Lecciones madrileñas que la izquierda debería aprender

Lo primero que asombra de los resultados de las elecciones madrileñas es que aún haya analistas asombrados por la magnitud de la barrida de Díaz Ayuso. Probablemente confiaban en el oráculo averiado del CIS y ahora se han dado de bruces contra la dura realidad que vaticinaban sondeos mucho más solventes que el del tabernario Tezanos. Es un espectáculo enternecedor ver cómo se contorsionan para intentar explicar por qué la candidata del PP ha obtenido ella sola más escaños que toda la izquierda junta. En el cóctel incluyen y agitan trumpismo y demagogia y atribuyen a esos factores, entre otros, el hecho de que cerca de la mitad de los votantes la prefirieron a ella. 

Primera lección: en una democracia no se insulta ni denigra a los adversarios

Se resisten a comprender que una de las principales razones de su victoria ha sido la estrategia disparatada de una izquierda pagada de sí misma, faltona, populista y demagógica que va  repartiendo moralina cada día. La primera lección que tiene que aprender esa izquierda es que no se acosa gratis con la brigada mediática amiga a una rival política y menos aún a sus votantes, porque corres el riesgo de obtener el resultado contrario al que buscas. En buena medida, a Isabel Díaz Ayuso la han llevado en volandas a la victoria los menosprecios, las burlas, las ridiculizaciones y los calificativos de tarada y fascista que toda la izquierda, sin excepción, le venía dedicando mucho antes de esta campaña brutal. 

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Entre todos han hecho de Ayuso una candidata moderada y en esa estrategia constante de acoso y derribo ha sido primus inter pares el presidente del Gobierno quien, junto a todo su partido, Podemos y los medios afines, no ha dejado pasar día sin arremeter contra ella. La pandemia fue la ocasión perfecta para convertirla en la diana favorita, afeándole su gestión y poniéndole todas las pegas posibles, como si el propio desempeño del Ejecutivo ante el virus, por no hablar del de otras comunidades autónomas del PSOE, no mereciera el más mínimo reproche. Sánchez, y no Ángel Gabilondo, es el principal responsable de que el PSOE haya obtenido sus peores resultados en esa comunidad autónoma, en donde se ha visto superado por Más Madrid y en donde hasta una parte nada despreciable de su electorado ha preferido a Díaz Ayuso. Si no es para mirar con lupa la podemización socialista no sé qué puede serlo, aunque de esto no escriben nada por ahora los articulistas orgánicos de La Moncloa. 

El adiós de Iglesias: que corra el aire

Quien sí se lo ha mirado a fondo y ha enfilado el camino de Galapagar ha sido Pablo Iglesias, agente principal de la crispación política nacional en general y madrileña en particular. El que dejó el Gobierno para frenar el "fascismo" en Madrid se va tirando del victimismo y la soberbia que le son tan queridos, después de no haber superado un triste quinto puesto en la asamblea madrileña y verse adelantado por Más Madrid por toda la izquierda. Ni en los barrios obreros a los que tanto apeló y tanto ruido hizo durante la campaña han querido saber nada de él y de su demagogia guerracivilista. 

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Puede que aún se esté preguntando qué pudo haber ido mal, pero su marcha en buena hora debería servir para rebajar el clima tóxico al que de forma tan destacada ha contribuido desde que llegó para tocar el cielo y ha terminado tocando el suelo. Es una desgracia política que Ciudadanos desaparezca de la asamblea madrileña y puede que hasta del escenario político nacional, en un momento en el que se requiere un partido que modere el debate público. Como en el PSOE, la responsabilidad no recae en el candidato Bal, sino en la estrategia errática de unos dirigentes que también han terminado estrellados contra el suelo por su desmedida ambición de poder.

Los méritos de Díaz Ayuso

Que a Díaz Ayuso le haya ayudado la desquiciada campaña de la izquierda para rozar la mayoría absoluta no ensombrece sus méritos como candidata. Ha hecho la campaña que más le convenía a sus fines, ha defendido sin complejos su gestión, criticable como todas, y ha desafiado a Pedro Sánchez, al que ha vapuleado en las urnas. Cuatro de cada diez madrileños le han dado su confianza y lo democrático es aceptar con deportividad el resultado en lugar de insultar a sus electores acusándolos de no saber votar. No se puede desconocer que hay elementos demagógicos en el discurso de Ayuso, pero que tire la primera piedra el partido de izquierdas o de derechas que se crea libre de un pecado tan habitual en las campañas electorales. 

Era evidente antes y ahora lo es más, que esto nunca ha ido de "fascismo o democracia" ni de "comunismo o libertad", iba simplemente de poder en una comunidad que es escaparate político nacional. Esa es la lectura que no ha tardado en hacer un Pablo Casado, necesitado como agua de mayo de este triunfo para afianzarse al frente del partido después de varias derrotas consecutivas, reunificar el centro derecha e intentar conquistar La Moncloa. El triunfo arrasador de Ayuso ha servido incluso para mantener a raya el ultraderechismo de Vox, que solo gana un diputado y cuyos votos pierden fuerza. La izquierda, salvo que sus arengas sobre el fascismo hayan sido solo propaganda, se lo debería reconocer e incluso abstenerse en su investidura, pero no pidamos peras al olmo. Antes, si quiere algún día gobernar en Madrid, tendrá que aprender muy a fondo las lecciones políticas que dejan unas elecciones en las que ha sido tan culpable de su derrota como responsable de la victoria de Ayuso.   

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