Los españoles hemos
aprendido economía en dos tardes porque a la fuerza ahorcan. En un
curso acelerado sobre la crisis nos hemos graduado con sobresaliente
en déficit, deuda pública y privada, paro, prima de riesgo, bono
basura, rescate, recortes y ajustes. Palabrejas que no paramos de oír
o leer en los medios de comunicación y que hasta forman parte ya de
la conversación cotidiana de la gente, salvo cuando juega la
Roja, claro.
No ha sido fácil, porque
al mismo tiempo que no teníamos más remedio que engullir esa
papilla indigesta de cifras y porcentajes para poder entender algo de
lo que ocurría, hemos sido castigados con saña con toda una sarta
de tópicos, frases manidas y latiguillos a cual más falso; y todo
ello sin contar la lluvia de pronósticos, muchas veces
contradictorios o elaborados pro
domo sua, de sesudos economistas e instituciones
nacionales e internacionales, pronósticos que valen para hoy pero no
para mañana.
Ahora que se publican
tantos libros del más variado pelaje e interés sobre la crisis, sus
orígenes remotos o cercanos, sus síntomas, sus consecuencias y sus
soluciones – lo que demuestra que hay parte de verdad en el tópico de que toda
crisis es una oportunidad de negocio – echo en falta uno que
describa la evolución económica de los últimos cuatro años
basándose sólo en sus tópicos. Un buen comienzo sería
el de los brotes verdes,
aquellos tiernos retoños con que nuestros políticos nos quisieron
hacer creer que lo peor de la crisis ha pasado y
en unos meses volveremos a la senda del crecimiento y la
creación de empleo. Pero
los tímidos brotes verdes se agostaron sin llegar a nacer de verdad
y pronto nos despertamos a la realidad culpándonos de haber
vivido por encima de nuestras posibilidades,
tópico manido y odioso donde los haya porque busca – y lo consigue
– diluir las verdaderas culpas de esta crisis y hacernos a todos
responsables por igual de su solución.
Consecuencia
directa de haber
vivido por encima de nuestras posibilidades es
la necesidad de
apretarse el cinturón y
no gastar más de
lo que se ingresa porque eso no hay economía que lo resista, ni la
de las familias ni la de las administraciones públicas. Sabio
tópico que borra de un plumazo el pilar más elemental de cualquier
política económica que no esté sometida como la actual al burdo
dictado de los mercados: jugar con un margen razonable de déficit
para no estrangular el funcionamiento de la economía y atender a las
necesidades del país.
Así
las cosas y a la voz de ¡ar! de los mercados, nuestros políticos se
han imbuido de un inquebrantable espíritu de cruzada contra el
maldito déficit y se han entregado en cuerpo y alma a hacer
los deberes que
les imponen los mercados, aunque esto último no lo dicen
habitualmente para no dar la impresión de que se han convertido en
meros ventrílocuos económicos. En su lugar aseguran que España
no es Grecia,
que España no
necesita un rescate,
que la banca
española
es la más sólida
del mundo
y no necesita ser
rescatada y
que el Gobierno
está trabajando para alejar el fantasma del rescate.
¡¡¡¡¡¡Uhhhhhh!!!!
De
este modo y para disimular su falta de autonomía frente a los
mercados y los organismos internacionales, revisten sus mensajes para
el consumo masivo de tópicos falaces como las
medidas que estamos tomando van en la buena dirección o
estas medidas
servirán para que vuelva a fluir el crédito, para que haya
crecimiento y se genere empleo.
Cuando
ese florido catálogo de tópicos no causa efecto porque los
ciudadanos andan tan escaldados que no se creen absolutamente nada de
lo que oyen o leen a propósito de la crisis – o en el mejor de los
casos y con la razón que da la experiencia se malician justo lo
contrario de lo que oyen - se echa mano del voluntarista catálogo
de apelaciones patrióticas con tópicos como de esta
crisis salimos entre todos o no salimos – que de
nuevo diluye en toda la sociedad la responsabilidad en la crisis
de una parte muy concreta de la misma - o
España es un país sólido, un país importante y de esta
crisis vamos a salir como hemos salido de otras mucho peores.
Y el último que apague la luz.
Y el último que apague la luz.