Ni siquiera esperó Rajoy a
que bajara un poco el souflé de euforia y patriotismo generado por el triunfo
de la Roja en la Eurocopa de fútbol
para anunciarnos otra tanda de azotes económicos que, previsiblemente, adoptará
cuando la mayor parte del país esté disfrutando de las vacaciones o pensando en
ellas – quién sabe si las últimas para muchos.
Fiel a su estilo, no desveló
ni una sola de esas medidas "valientes" que piensa tomar su Gobierno
en los próximos meses para "el beneficio de todos". Sin embargo, dada
la vasta experiencia acumulada en sus seis primeros meses en el poder, no es
difícil pronosticar cuáles pueden ser y quiénes las van a sufrir: más recortes
sociales, más impuestos, menos salarios y – en resumen – más sufrimientos para
los de siempre, mientras los otros de siempre – las grandes rentas, los bancos
y los defraudadores fiscales - siguen
exentos de cualquier obligación.
Exige además a las
comunidades autónomas, en donde los recortes sanitarios, sociales y educativos
impuestos por el Gobierno central y secundados sin mucha oposición por la
mayoría de los ejecutivos autonómicos – véase la "insumisión" verbal
de la consejera canaria de sanidad ante el copago - han deteriorado los servicios básicos o amenazan
con hacerlo en los próximos meses. Ese discurso machacón y sádico de Rajoy en España contrasta con sus jeremiadas ante la poderosa
señora Merkel a la que no ha dejado de implorarle ayuda directa para los bancos
y ante la que se ha quejado amargamente de lo que le cuesta al Estado español y
a la banca financiarse en los mercados internacionales.
Ahora – además – nos sale
Finlandia y Holanda amenazando con bloquear la inyección de 120.000 millones de
euros anunciada a bombo y platillo en Roma por Merkel, Hollande, Monti y el
propio Rajoy. En realidad, no creo que a Rajoy eso le quite el sueño: su
verdadero política, la que se refleja en los temibles decretos ley con los que
nos ha amargado el año y con los que nos piensa seguir azotando viernes tras
viernes en una suerte de trágala político, parece ser la de hacer tabla rasa
del estado del bienestar para levantar una nueva sociedad en la que los
servicios públicos esenciales que lo definen y caracterizan pasen a ser mera
beneficencia social.
Conviene por tanto no
dejarse engañar por las ambiguas declaraciones del presidente en los foros
internacionales y juzgar su política por lo que verdaderamente hace en España. Como
dice la Biblia, por sus obras los conoceréis.
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