¿Son los malos datos de los sondeos electorales? ¿Es el desgaste de un Gobierno que atraviesa el ecuador de la legislatura después de incumplir todas sus promesas? ¿Es el abuso indiscriminado de la mayoría absoluta hasta en asuntos clave para el futuro del país como la reforma educativa? ¿Son los pésimos datos de empleo, que no termina de remontar por más que a Mariano Rajoy le importe una higa lo que diga la Encuesta de Población Activa?
Todo suma y todo hace que en el PP y en el Gobierno empiecen a apreciarse ciertos síntomas de nerviosismo ahora que enfilamos la cuesta debajo de la legislatura: quedan dos años para volver a convencer a los españoles de que la suya es la mejor opción. Claro que, para que eso ocurra, los brotes verdes de la economía tendrán que crecer mucho más y la luz al final del túnel tendrá que estar mucho más cerca de lo que el Gobierno y el PP nos quieren hacer creer que está.
Vaya por delante que los populares suelen ser gente cohesionada y seguidora a pies juntillas de su líder. Ahora bien, cuando su líder se llama don Tancredo empieza a aflorar la preocupación por las costuras del partido. Es verdad que ese nerviosismo va por barrios como lo demuestra, por ejemplo, el hecho de que mientras en Valencia o Baleares los populares de allí se oponen con uñas y dientes a que las petroleras pongan en peligro el futuro turístico buscando crudo, en Canarias aplauden con las manos, los pies y las orejas que una compañía transnacional como Repsol tome a los naturales por ignorantes y les acuse de estar contra el progreso, la diversificación económica, el empleo y los perros atados con longanizas o, para el caso, con chorizos de Teror.
Sin embargo, si hay un reducto rebelde, lenguaraz y crítico con Don Tancredo Rajoy ese es Madrid. En uno de los principales graneros de votos del PP tiene el presidente una úlcera política de la que no consigue librarse. Cuando no es Esperanza Thatcher la que le enmienda la plana y le marca los deberes es su sucesor Ignacio González quien lo hace, cuando no lo hacen los dos a la vez y coordinados. Sin embargo, quien no esperábamos que se sumara a las críticas es Ana Botella de Aznar, que acaba de descolgarse con una advertencia en toda regla a la situación del partido con la que puede haber sellado su candidatura a la alcaldía madrileña o todo lo contrario.
Ana Botella (también) le pone deberes a Rajoy
Tal vez no muy relajada después de su desastrosa gestión de la huelga de basura, pero sí envalentonada por la impunidad política con la que Aguirre, González o su ex presidente consorte le leen a menudo la cartilla a Rajoy, ha querido ella también echar su cuarto a espadas y, en un castellano de Madrid bastante potable, le ha dicho un par de cosas al presidente. Entre otras, que su proyecto político, de él y de ella, siembra “dudas”, que “ninguna gestión municipal o autonómica por modélica que sea puede bastar para evitar una fragmentación de las bases electorales del PP” y que “cunde una sensación de desamparo, inseguridad e injusticia que es necesario disipar cuanto antes”.
Oyéndola atentamente y con cara de póker estaban, entre otros, Alberto Ruiz – Gallardón y Ana Mato. Hoy cada uno ha hecho su propia lectura de las palabras de la alcaldesa y como era de esperar han intentado llevar el agua al molino de Rajoy pero con escaso éxito. El botellazo político lo ha encajado Rajoy sin rechistar, como es propio de él, aunque ahora que acaba de atravesar el ecuador de la legislatura tal vez no tenga más remedio que abandonar su famosa posición de perfil y afrontar de cara al menos las críticas en su partido. Respecto a las que le llegan desde el conjunto de la sociedad española ya hemos perdido las esperanzas de que les haga algún caso.
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