El Gobierno de Portugal ha colgado un cartel bien visible y escrito con grandes caracteres en el que puede leerse “País en venta”. La venta incluye todas las joyas de la corona, o de la República, si lo prefieren. El lote comprende desde la compañía aérea de bandera, la TAP – única aerolínea nacional – hasta los aeropuertos, las compañías eléctricas – ya adquiridas por dos empresas estatales chinas -, las participaciones públicas en la petrolera GALP, astilleros, los trenes de mercancías, varios bancos, Correos y Telégrafos, la televisión pública y, en definitiva, todo aquello con lo que se pueda hacer caja aunque sea a precios de saldo.
Esta furia vendedora de las empresas públicas portuguesas al mejor postor es el resultado del rescate de 78.000 millones de euros solicitado a la famosa troika – FMI, UE y BCE - por el Gobierno del socialista José Socrates para evitar la bancarrota del país. Bancarrota que, de todos modos y gracias a los recortes de todo tipo aplicados por los conservadores de Passos Coelho en el poder, Portugal está sufriendo ya en términos de dramático empobrecimiento social y económico del conjunto de la población.
Con el objetivo de hacer caja para cumplir con las generosas condiciones de la troika a cambio del rescate, el Gobierno ha incrementado la jornada laboral en media hora, ha recortado las vacaciones de 25 a 22 días, ha eliminado la paga de Navidad, ha alargado la edad de jubilación, ha aprobado una brutal subida de impuestos que en la práctica supondrá que los trabajadores portugueses tendrán que dedicar el salario de todo un mes para poder pagarlos y ha eliminado los días libres con los que se premiaba a los funcionarios más diligentes. Y de propina, tiene sobre la mesa rebajar de 20 a 12 días las indemnizaciones por despido.
Como era de suponer, aunque esto ni al Gobierno ni a la troika de marras parece importarles lo más mínimo, la economía se contrae a pasos agigantados con caídas anuales del 3% del PIB, un paro en el 16% y una reducción del consumo del 2%. Ni siquiera una sociedad más bien introvertida y acostumbrada a sufrir como la portuguesa ha podido resistir tantos golpes y miles de personas se han echado a las calles para protestar.
Por su parte, los sindicatos ya han convocado dos huelgas generales en menos de un año y hasta en el partido del Gobierno hay voces críticas con una política de recortes a mansalva, contraproducente e injusta, que mete al país en un túnel sin salida ni brotes verdes de ningún tipo. Todo hace indicar que sólo un estallido social en toda regla podrá parar esta locura y obligar a buscar alternativas - que las hay - a unas políticas que, a la vista están en Grecia y en la misma España, son absolutamente erróneas. La cuestión es que, como en Grecia y como está ocurriendo también en España aún sin haber pedido el rescate integral aunque sí el bancario, ya no son los portugueses y sus representantes quienes tienen en sus manos las riendas del país. Al pedir el rescate se las entregaron con todas las consecuencias a los hombres de negro y nada de lo que digan o hagan los ciudadanos de a pie es tenido en cuenta.
La gente y sus sufrimientos no importan lo más mínimo, son daños colaterales despreciables que no deben estorbar el objetivo final: vender Portugal y a los portugueses atados de pies y manos a los mercados. La situación es tan grave que Portugal ni siquiera enviará el próximo año representante al Festival de Eurovisión para ahorrarse costes. A decir verdad, ni falta que le hace y, siempre y a pesar de los pesares, ni la troika podrá arrebatarles el fado, ese género musical tan bello y tan adecuado para describir la intensa saudade que sufren hoy los portugueses.
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