Si con motivo
de la celebración mañana del Día contra la Violencia de Género erizara este
post de fríos porcentajes no me quedaría satisfecho. Y no por falta de materia
prima sino por gélido. Estadísticas sobre el drama social de la violencia
machista hay en cantidades industriales, pero apenas dicen nada del sufrimiento
y la humillación por el que pasan las mujeres víctimas del machismo del que
muchas no sobreviven para contarlo; o si han tenido el valor de contarlo y
denunciarlo tampoco terminan de sentirse completamente liberadas y a salvo. Me
podría detener a especular sobre si el incremento de las denuncias por malos
tratos se debe a que hay más casos, a que se denuncian más ahora o a ambas causas.
Del mismo modo podría explayarme largo y tendido sobre el ambiente familiar, la
escuela, el entorno o las redes sociales para intentar comprender cómo es
posible que, después de años de campañas de mentalización, aumenten los casos de
violencia de género entre los jóvenes.
Pero nada de
eso me satisfaría porque supondría quedarse meramente en los síntomas. Porque
síntomas de un problema mucho más profundo y enquistado durante siglos son las muertes, los malos tratos, las denuncias, la
carencia de sensibilidad a veces por parte de quienes tienen la obligación de aplicar
la ley o el acoso y la violencia entre menores. Al final, esos comportamientos y
otros muchos que podríamos traer a colación no son otra cosa que la expresión
de una cultura pensada y dominada por y para los hombres y en la que las mujeres figuran apenas como elementos del decorado social.
No quiero
decir que no sean importantes los datos ya que nos fotografían el instante y la
evolución del problema del que, no obstante, no pueden ser otra cosa que el
reflejo y no siempre muy fidedigno de la causa. Y la razón por la que a veces
se nos viene el alma a los pies y nos preguntamos cómo es posible que sigan
muriendo mujeres a manos de sus parejas o de sus ex parejas después de tantos
años de lucha, de campañas, de leyes y de condenas es que la
tarea es titánica y agotadora y los avances siempre decepcionantes con respecto
a las expectativas y a la gravedad del drama.
Pero, aunque a
pequeños pasos, se avanza. Porque avance esperanzador ha sido que todos los
partidos políticos con representación en el Congreso hayan acordado impulsar un
gran pacto de Estado para reforzar la lucha contra la violencia sobre las
mujeres. Incluye el acuerdo adecuar la Ley Integral de Violencia de Género en
vigor desde 2004 y que va necesitando ya una puesta al día. Así por ejemplo, el
fenómeno de las redes sociales como canal de circulación de nuevos tipos de
violencia sobre las mujeres, no tenía entonces ni de lejos la dimensión y la
penetración que ha alcanzado en los últimos años entre amplias capas de la
población, principalmente entre jóvenes y menores.
Son esos pasos y otros similares los que nos van acercando al objetivo, bien es verdad que de manera mucho más despacio de lo
que nos gustaría. Sin embargo, hay que recordar que las investigaciones de los historiadores sociales han puesto de
manifiesto que las mentalidades más arraigadas pueden tardar muchas décadas en evolucionar hasta desaparecer
por completo y el machismo es probablemente una de la más incrustadas de todas en los genes masculinos.
Conviene por tanto que seamos conscientes de que la lucha es larga y dolorosa y que hay que ser muy perseverante para que llegue el día en el que esta vergüenza humana que llamamos violencia machista figure sólo en los libros de Historia como una de las peores expresiones, si no la peor, de la condición masculina. A pesar de las derrotas y del cansancio, mañana, pasado y al otro tenemos que seguir aportando nuestro esfuerzo en nuestros respectivos ámbitos para hacer realidad que ellas y nosotros somos seres humanos merecedores de la misma dignidad, del mismo trato y de los mismos derechos.
Conviene por tanto que seamos conscientes de que la lucha es larga y dolorosa y que hay que ser muy perseverante para que llegue el día en el que esta vergüenza humana que llamamos violencia machista figure sólo en los libros de Historia como una de las peores expresiones, si no la peor, de la condición masculina. A pesar de las derrotas y del cansancio, mañana, pasado y al otro tenemos que seguir aportando nuestro esfuerzo en nuestros respectivos ámbitos para hacer realidad que ellas y nosotros somos seres humanos merecedores de la misma dignidad, del mismo trato y de los mismos derechos.
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