Dije hace poco en el blog que para saber qué será de las pensiones hay que prestar atención a los globos sonda del ministro Escrivá. Este hombre se ha ganado una merecida fama por decir lo contrario de lo que hace y hacer lo contrario de lo que dice. En 2019, siendo presidente de la AIReF, dijo que las cotizaciones sociales en España están seis puntos por encima de la media de la OCDE, por lo que no era necesario subirlas para mantener las pensiones. Dos años después, el ahora ministro ha acordado con los sindicatos y sin los empresarios subirlas el 0,6%, porcentaje del que la empresa pagará el 0,5%. En diciembre de 2020 sugirió ampliar el periodo para calcular la pensión y en los papeles enviados a Bruselas con las reformas exigidas a cambio de los fondos para la crisis, esa propuesta está negro sobre blanco. Sin embargo, contra toda lógica, Escrivá niega hasta en arameo que la medida suponga un recorte de la pensión. A continuación ha jurado también que el caballo blanco de Santiago no es blanco, sino alazán.
S. Burgos |
Recortando que es gerundio
Vaya por delante que solo soy experto en intentar entender la realidad que me rodea. En mi supina ignorancia siempre había pensado que lo de las pensiones consistía solo en que entre un poco más de dinero del que sale para que el sistema no quiebre. También creía que para eso era imprescindible, entre otras cosas, que haya trabajo estable y de calidad, especialmente para los jóvenes. Pero al parecer los cambios demográficos y otros factores han hecho que eso ya no sea así, por lo que nadie piensa hoy en esas viejas fórmulas; tampoco se acuerda nadie de los 180.000 millones de la economía sumergida que no cotizan, de la ausencia de políticas demográficas, de la ineficiencia del gasto público o del colesterol malo del gobierno y su legión de asesores multiplicada por diecisiete autonomías. Ahora, si se gasta en pensiones más de lo que se ingresa la única solución que ven los políticos es meter la tijera y decir que están trabajando para garantizar la sostenibilidad del sistema.
Lo que veo sin ser experto es que las pensiones van camino de convertirse en un futuro tal vez no muy lejano, en una rara avis sobre la que los abuelos contarán historias para dormir a sus nietos. Tres bazas tiene el Gobierno para lograr lo que pomposamente llama la "sostenibilidad" del sistema, que hablando en plata significa cobrar menos pensión durante menos años. Pagar más cotizaciones no da derecho a cobrar una pensión mayor y, en cambio, puede perjudicar el empleo y los salarios. Además, las cifras de Escrivá parecen tan infladas como las previsiones económicas del Gobierno: conseguir 50.000 millones de euros para la hucha de las pensiones en los diez años en los que estará en vigor la subida, se antoja como un brindis al sol que obligará a subir de nuevo las cotizaciones más pronto que tarde. El Gobierno llama a esto Mecanismo de Equidad Intergeneracional, que suena muy bonito pero que de ambas cosas parece tener lo que yo de monje tibetano: en realidad solo blinda las pensiones del baby boom a costa de elevar las aportaciones de las generaciones más jóvenes, las que más dificultades de empleo tienen en un país que es líder europeo en paro juvenil.
¡Más recortes, es la guerra!
La segunda baza es elevar el periodo de la vida laboral que se toma para calcular la cuantía de la pensión. Podemos y los sindicatos se oponen por ahora pero, como ya dije, la medida está en los papeles sobre las reformas enviados a Bruselas. Si bien la subida de las cotizaciones no conllevará un aumento de la pensión, la ampliación del periodo de cálculo hasta los 35 años sí supondría un recorte de la cuantía inicial por mucho que Escrivá quiera hacer creer lo contrario. Aunque de momento solo es una propuesta, algunos informes académicos calculan el tijeretazo en cerca del 9%, aproximadamente unos 1.500 euros anuales menos para una pensión mensual de unos 1.000 euros. Como ahorro para el sistema no estaría nada mal, pero para los futuros pensionistas, que lo tendrán bastante más crudo para encadenar muchos años seguidos de empleo, sería un sablazo en toda regla que afectaría especialmente a las mujeres.
"La sostenibilidad requiere también que la edad de jubilación se aproxime cada vez más a la de deceso"
La tercera baza es hacer que entre la edad legal de jubilación y la de deceso transcurra el menor tiempo posible. Es una fórmula infalible de ahorro que todo el mundo entiende, incluso quienes solo somos expertos en tirar para adelante hasta que el cuerpo aguante. A la noble tarea de retrasar paulatinamente la jubilación hasta los 67 años se dedicó con esmero Rodríguez Zapatero y la continuó con entusiasmo Mariano Rajoy, quien antes la había rechazado. Y en esas estamos, retrasando año tras año un poquito más la hora de guardar las herramientas y descansar. Al ministro le preguntaron si entre sus cálculos está darle una vuelta de tuerca a este asunto por si Zapatero y Rajoy se quedaron cortos. La pregunta traía causa de unas manifestaciones del propio Escrivá en las que soltó otro de sus globos sonda: la posibilidad de llevar la edad de jubilación a los 75 años. Ahora se santigua y hace cruces negándolo y garantizando a los jóvenes que se incorporen al trabajo - afortunados ellos - que se jubilarán con 67 años. Que cada cual crea lo que quiera, pero no olvidemos que también dijo que no había que subir las cotizaciones y las acaba de subir.
El Gobierno tiene un pacto con Bruselas: recortar las pensiones
Si me han seguido hasta aquí coincidirán conmigo en que lo de las pensiones tiene muy mala pinta ya que las únicas soluciones que se proponen pasan todas por recortar de un modo u otro. Dicen los verdaderos expertos que existe un déficit de 30.000 millones de euros y, de hecho, en los Presupuestos de 2022 figura una transferencia de 28.000 millones de euros a la Seguridad Social. Por eso la subida de las cotizaciones es casi como matar moscas a cañonazos: supone un impuesto más sobre el empleo y los salarios y no resuelve el problema de fondo. Además, el Gobierno se ha quedado sin el apoyo de los empresarios, del que tanto ha presumido en estos dos años y a los que ahora pretende engatusar para la contrarreforma laboral. Hay que recordar también que la revalorización de las pensiones se ha vuelto a ligar al IPC, lo que supone un importante factor de tensión añadido en tanto se trata de subidas que se van consolidando año tras año.
Está meridianamente claro que, en contra de lo que afirma, el Gobierno se ha comprometido ante Bruselas a recortar las pensiones para que el maná de los fondos europeos no se retrase o mengue y le sirva a Sánchez para sacar pecho antes de las elecciones. Es iluso esperar que los partidos políticos, tanto los que están en el Gobierno como los que aspiran a estarlo, piensen en otras medidas para garantizar el futuro de las pensiones que no pasen por castigar a los de siempre. Eso sí, el Gobierno no escatimará esfuerzos propagandísticos para convencer a los damnificados de que si la pensión encoge es solo por su bien, no se la vayan a gastar en vino. En mi ingenuidad me pregunto también cuándo serán capaces los partidos políticos de ponerse de acuerdo sobre el futuro de las pensiones con un pacto que sobreviva a las siguientes elecciones y cuándo dejarán de hacer en el gobierno lo mismo que rechazaron en la oposición. Sospecho que no será antes de que las ranas críen pelo o de que ustedes y yo lo veamos.
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