Creo que el
mayor elogio que se le puede dedicar a un ser humano es decir de él que es una
buena persona. En unos tiempos en los que los políticos no figuran
precisamente en los primeros puestos de popularidad, decir eso de alguien que
ha dedicado varias décadas de su vida a la política es, si cabe, más meritorio.
José Macías, el político grancanario fallecido hoy a los 91 años después de una
dilatada trayectoria dedicada a la vida pública, se ganó ese elogio a pulso. Cuando
sus compañeros y adversarios empezaron a refugiarse en los despachos y en los
aparatos de partido, José Macías ignoró esa parafernalia y siguió haciendo
política de la única forma que sabía y quería: escuchando las inquietudes de
los ciudadanos e intentando aportar su grano de arena para resolver todo aquello
que estuviera en su mano.
Sus críticos
siempre vieron en esa forma de desempeñarse una suerte de populismo y
paternalismo, aunque en el fondo tengo para mi que envidiaban su empatía y su
pasmosa capacidad para conectar con los ciudadanos. Eso se reflejaba,
obviamente, en las urnas y era en realidad ese hecho el que molestaba incluso a
sus propios compañeros de partido por no hablar de sus contrincantes. Macías nunca
fue un político al uso, para él los argumentarios con las posiciones del
partido que otros se aprenden de carrerilla y repiten como loros allá en donde
se les pregunte, eran algo que no iban ni con su forma de ser ni con su idea de
la actividad política.
No tuvo miedo
de ser políticamente incorrecto ante lo que pensara o dijera su partido, lo
cual no fue óbice para que defendiera sus ideas con convicción sin sentirse en
ningún momento en posesión de la verdad revelada: escuchaba y respetaba las
posiciones de los demás y jamás las descalificó ni insultó a sus rivales. Los
periodistas que por motivo de nuestra profesión tenemos que relacionarnos con
la clase política, valorábamos su disponibilidad, su amabilidad y su elegancia:
en donde otros ponían mala cara, se escondían o salían por peteneras ante
nuestras preguntas, en Macías no encontrábamos nunca un mal gesto, un no por
respuesta o una palabra más alta que otra.
De él hemos hecho
los periodistas muchos chistes a
propósito de su pasión por acudir a los bautizos, bodas y funerales de
los que tuviera conocimiento. Era una de sus fórmulas - ¡Hola, soy el senador Macías, cómo está! - para acercarse a la gente y compartir con ella
en los momentos clave de sus vidas, acompañarla, felicitarla o condolerse con
ella. Que entre sus objetivos estuviera también conseguir sus votos creo que no desmerece un ápice el carácter
humano y bondadoso del político hoy desaparecido.
No quisiera caer en el ditirambo pero no creo que sea exagerado decir que José Macías, con sus luces y sus sombras como cualquier ser humano, ha sido una suerte de espíritu libre de ataduras partidistas que concibió y ejerció la política como un servicio a los demás en el sentido más literal de la expresión, es decir, de manera personal, cercana y directa.
Dudo mucho de que en los tiempos actuales y
con el encanallamiento de la política hubiera sitio para alguien como José
Macías. Eso, al margen de que su naturaleza humana fuera de una pasta distinta
y casi única y su concepción de la política no tuviera nada que ver con las
capillas y las conjuras de los aparatos partidistas. No obstante lo anterior, los
representantes de la llamada “nueva política” que se consideran los
inventores de la rueda y el fuego, tienen mucho que aprender de José Macías, un político que, ante todo fue buena persona, pero que, además, pisó de verdad la calle. Descanse en paz.