Me cuesta mucho ver a Elon Musk como un Superman al rescate de la libertad de expresión en Twitter. La misma dificultad tengo para imaginármelo como el Gran Hermano que controlará y dirigirá cada uno de nuestros pensamientos y deposiciones en la red del pajarito azul, con la que se acaba de hacer por la bonita cifra de 44.000 millones de dólares. Por fortuna aún no se ha aprobado ninguna ley en ningún país que obligue a nadie a ser usuario de esa red, en la que basta un solo click para entrar o salir de una ciénaga en la que abundan menos la razón, la información veraz, el respeto y la tolerancia que los trolls, los bulos, el odio, el acoso, el racismo, la propaganda política o simplemente la frivolidad y el narcisismo. En otras palabras, no veo a Musk ni como héroe ni como villano, que son las categorías a las que con pasión lo están asociando estos días uno y otro bando en un nuevo capítulo de la lucha por el control de la redes sociales.
¿Cómo será la “plaza pública” de Musk? Nadie lo sabe
Creo que Musk es un avispado empresario – bastante excéntrico y contradictorio, eso sí - que ha visto en Twitter una gran oportunidad de negocio con un importante potencial de crecimiento y se ha lanzado a por ella sin importarle pagar por el capricho un 38% más del valor de la empresa. Que haya acompañado esta mediática operación de compra con una campaña publicitaria en defensa de la libertad de expresión forma parte de su propio espectáculo, ante el que lo más prudente es mantener el escepticismo. Sobre todo porque aún no ha dicho qué piensa hacer para conseguir lo que promete, probablemente porque declararse “absolutista” de la libertad de expresión es mucho más fácil que lograr que su nuevo y costoso juguete se convierta en esa “plaza pública” de la que habla y en la que todos podremos expresarnos libremente.
No cuestiono que este señor haga con su dinero lo que estime oportuno y defienda con pasión la libertad de mercado, aunque eso no le impidiera aceptar la subvención de 4.000 millones de dólares que recibió de la Administración Obama para lanzar su empresa de coches eléctricos. Pero de ahí a verlo como el adalid de la libertad de expresión va un trecho que yo al menos no voy a recorrer. Para empezar, ni siquiera él es un ejemplo de respeto y tolerancia con quienes se atreven a llevarle la contraria en la red. Con su inconfundible estilo faltón y agresivo no dudó por ejemplo en predecir que en Estados Unidos no habría un solo caso de COVID - 19.
"Musk no se caracteriza por el respeto y la tolerancia en la red"
Que esto lo publique en las redes un Don Nadie no tendría la más mínima repercusión, pero que lo haga alguien que tiene detrás 87,5 millones de seguidores merece al menos enarcar una ceja de desconfianza ante este supuesto héroe sin capa de la libertad de expresión. Puede que esa sea la clase de libertad de expresión que a Musk le gusta ver en Twitter, aunque para ese viaje no hacía falta gastarse 44.000 millones de dólares: su red ya rezuma mensajes de ese tipo por los cuatro costados. Si ninguna de las grandes redes sociales de ámbito global ha conseguido hasta ahora resolver los problemas relacionados con la moderación de los contenidos, los llamados mensajes de odio, las campañas de acoso o las noticias falsas, será interesante ver cómo cumple Musk su promesa de hacer de Twitter la “plaza pública” de la democracia en la que reine la libertad de expresión sin más limitaciones que las establecidas en la ley.
Musk y la libertad de expresión
Para empezar ya se puede ir preparando para cumplir la nueva normativa sobre servicios digitales de la UE que obliga a vigilar el contenido de lo que se publica en plataformas como la suya. Aunque Twitter es una red global, cada país tiene su propia legislación sobre este tipo de redes y están, además, los que ni siquiera tienen algo que merezca llamarse legislación sobre redes sociales o, peor aún, los que la utilizan para cercenar de cuajo la libertad de expresión. Como bien dice el propio Musk “la libertad de expresión es la base de una democracia que funcione”. Esa contundente e inapelable afirmación choca sin embargo con la frivolidad propagandística y un tanto irresponsable de la que él mismo rodea una libertad tan esencial en un sistema democrático que, se quiera o no, tiene límites definidos por otros derechos y libertades o por el interés general.
“Si lo que pretende es manga ancha en Twitter el tiro le puede salir por la culata”
Esos límites no son sinónimo de censura, como parecen sugerir algunos entusiastas muskianos, sino garantía de respeto, tolerancia y convivencia, términos que cotizan cada vez más a la baja en las redes a pesar de las optimistas previsiones con las que algunos vieron el nacimiento de estas plataformas globales. Si lo que Musk pretende es manga ancha en Twitter con el objetivo de sacarle partido económico a lo que piensan y dicen más de 300 millones de usuarios, puede que el tiro le salga por la culata si los que llevan tiempo pensando en marcharse dan el paso definitivo y los que no lo habían pensando se lo empiezan a plantear.
Elon Musk, el hombre cuya fortuna ha valorado Forbes en 300.000 millones de dólares, no ha comprado Twitter para salvar la libertad de expresión ni para manipular y dirigir a placer nuestros débiles cerebros, como afirman aquellos otros con alma de censores, a los que sí les gustaría ser ellos los encargados de indicarnos lo que debemos pensar, decir y hacer y silenciar a los discrepantes. Musk viene a hacer negocios y no tengo nada que reprocharle, salvo que me intente vender la especie de que sin él la libertad de expresión está en peligro. De garantizar el ejercicio de ese derecho deben ocuparse las leyes y los jueces y lo mejor que puede y debe hacer Musk es cumplir las primeras y cooperar lealmente con los responsables de aplicarlas sin arrogarse atribuciones que no le corresponden. Para todo lo demás, MasterCard.
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