Relativamente calmadas de momento las aguas entre el PSOE y Podemos, los medios de comunicación han encontrado un nuevo filón en las desavenencias entre Isabel Díaz Ayuso y Pablo Casado a propósito de la fecha del congreso del PP de Madrid. Dimes y diretes, declaraciones "explosivas", misteriosas fuentes que no se identifican pero cuyas supuestas revelaciones se entrecomillan y publican en primera página, encuentros llenos de "tensión", entrevistas en horas de máxima audiencia en programas televisivos de entretenimiento... Todo vale para atizar la hoguera aunque en ella se achicharren sin remisión los principios más elementales del periodismo. Es la política elevada (o degradada) a la categoría de espectáculo mediático, al que se entregan con fruición los políticos y los medios, los medios y los políticos, que en esta relación tanto monta, monta tanto: ambos se necesitan mutuamente y mutuamente se instrumentalizan a mayor gloria de la banalización de la vida pública. Y mientras, los ciudadanos, convertidos en meros espectadores, nos agolpamos frente a la televisión y en las redes y observamos embobados los fuegos artificiales.
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Amigos, enemigos y compañeros de partido
A Churchill se le atribuyen muchas frases, entre ellas la que dice que "hay amigos, enemigos y compañeros de partido". Sea o no apócrifa, la frase describe exactamente lo que está ocurriendo entre Casado y Ayuso y no habría que darle más vueltas ni hacer correr ríos de tinta y llenar horas de televisión. La presidenta madrileña quiere el control del partido en su comunidad como un primer paso antes de explorar la posibilidad de moverle la silla a Casado, quien, como es natural, procura curarse en salud. Nada que no haya ocurrido antes miles de veces: desde que hay partidos políticos las luchas por el poder en las cúpulas dirigentes son un elemento inseparable de la política.
Los medios de comunicación nunca han sido ajenos a esos forcejeos en los que con frecuencia toman partido por uno u otro bando, tal y como ocurre ahora con todo descaro en la pugna Ayuso - Casado. La diferencia en estos tiempos está en la penetración social de la televisión y de las redes, que multiplican exponencialmente esas trifulcas y elevan a la categoría de noticia de la máxima relevancia lo que no pasa de ser una escaramuza política más en las alturas. Lo importante no es siquiera que las diferencias ideológicas o programáticas entre quienes se baten el cobre por el control del partido sean insignificantes, lo que de verdad interesa es alimentar el circo mediático e incrementar las audiencias.
Para eso los líderes políticos pagan con dinero público a jefes de gabinete expertos en medios de comunicación, para que les enseñen a dar bien en los medios y a conquistar a la audiencia con su labia, por superficial y fútil que sea, o con su buena planta y simpatía. La política se hace hoy con el corazón en la mano y afrontando los asuntos complejos con eslóganes vacíos pero pegadizos para que sean titulares en todos los medios y circulen por las redes. No importan lo tozuda que sea la realidad ni las contradicciones, lo que cuenta son los sentimientos y la empatía; los ciudadanos no quieren que les prometan sangre, sudor y lágrimas, que bastante tienen ya; quieren escuchar que saldremos más fuertes, que no dejaremos a nadie atrás, que la economía crecerá, que bajará el paro, el precio de la luz y el de los alquileres, que se reducirán los impuestos y que mejorarán los servicios públicos. Si luego ocurre todo lo contrario se pide a los jefes de gabinete, que para eso se les paga, que inventen las excusas oportunas. En estos tiempos en los que todo el mundo opina de todo, lo de menos es que hayan mentido o prometido lo que sabían que no podrían cumplir: cuando la propaganda entra por la puerta, los hechos saltan despavoridos por la ventana.
La información como entretenimiento
Las televisiones colaboran poniendo el personal, las cámaras, el plató e incluso el público de atrezzo. Las cadenas generalistas, a través de las que se informa el 90% de la población, se han visto obligadas a competir a cara de perro con la televisión de pago y las plataformas de vídeo bajo demanda. La fragmentación y la pérdida de audiencia las ha llevado a convertir los telediarios en contenedores en los que cabe de todo, desde mucho periodismo político de declaraciones a frivolidades del mundo del espectáculo, indistinguibles a veces de la actualidad política. Los programas informativos puros, mucho más caros, han ido cediendo terreno ante formatos más baratos como los magacines politizados, las tertulias políticas y los programas de entretenimiento en los que se estilan entrevistas "cercanas y humanas", que en muchas ocasiones solo son agradables masajes sobre la vida privada y las aficiones de unos invitados que proceden cada vez más también del mundo de la política.
"No queda tiempo para digerir el aluvión de trivialidades que se hacen pasar por noticias"
Los otros medios no pierden comba y se suman encantados a la batalla de dimes y diretes, a los rumores y al chismorreo político insustancial. Los políticos se han convertido en las grandes estrellas de nuestro tiempo, con su presencia y sus mensajes oportunistas y prefabricados saturan todos los canales de comunicación con la sociedad y convierten la actualidad en un estado permanente de opinión y confrontación. Apenas queda tiempo para digerir el aluvión de trivialidades que se hacen pasar por noticias, que a las pocas horas ya han muerto para dar paso a otra ración de más de lo mismo. ¡Más madera, es la guerra!. Las opiniones suceden a las opiniones en una carrera vertiginosa en la que lo que menos importa son los hechos, sobre los que se opina sin un mínimo conocimiento de causa y por no parecer en fuera de juego.
Las noticias, que deben presentarse de forma "fácil y amena" a los espectadores, no son tanto hechos objetivos que han ocurrido o están ocurriendo como un bucle infinito de declaraciones cruzadas entre políticos. Este estado de cosas se convierte en viral en las redes sociales, en donde reinan a sus anchas el oportunismo, las noticias falsas, la descalificación, el insulto y el populismo rampante. Políticos de todo color y condición y medios de todo tipo explotan así el lado más estridente y menos noble de la política, los primeros a la caza de votos en todos los grupos sociales y los segundos a la caza de audiencias y contratos publicitarios.
La libertad de opinión como farsa
Esta promiscuidad entre medios y políticos de la que ambos sacan tajada, ha sido descrita aquí solo a muy grandes rasgos y sirve para cualquier otro duelo por el poder además del que libran estos días Ayuso y Casado. En realidad no es un fenómeno nuevo sino un fenómeno que la televisión y las redes sociales han exacerbado hasta el punto de poner seriamente en cuestión algunos principios esenciales de la democracia. En su libro "De la estupidez a la locura", (Lumen, 2016) Umberto Eco escribió que "la democracia romana comenzó a morir cuando sus políticos comprendieron que no hacía falta tomarse en serio los programas [de los partidos], sino que bastaba simplemente con caer simpáticos a sus (¿cómo decirlo?) telespectadores".
Mucho antes, Hanna Arendt advirtió de que "la libertad de opinión es una farsa si no se garantiza una información objetiva y no se aceptan los hechos mismos". En su libro "Verdad y mentira en política" (Página Indómita, 2016) Arendt afirmó que "la verdad factual, si se opone al provecho o al placer de un determinado grupo, es recibida hoy con una hostilidad mayor que nunca". Me pregunto qué habría dicho Arendt, que escribió esto a comienzos de los años setenta, si hubiera vivido en plena expansión de las noticias falsas en las redes sociales y de la política convertida en aquel pan y circo que volvía locos a los romanos.
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