Vegueta: el Nuevo Mundo empieza aquí

Esta semana les quiero proponer un pequeño tour fotográfico a través de un barrio muy especial para quienes nacimos o vivimos en Las Palmas de Gran Canaria. Hablo del barrio de Vegueta, cuna y corazón de esta ciudad desde su fundación en 1478. En Vegueta se congregó hasta bien entrado el siglo XX el poder económico, político y religioso de Canarias así como de la ciudad que, a partir de principios del pasado siglo, empezó a desbordar sus límites originales y a extenderse hacia el sur y hacia el norte hasta conformar la urbe que es hoy. Ese hecho histórico hace que en un espacio relativamente pequeño se concentre una gran cantidad de pequeñas iglesias, casas palaciegas y suntuosos edificios como los de la catedral o la Audiencia provincial. 

Cabe subrayar que la arquitectura empleada en la conformación de este barrio singular fue trasladada pocos años después a las ciudades que los españoles fueron construyendo en el continente americano a partir del descubrimiento. De ahí el título del post, en el sentido de que barrios como el de Vegueta sirvieron en gran medida de modelo para la urbanización americana. 

El recorrido por Vegueta debe hacerse a pie, en primer lugar porque la práctica totalidad del barrio es peatonal y, además, porque no hay manera mejor de conocerlo bien de cerca. Es un paseo agradable, de suaves pendientes, que se puede realizar con toda tranquilidad en una mañana. Si se quiere conocer más de cerca el barrio es inexcusable una detenida visita a la catedral de Santa Ana, al Museo de Arte Diocesano o a la Casa Museo Colón. En definitiva, los rincones de Vegueta están llenos de historia y caminar por sus silenciosas calles es un placer del que muchos lugareños no nos privamos siempre que podemos. 

Como no quiero hacer demasiado largo este post y centrarlo en las fotografías del barrio, al final adjunto algunos enlaces con más información sobre la historia y sobre lo que se puede ver y hacer en este histórico barrio de Las Palmas de Gran Canaria.

Plaza de Santa Ana
Plaza de Santa Ana con las Casas Consistoriales al fondo
Rincón de Vegueta
Plaza de Santo Domingo
Casa de Colón
Plaza de San Agustín (Audiencia Provincial)

Calle de Los Balcones
Puesto del Mercado Municipal de Vegueta
Obispado de Canarias
Vista de la Plaza de Santa Ana y de los barrios de San Juan y Schaman desde la azotea de la catedral
Vista del barrio de San Nicolás desde la azotea de la catedral
Vista al mar desde la azotea de la catedral
Barrio de Vegueta y campanario de la iglesia de San Francisco de Borja
Vista general de Vegueta y la catedral
Catedral de Santa Ana
Catedral de Santa Ana
Vista nocturna de la catedral de Santa Ana
Vista del interior de la catedral de Santa Ana
Vista del interior de la catedral de Santa Ana
Casas de la calle Reyes Católicos
Fachada lateral del Mercado Municipal de Vegueta
Fachada de la catedral desde la plaza de Santa Ana
Rincón de Vegueta
Uno de los perros que custodian la Plaza de Santa Ana
Rincón de Vegueta

Algunos enlaces para saber más sobre Vegueta...

Blog sobre Vegueta

Guía de Vegueta

eldiario.es

Espero que disfruten del paseo y de las vistas. Hasta la próxima...

Canarias y la inmigración: peor, imposible

Es muy difícil, por no decir imposible, encontrar aspectos positivos en la política migratoria del actual Gobierno español. En primer lugar, porque no existe nada que merezca ese nombre más allá de poner en práctica las mismas medidas que el gobierno anterior, solo que con menos diligencia y de forma mucho más chapucera. Para un Ejecutivo que llegó al poder presumiendo de sus intenciones y que sacó todo el rédito político que pudo a la crisis del Aquarius, - a cuyos pasajeros luego abandonó a su suerte -, no es como para estar precisamente orgulloso. 

Debido a diversos factores como el bloqueo de la inmigración en el Mediterráneo, la inestabilidad política y la sequía en el Sahel, Canarias viene recibiendo un flujo constante de inmigrantes irregulares a través de pateras y cayucos desde finales del verano de 2019. El fenómeno se mantiene con algunos altibajos hasta la fecha, sin que haya indicios de que irá remitiendo a corto o medio plazo. Ya entonces la situación amenazaba con colapsar el frágil sistema de acogida de Canarias, heredero venido a menos del que se organizó y funcionó razonablemente en la crisis de los cayucos de 2006, en la que arribaron a las islas por mar unos 35.000 inmigrantes irregulares. Por descontado, ni en aquellas cifras ni en las actuales se cuentan las miles de vidas perdidas en el mar persiguiendo el derecho a una vida mejor lejos del hambre, la enfermedad, la miseria y la guerra. 

Un sistema de acogida desmantelado

El sistema de acogida de 2006 se desmanteló casi en su totalidad, pensando tal vez que una llegada masiva como aquella no se repetiría jamás. Se equivocaron por completo aunque, para pasmo de los ciudadanos, el Gobierno anterior y el actual siguieron consignando una partida presupuestaria  para financiar los gastos del centro de internamiento de extranjeros de Fuerteventura. El pequeño detalle es que el centro llevaba cerrado varios años. 

Solo ese hecho, anecdótico si se quiere, pone por sí solo de relieve el desbarajuste que ha presidido la política migratoria en este país. Cuando la nueva oleada migratoria del otoño de 2019 empezó a encender todas las alarmas ante la situación humanitaria que se nos podía venir encima si no se actuaba, la reacción política fue literalmente la de mirar a otro lado y practicar la estrategia del avestruz. A pesar de las advertencias de las organizaciones no gubernamentales e incluso de representantes diplomáticos españoles conocedores de la realidad del Sahel, tanto el Gobierno de Canarias como el central hicieron oídos sordos: el mantra más repetido fue que el repunte de pateras era el habitual de todos los años por esas fechas y obedecía a las condicionales favorables para la navegación entre la costa occidental africana y las Islas; incluso cuando pasó el otoño y llegó el invierno y las condiciones del mar empeoraron, siguieron repitiendo el mismo argumento cada día más insostenible.

La culpa es del hombre del tiempo

La milonga alternativa en Canarias, Madrid y Bruselas era que había que ayudar al desarrollo de los países emisores de emigrantes, al tiempo que insistían en advertir del riesgo de que se produjeran fenómenos racistas y xenófobos si se hablaba demasiado del problema. Lo mejor por tanto era ponerle sordina al drama humanitario que iba tomando forma en los puertos de llegada de las pateras. En resumen, dijeron de todo pero no movieron un dedo para prepararse y actuar en consecuencia hasta que avanzado 2020 la cruda realidad acabó con sus ensoñaciones de políticos mediocres. 

Para cuando quisieron darse cuenta, el muelle de Arguineguín, en Gran Canaria, se había convertido en un inmenso campamento humano en el que llegaron a pernoctar en condiciones indignas y en plena pandemia de COVID-19 cerca de 4.000 personas. Las imágenes del hacinamiento que sufrían los inmigrantes día a día mientras continuaban llegando más, no tardaron en dar la vuelta al mundo e inundar las redes sociales. Sensibles como siempre a las críticas, los negligentes políticos que con su dejadez habían propiciado aquellas situación salieron por fin de su letargo y empezaron a actuar de prisa y corriendo. 

Sin embargo, de los tres centros de internamiento de extranjeros que había en las Islas solo funcionaba el de Tenerife y para entonces ya estaba desbordado. Otro tanto empezaba a ocurrir con los establecimientos para menores inmigrantes no acompañados, que tampoco daban más de sí. La mágica solución que encontró el inefable ministro del Interior fue levantar nuevos campamentos en otros puntos de Canarias y utilizar instalaciones militares abandonadas para dar acogida a los inmigrantes. Todo esto después de una bochornosa descoordinación entre los ministerios de Interior, Defensa y Migraciones que vino a agravar más el problema.

Canarias, cárcel flotante en el Atlántico

Cuando el Gobierno socialista de Canarias se percató de que sus compañeros del Gobierno central no tenían ninguna intención de derivar inmigrantes a otras comunidades autónomas para aliviar la situación en las Islas, el presidente autonómico cambió de discurso y adoptó un tono de enfado impostado que ni entonces ni ahora ha conseguido convencer más que a los suyos. En medio de la crisis, con miles de personas durmiendo al raso en un muelle pesquero, el ministro Escrivá dijo en sede parlamentaria que visitaría las Islas cuando encontrara "holgura" en su agenda, lo que indignó aún  más a la opinión pública insular. Y para coronar la cadena de despropósitos, el ministro Marlaska se negó a derivar inmigrantes alegando que la UE lo prohíbe, algo que Bruselas solo tardó unas horas en desmentir con rotundidad. Así las cosas, ¿qué podía salir mal?

La situación actual sigue siendo igual de mala e incluso más preocupante desde el punto de vista social. Ante la presión, Interior accedió finalmente a derivar a inmigrantes a la Península, pero lo hizo de una forma tan poco transparente y chapucera, abandonando a estas personas a su suerte en varias ciudades españolas, que lo único que consiguió fue diseminar el problema. En Canarias, del "campamento de la vergüenza" de Arguineguín se ha pasado a otro como el de Barranco Seco en el que las condiciones de vida son similares y el respeto a los derechos de estas personas vuelve a brillar por su ausencia. Grupos de menores no acompañados han sido alojados en instalaciones de pequeñas ONGs que apenas tienen capacidad para atenderlos y otros 4.000 inmigrantes residen en hoteles turísticos, ahora vacíos por la pandemia.

Una situación explosiva
La crisis social y económica que vive un archipiélago como este, dependiente en alto grado del turismo, se ha convertido así en el escenario ideal para la tormenta perfecta y caldo de cultivo para que, a las primeras de cambio, aparezcan brotes de racismo y xenofobia. Las redes sociales que difunden altercados callejeros en los que intervienen inmigrantes hacen de mecha incendiaria de una situación cada vez más explosiva. 

Lo lógico y razonable sería incrementar las derivaciones y aumentar los medios materiales y humanos y los acuerdos bilaterales para repatriar a aquellos que alteren el orden público o no tengan derecho a asilo o refugio. En paralelo es necesario arbitrar soluciones para la situación de los menores, más allá de confiárselos a alguna ONG con buena voluntad pero escasa capacidad de gestión. Esto de manera inmediata antes de que se extienda más la percepción cierta de que el Gobierno central y la UE tienen la indisimulada intención de convertir a Canarias, y en particular a Gran Canaria, en una suerte de nueva Lesbos o Lampedusa en el Atlántico. 

Después habrá que exigir a Bruselas que de una bendita vez se plantee algún tipo de política migratoria que permita regular y ordenar unos flujos humanos que seguirán operando haya o no vías legales para hacerlo. A la vista está el fracaso de la política de pagar a países poco amigos de respetar los derechos humanos como Turquía o a estados fallidos como Libia, a cambio de que frenen la llegada ilegal por mar de personas a suelo comunitario. 

Lo que no se puede hacer es actuar como malos bomberos que llegan al incendio cuando el fuego se ha descontrolado a pesar de haber sido alertados con tiempo más que suficiente. Porque eso es justamente lo que hicieron los Gobiernos de Madrid y de Canarias mientras en la UE miraban a los celajes. Debieron actuar con prontitud ante el fenómeno pero prefirieron encomendarse al hombre del tiempo a ver si escampaba solo. Esperemos que todavía no sea demasiado tarde para enmendar tanta incompetencia. 

La Ruta de las Presas, un paisaje para el recuerdo

Hoy quiero invitarles a recorrer fotográficamente conmigo la llamada Ruta de las Presas de La Aldea, que discurre por el barranco que lleva el nombre de esta localidad situada al oeste de la isla de Gran Canaria. Antes de continuar aclaro para quienes no lo sepan que "presa" es el nombre con el que se conocen habitualmente en la isla los embalses de grandes dimensiones, en los que se almacena agua de lluvia para el riego y el consumo humano. 

Si recuerdan, en el anterior post fotográfico, en el que hablamos de la vertiginosa carretera de La Aldea, nos quedamos justo a las puertas de este municipio agrícola, cuya economía se sustenta fundamentalmente en el cultivo en invernaderos de tomates y otras hortalizas. La producción se destina a la exportación a los mercados británico y holandés y al consumo local. 

La Ruta de Las Presas arranca en el mismo pueblo, si bien también se puede hacer en sentido contrario partiendo desde la localidad de Artenara, en la cumbre de Gran Canaria. El barranco por el que discurre conforma un paisaje árido, casi exento de vegetación y con abundantes y profundos desfiladeros. Precisamente son esas características las que otorgan todo su encanto a la ruta, que transcurre por una carretera asfaltada pero estrecha y muy sinuosa. Aunque esta vallada, conviene extremar la precaución en las curvas y cuando se circula por el borde mismo de una de las grandes presas que encontramos a nuestro paso. 

Después de salir del pueblo de La Aldea, las presas que nos vamos encontrando son, por este orden, las de Caidero de la Niña, El Siberio, El Parralillo y Candelaria. Entre todas suman más de 11 millones de metros cúbicos, con las de El Parralillo y El Siberio como las de mayor capacidad por ese orden. En estos momentos y después de la lluvias que dejó a su paso por Canarias la borrasca Filomena se calcula que tienen almacenada en torno al 44% de su capacidad. 

Es recomendable tomarse la ruta con calma para recrearse en el paisaje y descansar de la conducción, que puede llegar a ser cansina por la casi interminable sucesión de curvas. Además de fotos de las presas acompaño otras del barranco para que se puedan hacer una idea de cómo es este paraje singular de la isla de Gran Canaria. Espero que se animen y la disfruten. Hasta pronto...



La pandemia y la enésima crisis del periodismo

Va este post de la enésima crisis que según dicen vive el periodismo, en esta ocasión a propósito de la pandemia del COVID - 19 y que, según parece, será la mortal y definitiva para esta controvertida profesión. Se me debe entender la ironía cuando hablo en estos términos, porque lo que quiero decir es que, desde mi punto de vista, el periodismo está en crisis desde mucho antes de que yo tuviera uso de razón periodística y de la otra. No pretendo afirmar que la crisis actual no sea preocupante e incluso muy preocupante, puede que hasta la más preocupante con respecto a todas las anteriores. Pero conviene siempre relativizar un tanto las afirmaciones demasiado contundentes, no vaya a ocurrir que echando la vista atrás encontremos que el periodismo, igual que la docencia o la medicina, han sufrido otras crisis que en su momento se pensó serían también las últimas y definitivas y luego resultó no ser así. 

Bien es verdad que esas otras crisis históricas cambiaron sustancialmente la profesión, como con toda seguridad la cambiará también la crisis actual, aunque ya veremos en qué dirección y si para bien o para mal. No obstante, al menos hasta ahora, el periodismo ha sabido "reinventarse", como se dice actualmente, y ha terminado sobreponiéndose a tiempos adversos de todo tipo, desde guerras a gravísimas crisis políticas y cambios tecnológicos. Todos esos cambios marcaron un antes y un después en la profesión al poner literalmente patas arriba los esquemas heredados de la etapa anterior a la crisis.

Los bulos de toda la vida 

Ahora se habla mucho del peligro que representan las "fake news" para el periodismo, como si desde los comienzos de la profesión no hubieran existido lo que en español siempre ha tenido una denominación clara y precisa: bulos. De manera que no es un peligro nuevo sino una excrecencia que viene de antiguo pero que nunca ha impedido que haya habido y haya medios que basan su credibilidad en la fidelidad a los hechos. Por tanto, también a esos defectos congénitos ha sobrevivido el periodismo a lo largo de los años y ha llegado hasta nuestros días con sus innegables achaques pero ni mucho menos próximo a la defunción. 

A lo que históricamente más le ha costado sobreponerse hasta la fecha, sin conseguirlo nunca del todo, ha sido a los poderes económicos y políticos que han entendido el periodismo únicamente desde el exclusivo punto de vista de sus intereses, constituyendo casi siempre las dos caras de una misma moneda. Si lo pensamos bien, la delicada salud del periodismo actual responde una vez más a ese binomio que forman los intereses económicos y los intereses políticos, así que tampoco en este terreno hay nada nuevo bajo el sol.

Las redes sociales o la selva de la desinformación 

Lo que sí es nuevo es el fenómeno de las redes sociales, un elemento que ha venido para quedarse y que está distorsionando seriamente la profesión periodística tal y como la hemos conocido hasta la fecha. No descubro la pólvora si afirmo que las redes no han resultado ser lo que los más idealistas vaticinaron que serían, una especie de plaza pública mundial en donde departir democrática y pacíficamente sobre todo tipo de asuntos, desde los más conspicuos y serios a los más banales o lúdicos; al final han derivado en campos de batalla ideológica, polarización política, bulos, falsedades, insultos y no poca trivialidad.

Hoy son millones de personas en todo el mundo las que se "informan" solo a través de las redes y que nunca han tenido o ya han perdido el hábito de acudir a los medios convencionales para "estar al día" de lo que pasa en su ciudad, en su país o en el mundo. Esas personas se fían mucho más de lo que les llega a través de cadenas de Whatsapp o de lo que leen en las redes, sea cierto o inventado, que de lo que publican los periódicos, la televisión o la radio. No digo que estos medios sean prístinos e inmaculados y no respondan también a intereses económicos y políticos. Sin embargo, deben pasar algunos filtros de veracidad que en las redes han desaparecido y, además, todo el mundo sabe más o menos de qué pata ideológica o económica cojeaba cada cual. Ahora, todo eso casi ha desaparecido en las redes, convertidas en la selva tropical de la desinformación, ajenas además a cualquier mínima regulación que prevenga contra el odio, el racismo o la violencia que circulan por ellas.

Los hechos son sagrados, la opinión es libre 

Y es a esas selvas a las que deben acudir los medios tradicionales para buscar audiencia y clientes, compitiendo con otros muchos buscadores de seguidores, cuanto más entregados mejor: empresas, gobiernos, partidos políticos, organizaciones de todo tipo legales e ilegales y millones de ciudadanos más o menos anónimos se baten el cobre a diario por un lugar, por pequeño que sea, bajo el sol de las redes. Para no desentonar con el ambiente general, en muchas ocasiones los medios se visten también con los ropajes propios del entorno: el sensacionalismo, el amarillismo, las falsedades, las mentiras y la mezcla descarada de opiniones y realidad. 

Por desgracia, el respeto a los hechos ha dejado de ser la línea roja que no se debería traspasar bajo ningún concepto: "los hechos son sagrados, la opinión es libre", dice un viejo principio periodístico que no siempre se ha cumplido. En épocas de grandes turbulencias económicas, políticas o sanitarias como la actual, es cuando más se suele ignorar algo que debería figurar con letras de oro en el frontispicio de todo medio de comunicación que se precie. Hemos llegado en cambio a un momento en el que los hechos no son la prioridad, sino la opinión sobre unos hechos que han sido manipulado e incluso inventados en no pocas ocasiones. Lo que cuenta es ante todo el "relato", una manera muy eufemística de hablar de la mentira o la falsedad, porque el objetivo no es tanto informar y valorar los hechos con la mayor ecuanimidad posible, sino "colocar el relato" económico o político que más interese en cada momento. 

Tres retos y un objetivo

Nadie tiene una varita mágica para saber cómo sobrevivirá el periodismo a esta nueva crisis, que ya está dejando secuelas importantes en la profesión. Su principal reto es recuperar al menos una parte de la credibilidad que ha ido perdiendo en aras de la rapidez irreflexiva en el mejor de los casos y en aras de intereses económicos y políticos por encima del deber de informar con veracidad y opinar con rigor. 

Para que eso ocurra deben darse algunos requisitos básicos, el primero de los cuales debe ser la dignificación profesional y laboral de los periodistas, en muchas ocasiones rehenes de la precariedad e inermes ante todo tipo de injerencias en su labor, desde las empresariales a las políticas. Se requieren empresas cuyo único objetivo no sea el legítimo beneficio económico, sino que estén investidas de un principio de responsabilidad sobre la insustituible tarea del periodismo de calidad en una sociedad democrática moderna. Y el tercer requisito y probablemente el más importante, una ciudadanía consciente de la necesidad de contar con información de calidad y dispuesta a pagarla. 

No quiero parecer ingenuo, aunque admito que esto que digo hace que lo parezca. Pero me agarro al pasado e insisto en que el periodismo ha sobrevivido a numerosas crisis de las que parecía que no se recuperaría. También admito que el reto de las redes sociales es completamente nuevo y diferente a los anteriores y puede que mucho más difícil de superar por su dimensión global. Pero quiero ser optimista y creer en esta profesión en contra de lo que vaticinan en las últimas fechas los agoreros a propósito de la pandemia. No solo quiero creer en el futuro del periodismo sino que necesitamos creer porque de los contrario solo nos quedaría la ley de la selva que representan las redes sociales y es evidente que no saldríamos ganando con el cambio. Hacen falta por tanto ciudadanos y empresas conscientes de que sin periodismo confiable y creíble seremos pasto de demagogos y populistas de todo tipo y estaremos poniendo en serio peligro el derecho a recibir una información veraz, cimiento imprescindible para tomar decisiones con un mínimo de conocimiento de causa sobre la realidad.   

Oscar Peterson, el hombre que hablaba con el piano

A los amantes del jazz no les descubriré nada nuevo hablándoles de Oscar Peterson. A los que no lo son basta con decirles que estamos ante uno de los mejores pianistas de jazz de todos los tiempos, aunque algunos de sus críticos han dicho de él que emitía "demasiadas notas". No diré aquello tan socorrido de que para gustos se hicieron colores, pero creo que se equivocan: el toque de Peterson, de sólida formación clásica, es de una delicadeza casi imposible de encontrar en otros pianistas de jazz, su musicalidad probablemente no tenga parangón y su swing hace que cuando le escuches te arrastre sin remedio a mover los pies. En los temas lentos, la dulzura y la profundidad de Peterson son inigualables pero en los rítmicos tampoco tiene rival: su estilo es como el agua de una fuente, cristalino y vivaz. 

Se codeó con los mejores pianistas de jazz de todos los tiempos, empezando por el gran gran Art Tatum, del que fue gran amigo. Con el guitarristas Herb Ellis y el bajista Roy Brown formó uno de los tríos de jazz más famosos de la historia y en su dilatada trayectoria acompañó a cantantes de la talla de Ella Fiztgerald o al gran Count Basie. No siempre llevó de buen grado tantos años en la carretera: en un documental confiesa su pesar por no haber podido contemplar cómo sus hijos fueron creciendo mientras él estaba de gira por cualquier rincón del mundo. Cuando le ves tocar, tarareando la melodía que va surgiendo de sus dedos con esa cara de felicidad, es inevitable pensar que disfrutaba realmente de lo que hacía. 

Sufrió por esa ausencia del hogar familiar pero se recuperó, y a pesar de la embolia que sufrió, siguió tocando porque era lo único que sabía hacer, porque lo hacía como nadie y porque era reclamado en todas partes. Creó incluso una cátedra de estudios de jazz que lleva su nombre en la universidad de York, en Toronto, por la que aparecía de vez en cuando para susto y admiración de sus alumnos. 

Fue un bromista empedernido, amigo leal de sus amigos que amó la música por encima de todas las cosas hasta su fallecimiento en diciembre de 2007. Ha dejado un inmenso legado de grabaciones y conciertos que les invito a explorar. Este extraordinario pianista canadiense es el protagonista de este nuevo post dedicado a la música.

Que lo disfruten...



Vienen curvas

En la pequeña excursión fotográfica que pretendo realizar cada semana a través del blog, hoy quiero invitarles o recorrer una carretera tan espectacular como hermosa. Transcurre por el impresionante acantilado de la costa del Noroeste de Gran Canaria y conduce desde la localidad de Agaete a la de La Aldea. El trayecto es endemoniadamente complicado por la gran cantidad de curvas sobre el risco, lo que la hace además de las que te ponen un nudo en la garganta apenas se te dispare la imaginación de lo que puede suponer salirse del carril. 

Por esa carretera han circulado durante décadas los aldeanos para dirigirse al norte de la isla o a Las Palmas de Gran Canaria, así como todos los que por placer o necesidad se desplazaban a La Aldea. Es cierto que también se puede tomar una ruta alternativa a través del sur de la isla, pero el rodeo alarga considerablemente la duración del viaje. 

La carretera en cuestión ha quedado parcialmente en desuso a raíz de la construcción de una nueva vía mucho más segura y que acorta la duración del viaje en algo más de media hora. No obstante, aún quedan unos buenos kilómetros de la vieja carretera para quien guste de las emociones fuertes. Este otro tramo también será abandonado dentro de unos años, una vez concluya la segunda fase de la nueva carretera ya en ejecución después de muchos años de demora por diferentes motivos. 

Los aldeanos venían reivindicando esta nueva carretera desde hacia mucho tiempo como vía para superar el aislamiento al que se veían sometidos cada vez que la vieja calzada quedaba cortada durante días por desprendimientos de rocas en días de lluvia. En esos casos se veían obligados a tomar la carretera del sur, lo que como hemos dicho eternizaba el viaje. 

Contra lo que pueda parecer y a pesar de su peligrosidad, han sido relativamente pocos los accidentes mortales que se han producido en esa carretera, en gran medida por el extremo cuidado que los conductores siempre han puesto al circular por ello y en parte también gracias a la suerte. 

Las fotografías que acompañan este post fueron tomadas unos meses antes de que la carretera se abandonara por la vía alternativa y por ella ya no circula nadie en la actualidad. Entre las fotos se incluyen imágenes de los acantilados por los que transcurre la carretera que, de paso, sirven para que quienes no conocen Gran Canaria descubran que la isla tiene un paisaje mucho más variado que el de sol y playa que figura en los folletos turísticos. 

 Espero que les gusten....