sensación es que Asier Antona tendrá que correr la Transvulcania si quiere que el PP entre en el Gobierno en minoría de Fernando Clavijo. Dicho de otra manera, CC quiere hacerle sudar la camiseta al PP antes de abrirle la puerta del recibidor si es que se la llega a abrir del todo y si es que a los populares les gusta el color de los sofás. A los hechos me atengo: el anuncio en tono más bien imperativo de Antona exigiendo entrar “ya” en el Gobierno para “coparticipar” en la gestión de los recursos que los presupuestos del Estado destinarán este año a Canarias, ha sido recibido en las filas nacionalistas como el que oye tocar a la puerta y desde el fondo de la cocina grita ¡ya vaaa! pero no termina de ir a abrir.

Que a las pocas horas de que Antona pidiera pacto algún medio ya hiciera pública la lista de consejeros nacionalistas defenestrados para hacerle hueco a los del PP, no debió ser visto con mucha simpatía en CC. Si encima Antona tilda a los que quiere convertir en sus socios de incapaces de gestionar por sí solos el dinero de los presupuestos del Estado, es más que comprensible que el entusiasmo en las filas nacionalistas no se haya desbordado. Un par de detalles aparentemente nimios ponen de evidencia que en CC parecen haber apostado por bajarle los humos al PP y a la urgencia con la que quiere entrar en el Gobierno.

“CC ha reaccionado como quien oye tocar a la puerta pero se demora todo lo que puede en abrir”

Pocas horas después de que la dirección popular hiciera oficial su intención de abrir las negociaciones, el secretario de CC, José Miguel Barragán, difundió unas declaraciones, no sobre ese posible acuerdo, sino sobre la necesidad de “diálogo y  consenso” para resolver el problema...¡de Cataluña!. Y por si no había quedado claro el mensaje, tras la reunión que la dirección de CC celebró el sábado no fue Barragán sino la número dos del partido, Guadalupe González Taño, la que atendió a los medios. Su respuesta ante las llamadas del PP al pacto se puede resumir en una sola frase: ni sí ni no ni qué bonitos ojos tienes debajo de esas dos cejas. En cuanto a plazos para alcanzar un hipotético acuerdo el límite es, como pronto, allá por las calendas griegas.


En este momento procesal es necesario hacerse un par de preguntas. La primera es lo que gana y lo que pierde CC accediendo a las arremetidas de Antona.  Ganaría en estabilidad política pero perdería autonomía y tendría que  verse obligada a presindir de algunos consejeros clave para la gestión del Ejecutivo y para los planes políticos de los nacionalistas. No es riesgo menor tampoco compartir gobierno con tu principal rival político en Tenerife, tu granero de votos más importante. Por tanto, la situación ideal para CC es que el PP continúe en la oposición apoyando al Gobierno en asuntos como la ley del Suelo o los próximos presupuestos autonómicos. Y para hacer valer esa posición dispone de una carta muy valiosa: el voto de Ana Oramas, clave para que Rajoy pueda presumir de haber aprobado dos presupuestos generales en un año, los de este y los del que viene. Ese voto es ahora más decisivo si cabe toda vez que nada o poco puede esperar Rajoy de un PSOE liderado por Pedro Sánchez.

Esa circunstancia maniata las alternativas de Antona en la oposición si CC se enroca y no cede a sus condiciones para entrar en el Gobierno. Y es aquí en donde toca preguntarse lo que gana y lo que pierde el PP. Sin duda gana proyección política y da satisfacción a quienes en el partido consideran que el dinero fresco de los presupuestos estatales les toca gestionarlo a ellos, por más que fueron los votos de dos diputados nacionalistas canarios los que lo consiguieron. El riesgo político que corren, y no es un riesgo nada desdeñable, es que se hacen corresponsables del eventual fracaso de la gestión de esos recursos y de apuntalar a un gobierno en minoría a cambio de unos cuantos cargos públicos. 

“A los ciudadanos no les interesa tanto quién gestiona sino cómo se gestiona el dinero público”


La tercera pregunta a responder es la más importante y tiene que ver con las ventajas y desventajas para los ciudadanos. En mi opinión, lo que interesa a los canarios no es tanto quién gestiona sino cómo se gestionan la sanidad, la educación o los servicios sociales. El PP está en su derecho de considerarse mejor gestor que CC pero la experiencia en otras instituciones y en otros ámbitos no siempre avala esa presunción que con tanta seguridad usan los populares para justificar que deben entrar en el Gobierno. Por lo demás, es cuando menos dudoso que poner el Ejecutivo patas arriba por segunda vez en seis meses para que el PP encuentre acomodo y satisfaga sus deseos de tocar las mieles del poder, sea algo que estén dispuestos a asumir de buen grado unos ciudadanos cansados de que el interés general sea una mera excusa para hacer valer determinadas estrategias políticas. Eso, por no mencionar la pereza que da sólo pensar en volver a decorar tanto despacho de consejería después de las mudanzas a las que obligó la expulsión del PSOE a las tinieblas exteriores.    

Ganar perdiendo y perder ganando

La política tiene a veces caprichosas maneras de hacer sus cálculos. Lo acabamos de ver en las elecciones generales de ayer en el Reino Unido en donde la primera ministra y candidata a seguir en el cargo, la muy conservadora Theresa May, ha ganado las elecciones pero ha perdido la mayoría absoluta. Su rival, el desahuciado líder laborista Jeremy Corbyn, ha resucitado de sus cenizas y ha conseguido un resultado que, aunque muy lejos de la mayoría absoluta, supone un triunfo incontestable para él y para su partido si nos atenemos a las previsiones. Ahora se abre en el Reino Unido un periodo de incertidumbre política que, salvando todas las distancias, recuerda mucho al que se vivió el año pasado en España.

Eso incluye, por supuesto, la posibilidad de nuevas elecciones si laboristas y conservadores no logran nuclear en torno a sus respectivos partidos los apoyos suficientes para formar gobierno. Los resultados electorales han arrojado lo que los británicos llaman un “parlamento colgado” en el que ningún partido político dispone de mayoría absoluta para gobernar en solitario. Así que sólo hay dos opciones, o pactar  para conseguirla o atreverse a gobernar en minoría. Por cierto que, sobre esto, podrían May y Corbyn preguntar a algunos políticos españoles sobre las ventajas y los inconvenientes de una u otra fórmula.

“May y Corbyn podrían preguntar en España cómo gobernar con un parlamento colgado”

El asunto no es menor porque este inesperado resultado se produce a menos de dos semanas de que quien quiera que represente entonces al gobierno de su graciosa majestad se siente en Bruselas con la Unión Europea para comenzar a darle forma al brexit. May se las prometía muy felices pero ha metido bien la pata política. Cuando en abril adelantó unas elecciones que no debían celebrarse hasta 2020, lo hizo con la idea de aprovecharse de la extrema debilidad laborista para ganar por goleada y  ampliar su ajustada mayoría absoluta. Pensaba, probablemente con razón, que eso le serviría de aval y respaldo para mantener a raya a Bruselas. En su arrogancia llegó a amenazar con abandonar las negociaciones si le parecía inaceptable lo que le exigiera la UE, como si no hubiera sido ella y sobre todo su antecesor, David Cameron, los que apostaron por el brexit.


En realidad, el problema de la arrogancia conservadora y las meteduras de pata no son privativas de May. Su antecesor Cameron ya la pifió bien a fondo cuando se sacó de la manga el famoso referéndum sobre el brexit para chantajear a la UE y terminó estrellándose contra su propia irresponsabilidad. De aquellos polvos proceden estos lodos que abocan ahora al Reino Unido a la inestabilidad y a la insignificancia política en el contexto europeo e incluso internacional. Pero como, además, las desgracias nunca llegan solas, a la incertidumbre sobre el brexit se unió  un invitado en cierta medida inesperado o que al menos se pensaba controlado. Los ataques terroristas de las tres últimas semanas pusieron patas arriba la campaña e inevitablemente salieron a relucir los recortes presupuestarios de la aspirante conservadora durante sus más de siete años como ministra de Interior.

“May se las prometía muy felices y ha metido bien la pata política”

La derechización de su discurso antiterrorista y la promesa incluso de derogar leyes sobre derechos humanos han terminado volviéndose contra ella como un boomerang. Todo esto, añadido al descontento de una buena parte de la sociedad británica ante el aislamiento hacia el que se dirige el país como consecuencia del brexit que los conservadores han convertido en su bandera, han puesto ahora a May contra las cuerdas y a las puertas de la dimisión. Tal vez la ganadora y perdedora al mismo tiempo de estas elecciones podría aplicarse a sí misma una de las tantas frases atribuidas a su correligionario político Winston Churchill: “A menudo me he tenido que comer mis palabras y he descubierto que es una dieta equilibrada”.