Los primeros ensayos de privatización sanitaria se llevaron a cabo en la Comunidad de Valencia y en Cataluña, en donde el nacionalista ex novo Artur Mas dice ahora que tiene abismales diferencias ideológicas con el PP. Ni él se cree lo que dice. Aunque fueron ensayos a pequeña escala cumplieron la función de servir de modelo para el macroensayo privatizador que acaba de aprobar la Asamblea de la Comunidad de Madrid con el único respaldo del PP, mientras algunos de sus preocupados diputados por la sanidad pública jugaban a Apalabrados.
La medida significa en la práctica que 6 hospitales públicos y 27 centros de salud pasarán a estar externalizados, feliz eufemismo del neolenguaje popular con el que se intenta ocultar cuál es el verdadero objetivo que se persigue: que un millón y medio de madrileños sean atendidos a partir de ahora en centros gestionados por empresas privadas del ámbito sanitario, que como es lógico no tienen palabras para agradecer el generoso regalo público que se les hace.
De nada
parecen haber servido las tres semanas de huelgas, manifestaciones y dimisiones
protagonizadas por los colectivos de profesionales sanitarios y, mucho menos,
sus contrapropuestas para evitar la privatización, de las que no se ha aceptado
ni una coma. Cuando uno no quiere dos no negocian y el Gobierno madrileño nunca
ha tenido voluntad alguna de modificar un ápice su principal objetivo desde el
minuto uno: servirle en bandeja al sector privado, de donde proceden algunos de
los muñidores de esta privatización, la salud de los madrileños.
Ignacio
González, el aventajado discípulo de Esperanza Aguirre al frente del Gobierno
autonómico, dice basar la decisión en el convencimiento de que la empresa
privada es una gestora más eficiente que la pública, algo en absoluto demostrado
empíricamente al menos en el sector sanitario. En
definitiva, estamos ante la puesta en práctica del principio neoliberal según
el cual todo lo público es ineficiente y despilfarrador y debe ser suprimido a
mayor gloria de la iniciativa privada y la mano
invisible y perfecta de los mercados que – a la vista están los resultados
– tan bien ha funcionado en sectores como el financiero o el de los transportes
aéreos, sin ir más lejos.
Con la
privatización sanitaria madrileña que amenaza con extenderse a otras
comunidades y con la inefable ministra de Sanidad anunciando para 2013 nuevos
recortes en la sanidad pública con el fin de garantizar que siga siendo pública, universal, gratuita y de calidad
– hace falta cinismo político para afirmar tal cosa después de los copagos y
recortes del año que termina – el PP continúa su labor de zapa del estado del
bienestar.
Los
tiburones que aguardan hacer negocio con la salud pública tienen sobrados
motivos para esperar un próspero 2013; los ciudadanos que pagamos nuestros
impuestos solo tenemos dos opciones: revelarnos o llorar sobre la leche
derramada.