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Una legislatura zombi, un país exhausto

Si Pedro Sánchez atesorara solo un par de gramos de sentido de estado convocaría elecciones anticipadas mañana mismo y acabaría por la vía democrática con una legislatura que ya no da más de sí después de haber dado tan poco. Pero lo que natura non da, Salamanca non presta. El chusco y escandaloso caso del espionaje con Pegasus ha consumido hasta las heces las escasas reservas de confianza que quedaban en el presidente. Con el único fin de conservar el poder no solo ha expuesto al descrédito público e internacional a los servicios de los que depende la seguridad nacional, algo que ni al que asó la manteca se le ocurriría, sino que ordenó a la obediente presidenta del Congreso que metiera hasta la cocina de los secretos de estado a fuerzas políticamente hostiles al estado de derecho y a la Constitución. Que revelaran el contenido de la comparecencia de ayer de la responsable del CNI dos minutos después de acabar la reunión de la Comisión de Secretos Oficiales, solo es la confirmación del respeto a las normas de los socios en cuyas manos Sánchez ha decidido poner la seguridad nacional. 


El bochorno continúa

El bochorno, sin embargo, parece no tener fin. Ahora, todo el país debe asistir entre incrédulo y hastiado – ya no queda espacio para el asombro - a una batalla en el seno del ala socialista del propio Gobierno a propósito de quién es el ministerio responsable de garantizar la seguridad de las comunicaciones del presidente y de sus ministros. Todas las miradas están puestas en el ministro – bombero Bolaños, al que Sánchez emplea para un roto y un descosido como acudir raudo y veloz con la manguera a Barcelona, un domingo por la mañana, para sofocar el incendio provocado por los independentistas

Lo que no se entiende – o se entiende demasiado bien – es que el Gobierno tenga que dar explicaciones a unos soberanistas que han prometido reincidir en su desafío al Estado, sobre escuchas que el propio Gobierno asegura que cuentan siempre con aval judicial. ¿Desde cuándo es obligación del Gobierno informar a grupos separatistas de las actividades de la inteligencia nacional? Obviamente, desde que Sánchez depende de ellos para seguir en el poder. 

Sin embargo, pendiente de Cataluña y a pesar de que forma parte de sus responsabilidades, a Bolaños parece que se le pasó ocuparse de la seguridad de las llamadas del presidente y de los miembros del Gabinete y alguien, probablemente desde desiertos cercanos, se llevó una tonelada de datos de los teléfonos de Sánchez y de la ministra Robles. Si se llegaran a confirmar las fundadas sospechas de que es Marruecos el país que está detrás, no habría más remedio que concluir que el viraje de Sánchez en el Sahara obedeció a un chantaje marroquí al que el presidente se plegó. Es probable que nunca lo sepamos a ciencia cierta, pero la sombra de sospecha sobre las razones que llevaron al presidente a tomar una decisión unilateral tan importante, sin consultar con nadie y sin aparentemente sopesar sus graves consecuencias a múltiples niveles, será muy difícil de borrar.

¡Al suelo, que vienen los nuestros!

A Bolaños, quien también ejercer como ministro - ventrílocuo de Sánchez cuando este prefiere esconderse de los focos y los micrófonos, le resulta mucho más descansado y políticamente conveniente desprestigiar públicamente y ante todo el mundo a los servicios nacionales de inteligencia y poner en la picota a su responsable directa y a Robles para darle gusto al independentismo y a sus morados compañeros de viaje. Al fin y al cabo, la titular de Defensa es la única en el Ejecutivo que se atreve a levantarle la voz a Podemos y a los independentistas y supone por tanto un obstáculo para los indecentes juegos de manos entre Sánchez y sus tóxicos socios de investidura.

Con Podemos y los soberanistas pidiendo sangre a coro y con los propios ministros socialistas tirándose el espionaje a la cabeza, Pedro Sánchez se ha convertido en un presidente tan agotado y amortizado como la legislatura zombi y sin rumbo que padecemos, de la que ya solo cabe esperar ruido y furia política pero nada que sirva al interés general de los españoles. Aguantar así un año y medio más, bajo la permanente espada de Damocles del chantaje podemita e independentista, debería ser una opción a descartar hoy mismo por el presidente.

Maquillando la realidad

Los datos relativamente positivos del paro apenas bastan para maquillar el sombrío panorama económico del país, reconocido por el propio Gobierno, ni para contener el encarecimiento de una deuda ya monstruosa ni para paliar la crisis energética ni la subida de los precios ni las brutales secuelas económicas y sociales de la pandemia de la que parece que ya nos hemos olvidado por completo. No hay proyectos ni ideas, solo parches, votaciones agónicas y cesiones al independentismo y a los albaceas del terrorismo para conservar el poder a costa de las instituciones, del prestigio del país y hasta de su seguridad nacional. Es tal el desvarío y la cacofonía gubernamental que, a la vista de las posiciones de Podemos y de Yolanda Díaz en asuntos como la guerra en Ucrania o el caso del espionaje, ya no sabemos si la coalición de gobierno está formada por dos o tres partidos mal avenidos entre sí.

Mas no cabe hacerse ilusiones, ni a Sánchez ni a sus socios les interesa en estos momentos que haya elecciones. Primero porque le podrían poner en bandeja la victoria a un PP que parece renacer de sus cenizas tras la llegada de Feijóo; pero, además y sobre todo, porque cuanto más débil sea Sánchez y cuánto más consigan alargar sus socios esta legislatura agónica más rédito obtendrán de su extorsión política permanente. Solo al interés de los españoles le conviene pasar por las urnas cuanto antes para que el Gobierno rinda las cuentas que se niega empecinadamente a rendir en el Congreso. El drama de este país es que el interés de los españoles y el de Sánchez y sus socios hace tiempo que se parecen tanto como la noche y el día. 

Pegasus y la credibilidad

Quienes aún crean que en política hay casualidades o coincidencias probablemente también creerán que a los niños los trae la cigüeña directamente de París. En absoluto puede considerarse casual sino causal la sorpresiva rueda de prensa convocada por el Gobierno un día de fiesta en media España para informarnos de que los teléfonos del presidente y de la ministra de Defensa fueron infectados hace un año por el programa israelí de espionaje Pegasus. Ni el fondo ni la forma de dar a conocer una información de tanta gravedad contribuyen en lo más mínimo a generar confianza y a mejorar la credibilidad de un Gobierno reñido con la verdad desde el primer día de la legislatura.

EFE

Victimización y oportunismo

Lo que ha conseguido en cambio es arrojar una alargada sombra de sospecha sobre las instituciones responsables de la seguridad nacional y dejar patente que, detrás de las revelaciones a medias conocidas ayer, hay una clara intencionalidad política relacionada con las presiones del independentismo y sus compañeros de viaje a propósito del presunto espionaje con Pegasus a un número indeterminado de dirigentes soberanistas. Blanco y en botella...

Dando por hecho que la información difundida ayer es cierta, lo primero que cabe deducir es que los servicios secretos españoles estarían en manos de incompetentes, incapaces de garantizar la seguridad de las comunicaciones del presidente y de su ministra de Defensa. Eso, si no aparecen más teléfonos de ministros y altos cargos también infectados con Pegasus, algo que no puede descartarse en absoluto.

Sin embargo, que el Gobierno haya hecho pública una información que habitualmente se mantiene en secreto para no desacreditar a los servicios de inteligencia, solo puede tener un objetivo: pasar de villano a víctima en el caso del supuesto espionaje a los independentistas y justificar los ceses en el CNI para contentar a los levantiscos socios de un Gobierno rehén de fuerzas políticas a las que les importa una higa el interés general del país, pero a las que no duda en hacer copartícipes de una comisión de secretos oficiales a cambio de que mantengan el apoyo a Sánchez.

Hablemos de espionaje

Además del efecto calmante en el corral de independentistas y allegados que persigue Sánchez con estas revelaciones, el presidente pretende también desviar al menos por unos días la atención sobre los graves problemas del país. Mientras hablemos de espías y de espionaje hablaremos mucho menos de las feas perspectivas económicas del país reconocidas por el propio Ejecutivo, del quiero y no puedo de la crisis energética, de la subida en globo de los precios o de los sondeos electorales en los que empiezan a pintar bastos cada vez más alargados para el futuro de Sánchez.

En resumen, lo que ha generado el Gobierno con su extraña y extemporánea rueda de prensa de ayer es un clima de inseguridad, incredulidad y desconcierto, que socava la imagen de instituciones de la importancia del CNI y deteriora gravemente el prestigio internacional de nuestro país, a tan solo unas pocas semanas de que España se convierta en la anfitriona de una cumbre de la OTAN en plena guerra en Ucrania.

El Gobierno cuenta la mitad de la mitad que más le interesa

Los españoles sabemos desde ayer que al menos el teléfono del presidente del Gobierno y de su ministra de Defensa fueron espiados hace un año, pero no sabemos a ciencia cierta por quién ni qué información sensible obtuvieron el o los espías ni qué se ha hecho o se va a hacer para que algo así no se repita. Solo podemos hacer suposiciones más o menos acertadas sobre unos hechos gravísimos de los que el Gobierno seguramente apenas ha contado la mitad de la mitad y de esa mitad la que más le interesaba contar en estos momentos. 

Tal vez lo único que cabe sacar en claro de todo esto es que el presidente del Gobierno no ha dudado en volver a poner a las instituciones a los pies de los caballos, primero retorciendo el Reglamento del Congreso para dar acceso a los secretos de Estado a independentistas y a filoetarras y a renglón seguido poniendo en evidencia a tus propios servicios secretos sin importar las consecuencias que eso comporta. Para Sánchez no hay líneas rojas y todo le parece por bien empleado si contribuye al fin primero y último de su concepción de la política: mantenerse en el poder cueste lo que cueste a España y a los españoles.

Menos lobos, Elon

Me cuesta mucho ver a Elon Musk como un Superman al rescate de la libertad de expresión en Twitter. La misma dificultad tengo para imaginármelo como el Gran Hermano que controlará y dirigirá cada uno de nuestros pensamientos y deposiciones en la red del pajarito azul, con la que se acaba de hacer por la bonita cifra de 44.000 millones de dólares. Por fortuna aún no se ha aprobado ninguna ley en ningún país que obligue a nadie a ser usuario de esa red, en la que basta un solo click para entrar o salir de una ciénaga en la que abundan menos la razón, la información veraz, el respeto y la tolerancia que los trolls, los bulos, el odio, el acoso, el racismo, la propaganda política o simplemente la frivolidad y el narcisismo. En otras palabras, no veo a Musk ni como héroe ni como villano, que son las categorías a las que con pasión lo están asociando estos días uno y otro bando en un nuevo capítulo de la lucha por el control de la redes sociales.


¿Cómo será la “plaza pública” de Musk? Nadie lo sabe

Creo que Musk es un avispado empresario – bastante excéntrico y contradictorio, eso sí - que ha visto en Twitter una gran oportunidad de negocio con un importante potencial de crecimiento y se ha lanzado a por ella sin importarle pagar por el capricho un 38% más del valor de la empresa. Que haya acompañado esta mediática operación de compra con una campaña publicitaria en defensa de la libertad de expresión forma parte de su propio espectáculo, ante el que lo más prudente es mantener el escepticismo. Sobre todo porque aún no ha dicho qué piensa hacer para conseguir lo que promete, probablemente porque declararse “absolutista” de la libertad de expresión es mucho más fácil que lograr que su nuevo y costoso juguete se convierta en esa “plaza pública” de la que habla y en la que todos podremos expresarnos libremente.

No cuestiono que este señor haga con su dinero lo que estime oportuno y defienda con pasión la libertad de mercado, aunque eso no le impidiera aceptar la subvención de 4.000 millones de dólares que recibió de la Administración Obama para lanzar su empresa de coches eléctricos. Pero de ahí a verlo como el adalid de la libertad de expresión va un trecho que yo al menos no voy a recorrer. Para empezar, ni siquiera él es un ejemplo de respeto y tolerancia con quienes se atreven a llevarle la contraria en la red. Con su inconfundible estilo faltón y agresivo no dudó por ejemplo en predecir que en Estados Unidos no habría un solo caso de COVID - 19.

"Musk no se caracteriza por el respeto y la tolerancia en la red"

Que esto lo publique en las redes un Don Nadie no tendría la más mínima repercusión, pero que lo haga alguien que tiene detrás 87,5 millones de seguidores merece al menos enarcar una ceja de desconfianza ante este supuesto héroe sin capa de la libertad de expresión. Puede que esa sea la clase de libertad de expresión que a Musk le gusta ver en Twitter, aunque para ese viaje no hacía falta gastarse 44.000 millones de dólares: su red ya rezuma mensajes de ese tipo por los cuatro costados. Si ninguna de las grandes redes sociales de ámbito global ha conseguido hasta ahora resolver los problemas relacionados con la moderación de los contenidos, los llamados mensajes de odio, las campañas de acoso o las noticias falsas, será interesante ver cómo cumple Musk su promesa de hacer de Twitter la “plaza pública” de la democracia en la que reine la libertad de expresión sin más limitaciones que las establecidas en la ley. 

Musk y la libertad de expresión

Para empezar ya se puede ir preparando para cumplir la nueva normativa sobre servicios digitales de la UE que obliga a vigilar el contenido de lo que se publica en plataformas como la suya. Aunque Twitter es una red global, cada país tiene su propia legislación sobre este tipo de redes y están, además, los que ni siquiera tienen algo que merezca llamarse legislación sobre redes sociales o, peor aún, los que la utilizan para cercenar de cuajo la libertad de expresión. Como bien dice el propio Musk “la libertad de expresión es la base de una democracia que funcione”. Esa contundente e inapelable afirmación choca sin embargo con la frivolidad propagandística y un tanto irresponsable de la que él mismo rodea una libertad tan esencial en un sistema democrático que, se quiera o no, tiene límites definidos por otros derechos y libertades o por el interés general. 

“Si lo que pretende es manga ancha en Twitter el tiro le puede salir por la culata”

Esos límites no son sinónimo de censura, como parecen sugerir algunos entusiastas muskianos, sino garantía de respeto, tolerancia y convivencia, términos que cotizan cada vez más a la baja en las redes a pesar de las optimistas previsiones con las que algunos vieron el nacimiento de estas plataformas globales. Si lo que Musk pretende es manga ancha en Twitter con el objetivo de sacarle partido económico a lo que piensan y dicen más de 300 millones de usuarios, puede que el tiro le salga por la culata si los que llevan tiempo pensando en marcharse dan el paso definitivo y los que no lo habían pensando se lo empiezan a plantear.

Elon Musk, el hombre cuya fortuna ha valorado Forbes en 300.000 millones de dólares, no ha comprado Twitter para salvar la libertad de expresión ni para manipular y dirigir a placer nuestros débiles cerebros, como afirman aquellos otros con alma de censores, a los que sí les gustaría ser ellos los encargados de indicarnos lo que debemos pensar, decir y hacer y silenciar a los discrepantes. Musk viene a hacer negocios y no tengo nada que reprocharle, salvo que me intente vender la especie de que sin él la libertad de expresión está en peligro. De garantizar el ejercicio de ese derecho deben ocuparse las leyes y los jueces y lo mejor que puede y debe hacer Musk es cumplir las primeras y cooperar lealmente con los responsables de aplicarlas sin arrogarse atribuciones que no le corresponden. Para todo lo demás, MasterCard.

Europa respira...de momento

Un profundo suspiro de alivio se ha dejado sentir este domingo en prácticamente todas las capitales europeas al conocer que Enmanuel Macron seguirá siendo el inquilino del Elíseo cinco años más tras vencer a Marine Le Pen en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas. Su triunfo frena por ahora el ascenso de la ultraderecha y evita que el país que en estos momentos lidera la UE pase a manos de alguien que estaría encantada de dinamitarla desde dentro. Sin embargo, estaría bien evitar la autocomplacencia y contener la respiración un par de meses más hasta saber qué suerte correrá el reelegido presidente en las legislativas a dos vueltas previstas para el 12 y el 19 de junio.

Tercera vuelta en junio

Bien mirado, esa próxima cita electoral de los franceses con las urnas se ve ya como una tercera vuelta que, en función del resultado, puede facilitar o complicar seriamente los planes de Macron. No le bastará entonces con invocar el voto de tirios y troyanos frente a la ultraderecha como en las presidenciales, sino defender la plaza con sus propias fuerzas frente a los populismos de extrema izquierda y extrema derecha que ya le echan el aliento electoral en el cogote y a los que un elevado porcentaje de franceses ha dejado de considerar anatema votar. De hecho, unidos superan a Macron con creces después de la debacle de los partidos tradicionales en la primera vuelta, un dato que convendría no pasar por alto.

A bote pronto cabe pensar que después de vencer en las presidenciales las legislativas de junio no deberían arrojar un resultado diferente para Macron. Sin embargo, una vez más conviene no confiarse y analizar con espíritu autocrítico algunos datos muy relevantes del clima político que reina en el país vecino, expresado con claridad en las dos vueltas presidenciales. El primero tiene que ver con la abstención: trece millones de franceses, cerca del 30% del censo, decidieron este domingo no votar, un nivel de abstención que no se registraba en Francia desde hacía medio siglo. Parece evidente que para uno de cada tres franceses ni Macron ni Le Pen han sido capaces de generar la suficiente confianza en ellos como para votar a alguno de los dos.

"Le Pen ha mejorado sus resultados en 2,5 millones de votos a pesar de la abstención"

Sería a todas luces excesivo calificar de pírrica la victoria de Macron sobre Le Pen, aunque es evidente que ha ganado sin convencer a una parte muy importante del electorado. La holgura con la que superó a Le Pen en 2017 se ha reducido considerablemente en 2022. Si hace cinco años Macron obtuvo el 66% de los votos frente al 34% que fueron para Le Pen, en la cita del último domingo la diferencia se redujo al pasar a un 58,5% para el presidente reelecto frente a un 41,4% para la aspirante. En otras palabras, mientras los apoyos a Macron han menguado en los últimos cinco años en 1,5 millones de votos, los de Le Pen han aumentado 2,5 millones a pesar de la abstención. ¿Ha tocado techo Le Pen o aún tiene recorrido para seguir creciendo? ¿Se debilita Macron o será capaz de resistir en solitario ante los populismos de uno y otro extremo? Esas dos preguntas tal vez obtengan respuesta en las legislativas, pero son inquietantes.

Macron: mensaje recibido

Macron parece haber recibido el mensaje y ser consciente de que su gestión deja mucho que desear para millones de franceses, que si votaron por él el domingo lo hicieron para evitar un mal tal vez mayor, no porque les ilusionen las propuestas del presidente. Al menos eso se desprende de sus palabras la noche electoral asegurando que su segundo mandato será diferente del primero, en el que se intensificó la polarización social que han reflejado los resultados electorales. Según un estudio del Instituto Ipsos, Macron ha conseguido el apoyo de los votantes de más edad, con más estudios y más renta residentes mayoritariamente en zonas urbanas. Los parados, los agricultores, los obreros y un alto porcentaje de los jóvenes de zonas periféricas del país se inclinaron mayoritariamente en cambio por Le Pen.

"Pocas razones para la euforia y muchas para la autocrítica"

Aliviar la fractura social que sufre el país es uno de sus principales desafíos, junto con una reforma de las pensiones que pasaría por retrasar la edad de la jubilación, algo que los sindicatos le van a poner muy cuesta arriba. También tendrá que afrontar las causas que provocaron la oleada de protestas de los Chalecos Amarillos y hacerlo en una situación económica muy complicada por los efectos de la pandemia y la guerra de Ucrania. Todo esto habrá de compatibilizarlo con el liderazgo de una Unión Europea en un momento clave de su historia y con Alemania sumida en un mar de dudas e incógnitas.

No hay pues razones para la euforia por mucho que Macron sea el primer presidente francés reelegido en dos décadas. Hay en cambio muchos motivos para la preocupación, la reflexión y la autocrítica ante un escenario político francés potencialmente sombrío para la democracia y para la UE. Ese escenario también debería ser analizado con detalle en nuestro país, en donde, salvo Vox, todo el mundo se ha declarado macroniano de toda la vida, como si con eso bastara para conjurar los riesgos democráticos de la polarización política a la que tan adictos nos hemos vuelto en este país desde hace algún tiempo. Si fueran inteligentes aprenderían del refrán y pondrían a remojo sus barbas a la vista de lo que está pasando con las del vecino francés.

Sin partidos no hay democracia

Es difícil concebir una democracia sin partidos políticos a pesar de que estos disten cada día más de estar a la altura de lo que la propia democracia espera y exige de ellos. Esta reflexión surge al hilo de la reciente implosión del PP, un asunto que provocó decenas de análisis y comentarios, de los cuales no fueron muchos los que subrayaron la importancia que tiene para el buen funcionamiento de nuestra defectuosa democracia que los partidos cumplan lo que establece la Constitución, a saber, que “los partidos políticos son instrumento fundamental para la participación política”. En España, aunque no solo en nuestro país, los partidos son hoy parte de los problemas de la democracia en tanto el cumplimiento de su función de instrumento democrático de participación y cauce de expresión de las demandas sociales deja mucho que desear. En resumen, sin partidos políticos que cumplan adecuadamente sus funciones no cabe esperar una democracia sana y fuerte. 


La "ley de hierro" sigue en vigor

En líneas generales los partidos políticos siguen funcionando como los describió hace más de un siglo Robert Michels en un libro ya clásico. A él le debemos la idea de la "ley de hierro" de los partidos que, en síntesis, viene a decir que la cúpula de estas organizaciones se suele suceder a sí misma, con lo que las posibilidades de ascender están condicionadas por la afinidad o discrepancia con los intereses que en cada momento defienda la dirección. Aplíquese este principio general a la reciente pugna por el poder en la cúpula del PP y el asunto, que ahora parece turbio y enredado, resplandecerá con mucha mayor claridad.

Los partidos políticos no pasan por el mejor momento de su historia, una historia llena de desconfianzas y recelos hacia organizaciones que han sido vistas tradicionalmente como la semilla de la división y la discordia y como agentes al servicio de intereses particulares y no del interés general. Según el politólogo italiano Piero Ignazi, los partidos han perdido el aura que adquirieron después de la II Guerra Mundial como instrumentos esenciales para la democracia y la libertad y para el bienestar general de sus electores”.  A su juicio, y creo que también a juicio de cualquier demócrata,la recuperación de su legitimidad es una necesidad imperiosa para contrarrestar la cada vez mayor ola populista y plebiscitaria”Los pésimos resultados de los partidos tradicionales en la reciente primera vuelta de las presidenciales francesas confirman esa necesidad.

Los peligros del antipartidismo

Paradójicamente fue esa desconfianza en los partidos la que abrió la puerta a formaciones totalitarias en Alemania, Italia o la Unión Soviética, y cuyo objetivo era uniformar la sociedad y taponar cualquier tipo de disidencia política. De ahí que debamos ponernos en guardia ante los movimientos antipartidos, en tanto suponen un ataque directo a la democracia y fomentan el populismo, el nacionalismo excluyente o el cantonalismo tan en boga estos días. La pregunta que cabe hacerse es cómo han llegado los partidos a esta situación de descrédito. Según Ignazi, los viejos partidos políticos de masas no han sido capaces de adaptarse a la realidad de la sociedad posindustrial y los nuevos no han hecho sino copiar los métodos y los vicios de los antiguos. El caso francés vuelve a ser un buen ejemplo.

"Las viejas estructuras internas de los partidos no han cambiado"

De hecho, las viejas estructuras internas permanecen prácticamente inalteradas a pesar de la caída de la militancia y, con ella, de una parte importante de los ingresos económicos. En paralelo surge el perfil de un nuevo votante, menos interesado e implicado en la política y, sobre todo, menos leal a unas siglas. Todas estas circunstancias han conducido a los partidos a un punto muerto del que intentan escapar por dos vías: tímidas reformas internas y parasitación de los recursos públicos. 

Cuando la democracia interna deja mucho que desear

Las primarias para elegir dirigentes y candidatos o la convocatoria de consultas no han aumentado la afiliación ni la participación ni la confianza pública en los partidos, por más que los dirigentes presuman de democracia interna. Antes al contrario, esos líderes ejercen ahora un mayor control con tendencia al cesarismo y al respaldo plebiscitario. Ante la carencia de democracia interna, los partidos fallan por la base: los jóvenes huyen del compromiso partidista y dejan el camino libre a los arribistas que buscan un sustento vitalicio al calor de la política. 

Escasean los cuadros bien formados y es muy difícil encontrar carreras profesionales que avalen el conocimiento y la experiencia necesarios para afrontar responsabilidades relacionadas con el interés general cuando se llega al gobierno. Surgen así líderes aparentemente fuertes pero intrínsecamente débiles, sin proyecto político definido y obsesionados por su imagen en los medios y en las redes. 

Es también revelador que, a pesar de la caída de la afiliación y con ella la reducción de los ingresos, los partidos europeos sean hoy más ricos que nunca gracias a la generosidad del Estado que ellos mismos se encargan de controlar. Se calcula que en países como España la financiación de los partidos depende del Estado en más del 70% y el resto procede de recursos privados. Ante ese dato no cabe esperar que ese asunto figure en la agenda política, a pesar de ser una de los motivos que alimentan el descontento y la desconfianza de los ciudadanos hacia los partidos en particular y hacia la democracia en general.

Un futuro incierto

No sé si “la era de la democracia de partidos ha pasado”, como sentenció lapidariamente hace unos años Peter Mair. Lo que sí creo es que los partidos se han desconectado de la sociedad y parecen incapaces de ser soportes de la democracia representativaLa cuestión es cómo revertir la situación y acortar la brecha entre partidos y ciudadanos. ¿Podremos seguir hablando de democracia si los partidos acaban convertidos en gestores de la agenda institucional sin más contacto con la calle que a través de las redes y en campaña electoral? 

¿Hasta qué punto se puede hablar de democracia si sigue aumentando la abstención y descendiendo la participación a través de la afiliación política? ¿Qué esperan hoy los ciudadanos de los partidos políticos, si es que esperan algo a estas alturas? ¿Es preferible tener malos partidos que no tener ninguno? Hay muchas preguntas y una sola constatación: la democracia de partidos, la única imaginable a fecha de hoy, parece estar mutando hacia un sistema que aún no somos capaces de definir con precisión ni de dar nombre, pero que podría parecerse poco al actual y seguramente no para bien. 

Francia vota, Europa tiembla

Había muchas razones de peso para que la expectación política volviera a desbordarse el pasado domingo en Europa ante la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas. En clave europea, Francia no es precisamente un socio menor de una UE que vive una encrucijada histórica por los efectos económicos de la pandemia, seriamente agravados ahora por la guerra en Ucrania. En clave interna, el hundimiento de los partidos tradicionales y el ascenso de los populismos de izquierda y de derecha remueven los cimientos de la V República. De manera que no es precisamente poco ni poco importante lo que se dirime en esta cita con las urnas, que tendrá su desenlace definitivo el próximo 24 de abril.

REUTERS

Macron tiene las de ganar, pero...

El primer asalto ha sido para el aspirante a revalidar el título, que le saca casi cinco puntos de ventaja a la aspirante de la ultraderecha. A priori todo indica que, si nada se tuerce en las dos semanas próximas, Macron renovará el cargo por otros cinco años y Le Pen se tendrá que conformar con haber disputado una segunda vuelta por segunda vez consecutiva. Sin embargo, de apriorismos políticos incumplidos están llenos los periódicos y los libros de historia. Para cantar victoria Macron deberá convencer a ese 26% de franceses que el domingo se quedaron en casa y a los que optaron por otras opciones para que le apoyen. 

Especialmente decisivos serán los votos de la izquierda populista liderada por Mélenchon, quien de momento solo pide que no se vote a Le Pen, pero no que se vote a Macron. Cabe recordar a los desmemoriados que en 2017 y ante una situación casi calcada de esta, Mélenchon recomendó el voto en blanco o la abstención por inaudito que parezca. Le Pen se ve hoy más cerca del Elíseo que en 2017, cuando su distancia respecto a Macron fue mayor que en esta segunda cita electoral entre ambos con aroma de déjà vu. Una abstención similar o mayor a la de la primera vuelta beneficiaría sus aspiraciones y podría ponerla a las puertas del palacio presidencial. A su favor juegan varios factores, entre ellos la moderación del discurso ultraderechista que caracterizaba al Frente Nacional, hoy significativamente rebautizado Reagrupamiento Nacional. 

"Le Pen se ve hoy más cerca del Elíseo que en 2017"

Le Pen ha renunciado a sacar a Francia del euro y se ha distanciado de Putin aceptando la acogida de refugiados ucranianos en suelo francés. Como populista de libro tiene soluciones mágicas para los grandes problemas de los franceses, desde la inmigración a la economía, y pesca en un caladero de votos que comparte con el ultraderechista radical Eric Zemmour – quien ya ha pedido a los suyos que la apoyen en la segunda vuelta - y en parte con el izquierdista Mélenchon. Esos caladeros están principalmente en los suburbios marginados de las grandes ciudades, entre los jóvenes sin empleo, los agricultores arruinados, los obreros y las clases medias empobrecidas por la crisis.

Le Pen y Macron: dos modelos diametralmente opuestos

Son los electores que ven en la lideresa de la ultraderecha alguien cercano a sus preocupaciones y problemas cotidianos, en contraste con un Macron al que perciben alejado de la realidad diaria del país y preocupado únicamente por Ucrania y su papel como líder europeo. Las reformas pendientes, la crisis energética, el confinamiento y las protestas sociales como las de los “chalecos amarillos” que han jalonado su mandato son, entre otros, factores que pesan negativamente en sus posibilidades de reelección. Esos factores, unidos a una campaña electoral de perfil bajo junto a la sensación de que ya estaba todo decidido antes de que abrieran los colegios, son los responsables de la alta abstención del domingo, un síntoma más de los males que aquejan a las democracias occidentales.

"Un triunfo de Le Pen causaría un efecto contagio en otros países"

Pero por encima de todo eso, Le Pen y Macron representan proyectos políticos y modelos de sociedad diametralmente opuestos. El ultranacionalismo económico, político y hasta cultural de Le Pen choca frontalmente con la Francia europea y abierta que defiende el presidente actual. Un triunfo de Le Pen probablemente implicaría el fin del eje franco-alemán, pilar maestro de la Unión Europea, y daría lugar a un efecto de contagio en otros países europeos en donde fuerzas afines como Vox buscan también protagonizar el sorpasso a la derecha tradicional como ha ocurrido en Francia. De ahí, y por lo que supone para la democracia y la estabilidad política en el viejo continente, que lo que se dirime en estas presidenciales francesas vaya mucho más allá y sea mucho más importante que una simple pugna electoral por el sillón del Elíseo.

Ocurra lo que ocurra el 24, el panorama político francés se ha polarizado entre un centro derecha sostenido únicamente por Macron y una oposición bifronte de ultraderechistas e izquierdistas populistas que puede poner contra las  cuerdas la estabilidad de la V República. Cuesta creer que hace solo cinco años presidiera esa república un socialista llamado François Hollande y que hoy, el otrora todopoderoso Partidos Socialista de François Mitterrand, apenas tenga el respaldo del 2% de los electores; como cuesta creer que la derecha moderada republicana de Chirac y Sarkozy no sea capaz ya de arañar ni el 5% de los sufragios de los francesesLas fuerzas que sostuvieron el bipartidismo francés se hunden en la insignificancia víctimas de sus propios errores y buena parte de su espacio lo han ocupado partidos de corte populista que hacen temer seriamente por el futuro de la democracia en Francia y en toda Europa. 

Feijóo pide paso

Los populares se acaban de dar en Sevilla un baño de optimismo del que tenían mucha falta desde hacía tiempo. Prácticamente todos a una, como en Fuenteovejuna, se han conjurado para proclamar santo súbito a Alberto Núñez Feijóo y han puesto en sus manos su futuro y el del partido tras retirar ambos de las del decepcionante Casado. Ni debate de ideas ni programa, no tocaban esas lucubraciones ahora: lo que tocaba en la cita sevillana era mostrar unidad. Tanta ha sido la mostrada que el nuevo líder fue aplaudido con la misma o parecida intensidad que el líder destronado por los barones que le habían jurado lealtad perpetua, aún siendo él la causa oficial del mal causado. También la lideresa madrileña ha recibido la sonora ovación del respetable, siendo ella la responsable a su vez de la causa de que quien causó el mal causado haya tenido que recoger los bártulos en Génova. Y no solo eso, también es la misma que a buen seguro le provocará más de un dolor de cabeza a Feijóo, al que le quedan menos de dos años, o lo que decida Sánchez sobre las próximas elecciones, para no defraudar las esperanzas que acaban de poner en él la hinchada popular y los españoles que consideran imprescindible desalojar al PSOE y a Podemos de La Moncloa.

EFE

Un líder con experiencia contrastada

Feijóo no es un desconocido ni un pardillo que acaba de aterrizar en la política, dicho esto sin ánimo de señalar a su fracasado predecesor. El político gallego ha obtenido cuatro mayorías absolutas consecutivas en su comunidad autónoma, algo de lo que jamás podrán presumir sus rivales. Se le tiene por más interesado en la eficacia de la gestión de los asuntos públicos que en la pureza ideológica de sus decisiones, aunque convencionalmente se le podría considerar un autonomista de centro derecha moderado. La composición de la nueva ejecutiva ha confirmado ese perfil al rescatar algunos nombres de la época de Rajoy, aunque sin olvidarse de Díaz Ayuso por la cuenta que le trae si no quería empezar con muy mal pie su andadura en Madrid.

De hecho, tener a Díaz Ayuso de su lado no solo es uno de los muchos retos a los que se enfrenta Feijóo, sino probablemente el más peliagudo y difícil toda vez que la presidenta madrileña es para muchos el activo más valioso con el que cuenta el partido. En su condición de verso suelto, si se lo propone Díaz Ayuso es capaz ella sola de destrozar la estrategia de Feijóo para hacer del PP un partido responsable con sentido de estado y librarse del abrazo de Vox, en donde, a la vista de los sondeos, ya empiezan a salivar con la posibilidad del sorpasso. Aunque puede que aún sea pronto para preguntarse qué haría Feijóo si dependiera de los votos de Vox para ser presidente o qué haría si fuera Abascal el que necesitara de los votos del PP, tarde o temprano el nuevo líder popular tendrá que responder a cuestiones que no son precisamente menores. 

La sombra de Vox es alargada

Feijóo está obligado a definir con claridad el perfil ideológico de un partido sometido durante la etapa de Casado a sucesivos bandazos y vaivenes entre el centro y la derecha extrema. No lo tiene fácil porque desde hace tiempo los partidos tienden a un modelo conocido como “atrapalotodo”, una suerte de cajón de sastre de ideas y promesas con el que captar votos en todos los nichos económicos, sociales e incluso ideológicos posibles. En cualquier caso, el líder gallego deberá hacer verdaderos encajes de bolillos para encontrar su hueco en el espectro político sin levantar suspicacias y recelos a uno y otro lado: ni muy centrado para impedir que Vox le siga comiendo la tostada por la derecha, ni muy a la derecha para que el electorado de centro no le dé la espalda. Navegar sin inclinarse demasiado a estribor o a babor es la clave, pero seguramente es más fácil decirlo que conseguirlo.

El destino final de su particular camino de Santiago a Madrid no puede ser otro que La Moncloa, aunque antes deberá explicarle a los españoles cuál es su proyecto para España y cómo piensa ponerlo en práctica. Adoptar la indolencia política de Rajoy ante la realidad o esperar que sea el Gobierno el que pierda las elecciones en lugar de preparar al partido para ganarlas no es una opción que se pueda permitir el nuevo líder popular. Es cierto que en Sevilla dio algunas pistas pero falta mucha más concreción sobre cuestiones como la respuesta a la crisis por la guerra en Ucrania, las reformas tanto tiempo aplazadas, las tensiones territoriales, la cuestión catalana, la regeneración de la vida política, la independencia del Poder Judicial o la corrupción, por solo mencionar los más trascendentales y en boca de todos. 

Sánchez y los suyos no le dejarán pasar ni una

Cuanto más tiempo pase sin definir su alternativa menos le quedará para convencer a los españoles de que confíen en él en las próximas elecciones. A partir de ahora no solo deberá preservar y consolidar como un tesoro la unidad escenificada en Sevilla, sino ofrecer al país una imagen de partido centrado, con identidad y propuestas propias. La primera prueba de fuego será el próximo jueves cuando se reúna con Sánchez en su condición de nuevo líder de la oposición. Puede estar seguro de que el presidente y sus socios no desaprovecharán la más mínima oportunidad de identificarlo con la ultraderecha o con la corrupción apenas se le ocurra discrepar o llevarle la contraria al Gobierno, mientras que desde Vox tampoco le perdonarán una política de mano tendida a Sánchez en temas de estado. Sin embargo, dejarse atrapar en esa pinza y continuar dando tumbos para intentar agradar a un mismo tiempo a tirios y a troyanos como hizo su predecesor sería reproducir su mismo error fatal.

En resumen, Feijóo se ha echado a la espalda el liderazgo de un partido que en las citas electorales celebradas entre 2011 y 2019 perdió casi 6,5 millones de votos y vio como Vox crecía sin parar a su costa. Analizar las causas de esa sangría y ponerle remedio se antoja una necesidad vital para el futuro del PP a medio y largo plazo. Pero, además, Feijóo también lidera desde esta semana el que a fecha de hoy sigue siendo el principal partido de la oposición, lo que en una democracia estable supone a priori y en teoría ser la fuerza política con más posibilidades de convertirse en la alternativa al partido en el gobierno. Ese es precisamente el gran reto de Feijóo que engloba todos los demás: hacer del PP algo que en estos momentos está lejos de ser, un partido ganador. La cuenta atrás ya ha comenzado.

La guerra que ganará China

Que sepamos, China no tiene armas ni soldados en Ucrania, pero se perfila como el verdadero ganador en términos geoestratégicos de la invasión rusa. A la consecución de ese objetivo cabe atribuir la tibieza y la ambigüedad con la que viene actuando desde antes incluso del inicio de la guerra y sus jeremiadas sobre la paz, para cuya consecución no puede decirse que haya hecho grandes esfuerzos a pesar de la ascendencia de Jimping sobre su amigo y aliado Putin. Muchos teníamos puestas nuestras esperanzas en que China jugaría un papel mucho más proactivo en favor de un alto el fuego en Ucrania y de la apertura de negociaciones conducentes a un acuerdo de paz justo y duradero. Sin embargo, el régimen chino camina sobre el alambre de la tibieza y solo parece pensar en la posibilidad de erigirse en la primera potencia mundial y en comer a dos carrillos cuando la guerra termine, el ruso y el occidental.

¿China lo sabía?

Cuesta creer que China no conociera de antemano los planes de Putin para invadir Ucrania, por más que unos días antes de que se produjera el régimen chino se mofara de esa posibilidad y acusara de paranoico al presidente estadounidense. Luego vino el ataque y China se puso inmediatamente de perfil y así sigue hasta la fecha: derramando lágrimas de cocodrilo por la masacre civil en Ucrania pero sin hacer nada útil que sepamos para que cese. Por no condenar ni siquiera ha condenado abiertamente la invasión, contradiciendo de este modo el que ha sido hasta la fecha el santo y seña de su política exterior: la soberanía nacional y la integridad territorial son sagradas.

La estrategia de Pekín parece consistir en colocarse por encima del enfrentamiento entre Rusia y Occidente y presentarse ante el mundo como un pilar de estabilidad en un nuevo orden mundial con China en el primer lugar del podio. No solo en términos geoestratégicos tiene China mucho que ganar con esta guerra, también en términos económicos en una Rusia convertida en un paria internacional de la que obtener a muy buen precio gas y otros productos esenciales para la economía china, así como en un Occidente, que ve debilitado y decadente, en el que seguir introduciendo sus mercancías.

"China quiere comer a dos carrillos"

Es este doble juego el que está llevando a Pekín a nadar y guardar la ropa, procurando no enemistarse abiertamente con ninguno de los actores presentes en el drama ucraniano. “Ten cerca a tus amigos y más cerca aún a tus enemigos”, escribió Sun Tzu en “El arte de la guerra”. Pero debe ir con mucho tiento y no dar pasos en falso en asuntos tan delicados como Taiwán, porque corre el riesgo de que Occidente lo empiece a percibir como un país tan poco fiable como Rusia. De ahí que el régimen chino no se canse de repetir ante el mundo que no hay ningún paralelismo entre Ucrania y Taiwán. Sin embargo, no es descabellado pensar que en Pekín estarían encantados de que Rusia se saliera con la suya en Ucrania, ya que eso podría servir como excusa para intentar hacerse con Taiwán.

¿Quién ganará la guerra sobre el terreno?

En términos militares, la cuestión es si Rusia conseguirá salirse con la suya y eso es algo sobre lo que especular es casi como jugar a la ruleta rusa: se corre el riesgo de acertar. Los analistas se devanan los sesos ideando posibles escenarios que incluyen una conquista total de Ucrania y una larga posguerra de guerra de guerrillas, una retirada honrosa de Putin, una ocupación parcial del territorio invadido e incluso que el conflicto desborde las fronteras ucranianas e implique de manera directa a la OTAN

"A Putin se le atraganta Ucrania"

Cada una de esas hipótesis tiene detractores y partidarios, aunque en realidad es muy difícil saber qué puede pasar con tantos actores sobre el escenario del conflicto. De hecho, todos pensábamos que la invasión sería un paseo militar y hoy, sin embargo, hay un amplio consenso en que a Putin se le está atragantando esta guerra. Prueba de ello es que cinco semanas después de la invasión aún no ha conseguido doblegar ni la capital ni otras ciudades importantes y que el número de bajas rusas parece considerable.

¿Cambio de régimen en Moscú?

Puestos a fantasear los hay que hacen cábalas sobre la posibilidad de un cambio de régimen en Moscú, bien a través de una suerte de “Primavera rusa” en la que el pueblo ruso afectado por las sanciones económicas occidentales se echa a la calle o bien a través de un golpe de mano de la camarilla de oligarcas en la que se apoya Putin. Sobre el papel nada es descartable, pero del papel a la práctica va un gran trecho en un país en el que, entre otras cosas, apenas hay oposición a la dictadura del Kremlin. Lo que sí es cierto es que Putin ya ha pasado el Rubicón que le impide volver atrás e irse de Ucrania con las manos vacías. De ahí que en Occidente haya quienes consideren la necesidad de no arrinconarlo y ofrecerle alguna salida airosa que conjure el peligro del uso de armas químicas e incluso nucleares, así como de evitar que Rusia, un país demasiado grande y poderoso como para dejarlo caer, se sumerja en la anarquía. 

A pesar de ciertas similitudes con otros conflictos, la de Ucrania es una guerra a la que no es fácil encontrarle un parangón histórico en términos de brutalidad con la población civil y en transmisión en vivo y en directo a todo el mundo de esa crueldad a través de las redes sociales. Esta es una guerra que, aunque aún no haya traspasado las fronteras de Ucrania, ya se siente en todo el mundo y sus efectos económicos ya los estamos padeciendo en nuestros bolsillos. Es, en definitiva, una guerra tras la que se atisba un nuevo orden mundial con China como primera potencia in pectore. Con ese objetivo apenas disimulado trabajan Jimping y los suyos y, si eso ocurre, puede ser la peor noticia para la democracia desde la II Guerra Mundial. 

Canarias: en la encrucijada y sin hoja de ruta

Si uno se toma la molestia de escuchar las intervenciones de Ángel Víctor Torres en el reciente debate sobre la nacionalidad canaria, no podrá encontrar nada que el presidente no haya hecho bien en todos los frentes en los que ha tenido que combatir, desde la pandemia a la erupción palmera pasando por la inmigración. Ni en las 79 páginas del discurso con el que comenzó el soporífero pleno parlamentario ni en las réplicas y contrarréplicas a los portavoces de los grupos políticos, es posible hallar una sola brizna, por pequeña que sea, de autocrítica, algo que el presidente admita que debió haber hecho de otra manera. Mucho menos es posible dar con el más leve reproche al trato que Pedro Sánchez sigue dispensando a esta malhadada comunidad autónoma. De manera que, a la postre, estos debates sobre el estado de la nacionalidad solo sirven para que el presidente y los grupos que le apoyan hagan un ejercicio de autocomplacencia y para que la oposición juegue a hacer de oposición: la realidad del hemiciclo y la que se vive en la calle se vuelven a parecer como un huevo a una castaña.

Un gobierno débil

Nadie niega las graves consecuencias de la pandemia, pero esta no puede ser la coartada permanente para ocultar la falta de proactividad del Gobierno del Pacto de las Flores ante una agenda plagada de asuntos pendientes, ni para explicar su mansedumbre ante los sucesivos desplantes de Sánchez. Basta acudir a las hemerotecas para comprobar la debilidad con la que Torres y su Gobierno siguen respondiendo a los incumplimientos de Madrid en cuestiones como la celeridad de las ayudas a los afectados por el volcán de La Palma, el eterno convenio de carreteras, el traspaso de las competencias recogidas en el reformado Estatuto de Autonomía o el respeto al Régimen Económico y Fiscal.

Y ni siquiera es preciso tirar de hemeroteca, porque pervivirá mucho tiempo en la memoria de los canarios, para recordar el desdén con el que Madrid sigue tratando el fenómeno de la inmigración irregular que llega a Canarias por mar. Ahí están para demostrarlo los golpecitos de buena voluntad en la espalda y las largas que el Ejecutivo central sigue dando a la regulación legal del reparto de los menores inmigrantes no acompañados entre las comunidades autónomas, para que no sea Canarias la que deba hacer todo el esfuerzo en solitario.

"La cesión de España en el Sahara abre una gran incertidumbre en Canarias"

El penúltimo episodio de esa actitud ha sido la cesión en el contencioso del Sahara, ignorando olímpicamente los lazos emocionales e históricos entre el pueblo canario y el saharaui y generando una enorme incertidumbre sobre las consecuencias económicas y políticas de esa decisión para el Archipiélago. Aún así, el presidente canario ha reaccionado con la docilidad que le caracteriza y de inmediato ha hecho suya la falsedad que disemina ahora su partido, según la cual el histórico giro no supone una nueva traición en toda regla al pueblo saharaui. La suerte que tiene Torres es que la oposición parece haberle dado bula y sus socios en el Gobierno, especialmente Podemos y NC, se conforman con hacer aspavientos pero ni se les pasa por la cabeza despegarse de los sillones del poder.

Voluntarismo presidencial

Si por algo se ha caracterizado la intervención de Torres en ese debate, además de por la ausencia absoluta de autocrítica, ha sido por el voluntarismo con el que afronta la salida de la grave situación en la que se encuentra el Archipiélago. Todo, según Torres, va a ir viento en popa a partir de ahora y la economía canaria va a crecer más que ninguna otra en España. Eso, claro está, siempre y cuando no la fastidie una nueva ola de coronavirus y haya que volver a los ininteligibles niveles de riesgo o que el precio de los combustibles por la guerra en Ucrania obligue a dejar los aviones de turistas en tierra

Pero mientras cruza los dedos para que el virus desaparezca y acabe la guerra, la sociedad canaria desconoce cuál es la hoja de ruta que piensa seguir para superar esta crisis y transformar y relanzar la economía canaria, más allá del fárrago de planes, estrategias y agendas tan bienintencionados como poco realistas en la situación actual. Por lo pronto, ni siquiera piensa en tomar ya alguna medida para paliar el alza del precio de los combustibles que sufren los transportistas. Como obediente alumno de Sánchez también esperara a que su jefe anuncie sus ayudas para él aprobar las suyas, no vaya a ser que se equivoque y alguien le llame a capítulo.

Servicios sociales: el talón de Aquiles

Pero donde de verdad hace aguas el discurso de Torres es en el terreno social. Por más que presuma de que la cobertura social es “la mayor de la historia” no puede borrar las escandalosas estadísticas de exclusión y pobreza que padece el Archipiélago. La atención a la dependencia sigue estancada después de casi tres años gestionada por Podemos, el número de personas en situación de pobreza severa continúa creciendo y la cobertura del Ingreso Mínimo Vital, que tantas esperanzas despertó y con el que tanta propaganda política se hizo, es de las peores de España. No cabe presumir de nada ante estas estadísticas ni todo puede ser anotado en el debe de la pandemia, sino en el de una lamentable gestión de los servicios sociales cuando más se les necesita y ante la que Torres ha sido incapaz de poner orden y exigir eficiencia a la consejera responsable.

"El interés de las islas debería estar por encima de la disciplina de partido"

Nada que no supiéramos hemos sabido en el debate sobre el estado de la nacionalidad, ni nada ha salido de él que nos ayude a atisbar cómo superará Canarias esta encrucijada histórica. Cierto es que una guerra en Europa y los efectos de una pandemia que aún no podemos dar por definitivamente superada oscurecen el futuro. Ahora bien, aún así, esas circunstancias históricas no pueden convertirse en la excusa ni en la justificación de la preocupante falta de empuje y liderazgo de un Gobierno autonómico cargado de buena voluntad pero ineficaz en el desempeño de sus competencias, que no son pocas, e incapaz de hacerse valer ante el Gobierno central. 

No basta amenazar con revirarse para luego agachar la cabeza y dar por buena cualquier excusa de Madrid: ante la gravedad de la situación debería pasar a un segundo plano la disciplina de partido y exigir claro, alto y con firmeza el trato que merecen y necesitan las islas para tener alguna posibilidad de salir con bien de esta crisis. Y si no se está dispuesto a hacer ese sacrificio por Canarias sería mucho más honroso dejar el despacho e irse a casa. 

Putin, criminal de guerra

Soy consciente de que ver a Putin ante la Corte Penal Internacional acusado de crímenes de guerra, genocidio y lesa humanidad es un deseo que probablemente nunca se convertirá en realidad. Y, sin embargo, está haciendo grandes méritos para ello en Ucrania, por no hablar de los contraídos en lugares como Siria o Grozni, la capital chechena arrasada por las tropas rusas en 1999, cuyo espeluznante relato le costó la vida a la periodista Anna Politkóvskaya. Por desgracia, la debilidad de las instituciones judiciales con las que cuenta la comunidad internacional para hacer cumplir el derecho y los convenios sobre la guerra como el de Ginebra, le permitirá quedar impune de la responsabilidad que le corresponde por el asesinato de civiles inocentes que hacían la cola del pan, que se refugiaban de las bombas en un teatro o que esperaban para dar a luz en una maternidad. Ni siquiera en las guerras vale todo y hay normas que es imperativo respetar: Putin se las está saltando una por una y lo está haciendo a la vista de todo el mundo. Así actúan los tiranos como él.

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No son daños colaterales, es terrorismo 

Según estimaciones provisionales y a la baja de la ONU, hasta ahora son casi 700 los civiles muertos en Ucrania desde el inicio de la invasión rusa el 24 de febrero, mientras el Gobierno ucraniano los eleva a 2.000. En todo caso, esas cifras deben haber sido superadas con creces a causa de los inmisericordes bombardeos de las últimas horas ante el atasco de la invasión. Las tropas rusas no se están andando con rodeos para disparar con misiles y cohetes contra bloques de viviendas, hospitales, escuelas, teatros e infraestructuras nucleares de alto riesgo ni para utilizar bombas de racimo y de vacío contra población indefensa. 

El empleo de ese tipo de armamento contra civiles está prohibido por la Convención de la Haya y por los principios de humanidad, proporcionalidad, necesidad y distinción que recoge el Derecho Humanitario. Aquí no hablamos siquiera de daños colaterales, ese eufemismo empleado en las guerras para referirse a la muerte de civiles inocentes; aquí hablamos sencillamente de sembrar el terror entre la población para provocar su huida o minar su resistencia y dejar el camino expedito a los invasores.

Con el aval de la petición de 39 países, entre ellos España, el Fiscal de la Corte Penal Internacional (CPI) ha puesto en marcha una investigación para reunir pruebas que permitan incriminar a Putin por crímenes de guerra, lesa humanidad y genocidio en Ucrania. Los primeros pasos de la investigación consisten en conservar los vídeos y fotografías que circulan por las redes sociales para analizarlos con detenimiento y determinar su validez como pruebas inculpatorias. Las pesquisas se retrotraen a noviembre de 2013, por lo que incluirán el derribo en julio de 2014 de un avión de Malaysia Airlines cuando sobrevolaba Ucrania, lo que costó la vida a 298 personas y cuya autoría apunta a Moscú. La anexión de Crimea y la guerra en las repúblicas separatistas que se ha cobrado casi 14.000 víctimas también se incluyen en la investigación de la CPI. 

No cabe hacerse muchas ilusiones

Pero no cabe hacerse ilusiones: la investigación será compleja, lenta y costosa y seguramente pasaran años antes de que se pueda acusar a Putin de criminal de guerra y la CPI dicte contra él orden de detención. En ese caso el dictador ruso podría ser arrestado en cualquiera de los 123 países que reconocen la jurisdicción de ese tribunal internacional, entre los que no se encuentran precisamente ni Rusia ni Ucrania, como tampoco lo están China, Estados Unidos o la India. Ese es justamente otro de los inconvenientes para sentar a Putin en el banquillo, si bien Ucrania ha reconocido ahora de facto la jurisdicción del CPI tras la invasión rusa.

"Son pocos los primeros ministros o jefes de estado condenados por crímenes de guerra"

A los delitos de crímenes de guerra, lesa humanidad y genocidio cabría añadir el de agresión, un supuesto que se agregó posteriormente y que hace mención a la invasión injustificada de un país soberano. En todo caso, sea por unos delitos o por otros, para llevar a Putin ante la justicia internacional primero hay que ponerle las esposas y esa posibilidad es, a fecha de hoy, una mera ensoñación salvo que se produzca un cambio de régimen político en Moscú, lo cual no parece muy probable. Cabe recordar que la CPI no juzga a estados sino a individuos, por lo que sería mucho más fácil condenar a un soldado o a un oficial que al gran dictador que juega con las vidas de inocentes desde su despacho, pero cuya implicación directa en los ataques a la población civil es muy difícil de probar.

Otra posibilidad teórica para que Putin pague por sus crímenes de guerra es que la Corte Internacional de Justicia de la ONU solicite el procesamiento, aunque Rusia no tardaría en usar su derecho a veto para impedirlo. Así pues, aunque el Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU también está convencido de que se han producido crímenes de guerra en Ucrania y ha constituido una comisión de expertos para investigarlos, sus esfuerzos es muy probable que no obtengan fruto.

Pocos antecedentes

Si miramos al pasado y dejamos a un lado los Juicios de Núremberg, los antecedentes de primeros ministros o jefes de estado condenados por crímenes de guerra tampoco dan muchas esperanzas, y no precisamente por falta de candidatos a sentarse en el banquillo de los acusados. Para los cruentos conflictos de Yugoslavia y Ruanda se crearon tribunales específicos que dictaron condenas como las de Milosevic y Karadsic, pero en el caso de la Corte Penal Internacional, aunque sus fiscales han presentado cargos contra líderes civiles y militares de varios países, son muy pocos los que finalmente han sido juzgados y condenados.

Hasta que no contemos con instituciones judiciales supranacionales bien dotadas y aceptadas por toda la comunidad internacional, algo que de momento parece muy lejano por no decir utópico, tendremos que conformarnos con confiar en que la investigación de la CPI o la condena casi total de Rusia en la Asamblea General de la ONU actúen al menos como herramientas de presión sobre Putin y contribuyan a mostrarlo ante el mundo, y sobre todo ante quienes todavía lo consideran una pobre víctima de Occidente, como lo que en realidad es: un individuo cruel y cobarde y un autócrata de la peor especie. La comunidad internacional está moral y políticamente obligada al menos a aislarlo y a repudiarlo, toda vez que seguramente no será capaz de conducirlo ante un tribunal de justicia para que responda por sus crímenes. 

Rumbo al abismo

El fantasma de la tercera guerra mundial nos acecha estos días. Las condiciones para que estalle – si es que no estamos ya inmersos en ella – son sencillas de alcanzar. Bastaría la chispa de un error de cálculo, o lo que se pueda hacer pasar por tal cosa ante la opinión pública mundial, para que el incendio, que a fecha de hoy se circunscribe a las fronteras de Ucrania, las traspase y termine afectándonos a todos por alejados y a salvo que nos creamos del corazón de la pira. Bien mirado, las sanciones económicas con las que Occidente pretende asfixiar la economía rusa y disuadir al dictador del Krémlin forman parte ya de esa guerra global porque globales también serán sus efectos en términos de retroceso económico, escasez y encarecimiento de determinados productos básicos. 

AP

Advirtiendo y provocando

En este contexto, el bombardeo ruso de una base ucraniana cercana a la frontera con Polonia tiene todo el aspecto de ser, además de una advertencia, una descarada provocación a la OTAN, de la que ese país forma parte. Cabe recordar aquí que cualquier agresión militar a un país miembro de la OTAN podría activar de inmediato una respuesta del mismo tipo. Se abriría así un escenario de consecuencias terroríficas habida cuenta la capacidad de destrucción del armamento nuclear en manos de los dos bloques.

Hace menos de un mes abundaban quienes, ignorando deliberadamente el destacado currículo bélico de Putin, aseguraban sin pestañear que el sátrapa nunca ordenaría la invasión de Ucrania y hace menos de una semana la posibilidad de una tercera guerra mundial se veía aún como algo no imposible pero sí muy remoto. Hoy ese fantasma no parece tan remoto ni improbable, sino mucho más factible y próximo. 

Optimistas y pesimistas

Quienes ven la situación con optimismo aseguran que las tropas rusas se han atascado, que la invasión no ha sido el paseo militar previsto y que Putin prácticamente ha perdido la guerra después de haber puesto todos sus efectivos sobre el terreno: los ucranianos – dicen - no han salido a las calles a vitorear y a abrazar a los jóvenes soldados rusos, sino que les están haciendo frente con un inesperado valor a pesar de los criminales bombardeos de civiles. Para esta corriente de análisis, antes o después Putin se verá obligado a buscar una salida honrosa tras comprobar que su ataque a Ucrania ha pinchado en hueso y que las sanciones de Occidente, mucho más unido de lo que esperaba, hundirán la economía rusa durante décadas.

"Es cada vez más urgente un ejercicio de contención que frene el avance hacia el abismo"

En el lado de los pesimistas, en el que me incluyo a fecha de hoy, se sostiene que es precisamente la debilidad de Putin la que lo hace más peligroso e imprevisible. A un dictador como él, que ya no tiene reputación internacional que defender, no le costaría nada declarar objetivo militar a cualquier país de la OTAN que preste apoyo armado a Ucrania. No es ni mucho menos casual que Estados Unidos esté enviando tropas a Polonia, para muchos analistas un objetivo militar plausible para Putin como lo serían Letonia, Lituania y Estonia, también pertenecientes a la OTAN. Por no hablar de Moldavia, Finlandia y Suecia, cuyos gobiernos no ocultan su preocupación ante la evolución de los acontecimientos y las amenazas de Putin. 

 En manos de China

Cada día que pasa es más urgente un ejercicio de contención que respete la vida de los civiles y frene el avance hacia el abismo al que el dictador ruso parece querer empujarnos a todos. Lo trágico de esta situación es que el único país con posibilidades de contener a Putin y evitar el desastre es China, su gran aliado geoestratégico y compañero de viaje ante Occidente, cuya neutralidad deja mucho que desear. Cierto es que no apoyó a Rusia en la ONU, pero tampoco condenó el ataque a un país soberano a pesar de que la defensa de la soberanía y de la integridad territorial habían sido hasta la fecha el santo y seña de su política exterior. Su interesada ambigüedad no es una buena tarjeta de presentación diplomática, pero me temo que es la única en estos momentos con posibilidades de éxito.

"Lo trágico es que el único país capaz de contener a Putin es China"

Uno desea creer que el régimen chino es sincero cuando dice que no está prestando apoyo militar a Putin ni lo hará y que quiere ser un “país constructivo”; incluso le gustaría suponer que la diplomacia china está actuando con discreción ante Kiev y Moscú para encontrar una salida satisfactoria para todos. Sin embargo, lo cierto a día de hoy es que las tropas rusas siguen bombardeando ciudades y matando a civiles, que el éxodo ronda los tres millones de ucranianos y que Putin ya dirige sus ataques a las fronteras de la OTAN.

Las preguntas derivadas de este escenario cada vez más atroz erizan el vello con solo plantearlas: ¿qué deberían hacer Estados Unidos, la UE y la OTAN si las sanciones económicas no sirven para disuadir a Putin y éste continúa machacando a Ucrania y amenazando a los países vecinos? ¿Cuál debería ser la respuesta en caso de agresión a un país de la OTAN? ¿Mejor dejarle hacer y confiar en que se conforme tal vez con una Ucrania neutral o habría que pasar a la acción militar directa antes de que sea demasiado tarde? Las consecuencias de ambas opciones son aterradoras, máxime cuando la diplomacia parece haber sido arrinconada en favor de las armas. Y, sin embargo, es la única esperanza que nos queda para detener esta locura y conjurar el fantasma de una guerra a escala planetaria.