Si hay alguien
que sepa qué es, quiénes la forman y a qué se dedica la llamada “comunidad
internacional”, le ruego que lo explique. Mientras no me demuestren lo
contrario, estoy convencido de que esas dos palabras, colocadas una detrás de
la otra, sólo expresan una idea vacía de cualquier tipo de contenido real y
efectivo. Es más, no me cabe duda alguna de que esa expresión no es más que un
trampantojo político para que algunos laven su conciencia haciéndonos creer en
algo que no existe ni tiene visos de existir ni a medio ni a largo plazo.
Si hubiera
existido la tal comunidad internacional seguramente no se hubieran producido
los genocidios de Ruanda o Srebrénica, por mencionar sólo un par de casos
relativamente cercanos en el tiempo. Ni se estaría produciendo el que a esta
hora puede estar ocurriendo en la ciudad siria de Alepo. Una comunidad
internacional merecedora de verdad de ese nombre, con capacidad real para
decidir y ejecutar sus decisiones por encima de intereses económicos y
geoestratégicos de sus miembros, habría intervenido a tiempo en los conflictos
que dieron pie a esas masacres y las habrían impedido o al menos aminorado.
Lo que ocurrió
en aquellas ocasiones y lo que está ocurriendo ante la situación actual en
Alepo se parecen como dos gotas de agua: pasividad, indiferencia, ineficacia e hipocresía
a partes iguales mientras miles de inocentes perecen masacrados a manos de sus
verdugos. Ni la ONU ni la UE ni las grandes potencias con capacidad para
influir en el curso de estos acontecimientos que nos degradan como especie
supuestamente racional pueden o quieren hacer nada para evitar el sacrificio
inútil de decenas de miles de inocentes.
La ONU debería
disolverse más pronto que tarde en lugar de continuar controlada por un Consejo
de Seguridad en el que las grandes potencias vencedoras de la Segunda Guerra
Mundial más China siguen imponiendo sus vetos sobre los asuntos que les afectan
directamente a ellas o a sus aliados. En el caso de Alepo es flagrante el
comportamiento criminal de Rusia, que ha vetado hasta hoy todas las
resoluciones encaminadas a permitir que al menos se abriera un corredor
humanitario que permitiera a la población civil de Alepo escapar de los
bombardeos inmisericordes del brutal régimen sirio apoyado por Moscú y Teherán.
En cuanto a la
Unión Europea, los 1.500 millones de euros que cuesta su política exterior deberían
destinarse a fines más útiles que los de soportar una superestructura
prescindible por ineficaz e irrelevante en el ámbito internacional. Produce
indignación escuchar a los fariseos jefes de estado y de gobierno de la Unión
darse hipócritas golpes de pecho ante la situación humanitaria en Alepo,
mientras llenan de vallas las fronteras, endurecen las leyes contra el derecho
de asilo y remolonean en la acogida de refugiados. Todo eso mientras la
xenofobia y el racismo empiezan a campar por sus respetos a través de partidos
políticos alimentados por una política desnortada y mezquina de quienes ahora
derraman lágrimas de cocodrilo.
Y en cuanto a las potencias mundiales, con Rusia del lado de los verdugos en Siria, nada cabe esperar tampoco de Estados Unidos. Barack Obama pasará a la historia como el presidente que salió tan escaldado de Afganistán e Irak que en el caso de Siria ha preferido mirar para otro lado y dejar que rusos, sirios e iraníes no dejen piedra sobre piedra en Alepo ni nadie que no le sea leal al régimen de Damasco para contarlo. También el saliente presidente norteamericano derrama estos días lágrimas de cocodrilo mientras su secretario de estado corre de acá para allá como un pollo sin cabeza para arrancar ridículas treguas de los rusos que al día siguiente quedan en papel mojado mientras continúa la matanza hasta el exterminio total. Y como corolario, casi como causa y efecto de todo lo anterior, una población occidental que se escandaliza un minuto por las imágenes de televisión sobre Alepo y al minuto siguiente lo olvida para brindar por la Navidad y la paz en el mundo.
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