"Lo que inquieta al hombre no son las cosas, sino las opiniones acerca de las cosas". (Epicteto)
¡Adiós, año cruel!
Te miro de principio
a fin y no encuentro nada por lo que deba llorar tu muerte inminente. Para
quienes vivimos en Canarias has sido un año cargado de malas vibraciones
políticas y has terminado dinamitando un pacto de gobierno que, es verdad, se
había cimentado sobre arenas movedizas. Nos abandonas a una etapa de
incertidumbre que nos obligará a perder
más tiempo y energías en la mala política en lugar de dedicarlo a las cuestiones que tú
has sido incapaz de resolver. Por tu culpa no hemos parado de hablar de pactos
en cascada y de dar vueltas a la noria del ITE y su reparto. Y todo eso, para
terminar prácticamente en el mismo sitio por el que deberíamos haber
empezado. Y no contento aún, también te has permitido abochornarnos con
esperpénticos episodios de jueces contra jueces y de políticos contra jueces con
el concurso entusiasta de algún empresario más ubicuo que la caja del turrón.

Hay gente enferma a la que le dan cita con el especialista para 2019 y hay más de 9.000 ciudadanos a los que llevas haciendo esperar por una operación más de seis meses. También has vuelto a fracasar con los dependientes, que confiaban en que sabrías compensarles por la espera para percibir la ayuda que tienen reconocida. Nuestros chicos y chicas se han vuelto a situar a la cola de España en rendimiento escolar y no será porque no se te advirtiera severamente hace tiempo que así no podíamos seguir y que había que actuar para salir del vagón de cola educativo.
Me dirás que –
como el famoso entrenador de fútbol – lo veo todo negativo y que hay también cosas que han mejorado contigo. Me hablarás de que hay buena “sintonía” con
Madrid para que las cosas mejoren y no se nos trate como a ciudadanos de
tercera división. Sin embargo, yo no tendré más remedio que recordarte a
Quevedo y decirte que nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir aunque,
sinceramente, espero equivocarme.

Si miro a esos
mundo de Dios tampoco puedes sentirse satisfecho de la cosecha. Has provocado bárbaras
matanzas de gente pacífica en medio mundo y, mientras te preguntabas si eran galgos o
podencos, 5.000 personas se han ahogado en el Mediterráneo intentando llegar a una
Europa a la que de propina le hiciste un corte de mangas en el Reino Unido. Has
sido tan ruin que nos has puesto a un peligroso descerebrado al frente del país
más poderoso del mundo mientras te llevabas a gente como Leonard Cohen, Prince,
George Michael, David Bowie, Boulez, Harnoncourt, Umberto Eco, Malefakis, la inmortal
princesa Leia y, encima, al entrañable Pepe Macías.
Debes reconocer que has sido un mal año por estéril, por violento y por turbio. Habrá que desear
que tu heredero 2017 sea más diligente y eficaz en la solución de la pesada
herencia que estás a punto de dejarle. En cuanto a nosotros, has frustrado muchas de las esperanzas que pusimos en tu nacimiento. Lo mejor de todo es que sólo te quedan dos telediarios.
Hernando y Hernando
No es una
marca de camisas o de zapatos, no son hermanos y ni siquiera militan en el
mismo partido. Hernando y Hernando forman la pareja política de moda desde hace
algunas semanas. Se les ve juntos a toda hora, comen juntos, negocian juntos y
pactan juntos y por lo general solos. Antonio Hernando, portavoz socialista en
el Congreso, y su homólogo del PP, Rafael Hernando, parecen haber tomado en sus
manos la tarea de hacer renacer de sus cenizas el bipartidismo que hace un año
otros dieron por muerto y enterrado. A la vista está que quienes certificaron
su defunción y lo enviaron al cajón de la historia, cantando victoria a
destiempo, no han hecho bien su trabajo.
Con discreción
y sigilo, Hernando y Hernando cierran acuerdos sobre aspectos relacionados con
los próximos presupuestos del Estado o sobre la pobreza energética y los dan a
conocer al resto cuando lo único que falta es hacerse la foto. La estrategia
tiene jurando en arameo a la gente de
Ciudadanos y a la de Podemos más pendiente de sus batallas caseras que de dar
trigo. En el partido naranja no gusta un ápice que la única fuerza que tiene un
pacto con el PP se vea relegado al papel de figurante y en la formación morada,
a falta de algún cielo mejor por conquistar, se pelean a ver quién conquista
el poder en el partido. Ciudadanos amenaza con romper un acuerdo que el PP cada
vez parece necesitar menos, y a Podemos solo le queda el derecho a la pataleta
para intentar convencernos de que la única oposición fetén es la de Pablo
Iglesias.
Ignoro si
Hernando y Hernando harán del bipartidismo el ave fénix de la política
española pero por ahora le están insuflando suficiente oxígeno como para que
vuelva a respirar. A los partidos de ambos les favorece este arrobamiento: relega políticamente a sus respectivos rivales y envía a
los ciudadanos un mensaje de responsabilidad en los grandes asuntos de estado
después de casi un año en el que lo que menos preocupó a todos fue el interés
general. Quien más difícil lo tiene es el Hernando socialista, al que muchos
dentro y a la izquierda de su partido no le perdonan que cambiara el “no es no”
a Rajoy por un “donde dije digo, digo Diego”.
Es innegable
que el Hernando del PSOE hizo un papelón en la investidura de Rajoy, pero no es
menos cierto que quien le llama traidor buscaba ganar la plata en los terceros
juegos electorales en un año. Hernando tiene ahora que demostrar dotes para el funambulismo para
caminar por el delgado alambre que en el PSOE separa la oposición del apoyo al
PP mientras su contraparte, el Hernando popular, tendrá que ceder en algunas
cosas para salvar lo que pueda de la legislatura en la que Rajoy apisonó a la
oposición. En este juego es obvio que el PSOE busca evitar nuevas elecciones
hasta que recupere fuerzas y el PP quiere aprovechar esa debilidad para que una
oposición mayoritaria no haga tabla rasa de sus adoradas reformas.
Los
compromisos a los que PP y el PSOE han llegado estos días sorprenden tanto porque
los españoles tenemos un déficit político que seguimos sin enjugar después de
más de 40 años de democracia: en un
sistema democrático, tanto si hay mayorías absolutas como si no, la voluntad de
los ciudadanos expresada en las urnas sólo se puede encauzar a través del diálogo
y el acuerdo en una dinámica en la que los partidos deben renunciar a parte de
sus planteamientos en aras del interés general. Pretender conquistar el cielo
desde el maximalismo irreductible termina consiguiendo el efecto contrario al
deseado: que el cielo lo conquisten Hernando y Hernando y a ti se te empiece a
ver y a escuchar menos que en un día cerrado de calima.
En Podemos no es Navidad
Observo que el
espíritu fraternal de la Navidad no ha invadido este año la casa común de
Podemos. En lugar de desearse paz y felicitarse por el inminente sorpasso, las tropas de Pablo Iglesias
aprovecharon que los peces bebían en el río para lanzar un ataque masivo en
Noche Buena contra las huestes de Íñigo Errejón, en ese momento acampadas en
Belén con los pastores. Para quienes observamos los acontecimientos desde fuera,
es una suerte que el arma empleada para este profundo debate de ideas y
proyectos que ocupa estos días a Podemos sea twitter. Ni se imaginan las horas
de estudio, análisis, lectura de bibliografía y reflexión que serían necesarias
para dirimir quién lleva razón en la pelea, si a Iglesias y a Errejón les diera
por plasmar en gruesos tochos sus respectivas propuestas para tomar el cielo
por asalto.
Claro que aquí
no se trata tanto de asaltar el cielo como de asaltar el poder en Podemos, que
es de lo que en realidad va esta guerra nada disimulada de las últimas semanas en la que Iglesias defiende el bastión de los ataques del aspirante Errejón. Y
para eso, para pelear por el control del partido, la verdad sea dicha, tampoco
hace falta andar devanándose demasiado los sesos con elaboradas propuestas
llenas de capítulos, apartados y subapartados. Por resumirlo al estilo tuitero,
Pablo Iglesias cree que el partido es él y sus circunstancias mientras que
Íñigo Errejón piensa que el partido son todos y sus respectivas circunstancias pero con él al frente.
De ahí se
deriva que Iglesias quiera que sus propuestas y su fotografía figuren juntas en
la portada del ideario político de Podemos, mientras Íñigo Errejón, menos dado
al culto a la personalidad que su compañero y sin embargo contrincante, cree que
es mejor separar ambas cosas. Me da la sensación de que, como no depongan los
tuits cuanto antes y sellen una paz honrosa para ambos antes de febrero del año
que viene, fecha de su segundo congreso, la reunión de Vistalegre Dos se puede
convertir en Vistatriste Uno.
En realidad no
me produce insomnio que Iglesias y Errejón se pongan morados a golpes dialécticos ni que parezcan últimamente los Zipi y Zape
de la política ni que en sus respectivos entornos un coro de voces blancas
lance puyas contra la otra parte. Lo que en realidad me maravilla y me llena de
estupor al mismo tiempo es que, quienes protagonizan este entretenido
espectáculo con el que estamos amenizando estas fechas tan señaladas, sean los
mismos que desembarcaron en la política para regenerarla y acabar con la casta.
Quienes sólo veían corrupción, camarillas, conjuras y servidumbres de todo tipo
en los partidos tradicionales, han empezado pronto a comportarse exactamente de
la misma manera que sus hermanos mayores.
Presumen de
primarias pero sólo para los cinco primeros puestos y designan a cabezas de
lista – véase el caso de Las Palmas en las elecciones del 20 de diciembre de
2015 - sin consultarlo más que con su
camisa o su coleta. Aquel que osa levantar la voz para denunciar ausencia de
democracia interna es aislado o cesado directamente por la “dirección” y
aquellos cargos públicos a los que se les descubre un pasado poco respetable se
atornillan al sillón como muchos políticos de la denostada
casta.
Y no es sólo
Podemos: en Ciudadanos, otro partido que también llegó al ruedo político para
regenerar la vida pública y acabar con la corrupción de los partidos
tradicionales, la dirección maniobra para acallar y a ser posible extirpar
cualquier corriente interna de opinión que no concuerde con la del líder y sus
allegados. Y en cuanto a la corrupción, si se trata de tocar poder o influencia
ante quienes lo desempeñan, siempre se pueden retorcer los argumentos para
justificar un oportuno cambio de principios. Por decirlo en tono bíblico, los
hechos nos están permitiendo conocer cuánto había de verdad – poca - y cuánto
de marketing político – mucho - cuando prometían
regeneración y aire político fresco los mismos que hoy se pelean por el poder
como cualquier partido de los de toda la vida. Dime de lo que presumes...
José Macías, el político que pisó la calle
Creo que el
mayor elogio que se le puede dedicar a un ser humano es decir de él que es una
buena persona. En unos tiempos en los que los políticos no figuran
precisamente en los primeros puestos de popularidad, decir eso de alguien que
ha dedicado varias décadas de su vida a la política es, si cabe, más meritorio.
José Macías, el político grancanario fallecido hoy a los 91 años después de una
dilatada trayectoria dedicada a la vida pública, se ganó ese elogio a pulso. Cuando
sus compañeros y adversarios empezaron a refugiarse en los despachos y en los
aparatos de partido, José Macías ignoró esa parafernalia y siguió haciendo
política de la única forma que sabía y quería: escuchando las inquietudes de
los ciudadanos e intentando aportar su grano de arena para resolver todo aquello
que estuviera en su mano.
Sus críticos
siempre vieron en esa forma de desempeñarse una suerte de populismo y
paternalismo, aunque en el fondo tengo para mi que envidiaban su empatía y su
pasmosa capacidad para conectar con los ciudadanos. Eso se reflejaba,
obviamente, en las urnas y era en realidad ese hecho el que molestaba incluso a
sus propios compañeros de partido por no hablar de sus contrincantes. Macías nunca
fue un político al uso, para él los argumentarios con las posiciones del
partido que otros se aprenden de carrerilla y repiten como loros allá en donde
se les pregunte, eran algo que no iban ni con su forma de ser ni con su idea de
la actividad política.
No tuvo miedo
de ser políticamente incorrecto ante lo que pensara o dijera su partido, lo
cual no fue óbice para que defendiera sus ideas con convicción sin sentirse en
ningún momento en posesión de la verdad revelada: escuchaba y respetaba las
posiciones de los demás y jamás las descalificó ni insultó a sus rivales. Los
periodistas que por motivo de nuestra profesión tenemos que relacionarnos con
la clase política, valorábamos su disponibilidad, su amabilidad y su elegancia:
en donde otros ponían mala cara, se escondían o salían por peteneras ante
nuestras preguntas, en Macías no encontrábamos nunca un mal gesto, un no por
respuesta o una palabra más alta que otra.
De él hemos hecho
los periodistas muchos chistes a
propósito de su pasión por acudir a los bautizos, bodas y funerales de
los que tuviera conocimiento. Era una de sus fórmulas - ¡Hola, soy el senador Macías, cómo está! - para acercarse a la gente y compartir con ella
en los momentos clave de sus vidas, acompañarla, felicitarla o condolerse con
ella. Que entre sus objetivos estuviera también conseguir sus votos creo que no desmerece un ápice el carácter
humano y bondadoso del político hoy desaparecido.
No quisiera caer en el ditirambo pero no creo que sea exagerado decir que José Macías, con sus luces y sus sombras como cualquier ser humano, ha sido una suerte de espíritu libre de ataduras partidistas que concibió y ejerció la política como un servicio a los demás en el sentido más literal de la expresión, es decir, de manera personal, cercana y directa.
Dudo mucho de que en los tiempos actuales y
con el encanallamiento de la política hubiera sitio para alguien como José
Macías. Eso, al margen de que su naturaleza humana fuera de una pasta distinta
y casi única y su concepción de la política no tuviera nada que ver con las
capillas y las conjuras de los aparatos partidistas. No obstante lo anterior, los
representantes de la llamada “nueva política” que se consideran los
inventores de la rueda y el fuego, tienen mucho que aprender de José Macías, un político que, ante todo fue buena persona, pero que, además, pisó de verdad la calle. Descanse en paz.
Un pacto para olvidar
El mejor pacto
político posible para Canarias que hoy ha pasado a mejor vida ha sido, con
diferencia, el más inestable que han tenido estas islas en mucho tiempo. Debe haber sido también el
que más tiempo ha dedicado a apagar fuegos que nada tienen que ver con
la gestión del interés público. Algún defecto congénito debía tener la criatura
para que generara más discrepancias que coincidencias desde su nacimiento y se haya despedido
entre reproches y estertores. Puede que
fuera que los socios que lo han sustentado a trancas y a barrancas durante año
y medio no estuvieran hecho el uno para el otro o, mejor dicho, uno puede que
sí pero el otro no. CC aceptó este pacto que ha vendido como el mejor posible,
porque no le terminaban de cuadrar las cuentas políticas con el PP, aunque con
el apoyo de los tres diputados de la Agrupación Socialista Gomera sumara
suficiente mayoría parlamentaria. También porque pensaba que sería más cómodo gobernar con el
PSOE y de hecho así tenía que haber sido, sobre todo a la vista de la capacidad
de aguante que los socialistas han demostrado durante la mayor parte de lo que
llevamos de esta convulsa legislatura.

Sin embargo, en junio del año pasado y sin
pensárselo mucho, el PSOE se entregó en brazos de CC y confió en que los
nacionalistas cumplirían las cláusulas políticas del acuerdo, empezando por el
pacto en cascada que ya se había incumplido en la legislatura anterior. Esa obsesión
por extender el acuerdo regional a cabildos, ayuntamientos y pedanías ha
supuesto un persistente dolor de cabeza para los socios del pacto, con los
socialistas como los más perjudicados, y un guineo insufrible para una
ciudadanía cada vez más indiferente ante estas trifulcas de vecindad. No
obstante, las desavenencias no sólo han tenido que ver con quién gobierna en
según qué ayuntamiento. La falta de entendimiento y de proyecto compartido entre
los socios ha sido patente en asuntos de mucho más calado como el debate de la
nueva ley del suelo y el control de legalidad del planeamiento urbanístico o en
la gestión socialista de la sanidad pública abiertamente cuestionada
por el propio presidente.
Y sin ir más lejos, en el destino que debía darse a los 160 millones de euros del Impuesto sobre el Tráfico de Empresas, a la postre un regalo envenenado que ha terminado dinamitando el pacto. Desde el momento en el que se supo que Canarias no tendría que devolver ese dinero al Ministerio de Hacienda, CC y el PSOE han mantenido una pugna sorda y soterrada primero y a voces después que ha terminado en el cese de los consejeros socialistas. Y todo eso, y aquí viene lo más esperpéntico, después de haberse puesto de acuerdo sin muchos problemas sobre cómo distribuir más de 7.000 millones de euros del presupuesto autonómico del próximo año.
Los socialistas ya habían protagonizado desplantes suficientes como para que el cese se hubiera producido hace un mes y los ciudadanos nos hubiéramos evitado esta agonía política. Me refiero al inexplicable abandono del Consejo de Gobierno por parte de los consejeros del PSOE – reiterado hoy - y al voto con la oposición en el Parlamento que, sin embargo, no condujeron a lo que hubiera sido lógico, normal y responsable en un partido como el PSOE: abandonar el gobierno y dar por roto el acuerdo.
La necesidad
de la ex vicepresidenta Hernández de permanecer en el Gobierno para no poder
comba en la pugna por liderar el PSOE canario y el miedo a aparecer como el
dinamitador del acuerdo y a tener que gobernar en minoría por parte de CC, han
aplazado más allá de todo lo razonable y admisible el fin de una crisis
permanente que ha hecho un enorme daño a la imagen del Gobierno
de Canarias. Una lección cabe extraer de la penosa historia de este pacto de
desencuentros y es que la aritmética parlamentaria no lo es todo en las
relaciones políticas: si no hay proyectos medianamente afines para sustentar un
acuerdo de gobierno estable y cohesionado o si ni siquiera hay proyecto claro
ni nadie con capacidad suficiente para liderarlo, el fracaso está garantizado. En política, lo que parece que suma en realidad también puede restar.
La ira de Aznar
Aunque creo
que ha dejado el vicio, no me extrañaría que Rajoy haya encendido un buen
veguero para celebrar como se merece que su padrino Aznar haya renunciado a la
presidencia de honor del PP. Se acabó por fin la brasa insufrible de sermonearme
a toda hora con lo que debo hacer y pensar sobre la economía, los impuestos, Cataluña
o el partido, habrá dicho para sus entretelas el gallego. De Rajoy sabemos que
ya le pueden hacer cosquillas en las plantas de los pies que no moverá un solo músculo
de la cara. A las críticas de Aznar, eternamente enfurruñado y de mala uva,
Rajoy ha respondido con el desdén del silencio o como quien oye llover
plácidamente en Pontevedra. Todo lo contrario del vallisoletano, incapaz de expresar sus puntos de vista sin
torcer el gesto y mascullar las palabras como si hablara para su camisa y no
para quienes le escuchan.
Ahora bien,
que Rajoy parezca una estatua del Museo de Cera y que las críticas parezca que
no le afectan no quiere decir que la procesión no vaya por dentro. Aznar fue y
sigue siendo el “presidente” para la derecha carpetovetónica nacional, la misma para la que Rajoy no es más que “Maricomplejines”
– Jiménez Losantos dixit. Junto con eso, que alguien que te eligió a dedo para
ser su heredero político te esté tirando casi a diario de las orejas no debe
ser tampoco plato de buen gusto para nadie, ni siquiera para el aparentemente
inconmovible Rajoy.
Sin embargo, y
aunque lo disimulen muy bien los dirigentes del PP cantando ahora las
excelencias políticas de Aznar, lo cierto es que al partido le viene de perlas
que este Pepito Grillo de la derecha más caduca pase a la condición de simple
militante. En el imaginario de la mayoría de los españoles Aznar aparece con
los pies sobre la mesa junto a Bush y sus compiches, en el trío de las Azores o
mintiendo a los españoles sobre los atentados de Atocha. Es también, aunque los
populares canten sus bondades económicas, el responsable político de la burbuja
inmobiliaria que ha provocado la peor crisis vivida en décadas en este país; y
al mismo tiempo es el que hablaba catalán en la intimidad con Pujol y el que
invitó a la boda de su hija a la flor y nata de la trama Gürtel.
Por eso, cuanto
menos le recuerden los españoles y cuantas menos homilías haya que soportar sobre
lo que debe hacer o dejar de hacer el Gobierno del PP, mucho mejor para los
populares. Aunque temo que se equivoquen si dan por hecho que este martillo de
herejes no les seguirá leyendo la cartilla cada vez y tenga oportunidad. Renunciar
a la presidencia de honor del PP le deja las manos libres para arremeter contra
Rajoy o contra quien estime conveniente y con la dureza que estime conveniente.
A su servicio tiene la fundación FAES, a la que ya ha desconectado del PP, y
hasta la posibilidad de fundar un nuevo partido a la derecha de la derecha.
De naturaleza
política rencorosa, Aznar no se va a retirar de la primera línea así como así
ni va a perdonar que Rajoy y el PP hayan ignorado las reiteradas críticas y
recomendaciones de un hombre que se siente imbuido de la verdad absoluta e
inapelable. Haría bien Rajoy en apurar su puro e irse preparando para las
embestidas aznaristas que seguramente le estarán esperando a la vuelta de la
esquina y que, esta vez sí, puedan terminar obligándole a romper el silencio
sobre su arrogante padrino político.
Ladrones de banco
En una sola
sentencia el Tribunal de Justicia de la Unión Europea ha propinado hoy una
sonora bofetada judicial doble a España. La primera a los avariciosos bancos españoles – perdón por la redundancia – a los que obliga a devolver hasta el último céntimo de las cláusulas suelo de las
hipotecas. El Banco de España, de cuyos cálculos me fío menos que de una
escopeta de feria a la vista de los números que hizo sobre Bankia, estima que
el roto superará los 4.000 millones de euros. Otras estimaciones elevan la cifra hasta los 30.000 millones sobre la base de calcular 3.000 euros anuales
de media por los dos millones de
hipotecas con cláusula suelo firmadas en España desde 2009 apróximadamente.
Fue entonces
cuando la burbuja inmobiliaria reventó y los bancos idearon el truco del
almendruco de la clausula suelo para guardarse las espaldas ante posibles bajadas del Euribor y seguir
sangrando a sus clientes. Sinceramente, confío en que la cifra no sea tan
elevado porque de serlo no tardaría Rajoy en personarse en Bruselas para pedir
un nuevo “no rescate” de los bancos españoles a bajo interés y, por supuesto,
sin cláusula suelo. En cualquier caso no aconsejaría yo a nadie que abriera el
champán para celebrar este fallo.
El descosido es
grave como se ha reflejado ya en las cotizaciones de los bancos que
más han abusado de las cláusulas suelo. Y aunque ya las entidades habían
proveído fondos temiendo el varapalos, no firmaría yo en ningún lado que no se
disparen ahora las comisiones, los intereses de los préstamos y otros peajes
bancarios para cuadrar los balances y resarcirse del golpe. Eso sin contar con
que los bancos no van a soltar un solo euro de oficio, de manera que quien
quiera cobrar tendrá que ganárselo en los juzgados.
La sentencia también es una bofetada sin precedentes en plena cara del
Tribunal Supremo español. Esta alta instancia judicial había fallado en mayo de
2013 que las cláusulas suelo son nulas pero, en una sorprendente pirueta,
establecía que los bancos sólo tenían que devolver lo cobrado a partir de esa
fecha y no desde el momento de la firma de la hipoteca. En otras palabras, que
todo lo cobrado hasta ese momento bien cobrado estaba y aquí paz y después
gloria. Si los magistrados que redactaron esa sentencia tuvieran un mínimo de
vergüenza torera ya deberían haber tirado la toga y las puñetas a la basura y haberse
ido a casa abochornados.
Incluso
alguien que no haya pisado nunca una facultad de derecho se preguntaría cómo se
puede considerar que la cláusula de un contrato es nula pero sólo por un tiempo, es
decir, a partir de determinada fecha y no desde el momento mismo de la firma
del compromiso. Pues, para asombro general, los magistrados del Supremo actuaron más como miembros
del consejo de administración de un banco que como defensores de la Ley y
fallaron que obligar a los bancos a devolver todo el dinero de las cláusulas
suelo ponía en peligro el sistema financiero.
Se me agota la capacidad de asombro ante el privilegiado trato político, económico y hasta judicial que se dispensa en España a los bancos, algo que dudo tenga parangón europeo. Mientras ellos no han dejado de desahuciar y embargar desde que se vino abajo el tinglado del ladrillo, los españoles hemos pagado a escote su rescate millonario, nos hemos tragado sus abusivas cláusulas suelo para acceder a una vivienda y hemos comprado sus participaciones preferentes opacas y sus acciones de Bakia bichadas.
Ninguno de los principales responsables de todo eso está entre rejas, en gran parte, porque todo eso se ha perpetrado con la connivencia, la complicidad y hasta el aplauso en ocasiones del Gobierno, del Banco de España y, como en el caso de las cláusulas suelo, incluso de la Justicia. Por primera vez en mucho tiempo y espero que sirva de precedente, me siento orgulloso de una institución de la UE: su Tribunal de Justicia ha dado una lección de justicia a España y a quienes anteponen los intereses privados al derecho y al bien general.
Se me agota la capacidad de asombro ante el privilegiado trato político, económico y hasta judicial que se dispensa en España a los bancos, algo que dudo tenga parangón europeo. Mientras ellos no han dejado de desahuciar y embargar desde que se vino abajo el tinglado del ladrillo, los españoles hemos pagado a escote su rescate millonario, nos hemos tragado sus abusivas cláusulas suelo para acceder a una vivienda y hemos comprado sus participaciones preferentes opacas y sus acciones de Bakia bichadas.
Ninguno de los principales responsables de todo eso está entre rejas, en gran parte, porque todo eso se ha perpetrado con la connivencia, la complicidad y hasta el aplauso en ocasiones del Gobierno, del Banco de España y, como en el caso de las cláusulas suelo, incluso de la Justicia. Por primera vez en mucho tiempo y espero que sirva de precedente, me siento orgulloso de una institución de la UE: su Tribunal de Justicia ha dado una lección de justicia a España y a quienes anteponen los intereses privados al derecho y al bien general.
¿Y después de Berlín?
Cambian los
métodos y las herramientas pero no cambia la esencia cruel del terror: infligir
dolor y muerte para imponer las ideas y creencias propias y destruir las de las
víctimas. Junto a una iglesia berlinesa milagrosamente en pie a pesar de los
bombardeos aliados en la Segunda Guerra Mundial, los terroristas lanzaron
anoche un camión contra una multitud pacífica que visitaba un mercadillo
navideño. El balance, doce víctimas mortales y casi medio centenar de heridos.
Además de la implicación simbólica del lugar elegido para la masacre, el
atentado de anoche en la capital alemana es muy probable que tenga también
graves repercusiones políticas.
En Alemania,
Francia y Holanda se celebrarán el año que viene elecciones generales en un
clima de polarización social y política ante el reto de la inmigración y el
drama de los refugiados, al que Europa ha respondido de la manera más cicatera
y decepcionante imaginable. En el Reino Unido, en donde no hay elecciones pero
en donde el triunfo del brexit ha
disparado los episodios de xenofobia, la derecha nacionalista no ha tardado en
echar las culpas del atentado de anoche a la canciller Merkel.
Es en ese clima social y político enrarecido y potencialmente explosivo que empieza a respirarse en varios países de Europa en donde pesca votos una ultraderecha xenófoba y racista, cuyos líderes parecen alegrarse de que mueran inocentes a manos de bárbaros terroristas si eso refuerza sus mensajes de odio y exclusión. Sin embargo, frente a la amenaza combinada del terrorismo yihadista y el ascenso de la ultraderecha, los gobiernos democráticos europeos y las instituciones comunitarias siguen sin ser capaces de articular una política medianamente común con la que hacer frente a esos dos peligros.
La reacción
más común parece ser atrincherarse dentro de las fronteras propias para cada
cual hacer la guerra por su cuenta como si se estuviera enfrentando un problema
nacional y no global que afecta a la seguridad del continente y a los valores y
libertades democráticos. Esa respuesta medrosa e ineficaz es precisamente la
que conviene a los fines de los terroristas que, poco a poco, ven como van
deteriorando el consenso social y exacerbando las reacciones políticas e
institucionales ante sus ataques.
Por desgracia,
lo que ocurrió anoche en Berlín puede volver a ocurrir en cualquier momento en
otra ciudad europea como ya ha ocurrido en dos ocasiones en París o en Bruselas
o en Madrid o en Londres. A pesar de las veces y de la saña con la que el
terrorismo ha golpeado en Europea y de las veces en las que la policía ha
conseguido conjurar nuevos atentados, las capitales europeas y Bruselas siguen
siendo manifiestamente incapaces de sentar las bases de una política
antiterrorista común. Nadie dice que sea sencillo pero el reto al que se
enfrenta Europa requiere aparcar de una vez las diferencias y los eventuales recelos
y acordar conjuntamente medidas policiales, sociales, económicas e incluso
militares si fuera el caso para al menos minimizar la amenaza que se cierne
sobre Europa.
Y todo eso se debe
hacer, además, sin afectar o afectando lo menos posible a las libertades y
derechos políticos que son el santo y seña del sistema democrático occidental. Alcanzar
ese imprescindible acuerdo no garantiza la inmunidad ante el terrorismo dado
que, como es sabido, el riesgo cero no existe. No alcanzarlo o al menos no
intentarlo sí da pie para preguntarse cuándo y dónde volverá el terror a
mostrarse en todo su cruel esencia.
Alepo, otra vergüenza mundial
Si hay alguien
que sepa qué es, quiénes la forman y a qué se dedica la llamada “comunidad
internacional”, le ruego que lo explique. Mientras no me demuestren lo
contrario, estoy convencido de que esas dos palabras, colocadas una detrás de
la otra, sólo expresan una idea vacía de cualquier tipo de contenido real y
efectivo. Es más, no me cabe duda alguna de que esa expresión no es más que un
trampantojo político para que algunos laven su conciencia haciéndonos creer en
algo que no existe ni tiene visos de existir ni a medio ni a largo plazo.
Si hubiera
existido la tal comunidad internacional seguramente no se hubieran producido
los genocidios de Ruanda o Srebrénica, por mencionar sólo un par de casos
relativamente cercanos en el tiempo. Ni se estaría produciendo el que a esta
hora puede estar ocurriendo en la ciudad siria de Alepo. Una comunidad
internacional merecedora de verdad de ese nombre, con capacidad real para
decidir y ejecutar sus decisiones por encima de intereses económicos y
geoestratégicos de sus miembros, habría intervenido a tiempo en los conflictos
que dieron pie a esas masacres y las habrían impedido o al menos aminorado.
Lo que ocurrió
en aquellas ocasiones y lo que está ocurriendo ante la situación actual en
Alepo se parecen como dos gotas de agua: pasividad, indiferencia, ineficacia e hipocresía
a partes iguales mientras miles de inocentes perecen masacrados a manos de sus
verdugos. Ni la ONU ni la UE ni las grandes potencias con capacidad para
influir en el curso de estos acontecimientos que nos degradan como especie
supuestamente racional pueden o quieren hacer nada para evitar el sacrificio
inútil de decenas de miles de inocentes.
La ONU debería
disolverse más pronto que tarde en lugar de continuar controlada por un Consejo
de Seguridad en el que las grandes potencias vencedoras de la Segunda Guerra
Mundial más China siguen imponiendo sus vetos sobre los asuntos que les afectan
directamente a ellas o a sus aliados. En el caso de Alepo es flagrante el
comportamiento criminal de Rusia, que ha vetado hasta hoy todas las
resoluciones encaminadas a permitir que al menos se abriera un corredor
humanitario que permitiera a la población civil de Alepo escapar de los
bombardeos inmisericordes del brutal régimen sirio apoyado por Moscú y Teherán.
En cuanto a la
Unión Europea, los 1.500 millones de euros que cuesta su política exterior deberían
destinarse a fines más útiles que los de soportar una superestructura
prescindible por ineficaz e irrelevante en el ámbito internacional. Produce
indignación escuchar a los fariseos jefes de estado y de gobierno de la Unión
darse hipócritas golpes de pecho ante la situación humanitaria en Alepo,
mientras llenan de vallas las fronteras, endurecen las leyes contra el derecho
de asilo y remolonean en la acogida de refugiados. Todo eso mientras la
xenofobia y el racismo empiezan a campar por sus respetos a través de partidos
políticos alimentados por una política desnortada y mezquina de quienes ahora
derraman lágrimas de cocodrilo.
Y en cuanto a las potencias mundiales, con Rusia del lado de los verdugos en Siria, nada cabe esperar tampoco de Estados Unidos. Barack Obama pasará a la historia como el presidente que salió tan escaldado de Afganistán e Irak que en el caso de Siria ha preferido mirar para otro lado y dejar que rusos, sirios e iraníes no dejen piedra sobre piedra en Alepo ni nadie que no le sea leal al régimen de Damasco para contarlo. También el saliente presidente norteamericano derrama estos días lágrimas de cocodrilo mientras su secretario de estado corre de acá para allá como un pollo sin cabeza para arrancar ridículas treguas de los rusos que al día siguiente quedan en papel mojado mientras continúa la matanza hasta el exterminio total. Y como corolario, casi como causa y efecto de todo lo anterior, una población occidental que se escandaliza un minuto por las imágenes de televisión sobre Alepo y al minuto siguiente lo olvida para brindar por la Navidad y la paz en el mundo.
Apadrina una autopista
Aunque alcalde
de profesión, Íñigo de la Serna presenta buenas maneras. Nada más llegar al
Ministerio de Fomento ha demostrado tener el Primer Amiguito del capitalismo
de amiguetes bien aprendido. Hasta el momento – y no creo que cambie - se está mostrando como un aventajado
discípulos de los grandes ideólogos para los que la gestión pública es y será
siempre derrochadora e ineficaz y la privada el crisol de todas las virtudes. En
consecuencia, y para que las cosas vuelvan a su estado natural y lógico, hay
que hacer que lo público pase a la categoría de insignificante y lo privado
asuma todo el campo de juego para su lucro y placer.
Dos asuntos
serán suficientes para ilustrar que nuestro ministro es un hacha de la gestión
como mandan los cánones del liberalismo de libro. El primero es la lección
número uno del manual: si una empresa da beneficios hay que privatizarla sin
perder tiempo. Es el caso de AENA, la empresa aún mayoritariamente pública que
gestiona la red de aeropuertos en España. Ana Pastor, la antecesora del
ministro santanderino, puso en manos privadas el 49% de las acciones a un
precio de saldo en comparación con el del mercado.
Nada más sentarse en el
sillón de mando, de la Serna anunció la intención de desprenderse de un
porcentaje aún por decidir del 51% que conservó el Estado, no vaya a ser que a la
parte privada no le resulte lo suficientemente dulce la mitad del pastel que
obtuvo en almoneda. Con AENA
mayoritariamente en manos privadas, ya se pueden ir preparando para la
excursión por todas las tiendas de los aeropuertos antes de que se les permita
subir al avión. Por no hablar de lo que puede pasar en lugares como las islas
canarias no capitalinas, para algunas de las cuales el avión es casi el único
medio de no quedar prácticamente aisladas. Eso sí, pidiendo disculpas por vivir
en una isla y solicitar humildemente que los precios de los billetes aéreos no
salgan más caros que cenar langosta y beber champán todas las noches en Maxim’s
de París.
La segunda
lección del manual dice que las pérdidas de los negocios privados ruinosos avalados
con dinero público deben socializarse, es decir, meter la mano en el bolsillo
de los ciudadanos para pagar el estropicio. Después, cuando con dinero de todos
los hallamos puesto de nuevo en pie, se los volvemos a vender a los amiguetes a
precio de saldo. Ocurrió en su momento con el rescate de los bancos y va a
volver a ocurrir con las autopistas de
peaje quebradas que nos van a costar unos 5.500 millones del ala.
El caso
arranca en los años dorados de la burbuja inmobiliaria con Aznar, Álvarez
Cascos y Aguirre cortando cintas de la noche a la mañana. Entonces se
tiró la casa por la ventana y se dio por sentado que los conductores serían tan
memos que pagarían para circular por una
autopista colapsada antes que por una pública y gratis o, en el peor de los
casos, por una carretera secundaria.Todas esas carreteras se hicieron con
créditos bancarios avalados por el Estado para
el caso de que las cuentas no salieran y el negocio fracasara, como de hecho ha
ocurrido.
Las
concesionarias de las autopistas han entregado la llave al banco y este – que arriesgó
el crédito sabiendo que si no pagaban las empresas lo haríamos los
contribuyentes - ha reclamado el aval al
Estado. Y en esas estamos, a punto de desembolsar un pastizal para enjugar las
pérdidas de los florentinos y compañía,
mientras Fomento lleva tres décadas racaneando unos míseros cientos de millones
para acabar la carretera de La Aldea (Gran Canaria). Uno se pregunta – y supongo
que ustedes también – por qué demonios el Estado tiene que avalar con dinero
público negocios privados que terminan en la ruina por falta de previsión o por
exceso de electoralismo.
Ya sé que, tratándose de España, es casi una pregunta retórica pero lo cierto es que en países como Estados Unidos – paraíso terrenal del liberalismo - tal responsabilidad patrimonial no existe. Por tanto, quien quiera arriesgar su dinero tiene que aquilatar bien la relación entre costes y beneficios antes de lanzarse a la aventura de la inversión. Esa lógica no rige en España, en donde los contribuyentes pagamos de nuestros bolsillos bancos baldados de ladrillo, aeropuertos para las personas, estaciones de AVE en pueblos de una veintena de vecinos y ahora, además, apoquinamos para apadrinar autopistas de peaje por las que nunca hemos pasado ni es probable que pasemos en la vida. No somos más simples y bobos porque no entrenamos lo suficiente.
Ya sé que, tratándose de España, es casi una pregunta retórica pero lo cierto es que en países como Estados Unidos – paraíso terrenal del liberalismo - tal responsabilidad patrimonial no existe. Por tanto, quien quiera arriesgar su dinero tiene que aquilatar bien la relación entre costes y beneficios antes de lanzarse a la aventura de la inversión. Esa lógica no rige en España, en donde los contribuyentes pagamos de nuestros bolsillos bancos baldados de ladrillo, aeropuertos para las personas, estaciones de AVE en pueblos de una veintena de vecinos y ahora, además, apoquinamos para apadrinar autopistas de peaje por las que nunca hemos pasado ni es probable que pasemos en la vida. No somos más simples y bobos porque no entrenamos lo suficiente.
El monotema
Confienso que
tengo la cachimba a punto de rebosar con el monotema catalán. No tanto porque la
reivindicación soberanista me parezca más antigua que la abuela de Matusalén como por el eco desmesurado que encuentra este asunto en la mal llamada prensa nacional. Si
a Puigdemont le da por retocarse el corte león el acontecimiento merece cinco
columnas y editorial con llamada en primera bajo el título “Puigdemont se salta
la Constitución”. Si Junqueras bufa, la
prensa de Madrid rebufa, y si la CUP truena, en la Villa y Corte relampaguea. Si un par de
descerebrados queman unas fotos del rey se aseguran el minuto de oro de todos
los telediarios y si un diputado nacionalista catalán le pregunta en el
Congreso a Rajoy por el referéndum, la respuesta del presidente abrirá todos
los informativos y se acompañará de las reacciones de la
oposición y del comunicado de la Hermandad de Bedeles Unidos de las Cortes y la
Casa Real.
Me deja
boquiabierto la legión de economistas, analistas, politólogos, sociólogos, historiadores,
escritorólogos y políticos en activo o en retirada que en cuestión de minutos mojan
la pluma y escriben sesudos artículos de fondo sobre el problema catalán, apenas
alguien se resfríe en Manresa o estornude en Vic. Todos analizan los
antecedentes, consecuentes, referentes y remanentes del asunto, exploran a
conciencia las visceras del caso para averiguar si los dioses les serán
propicios y concluyen generalmente en que esto no lo arregla ni el médico chino
y menos Mariano Rajoy.
Yo comprendo
que el “problema catalán” apasione en Madrid pero opino que la atención
informativa es desproporcianada y dudo mucho de que la pasión sea la misma en Murcia, Extremadura o La Rioja, por citar sólo tres
ejemplos. Para la prensa capitalina, en esas comunidades nunca pasa nada que merezca su atención y, si pasa, lo más que aparecerá será una
gacetilla en página par, abajo y a la izquierda en donde hasta Sherlock Holmes
tendría problemas para encontrarla con su lupa. Salvo que sea un asunto en el
que corra la sangre y esté presente el sexo, lo que ocurra más allá de Madrid o
de Barcelona literalmente no existe para los medios de ámbito nacional. Es exactamente
el mismo criterio que aplican a la información futbolística, volcada hasta la
náusea en un par de equipos y en un par de jugadores mientras el resto apenas
alcanza la categoría de meras comparsas.
La prueba de
todo lo anterior la tenemos hoy mismo: no intenten encontrar en los principales
medios de tirada nacional alguna reseña o gacetilla suelta relativa a la
admisión ayer a trámite en el Congreso de la reforma del Estatuto de Autonomía
de Canarias porque no la van a encontrar. De hecho, ni los ministros se dignaron acudir
a la sesión plenaria y Ana Pastor presidió el pleno porque no consiguió cita con el dentista y no tenía nada mejor que hacer a esa hora de la tarde. De haber sido el catalán el
estatuto a reformar llevaríamos meses dándole vueltas y hoy se habría
emborronado papel suficiente para empapelar dos veces el Congreso de los
Diputados.
También es verdad y justo es admitirlo, que Canarias está miles de kilómetros de Cataluña, nadie en Madrid habla guanche en la intimidad y del mundo es conocido que somos un vergel de belleza sin par con seguro de sol, vamos con taparrabos mientras nos divertimos tirándonos cocos a la cabeza y nos ponemos tibios comiendo patatas con piel. Si además nuestras ventajas fiscales nos dan para atar los perros con chorizos de Teror y para hacer una manifestación medianamente presentable hay que convocarla con citación judicial, ya me dirán ustedes qué caso nos pueden hacer ni qué eco mediático va a tener nuestra verdadera realidad más allá de la Punta de la Isleta. Mientras todo eso no cambie, Puigdemont y compañía seguirán copando las portadas y el resto nos tendremos que conformar con aparecer en la información meteorológica.
Fátima a las seis
La ministra de
Empleo quiere mandar a los curritos españoles a casa a las 6 de la tarde,
supongo que una hora antes en Canarias o habría que denunciar inmediatamente el
agravio comparativo. Sin encomendarse ni a Dios ni a la virgen del Rocío, Bañez
soltó en la Comisión de Empleo del Congreso algo que ya había dicho en campaña
su jefe Rajoy allá por el mes de junio, cuando se batía el cobre en la segunda
campaña electoral del último año. Y no sólo Rajoy, también la había reclamado
Ciudadanos y el PSOE y los sindicatos y hasta el repartidor de pizzas. Que los
horarios laborales en España son un disparate mundial y que, para mayor
escarnio, la hora oficial peninsular sigue aún ajustada a la del Berlín nazi es
algo que ya se sabe hasta en el Polo Norte.

Se trata,
además, de una reforma que desequilibró en perjuicio de los trabajadores la
negociación colectiva, el ámbito natural para que empleados y empresarios
pacten las condiciones de trabajo, incluidas las relativas al horario. Por eso,
la grandilocuente propuesta de la ministra apelando a un pacto nacional resulta
algo forzada y fuera de lugar. Hay, no obstante, algo mucho más complicado de
cambiar que la reforma laboral si queremos acabar algún día con una jornada de
trabajo de sol a sol aunque eso no nos haga más productivos que nuestros
vecinos europeos.
Es la arraigada
cultura laboral de un país en el que quien se va a casa antes que el jefe es un
gandul merecedor de entrar en la lista del próximo expediente de regulación de
empleo. Esto nos lleva a pasar horas y horas en el puesto de trabajo perdiendo
literalmente el tiempo sin aportar nada a la empresa, sólo nuestra sin par
presencia de currito abnegado.
A la ancestral
costumbre de pasarnos media vida en el curro, hay que añadir la no menos
arraigada desconfianza en el trabajo en casa que permiten las nuevas
tecnologías de la información que, sin embargo, sí usan cada vez más las
empresas para mantener al trabajador siempre atado a sus obligaciones
laborales. Con todos estos ingredientes más lo que supone ser un país turístico
y los horarios que ese hecho implica,
tenemos una radiografía de la jornada laboral en España mucho más
compleja y que va mucho más allá de la hora a la que plegamos que tanto
preocupa a Báñez.
Variaciones sobre el ITE
Si entre las
obligaciones de cualquier gobierno figura la de priorizar en qué se quiere
gastar el dinero público, no se puede negar que el Gobierno de Canarias tiene
claras cuáles son sus prioridades para emplear los 160 millones de euros del
malhadado Impuesto sobre el Tráfico de Empresas. Que esas prioridades coincidan
con las necesidades de la mayoría de la población de estas Islas es algo mucho
más cuestionable y discutible. Y en eso, en discutir cómo y en qué se gastan
los 160 millones de marras, llevamos ya más de un año en el que no sólo no hay
acuerdo sino que el desacuerdo es cada día mayor.
Lo que se
celebró justamente como una inyección económica para unas arcas públicas
necesitadas de recursos después de años de recortes, se ha terminado
convirtiendo en un serio problema político y en causa de enfrentamiento
interinsular lo cual, si cabe, es aún
mucho más grave. Las responsabilidades del dislate en el que se ha convertido
la distribución del extinto impuesto son compartidas entre instituciones y
partidos políticos. Quien más y quien menos ha echado su cuarto a espadas para
enredar algo que se hubiera resuelto sencillamente con solo añadir ese dinero a
los presupuestos de la comunidad autónoma y asignarlo a unos servicios públicos
sacrificados en el altar del sacrosanto déficit público.
En lugar de
optar por esa fórmula se eligió la de poner los territorios por encima de la
población y de sus necesidades y, como era de esperar, surgió la polémica que
parece lejos aún de remitir. Los cabildos de las cinco islas beneficiadas por
esa opción se han aferrado a una fórmula que les asegura una lluvia de millones
con la que no contaban y con la que podrán pagar facturas atrasadas y emprender
obras cuya necesidad social habría al menos que discutir.
De los dos cabildos
perjudicados en el reparto, los dos de las islas capitalinas en donde reside el
80% de la población y se registran los mayores problemas sociales, uno se
proclama el rey de la solidaridad con las islas pequeñas aunque salga mal
parado y el otro se presenta como la víctima de una fórmula que considera una
afrenta a las necesidades de su isla. Ni que decir tiene que el color político
de cada uno de los cabildos determina en buena medida las respectivas
posiciones en este descomunal despropósito en el que se ha terminado
convirtiendo el dinero del ITE.
En medio del
rebumbio sólo faltaba que el Gobierno se partiera un poco más en dos: eso es precisamente lo que ha ocurrido con la
espantada de los consejeros socialistas que
se han declarado en rebeldía al descubrir de la noche a la mañana que la
opción de sus socios es “clientelar” y “ territorial” y no atiende a las necesidades
del grueso de la población. La inesperada postura de los consejeros socialistas,
no obstante, parece responder más a un cálculo político de última hora para
tensar la cuerda del pacto y forzar así a sus socios nacionalistas a firmar los
decretos de destitución.
Sin embargo, que
la triple paridad seguía latente como fórmula de reparto del dinero del ITE era
algo que caía por su propio peso, independientemente de que se la bautizara pomposamente
como Fondo de Desarrollo Económico de
Canarias y aspirara nada menos que a cambiar el modelo productivo del
Archipiélago. Se impone pues una rectificación por parte de todos, pero empezando
por el presidente del Gobierno de Canarias y por CC como principales inspiradores de este enredo absurdo que
sólo ha conseguido crear un problema de lo que aún puede y debe ser una
solución para las múltiples necesidades que tienen estas islas. Todo pasa simplemente
porque hagan coincidir sus prioridades con las necesidades de los ciudadanos: no
es tan difícil si hay voluntad y priman los intereses de la mayoría sobre las
conveniencias políticas de unos y de otros.
Aterriza como puedas
A quienes
advertimos hace dos años de que no pasaría mucho tiempo antes de que el
gobierno español pusiera en almoneda la mayoría de las acciones de AENA, los
hechos llevan camino de darnos la razón. Por desgracia, porque hablamos de poner
el interés general en manos del interés privado y vender al mejor postor una de
las últimas perlas de la corona pública de este país, la red de aeropuertos
nacionales. La operación aún no se ha definido pero las intenciones del nuevo
ministro de Fomento son bastante claras: explorar todas las posibilidades sobre
el futuro de AENA incluyendo la de que el Estado se desprenda del 51% de las
acciones que se reservó en la privatización que impulsó Ana Pastor en 2014.
Entonces, el
Gobierno y sus corífeos intentaron convencer a los ingenuos y despistados de
que el interés público primaría sobre el privado porque el Estado mantenía el
control mayoritario de la empresa. Así y todo, el proceso de privatización del
49% de la compañía fue de todo menos transparente y el dinero que ingresaron
las arcas públicas por desprenderse de casi la mitad de las acciones de AENA
quedó muy por debajo del precio de la compañía en el mercado. En otras palabras,
un negocio redondo para las empresas privadas que se hicieron con el pastel y
que ahora nos obligan a pasar por las tiendas de tabaco, licores y perfumes de
los aeropuertos para acceder a las salas de embarque.
Pronto se ha
cansado el Gobierno de defender el interés público si, por lo que parece, empieza
ya a preparar los trámites para quedarse en minoría y que sea el sector privado
el que haga y deshaga en función de la cuenta de resultados. El argumento que
esgrime ahora Fomento para vender AENA es que eso le permitirá ganar
competitividad “en el exterior”. Confieso que he tenido que leer varias veces
la información para convencerme de que no había un error: a Fomento la importa
más que las empresas que se queden con AENA ganen dinero en el extranjero que
la gestión pública de una red aeroportuaria por la que transitan cada año buena
parte de los casi 70 millones de turistas que visitan España. Para un país como
el nuestro, los aeropuertos son una infraestructura de trascendental importancia
estratégica para la economía y la movilidad de los ciudadanos que no pueden
quedar al albur de las leyes del mercado y de los consejos de administración.

Sin embargo,
el riesgo que comporta un control privado mayoritario de nuestros aeropuertos
apenas ha merecido algún tímido amago de reivindicar competencias sobre su
gestión y un par de preguntas parlamentarias de las que se despachan en cinco
minutos y no sirven para nada. El envite merecería que las fuerzas políticas y
los agentes económicos y sociales, además de la sociedad en su conjunto, hubieran
elevado ya la voz para oponerse con contundencia al riesgo que representa que
los aeropuertos de Canarias queden cautivos de intereses privados. En lugar de
eso perdemos tiempo y energías en las insufribles peripecias del pacto de
gobierno, la triple paridad y el sunsun corda mientras los asuntos de verdad trascendetales
para estas islas siguen esperando que alguien tenga a bien ocuparse de ellos.
Échame a mi la culpa
Si el PP no
quiere convertirse en un obstáculo democrático debería afrontar una profunda
regeneración que, en ningún caso, puede pasar porque la lidere alguien como
Mariano Rajoy. Sin embargo, su reciente designación como único candidato a la
presidencia del PP en el congreso de febrero es la muestra más fehaciente de
que entre los objetivos del cónclave no está convertirse en un partido nuevo
que, frente a la corrupción, no sólo presuma de que adopta medidas sino que las
adopte de verdad. Las que impulsó en su etapa de mayoría absoluta fueron
insuficientes y pacatas por mucho que a Rajoy y a los suyos se les llene la
boca alabándolas. La actitud habitual del presidente y de una inmensa mayoría de los
cargos públicos y orgánicos del PP ante la corrupción en sus filas ha sido la
de callar cuando no minimizar, individualizar y, sobre todo, recurrir al “y tú
más”.

La
desproporcionada reacción de los populares ante el fallecimiento de
Rita Barberá es otro ejemplo, el más reciente, de que en su ADN no termina de instalarse la prudencia y la mesura cuando se trata de
corrupción en sus filas o en las de los demás partidos. Inscribir en el
martirologio popular a alguien a quien hace sólo dos meses se había obligado a
abandonar el partido porque estorbaba a que Mariano Rajoy fuera investido presidente,
es cínico y deja al descubierto una preocupante mala conciencia por parte de
dirigentes como el portavoz Hernando.
Su reacción y
la de Celia Villalobos acusando a los medios de “hienas” y de haber “condenado”
a Barberá merece figurar por derecho propio en el libro de honor del despropósito
político. Es cierto que, buscando notoriedad y negocio, hay medios de comunicación que han confundido
deliberadamente la crítica y la exigencia de responsabilidades políticas con el
más absoluto desprecio a la presunción de inocencia. Pero no han sido todos y, así como en el PP la inmensa mayoría de sus militantes, cargos públicos y orgánicos no son unos
corruptos, tampoco todos los medios de comunicación han “mordido” a Rita
Barberá o la han “condenado” a muerte.

Lo suyo
hubiera sido intentar extenderlo al resto de las fuerzas políticas y consensuar
a qué altura debe estar la barrera judicial para que alguien salga de la vida
pública o siga en ella. Si el PP quiere hacer creíble su regeneración, aunque
lo tiene muy difícil, debe empezar por acabar con la práctica de orientar el
ventilador de la porquería en todas las direcciones menos en la suya. Exigencia
que, por supuesto, es de aplicación al resto de las fuerzas políticas y que
debe ir acompañada de una profunda reflexión sobre la respuesta que la sociedad
y los medios dan a esta lacra: ¿es la corrupción un castigo divino
consustancial a toda actividad política o es posible erradicarla de la vida
pública si hubiera auténtica voluntad de hacerlo? Esa es la cuestión.
Si te quieres dir...
Sospecho que
CC y el PSOE no asistieron a los cursillos prematriomoniales antes de estampar
sus respectivas firmas al pie del acta de sus esponsales. O eso o faltaron a
clase el día en el que se explicaron las virtudes que deben presidir el sagrado
sacramento de los matrimonios políticos: tolerancia, respeto, sacrificio y
amor, cantidades industriales de amor para saber perdonar y aceptar los
defectos y humanos errores de la otra parte contratante. Sobre esos pilares
inmarcesibles se han levantado históricamente las grandes alianzas políticas de
conveniencia hasta que las siguientes elecciones o la traición las han
destruido y vuelto a levantar más adelante, o no. Hay que aclarar que las
citadas virtudes deben ser escrupulosamente observadas por ambos contrayentes y
no sólo por uno de ellos ya que eso da lugar a la situación en la que vive en
un sin vivir permanente el pacto canario de gobierno.
El año y medio
que hace ya desde que CC y el PSOE decidieron compartir el mismo techo ha sido
un continuo desasosiego y disgusto. Al día siguiente mismo de que los
contrayentes se intercambiaran las arras, ya estaba la primera parte
contratante haciéndole la vida imposible a la segunda parte: que si una
patadita en las canillas en aquel ayuntamiento, que si una puñaladita trapera
en un cabildo, ahora unas declaraciones en público poco favorecedoras de sus
cualidades, después un yo me lo guiso y yo me lo como y no te digo nada y así,
suma y sigue. La segunda parte contratante, mientras tanto, ha respondido con
beatífica mansedumbre y ha contado hasta cien millones antes de elevar la voz.
Pero cuando lo
ha hecho, no ha sido tanto para quejarse de la mala vida que le da la primera
parte como para proclamar lo bueno y
beneficioso que es este matrimonio que deberíamos mantener per secula seculorum
y más allá, digan lo que digan los demás, que cantaba Raphael. La primera parte
también comparte en público lo bueno que es haber conocido a la segunda parte y
haber ido con ella al altar, aunque eso no le impide hace manitas sin mucho
disimulo con una tercera parte que aspira a sustituir a la segunda en cuanto se
presente la oportunidad y la ocasión.
Dos millones
de canarios siguen con pasión y capítulo tras capítulo un culebrón que a poco
que nos descuidemos va a durar más que “Simplemente María” y “Ama Rosa” juntas.
A diario se preguntan de dónde saca tanta paciencia como demuestra la segunda
parte y concluyen que si el santo Job gastara picadura y militara en el PSOE ya se
le habría rebosado la cachimba hace tiempo y habría decidido que es mucho mejor vivir
solo que mal acompañado.
El nuevo
capítulo de la saga que protagoniza esta desavenida pareja tiene como argumento
principal un impuesto que está dando más guerra que los diezmos y primicias de
la Iglesia y del que tengo la sensación que se lleva hablando desde la última
glaciación sin que la madeja se desenrede. Disgustada la segunda parte con los
criterios de la primera para gastarse las perras del impuesto, se ha levantado
de la mesa del salón y ha dado un portazo alto y fuerte.
Yo, ciudadano al que le gusta estar al cabo de la calle y que ha seguido con atención digna de mejor causa las interminables discusiones de la pareja en cuestión, soy incapaz de predecir si esto que suena es devuélveme el rosario de mi madre y quedate con todo lo demás, lo tuyo te lo envío cualquier tarde, no quiero que me nombres nunca más. Tengo para mi que es más bien un si te quieres dir dite, que yo no te juleo respondido por un échame si te atreves que yo de aquí no me meneo. Y así, pasando y pasando el tiempo, la relación de nuestra pareja se parece cada día más al cruce de un diálogo de los hermanos Marx con una canción de Pimpinela.
Yo, ciudadano al que le gusta estar al cabo de la calle y que ha seguido con atención digna de mejor causa las interminables discusiones de la pareja en cuestión, soy incapaz de predecir si esto que suena es devuélveme el rosario de mi madre y quedate con todo lo demás, lo tuyo te lo envío cualquier tarde, no quiero que me nombres nunca más. Tengo para mi que es más bien un si te quieres dir dite, que yo no te juleo respondido por un échame si te atreves que yo de aquí no me meneo. Y así, pasando y pasando el tiempo, la relación de nuestra pareja se parece cada día más al cruce de un diálogo de los hermanos Marx con una canción de Pimpinela.
Fidel ante la historia
Los juicios
apresurados tienen el riesgo de terminar en sentencias injustas y el buen jugador
debe templar la pelota antes de repartir juego. Juicios con sentencias apresuradas condenando o absolviendo a Fidel
Castro hemos podido leer decenas este fin de semana, pero que intenten al
menos ser ecuánimes y tener en cuenta agravantes y atenuantes sólo unos pocos. Habida cuenta de que hay mucha gente que
sólo sigue viendo en Fidel un dechado de virtudes políticas y humanas, cabe
aclarar de antemano que, bajo mi punto de vista, el mandatario muerto ha sido
un autócrata que durante más de cinco décadas ha sojuzgado las libertades
políticas y los derechos humanos de todo un pueblo, el cubano.

La leyenda
trenzada en torno a su numantina resistencia ante Estados Unidos se tambalea cuando se recuerda que no tuvo reparos a la hora de entregarse con armas y
bagajes al imperialismo soviético, tan
expansionista e intervencionista como su contrario. Con la ayuda muy interesada
por razones geoestratégicas de la Unión Soviética, Castro apoyó las guerrillas
latinoamericanas y africanas que – es justo reconocerlo – pusieron sobre el tablero
internacional las miserables condiciones de vida en muchos de esos países y
alimentaron esperanzas entre millones de desposeídos de todo el mundo. El líder
cubano encabezó también un movimiento de países falsamente “no alineados” que, sin embargo, estaba mucho más cerca de las posiciones de Moscú que de las de Washington y que se usó de forma permanente como
caja de resonancia de la política internacional soviética.
Con todo ello
y con su innegable destreza para la estrategia política, el comandante
consiguió distraer la atención y mantener a raya a su
poderoso vecino mientras se perpetuaba en el poder hasta que la muerte lo ha separado definitivamente
de él. Fue esa gigantesca e influyente proyección internacional y su innegable carisma, devenido en mito revolucionario mundial, el que le granjeó a Fidel las simpatías y el
apoyo acrítico de una izquierda occidental y de una burguesía nacionalista que,
sin embargo, no dudó en mirar para otro lado y hacer oídos sordos ante la
vulneración constante de las libertades y de los derechos humanos en Cuba.

Era la izquierda que pedía esas mismas libertades para los españoles pero que, mientras escuchaba y cantaba las canciones de Silvio Rodríguez o Pablo Milanés, no tenía nada que reivindicar para los cubanos, salvo tal vez que Fidel no muriera nunca. Y lo sé bien porque yo, como muchos otros, nunca quisimos dar crédito a las noticias sobre torturas, purgas, ejecuciones y destierros en Cuba ni creímos que debiera haber otro partido que no fuera el comunista o que debiera existir libertad de expresión y de prensa. Todo eso se tenía por burda propaganda yanki o en el mejor de los casos por decisiones dolorosas pero inevitables para defender la revolución de sus enemigos internos y externos.
Con todo, la muerte de Fidel Castro no es el fin del castrismo, al menos mientras su hermano Raúl mantenga las riendas del poder en sus manos. Por mucho que la presidencia que asumió hace diez años haya supuesto alguna tímida apertura política y económica, no hay ningún elemento de juicio que permita atisbar cómo será el futuro de la isla cuando Raúl Castro, que ya no es un jovencito llegado de Sierra Maestra, también desaparezca del escenario político. Por otro lado, la presencia de un personaje como Donald Trump al frente de los Estados Unidos abre si cabe más incógnitas sobre la posibilidad de que los cubanos puedan avanzar de manera pacífica hacia un régimen político abierto en el que se respeten los derechos humanos y las más elementales libertades políticas y hacia una economía menos dependiente del exterior y capaz de satisfacer las necesidades del país. Aunque sí hay un riesgo cierto y es que, con la excusa de la necesaria democratización del régimen político, Cuba cambie su dependencia actual de China y Venezuela por la de Estados Unidos como ocurría hace casi seis décadas.
“La historia me absolverá”, dijo Fidel en su defensa cuando fue juzgado por el fracasado asalto al cuartel Moncada en 1953. Con sus luces y sus muchas sombras, la historia ya considera a Fidel desde hace tiempo una figura política clave e irrepetible en el devenir de la segunda mitad del siglo XX y no es – o no debería ser – función de los historiadores condenar o absolver a nadie. Esa es potestad exclusiva de los pueblos y son por tanto los cubanos, a la luz de la historia de más de cinco décadas de castrismo con todas sus consecuencias, los que tienen la última palabra.
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