En este
momento y lugar en el que el devenir de la Humanidad depende de lo que pase a
partir de ahora con la gala drag del carnaval de Las Palmas de Gran Canaria,
deseo hacer una confesión completa y sin reservas sobre mis culpas y delitos a
propósito de este asunto. Reconozco públicamente que aún no he aplaudido ni una
vez el, según todos los comentarios, magnífico espectáculo artístico que se
desarrolló el lunes por la noche en el Parque de Santa Catalina. Mi innata
insensibilidad para toda manifestación artística posterior a Julio Romero de
Torres me impide comprender la esencia de un arte tan refinado y abstracto.
Hago pública
mi recalcitrante homofobia porque aún no he alabado públicamente la genialidad
del espectáculo ganador que tanta admiración ha levantado entre los entendidos
de este arte. En mi contra y voluntariamente declaro también que, a pesar de no
ser ni practicante católico ni creyente en esa religión desde hace décadas, no
he podido evitar sentirme violentado y abochornado al ver el uso que se hacía
de dos símbolos centrales de la fe católica, la Virgen y la cruz. Admito que
pensé menos en mi que en lo que sentirían ante ese espectáculo quienes sí son
creyentes católicos y consideré que no hay ninguna necesidad de colocar en la
misma frase transgresión carnavalera e insensibilidad absoluta por las creencias
más íntimas de los demás.
Admito en mi ignorancia que el hecho de que el artista en cuestión haya reconocido públicamente que no pretendía ofender aunque sí provocar, me parece propio de alguien que en su irresponsabilidad confesa no duda en anteponer sus fines personales a los sentimientos y creencias de los demás. Debo confesar también públicamente que desde que este asunto saltó a los medios de comunicación y a las redes sociales aún ne me he comido a ningún cura crudo ni a ningún obispo ni he arremetido contra ellos por callar y mirar para otro lado ante la pederastia y otros delitos.
Me declaro por ello culpable de quintacolumnismo clerical y amigo de la jerárquía católica más ultramontana e intolerante de este país. Sólo confío en que se admita como atenuante de ese delito mi declaración solemne y firme de que el obispo Cases, efectivamente, ha metido la pata hasta el corvejón al calificar el espectáculo de blasfemo pero, sobre todo, al compararlo con el accidente del avión de Spanair en el que perdieron la vida 154 personas.
Admito en mi ignorancia que el hecho de que el artista en cuestión haya reconocido públicamente que no pretendía ofender aunque sí provocar, me parece propio de alguien que en su irresponsabilidad confesa no duda en anteponer sus fines personales a los sentimientos y creencias de los demás. Debo confesar también públicamente que desde que este asunto saltó a los medios de comunicación y a las redes sociales aún ne me he comido a ningún cura crudo ni a ningún obispo ni he arremetido contra ellos por callar y mirar para otro lado ante la pederastia y otros delitos.
Me declaro por ello culpable de quintacolumnismo clerical y amigo de la jerárquía católica más ultramontana e intolerante de este país. Sólo confío en que se admita como atenuante de ese delito mi declaración solemne y firme de que el obispo Cases, efectivamente, ha metido la pata hasta el corvejón al calificar el espectáculo de blasfemo pero, sobre todo, al compararlo con el accidente del avión de Spanair en el que perdieron la vida 154 personas.
Finalmente
confieso la peor de todas las culpas de las que me declaro responsable: la defensa
del principio de que la libertad de expresión no carece de límites y que no es
ni ético ni moral ni legal emplearla para zaherir las creencias de los demás.
Para mi vergüenza y oprobio y a pesar de que pueda haber gato insularista encerrado, admito que comparto la posición de
Carlos Alonso, el presidente del Cabildo de Tenerife, de que la
diversión y la transgresión propias del carnaval no son patentes de corso que
todo lo ampara y todo lo permite. Seguramente esa posición mía tan poco acorde
con los tiempos se deba a que soy completamente incapaz de comprender el
espíritu del carnaval y, en particular, de la gala drag, en el que sí son consumados catedráticos determinados políticos y políticas municipales.
Sé que la
defensa de los principios que acabo de mencionar me excluye a perpetuidad de
cierto progresismo que concibe la libertad de expresión sin más limitaciones que la propia
voluntad y los derechos sin ningún contrapeso en deberes, todo ello al tiempo
que exige respeto pero no se considera obligada a respetar. A pesar de todo
no me pidan que me arrepienta de las culpas que aquí he confesado porque no
serviría absolutamente para nada: ante otro caso como este volvería a pensar y
a actuar exactamente de la misma manera.
No pienso igual que tú, pero necesitaría tiempo y espacio para reflexionar sobre todo esto contigo. No sólo un párrafo en repuesta a tan buen artículo. No lo había visto, pero la polémica hizo que pusiera interés y lo buscara. Es posible que haya dañado la sensibilidad de muchas personas (yo sí soy creyente y no me ha ofendido), pero no es motivo para censurarlo y retirarlo de tv a la carta, ni para que el obispo saque las cosas de quicio. Pero... respeto tu opinión y admiro tu valentía. Un abrazo
ResponderEliminarCreo que en lo básico coincidimos. Ya digo en el artículo que el obispo se ha equivocado (de hecho ya ha rectificado) y también estoy de acuerdo en que TVE no debería haber retirado el programa de la web. Me enfrentaría a quien fuera para que ese chico tuviera la libertad de hacer lo que hizo pero también creo que la libertad de expresión necesita algún límite que no puede ser otro que el de cuidar no herir las creencias de los demás. Puede que por una mezcla de ignorancia y ganas de notoriedad haya metido la pata involuntariamente pero eso no evita que haya gente molesta y dolida. Sólo digo (y no lo digo sólo por mi) que hay que prever no herir gratuitamente los sentimientos y creencias de los demás. Gracias por leer mis "descargas". Un abrazo.
ResponderEliminarAhora sí que coincidimos. Y como dije, admiro tu valentía.
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