Con los
cuerpos de las víctimas de los últimos atentados terroristas aún calientes, la
primera ministra británica Theresa May no ha dudado en apelar al voto del miedo
en las elecciones generales del jueves. Apenas unas horas después de que tres
terroristas acabaran con la vida de siete personas e hirieran a casi media
docena en tres lugares distintos de Londres, May compareció ante los medios
para abroncar a los británicos por su supuesta tolerancia para con el
terrorismo radical y para prometer mano dura legal con los que cometen
atentados como los del sábado por la noche. En su discurso, May olvidó mencionar el detalle nada secundario de
que, durante su paso por el ministerio del Interior, las fuerzas de seguridad británicas
perdieron a 20.000 agentes víctimas de los recortes en su ministerio.
“Durante su paso por el Ministerio del Interior se suprimieron 20.000 agentes policiales en el Reino Unido”
Hoy se lo ha
recordado su contrincante laborista Jeremy Corbyn, quien incluso ha pedido su
dimisión. La promesa de May no sólo es obscenamente electoralista por el
momento elegido para hacerla, sino también ineficaz y demagógica tomada
aisladamente. No me puedo imaginar cómo puede disuadir a un terrorista que está
dispuesto a morir para acabar con la vida de cuantos más inocentes mejor, saber
que si es detenido por la policía pasará más años en la cárcel. Del terrorismo
y de su amenaza, cualquier ciudadano medianamente informado sabe que se trata
de un problema complejo y multicausal. Hacerle frente con alguna garantía de
éxito requiere desplegar medidas y acciones coordinadas en varios frentes.
La
colaboración y el intercambio de información policial y de inteligencia es sólo
uno de esos frentes pero no puede ser el único. En el Reino Unido hay
más de 24.000 personas bajo la lupa policial por su posible peligrosidad para
la seguridad pública y aún así el país ya ha sufrido tres ataques terroristas
en menos de tres meses. El endurecimiento de las condenas contra los
terroristas y contra quienes sean encontrados responsables de su radicalización
asesina debe formar parte también del conjunto de herramientas con las que un
estado de derecho está legitimado para hacer frente al odio y a la intolerancia
de quienes pretenden ponerlo de rodillas.
Sin embargo,
con ser imprescindibles la acción policial y la dureza penal, no son
suficientes por sí solas para garantizar hasta donde ello sea posible la
seguridad pública. Gobiernos como el de May o el que acaba de abandonar el
poder en Francia, país también golpeado con dureza por el terrorismo, siguen
aferrados a la dinámica de la acción – reacción sin hacer la imprescindible reflexión sobre
las razones por las que jóvenes nacidos y criados en su suelo han rechazado
hacer suyos los valores de la tolerancia y el respeto hacia las creencias de
los demás de las sociedades occidentales y han optado por la vía del fanatismo
y la inmolación.
“Buscar las causas del fanatismo terrorista no es darles coartadas a los terroristas”
Tampoco hay en
estos líderes una sola brizna de reconocimiento de la responsabilidad de
Occidente en las injusticias históricas cometidas en las zonas de las que
proceden las familias de estos jóvenes radicalizados y fanatizados. No estoy de
acuerdo con que hacer esa reflexión en voz alta, buscar soluciones justas y
duraderas y reparar hasta donde sea posible los errores cometidos, sea facilitarles coartadas a los asesinatos terroristas. La mano dura que promete May y
la intensificación de la vigilancia policial y de inteligencia no pueden estar
reñidas con el análisis profundo de las causas del terrorismo porque sin conocerlas
y reconocerlas será muy difícil obtener resultados satisfactorios en este pulso
a vida o muerte entre la libertad y la barbarie.
Uno podría
incluso comprender que May esté nerviosa al ver que la ventaja sobre los
laboristas que le daban las encuestas cuando convocó las elecciones del jueves se ha
reducido a la mitad. No ganar con contundencia a sus rivales para poder imponer
a Bruselas una negociación del brexit a cara de perro trastoca sus planes
políticos ahora amenazados además por la caída de su popularidad y el
terrorismo. Lo que es mucho menos comprensible es que a May no le haya temblado
el pulso para usar a las víctimas de los últimos atentados como excusa para
alentar el voto del miedo. Escuchándola y viéndola este domingo a las puertas
del 10 de Downing Street era imposible saber si hablaba la primera ministra
británica o la candidata a seguir siéndolo. Y hay diferencias entre lo uno y lo otro.
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