Con la luz hemos topado

Por nada del mundo me atrevería a aventurar si las medidas del Gobierno para abaratar el recibo de la luz darán resultado o seguiremos para bingo. Doctores tiene el enrevesado e incomprensible mercado eléctrico español y, si ni ellos se terminan de poner de acuerdo, no seré yo quien meta los dedos en ese recalentado enchufe. Después de escuchar y leer a unos y a otros, sí aprecio algunas coincidencias. Entienden que las medidas, aún teniendo aspectos positivos, buscan ante todo calmar a la opinión pública pero llegan tarde y son un parche temporal que no impedirá que el recibo se siga encareciendo en los próximos meses hasta tocar la luna, de la que ya está cerca, si como se teme el precio del gas continúa su carrera alcista. Hay también un cierto escepticismo ante la promesa de Sánchez de que este año pagaremos por la luz lo mismo que a finales de 2018. El Gobierno, que necesita con desesperación enviar un mensaje positivo a los ciudadanos y a las empresas que sufren el calambrazo, suma churras con merinas y sitúa el ahorro en torno al 30% de la factura. No lo ven tan claro los conocedores de los arcanos eléctricos, cuyos cálculos son menos optimistas y reducen  el ahorro a la mitad.

Predicar y dar trigo: en la oposición todo es posible

Pero no hagamos cábalas, el tiempo dirá quién lleva razón o si ambos, Gobierno y expertos, saben tanto del funcionamiento real de ese mercado como usted y como yo. Por no hablar de la inseguridad jurídica que denuncian las eléctricas y que puede desembocar en un gran pifostio judicial. Tal es así que el propio Gobierno, que presumió de que el decreto con las medidas estaba blindado a prueba de pleitos, admite ya que tendrá que hacer "matizaciones".

Pero más allá de la crítica a las medidas aprobadas por el Gobierno, después de semanas de subida imparable del precio de la luz sin que Sánchez supiera qué interruptor apretar, me gustaría poner una vez más de relieve uno de los peores males de la democracia, particularmente preocupante en el caso español: la demagogia de quienes cuando están en la oposición tienen soluciones mágicas para todos los problemas por complejos que sean; lamentablemente, cuando llegan al gobierno demuestran su incompetencia, se olvidan de ellas o no se atreven a aplicarlas para pasmo y cabreo de los ciudadanos que depositaron en ellos la confianza.  

"Cuando llegan al gobierno se olvidan o no se atreven a aplicarlas"

Es lo que conocemos como "populismo", una enfermedad de la democracia que ha terminado contagiando a tirios y a troyanos hasta el punto que ya no hay casi nadie que se resista a sacar de la manga la pócima milagrosa que nos librará de todo mal per saecula saeculorum en un plis plas. Así, enfrentado a la realidad de un recibo subiendo en globo que amenaza con quemar los brotes verdes de la recuperación económica y que dejará a millones de familias a dos velas, a los partidos que forman el Ejecutivo actual y sus terminales mediáticas se les han caído de pronto todos los palos del sombrajo que habían montado en la oposición. 

Y de pronto desapareció la pobreza energética

Entre los palos del ventorrillo que más juego político dieron en su día está la pobreza energética, por la que se emitieron reportajes y programas especiales en los medios afines, se guardaron minutos de silencio, se convocaron manifestaciones y se pidió hasta la dimisión del apuntador. Más que protestar por un problema social cierto y exigir soluciones, la prioridad era desgastar al Gobierno aunque el aumento del recibo eléctrico estuviera entonces a años luz del actual y el país y el mundo no se encontraran inmersos en una pandemia. Ahora la pobreza energética ha desaparecido por arte de magia para los que entonces la consideraban el problema más acuciante del país; solo Podemos ha hecho amago de convocar manifestaciones, más que nada para intentar disimular que forma parte de un Gobierno con el que el precio de la luz ha subido el 200% en un año. 

No se discute aquí que la oposición no deba fiscalizar y criticar la acción del Gobierno y, al mismo tiempo, convencer a los ciudadanos de que tiene soluciones mejores para sus problemas. Ese es su papel en cualquier democracia que funcione razonablemente y no puede renunciar a él sin desnaturalizarse. Por tanto, el principal problema no era la campaña de acoso y desgaste al gobierno de Rajoy, la misma de la que casualmente acusan ahora el PSOE y Podemos al PP, sino la ausencia de una verdadera alternativa que pusiera orden y transparencia en un mercado eléctrico oligopólico y evitara recalentones de precios como el actual. Son, curiosamente, las mismas carencias de  las que culpaban los que gobiernan hoy a los que lo hacían entonces. Por no recordar que las puertas giratorias siempre se han abierto para todos sin que nadie les haya hecho ascos. 

"Ha quedado claro que detrás de las pancartas y los eslóganes solo había humo y demagogia". 

Que sea un factor externo como la subida del precio del gas la causa principal del aumento del de la luz no exime al Gobierno de responsabilidad. Un Ejecutivo prospectivo que presume de saber cómo será España en 2050 debió haber ponderado las consecuencias para la factura eléctrica de una subida sostenida del precio del gas y haber actuado a tiempo para hacer frente a sus efectos. Dicho en otros términos, la obsesión por una transición ecológica a machamartillo sin explicar ni reparar en los costes para empresas y ciudadanos, ha llevado al Gobierno a ignorar la realidad compleja de un mercado que en la oposición sabía perfectamente cómo meter en vereda. Ha quedado claro que no tiene idea de cómo hacerlo y que detrás de las pancartas y los eslóganes que agitaban solo había humo y demagogia populista. Lo deberíamos recordar cada vez que la oposición, cualquier oposición, nos intente vender el bálsamo de Fierabrás con la promesa de que resolverá todos nuestros problemas por los siglo de los siglos. 

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