José Macías, el político que pisó la calle

Creo que el mayor elogio que se le puede dedicar a un ser humano es decir de él que es una buena persona. En unos tiempos en los que los políticos no figuran precisamente en los primeros puestos de popularidad, decir eso de alguien que ha dedicado varias décadas de su vida a la política es, si cabe, más meritorio. José Macías, el político grancanario fallecido hoy a los 91 años después de una dilatada trayectoria dedicada a la vida pública, se ganó ese elogio a pulso. Cuando sus compañeros y adversarios empezaron a refugiarse en los despachos y en los aparatos de partido, José Macías ignoró esa parafernalia y siguió haciendo política de la única forma que sabía y quería: escuchando las inquietudes de los ciudadanos e intentando aportar su grano de arena para resolver todo aquello que estuviera en su mano.

Sus críticos siempre vieron en esa forma de desempeñarse una suerte de populismo y paternalismo, aunque en el fondo tengo para mi que envidiaban su empatía y su pasmosa capacidad para conectar con los ciudadanos. Eso se reflejaba, obviamente, en las urnas y era en realidad ese hecho el que molestaba incluso a sus propios compañeros de partido por no hablar de sus contrincantes. Macías nunca fue un político al uso, para él los argumentarios con las posiciones del partido que otros se aprenden de carrerilla y repiten como loros allá en donde se les pregunte, eran algo que no iban ni con su forma de ser ni con su idea de la actividad política.


No tuvo miedo de ser políticamente incorrecto ante lo que pensara o dijera su partido, lo cual no fue óbice para que defendiera sus ideas con convicción sin sentirse en ningún momento en posesión de la verdad revelada: escuchaba y respetaba las posiciones de los demás y jamás las descalificó ni insultó a sus rivales. Los periodistas que por motivo de nuestra profesión tenemos que relacionarnos con la clase política, valorábamos su disponibilidad, su amabilidad y su elegancia: en donde otros ponían mala cara, se escondían o salían por peteneras ante nuestras preguntas, en Macías no encontrábamos nunca un mal gesto, un no por respuesta o una palabra más alta que otra.

De él hemos hecho los periodistas muchos chistes a  propósito de su pasión por acudir a los bautizos, bodas y funerales de los que tuviera conocimiento. Era una de sus fórmulas  - ¡Hola, soy el senador Macías, cómo está! -  para acercarse a la gente y compartir con ella en los momentos clave de sus vidas, acompañarla, felicitarla o condolerse con ella. Que entre sus objetivos estuviera también conseguir sus votos creo que no desmerece un ápice el carácter humano y bondadoso del político hoy desaparecido.

No quisiera caer en el ditirambo pero no creo que sea exagerado decir que José Macías, con sus luces y sus sombras como cualquier ser humano, ha sido una suerte de espíritu libre de ataduras partidistas que concibió y ejerció la política como un servicio a los demás en el sentido más literal de la expresión, es decir, de manera personal, cercana y directa. 

Dudo mucho de que en los tiempos actuales y con el encanallamiento de la política hubiera sitio para alguien como José Macías. Eso, al margen de que su naturaleza humana fuera de una pasta distinta y casi única y su concepción de la política no tuviera nada que ver con las capillas y las conjuras de los aparatos partidistas. No obstante lo anterior, los representantes de la llamada “nueva política” que se consideran los inventores de la rueda y el fuego, tienen mucho que aprender de José Macías, un político que, ante todo fue buena persona, pero que, además, pisó de verdad la calle. Descanse en paz.   

Un pacto para olvidar

El mejor pacto político posible para Canarias que hoy ha pasado a mejor vida ha sido, con diferencia, el más inestable que han tenido estas islas en mucho tiempo. Debe haber sido también el que más tiempo ha dedicado a apagar fuegos que nada tienen que ver con la gestión del interés público. Algún defecto congénito debía tener la criatura para que generara más discrepancias que coincidencias desde su nacimiento y se haya despedido entre reproches y estertores. Puede que fuera que los socios que lo han sustentado a trancas y a barrancas durante año y medio no estuvieran hecho el uno para el otro o, mejor dicho, uno puede que sí pero el otro no. CC aceptó este pacto que ha vendido como el mejor posible, porque no le terminaban de cuadrar las cuentas políticas con el PP, aunque con el apoyo de los tres diputados de la Agrupación Socialista Gomera sumara suficiente mayoría parlamentaria. También porque  pensaba que sería más cómodo gobernar con el PSOE y de hecho así tenía que haber sido, sobre todo a la vista de la capacidad de aguante que los socialistas han demostrado durante la mayor parte de lo que llevamos de esta convulsa legislatura.

Los socialistas ni se plantearon en junio del año pasado articular una mayoría parlamentaria alternativa que enviara a CC a la oposición. En un claro error de cálculo, un  PSOE sin liderazgo reconocido ha pretendido ahora explorar esa fórmula confiando en que la coyuntura nacional le sería favorable y se ha encontrado con las paredes de Ferraz y de Génova enfrente. Probablemente fue en ese intento de censurar a Clavijo cuando el PSOE selló la salida del Gobierno que ha firmado hoy el presidente. 


Sin embargo, en junio del año pasado y sin pensárselo mucho, el PSOE se entregó en brazos de CC y confió en que los nacionalistas cumplirían las cláusulas políticas del acuerdo, empezando por el pacto en cascada que ya se había incumplido en la legislatura anteriorEsa obsesión por extender el acuerdo regional a cabildos, ayuntamientos y pedanías ha supuesto un persistente dolor de cabeza para los socios del pacto, con los socialistas como los más perjudicados, y un guineo insufrible para una ciudadanía cada vez más indiferente ante estas trifulcas de vecindad. No obstante, las desavenencias no sólo han tenido que ver con quién gobierna en según qué ayuntamiento. La falta de entendimiento y de proyecto compartido entre los socios ha sido patente en asuntos de mucho más calado como el debate de la nueva ley del suelo y el control de legalidad del planeamiento urbanístico o en la gestión socialista de la sanidad pública abiertamente cuestionada por el propio presidente.  

Y sin ir más lejos, en el destino que debía darse a los 160 millones de euros del Impuesto sobre el Tráfico de Empresas, a la postre un regalo envenenado que ha terminado dinamitando el pacto.  Desde el momento en el que se supo que Canarias no tendría que devolver ese dinero al Ministerio de Hacienda, CC y el PSOE han mantenido una pugna sorda y soterrada primero y a voces después que ha terminado en el cese de los consejeros socialistas. Y todo eso, y aquí viene lo más esperpéntico, después de haberse puesto de acuerdo sin muchos problemas sobre cómo distribuir más de 7.000 millones de euros del presupuesto autonómico del próximo año.


Los socialistas ya habían protagonizado desplantes suficientes como para que el cese se hubiera producido hace un mes y los ciudadanos nos hubiéramos evitado esta agonía política. Me refiero al inexplicable abandono del Consejo de Gobierno por parte de los consejeros del PSOE – reiterado hoy - y al voto con la oposición en el Parlamento que, sin embargo, no condujeron a lo que hubiera sido lógico, normal y responsable en un partido como el PSOE: abandonar el gobierno y dar por roto el acuerdo.

La necesidad de la ex vicepresidenta Hernández de permanecer en el Gobierno para no poder comba en la pugna por liderar el PSOE canario y el miedo a aparecer como el dinamitador del acuerdo y a tener que gobernar en minoría por parte de CC, han aplazado más allá de todo lo razonable y admisible el fin de una crisis permanente que ha hecho un enorme daño a la imagen del Gobierno de Canarias. Una lección cabe extraer de la penosa historia de este pacto de desencuentros y es que la aritmética parlamentaria no lo es todo en las relaciones políticas: si no hay proyectos medianamente afines para sustentar un acuerdo de gobierno estable y cohesionado o si ni siquiera hay proyecto claro ni nadie con capacidad suficiente para liderarlo, el fracaso está garantizado. En política, lo que parece que suma en realidad también puede restar.  

La ira de Aznar

Aunque creo que ha dejado el vicio, no me extrañaría que Rajoy haya encendido un buen veguero para celebrar como se merece que su padrino Aznar haya renunciado a la presidencia de honor del PP. Se acabó por fin la brasa insufrible de sermonearme a toda hora con lo que debo hacer y pensar sobre la economía, los impuestos, Cataluña o el partido, habrá dicho para sus entretelas el gallego. De Rajoy sabemos que ya le pueden hacer cosquillas en las plantas de los pies que no moverá un solo músculo de la cara. A las críticas de Aznar, eternamente enfurruñado y de mala uva, Rajoy ha respondido con el desdén del silencio o como quien oye llover plácidamente en Pontevedra. Todo lo contrario del vallisoletano,  incapaz de expresar sus puntos de vista sin torcer el gesto y mascullar las palabras como si hablara para su camisa y no para quienes le escuchan.

Ahora bien, que Rajoy parezca una estatua del Museo de Cera y que las críticas parezca que no le afectan no quiere decir que la procesión no vaya por dentro. Aznar fue y sigue siendo el “presidente” para la derecha carpetovetónica nacional,  la misma para la que Rajoy no es más que “Maricomplejines” – Jiménez Losantos dixit. Junto con eso, que alguien que te eligió a dedo para ser su heredero político te esté tirando casi a diario de las orejas no debe ser tampoco plato de buen gusto para nadie, ni siquiera para el aparentemente inconmovible Rajoy.



Sin embargo, y aunque lo disimulen muy bien los dirigentes del PP cantando ahora las excelencias políticas de Aznar, lo cierto es que al partido le viene de perlas que este Pepito Grillo de la derecha más caduca pase a la condición de simple militante. En el imaginario de la mayoría de los españoles Aznar aparece con los pies sobre la mesa junto a Bush y sus compiches, en el trío de las Azores o mintiendo a los españoles sobre los atentados de Atocha. Es también, aunque los populares canten sus bondades económicas, el responsable político de la burbuja inmobiliaria que ha provocado la peor crisis vivida en décadas en este país; y al mismo tiempo es el que hablaba catalán en la intimidad con Pujol y el que invitó a la boda de su hija a la flor y nata de la trama Gürtel.

Por eso, cuanto menos le recuerden los españoles y cuantas menos homilías haya que soportar sobre lo que debe hacer o dejar de hacer el Gobierno del PP, mucho mejor para los populares. Aunque temo que se equivoquen si dan por hecho que este martillo de herejes no les seguirá leyendo la cartilla cada vez y tenga oportunidad. Renunciar a la presidencia de honor del PP le deja las manos libres para arremeter contra Rajoy o contra quien estime conveniente y con la dureza que estime conveniente. A su servicio tiene la fundación FAES, a la que ya ha desconectado del PP, y hasta la posibilidad de fundar un nuevo partido a la derecha de la derecha.

De naturaleza política rencorosa, Aznar no se va a retirar de la primera línea así como así ni va a perdonar que Rajoy y el PP hayan ignorado las reiteradas críticas y recomendaciones de un hombre que se siente imbuido de la verdad absoluta e inapelable. Haría bien Rajoy en apurar su puro e irse preparando para las embestidas aznaristas que seguramente le estarán esperando a la vuelta de la esquina y que, esta vez sí, puedan terminar obligándole a romper el silencio sobre su arrogante padrino político. 

Ladrones de banco

En una sola sentencia el Tribunal de Justicia de la Unión Europea ha propinado hoy una sonora bofetada judicial doble a España. La primera a los avariciosos bancos españoles – perdón por la redundancia – a los que obliga a devolver hasta el último céntimo de las cláusulas suelo de las hipotecas. El Banco de España, de cuyos cálculos me fío menos que de una escopeta de feria a la vista de los números que hizo sobre Bankia, estima que el roto superará los 4.000 millones de euros. Otras estimaciones elevan la cifra hasta los 30.000 millones sobre la base de calcular 3.000 euros anuales de media  por los dos millones de hipotecas con cláusula suelo firmadas en España desde 2009 apróximadamente.

Fue entonces cuando la burbuja inmobiliaria reventó y los bancos idearon el truco del almendruco de la clausula suelo para guardarse las espaldas  ante posibles bajadas del Euribor y seguir sangrando a sus clientes. Sinceramente, confío en que la cifra no sea tan elevado porque de serlo no tardaría Rajoy en personarse en Bruselas para pedir un nuevo “no rescate” de los bancos españoles a bajo interés y, por supuesto, sin cláusula suelo. En cualquier caso no aconsejaría yo a nadie que abriera el champán para celebrar este fallo.

El descosido es grave como se ha reflejado ya en las cotizaciones de los bancos que más han abusado de las cláusulas suelo. Y aunque ya las entidades habían proveído fondos temiendo el varapalos, no firmaría yo en ningún lado que no se disparen ahora las comisiones, los intereses de los préstamos y otros peajes bancarios para cuadrar los balances y resarcirse del golpe. Eso sin contar con que los bancos no van a soltar un solo euro de oficio, de manera que quien quiera cobrar tendrá que ganárselo en los juzgados.


La sentencia también es una bofetada sin precedentes en plena cara del Tribunal Supremo español. Esta alta instancia judicial había fallado en mayo de 2013 que las cláusulas suelo son nulas pero, en una sorprendente pirueta, establecía que los bancos sólo tenían que devolver lo cobrado a partir de esa fecha y no desde el momento de la firma de la hipoteca. En otras palabras, que todo lo cobrado hasta ese momento bien cobrado estaba y aquí paz y después gloria. Si los magistrados que redactaron esa sentencia tuvieran un mínimo de vergüenza torera ya deberían haber  tirado la toga y las puñetas a la basura y haberse ido a casa abochornados.

Incluso alguien que no haya pisado nunca una facultad de derecho se preguntaría cómo se puede considerar que la cláusula de un contrato es nula pero sólo por un tiempo, es decir, a partir de determinada fecha y no desde el momento mismo de la firma del compromiso. Pues, para asombro general,  los magistrados del Supremo actuaron más como miembros del consejo de administración de un banco que como defensores de la Ley y fallaron que obligar a los bancos a devolver todo el dinero de las cláusulas suelo ponía en peligro el sistema financiero.

Se me agota la capacidad de asombro ante el privilegiado trato político, económico y hasta judicial que se dispensa en España a los bancos, algo que dudo tenga parangón europeo. Mientras ellos no han dejado de desahuciar y embargar desde que se vino abajo el tinglado del ladrillo, los españoles hemos pagado a escote su rescate millonario, nos hemos tragado sus abusivas cláusulas suelo para acceder a una vivienda y hemos comprado sus participaciones preferentes opacas y sus acciones de Bakia bichadas.

Ninguno de los principales responsables de todo eso está entre rejas, en gran parte, porque todo eso se ha perpetrado con la connivencia, la complicidad y hasta el aplauso en ocasiones del Gobierno, del Banco de España y, como en el caso de las cláusulas suelo, incluso de la Justicia. Por primera vez en mucho tiempo y espero que sirva de precedente, me siento orgulloso de una institución de la UE: su Tribunal de Justicia ha dado una lección de justicia a España y a quienes anteponen los intereses privados al derecho y al bien general. 

¿Y después de Berlín?

Cambian los métodos y las herramientas pero no cambia la esencia cruel del terror: infligir dolor y muerte para imponer las ideas y creencias propias y destruir las de las víctimas. Junto a una iglesia berlinesa milagrosamente en pie a pesar de los bombardeos aliados en la Segunda Guerra Mundial, los terroristas lanzaron anoche un camión contra una multitud pacífica que visitaba un mercadillo navideño. El balance, doce víctimas mortales y casi medio centenar de heridos. Además de la implicación simbólica del lugar elegido para la masacre, el atentado de anoche en la capital alemana es muy probable que tenga también graves repercusiones políticas.

En Alemania, Francia y Holanda se celebrarán el año que viene elecciones generales en un clima de polarización social y política ante el reto de la inmigración y el drama de los refugiados, al que Europa ha respondido de la manera más cicatera y decepcionante imaginable. En el Reino Unido, en donde no hay elecciones pero en donde el triunfo del brexit ha disparado los episodios de xenofobia, la derecha nacionalista no ha tardado en echar las culpas del atentado de anoche a la canciller Merkel.


Es en ese clima social y político enrarecido y potencialmente explosivo que empieza a respirarse en varios países de Europa en donde pesca votos una ultraderecha xenófoba y racista, cuyos líderes parecen alegrarse de que mueran inocentes a manos de bárbaros terroristas si eso refuerza sus mensajes de odio y exclusión. Sin embargo, frente a la amenaza combinada del terrorismo yihadista y el ascenso de la ultraderecha, los gobiernos democráticos europeos y las instituciones comunitarias siguen sin ser capaces de articular una política medianamente común con la que hacer frente a esos dos peligros.

La reacción más común parece ser atrincherarse dentro de las fronteras propias para cada cual hacer la guerra por su cuenta como si se estuviera enfrentando un problema nacional y no global que afecta a la seguridad del continente y a los valores y libertades democráticos. Esa respuesta medrosa e ineficaz es precisamente la que conviene a los fines de los terroristas que, poco a poco, ven como van deteriorando el consenso social y exacerbando las reacciones políticas e institucionales ante sus ataques.

Por desgracia, lo que ocurrió anoche en Berlín puede volver a ocurrir en cualquier momento en otra ciudad europea como ya ha ocurrido en dos ocasiones en París o en Bruselas o en Madrid o en Londres. A pesar de las veces y de la saña con la que el terrorismo ha golpeado en Europea y de las veces en las que la policía ha conseguido conjurar nuevos atentados, las capitales europeas y Bruselas siguen siendo manifiestamente incapaces de sentar las bases de una política antiterrorista común. Nadie dice que sea sencillo pero el reto al que se enfrenta Europa requiere aparcar de una vez las diferencias y los eventuales recelos y acordar conjuntamente medidas policiales, sociales, económicas e incluso militares si fuera el caso para al menos minimizar la amenaza que se cierne sobre Europa.

Y todo eso se debe hacer, además, sin afectar o afectando lo menos posible a las libertades y derechos políticos que son el santo y seña del sistema democrático occidental. Alcanzar ese imprescindible acuerdo no garantiza la inmunidad ante el terrorismo dado que, como es sabido, el riesgo cero no existe. No alcanzarlo o al menos no intentarlo sí da pie para preguntarse cuándo y dónde volverá el terror a mostrarse en todo su cruel esencia. 

Alepo, otra vergüenza mundial

Si hay alguien que sepa qué es, quiénes la forman y a qué se dedica la llamada “comunidad internacional”, le ruego que lo explique. Mientras no me demuestren lo contrario, estoy convencido de que esas dos palabras, colocadas una detrás de la otra, sólo expresan una idea vacía de cualquier tipo de contenido real y efectivo. Es más, no me cabe duda alguna de que esa expresión no es más que un trampantojo político para que algunos laven su conciencia haciéndonos creer en algo que no existe ni tiene visos de existir ni a medio ni a largo plazo.

Si hubiera existido la tal comunidad internacional seguramente no se hubieran producido los genocidios de Ruanda o Srebrénica, por mencionar sólo un par de casos relativamente cercanos en el tiempo. Ni se estaría produciendo el que a esta hora puede estar ocurriendo en la ciudad siria de Alepo. Una comunidad internacional merecedora de verdad de ese nombre, con capacidad real para decidir y ejecutar sus decisiones por encima de intereses económicos y geoestratégicos de sus miembros, habría intervenido a tiempo en los conflictos que dieron pie a esas masacres y las habrían impedido o al menos aminorado.

Lo que ocurrió en aquellas ocasiones y lo que está ocurriendo ante la situación actual en Alepo se parecen como dos gotas de agua: pasividad, indiferencia, ineficacia e hipocresía a partes iguales mientras miles de inocentes perecen masacrados a manos de sus verdugos. Ni la ONU ni la UE ni las grandes potencias con capacidad para influir en el curso de estos acontecimientos que nos degradan como especie supuestamente racional pueden o quieren hacer nada para evitar el sacrificio inútil de decenas de miles de inocentes.


La ONU debería disolverse más pronto que tarde en lugar de continuar controlada por un Consejo de Seguridad en el que las grandes potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial más China siguen imponiendo sus vetos sobre los asuntos que les afectan directamente a ellas o a sus aliados. En el caso de Alepo es flagrante el comportamiento criminal de Rusia, que ha vetado hasta hoy todas las resoluciones encaminadas a permitir que al menos se abriera un corredor humanitario que permitiera a la población civil de Alepo escapar de los bombardeos inmisericordes del brutal régimen sirio apoyado por Moscú y Teherán.

En cuanto a la Unión Europea, los 1.500 millones de euros que cuesta su política exterior deberían destinarse a fines más útiles que los de soportar una superestructura prescindible por ineficaz e irrelevante en el ámbito internacional. Produce indignación escuchar a los fariseos jefes de estado y de gobierno de la Unión darse hipócritas golpes de pecho ante la situación humanitaria en Alepo, mientras llenan de vallas las fronteras, endurecen las leyes contra el derecho de asilo y remolonean en la acogida de refugiados. Todo eso mientras la xenofobia y el racismo empiezan a campar por sus respetos a través de partidos políticos alimentados por una política desnortada y mezquina de quienes ahora derraman lágrimas de cocodrilo.

Y en cuanto a las potencias mundiales, con Rusia del lado de los verdugos en Siria, nada cabe esperar tampoco de Estados Unidos. Barack Obama pasará a la historia como el presidente que salió tan escaldado de Afganistán e Irak que en el caso de Siria ha preferido mirar para otro lado y dejar que rusos, sirios e iraníes no dejen piedra sobre piedra en Alepo ni nadie que no le sea leal al régimen de Damasco para contarlo. También el saliente presidente norteamericano derrama estos días lágrimas de cocodrilo mientras su secretario de estado corre de acá para allá como un pollo sin cabeza para arrancar ridículas treguas de los rusos que al día siguiente quedan en papel mojado mientras continúa la matanza hasta el exterminio total. Y como corolario, casi como causa y efecto de todo lo anterior, una población occidental que se escandaliza un minuto por las imágenes de televisión sobre Alepo y al minuto siguiente lo olvida para brindar por la Navidad y la paz en el mundo. 

Apadrina una autopista

Aunque alcalde de profesión, Íñigo de la Serna presenta buenas maneras. Nada más llegar al Ministerio de Fomento ha demostrado tener el Primer Amiguito del capitalismo de amiguetes bien aprendido. Hasta el momento – y no creo que cambie -  se está mostrando como un aventajado discípulos de los grandes ideólogos para los que la gestión pública es y será siempre derrochadora e ineficaz y la privada el crisol de todas las virtudes. En consecuencia, y para que las cosas vuelvan a su estado natural y lógico, hay que hacer que lo público pase a la categoría de insignificante y lo privado asuma todo el campo de juego para su lucro y placer.

Dos asuntos serán suficientes para ilustrar que nuestro ministro es un hacha de la gestión como mandan los cánones del liberalismo de libro. El primero es la lección número uno del manual: si una empresa da beneficios hay que privatizarla sin perder tiempo. Es el caso de AENA, la empresa aún mayoritariamente pública que gestiona la red de aeropuertos en España. Ana Pastor, la antecesora del ministro santanderino, puso en manos privadas el 49% de las acciones a un precio de saldo en comparación con el del mercado. 



Nada más sentarse en el sillón de mando, de la Serna anunció la intención de desprenderse de un porcentaje aún por decidir del 51% que conservó el Estado, no vaya a ser que a la parte privada no le resulte lo suficientemente dulce la mitad del pastel que obtuvo en almoneda. Con AENA mayoritariamente en manos privadas, ya se pueden ir preparando para la excursión por todas las tiendas de los aeropuertos antes de que se les permita subir al avión. Por no hablar de lo que puede pasar en lugares como las islas canarias no capitalinas, para algunas de las cuales el avión es casi el único medio de no quedar prácticamente aisladas. Eso sí, pidiendo disculpas por vivir en una isla y solicitar humildemente que los precios de los billetes aéreos no salgan más caros que cenar langosta y beber champán todas las noches en Maxim’s de París.

La segunda lección del manual dice que las pérdidas de los negocios privados ruinosos avalados con dinero público deben socializarse, es decir, meter la mano en el bolsillo de los ciudadanos para pagar el estropicio. Después, cuando con dinero de todos los hallamos puesto de nuevo en pie, se los volvemos a vender a los amiguetes a precio de saldo. Ocurrió en su momento con el rescate de los bancos y va a volver a ocurrir con  las autopistas de peaje quebradas que nos van a costar unos 5.500 millones del ala.

El caso arranca en los años dorados de la burbuja inmobiliaria con Aznar, Álvarez Cascos y Aguirre cortando cintas de la noche a la mañana. Entonces se tiró la casa por la ventana y se dio por sentado que los conductores serían tan memos que  pagarían para circular por una autopista colapsada antes que por una pública y gratis o, en el peor de los casos, por una carretera secundaria.Todas esas carreteras se hicieron con créditos bancarios avalados por el Estado para el caso de que las cuentas no salieran y el negocio fracasara, como de hecho ha ocurrido.


Las concesionarias de las autopistas han entregado la llave al banco y este – que arriesgó el crédito sabiendo que si no pagaban las empresas lo haríamos los contribuyentes -  ha reclamado el aval al Estado. Y en esas estamos, a punto de desembolsar un pastizal para enjugar las pérdidas de los florentinos y compañía, mientras Fomento lleva tres décadas racaneando unos míseros cientos de millones para acabar la carretera de La Aldea (Gran Canaria). Uno se pregunta – y supongo que ustedes también – por qué demonios el Estado tiene que avalar con dinero público negocios privados que terminan en la ruina por falta de previsión o por exceso de electoralismo.

Ya sé que, tratándose de España, es casi una pregunta retórica pero lo cierto es que en países como Estados Unidos – paraíso terrenal del liberalismo - tal responsabilidad patrimonial no existe. Por tanto, quien quiera arriesgar su dinero tiene que aquilatar bien la relación entre costes y beneficios antes de lanzarse a la aventura de la inversión.  Esa lógica no rige en España, en donde los contribuyentes pagamos de nuestros bolsillos bancos baldados de ladrillo, aeropuertos para las personas, estaciones de AVE en pueblos de una veintena de vecinos y ahora, además, apoquinamos para apadrinar autopistas de peaje por las que nunca hemos pasado ni es probable que pasemos en la vida. No somos más simples y bobos porque no entrenamos lo suficiente.   
  

El monotema

Confienso que tengo la cachimba a punto de rebosar con el monotema catalán. No tanto porque la reivindicación soberanista me parezca más antigua que la abuela de Matusalén como por el eco desmesurado que encuentra este asunto en la mal llamada prensa nacional. Si a Puigdemont le da por retocarse el corte león el acontecimiento merece cinco columnas y editorial con llamada en primera bajo el título “Puigdemont se salta la Constitución”.  Si Junqueras bufa, la prensa de Madrid rebufa, y si la CUP truena,  en la Villa y Corte relampaguea. Si un par de descerebrados queman unas fotos del rey se aseguran el minuto de oro de todos los telediarios y si un diputado nacionalista catalán le pregunta en el Congreso a Rajoy por el referéndum, la respuesta del presidente abrirá todos los informativos y se acompañará de las reacciones de la oposición y del comunicado de la Hermandad de Bedeles Unidos de las Cortes y la Casa Real.

Me deja boquiabierto la legión de economistas, analistas, politólogos, sociólogos, historiadores, escritorólogos y políticos en activo o en retirada que en cuestión de minutos mojan la pluma y escriben sesudos artículos de fondo sobre el problema catalán, apenas alguien se resfríe en Manresa o estornude en Vic. Todos analizan los antecedentes, consecuentes, referentes y remanentes del asunto, exploran a conciencia las visceras del caso para averiguar si los dioses les serán propicios y concluyen generalmente en que esto no lo arregla ni el médico chino y menos Mariano Rajoy.


Yo comprendo que el “problema catalán” apasione en Madrid pero opino que la atención informativa es desproporcianada y dudo mucho de que la pasión sea la misma en Murcia, Extremadura o La Rioja, por citar sólo tres ejemplos. Para la prensa capitalina, en esas comunidades nunca pasa nada que merezca su atención y, si pasa, lo más que aparecerá será una gacetilla en página par, abajo y a la izquierda en donde hasta Sherlock Holmes tendría problemas para encontrarla con su lupa. Salvo que sea un asunto en el que corra la sangre y esté presente el sexo, lo que ocurra más allá de Madrid o de Barcelona literalmente no existe para los medios de ámbito nacional. Es exactamente el mismo criterio que aplican a la información futbolística, volcada hasta la náusea en un par de equipos y en un par de jugadores mientras el resto apenas alcanza la categoría de meras comparsas.  

La prueba de todo lo anterior la tenemos hoy mismo: no intenten encontrar en los principales medios de tirada nacional alguna reseña o gacetilla suelta relativa a la admisión ayer a trámite en el Congreso de la reforma del Estatuto de Autonomía de Canarias porque no la van a encontrar.  De hecho, ni los ministros se dignaron acudir a la sesión plenaria y Ana Pastor presidió el pleno porque no consiguió cita con el dentista y no tenía nada mejor que hacer a esa hora de la tarde. De haber sido el catalán el estatuto a reformar llevaríamos meses dándole vueltas y hoy se habría emborronado papel suficiente para empapelar dos veces el Congreso de los Diputados.  

También es verdad y justo es admitirlo, que Canarias está miles de kilómetros de Cataluña, nadie en Madrid habla guanche en la intimidad y del mundo es conocido que somos un vergel de belleza sin par con seguro de sol, vamos con taparrabos mientras nos divertimos tirándonos cocos a la cabeza y nos ponemos tibios comiendo patatas con piel. Si además nuestras ventajas fiscales nos dan para atar los perros con chorizos de Teror y para hacer una manifestación medianamente presentable hay que convocarla con citación judicial, ya me dirán ustedes qué caso nos pueden hacer ni qué eco mediático va a tener nuestra verdadera realidad más allá de la Punta de la Isleta. Mientras todo eso no cambie, Puigdemont y compañía seguirán copando las portadas y el resto nos tendremos que conformar con aparecer en la información meteorológica. 

Fátima a las seis

La ministra de Empleo quiere mandar a los curritos españoles a casa a las 6 de la tarde, supongo que una hora antes en Canarias o habría que denunciar inmediatamente el agravio comparativo. Sin encomendarse ni a Dios ni a la virgen del Rocío, Bañez soltó en la Comisión de Empleo del Congreso algo que ya había dicho en campaña su jefe Rajoy allá por el mes de junio, cuando se batía el cobre en la segunda campaña electoral del último año. Y no sólo Rajoy, también la había reclamado Ciudadanos y el PSOE y los sindicatos y hasta el repartidor de pizzas. Que los horarios laborales en España son un disparate mundial y que, para mayor escarnio, la hora oficial peninsular sigue aún ajustada a la del Berlín nazi es algo que ya se sabe hasta en el Polo Norte.

Sin embargo, nada se ha hecho nunca para remediar eso ni por parte del Gobierno ni de las empresas ni de los propios sindicatos. Así pues, no descubre nada la ministra ni aporta nada nuevo a uno de esos debates cansinos y guadianescos a los que somos más adictos en España que a dormir la siesta, causa, según algún estirado medio inglés, de todos los males de la economía patria. En realidad, la propuesta de Báñez equivale a agarrar el rábano por las hojas para no entrar en el fondo de la cuestión, la que verdaderamente importa: la reforma laboral. Ella es la principal culpable de que conciliar vida familiar y laboral sea hoy una quimera, en tanto  promueve la contratación temporal y fomenta la realización de cantidades industriales de horas extraordinarias que en su gran mayoría ni siquiera se abonan a quienes las trabajan.

Se trata, además, de una reforma que desequilibró en perjuicio de los trabajadores la negociación colectiva, el ámbito natural para que empleados y empresarios pacten las condiciones de trabajo, incluidas las relativas al horario. Por eso, la grandilocuente propuesta de la ministra apelando a un pacto nacional resulta algo forzada y fuera de lugar. Hay, no obstante, algo mucho más complicado de cambiar que la reforma laboral si queremos acabar algún día con una jornada de trabajo de sol a sol aunque eso no nos haga más productivos que nuestros vecinos europeos.

Es la arraigada cultura laboral de un país en el que quien se va a casa antes que el jefe es un gandul merecedor de entrar en la lista del próximo expediente de regulación de empleo. Esto nos lleva a pasar horas y horas en el puesto de trabajo perdiendo literalmente el tiempo sin aportar nada a la empresa, sólo nuestra sin par presencia de currito abnegado.

A la ancestral costumbre de pasarnos media vida en el curro, hay que añadir la no menos arraigada desconfianza en el trabajo en casa que permiten las nuevas tecnologías de la información que, sin embargo, sí usan cada vez más las empresas para mantener al trabajador siempre atado a sus obligaciones laborales. Con todos estos ingredientes más lo que supone ser un país turístico y los horarios que ese hecho implica,  tenemos una radiografía de la jornada laboral en España mucho más compleja y que va mucho más allá de la hora a la que plegamos que tanto preocupa a Báñez.

Variaciones sobre el ITE

Si entre las obligaciones de cualquier gobierno figura la de priorizar en qué se quiere gastar el dinero público, no se puede negar que el Gobierno de Canarias tiene claras cuáles son sus prioridades para emplear los 160 millones de euros del malhadado Impuesto sobre el Tráfico de Empresas. Que esas prioridades coincidan con las necesidades de la mayoría de la población de estas Islas es algo mucho más cuestionable y discutible. Y en eso, en discutir cómo y en qué se gastan los 160 millones de marras, llevamos ya más de un año en el que no sólo no hay acuerdo sino que el desacuerdo es cada día mayor.

Lo que se celebró justamente como una inyección económica para unas arcas públicas necesitadas de recursos después de años de recortes, se ha terminado convirtiendo en un serio problema político y en causa de enfrentamiento interinsular  lo cual, si cabe, es aún mucho más grave. Las responsabilidades del dislate en el que se ha convertido la distribución del extinto impuesto son compartidas entre instituciones y partidos políticos. Quien más y quien menos ha echado su cuarto a espadas para enredar algo que se hubiera resuelto sencillamente con solo añadir ese dinero a los presupuestos de la comunidad autónoma y asignarlo a unos servicios públicos sacrificados en el altar del sacrosanto déficit público.
 
En lugar de optar por esa fórmula se eligió la de poner los territorios por encima de la población y de sus necesidades y, como era de esperar, surgió la polémica que parece lejos aún de remitir. Los cabildos de las cinco islas beneficiadas por esa opción se han aferrado a una fórmula que les asegura una lluvia de millones con la que no contaban y con la que podrán pagar facturas atrasadas y emprender obras cuya necesidad social habría al menos que discutir.

De los dos cabildos perjudicados en el reparto, los dos de las islas capitalinas en donde reside el 80% de la población y se registran los mayores problemas sociales, uno se proclama el rey de la solidaridad con las islas pequeñas aunque salga mal parado y el otro se presenta como la víctima de una fórmula que considera una afrenta a las necesidades de su isla. Ni que decir tiene que el color político de cada uno de los cabildos determina en buena medida las respectivas posiciones en este descomunal despropósito en el que se ha terminado convirtiendo el dinero del ITE.

En medio del rebumbio sólo faltaba que el Gobierno se partiera un poco más en dos:  eso es precisamente lo que ha ocurrido con la espantada de los consejeros socialistas que  se han declarado en rebeldía al descubrir de la noche a la mañana que la opción de sus socios es “clientelar” y “ territorial” y no atiende a las necesidades del grueso de la población. La inesperada postura de los consejeros socialistas, no obstante, parece responder más a un cálculo político de última hora para tensar la cuerda del pacto y forzar así a sus socios nacionalistas a firmar los decretos de destitución.

Sin embargo, que la triple paridad seguía latente como fórmula de reparto del dinero del ITE era algo que caía por su propio peso, independientemente de que se la bautizara pomposamente como Fondo  de Desarrollo Económico de Canarias y aspirara nada menos que a cambiar el modelo productivo del Archipiélago. Se impone pues una rectificación por parte de todos, pero empezando por el presidente del Gobierno de Canarias y por CC como principales inspiradores de este enredo absurdo que sólo ha conseguido crear un problema de lo que aún puede y debe ser una solución para las múltiples necesidades que tienen estas islas. Todo pasa simplemente porque hagan coincidir sus prioridades con las necesidades de los ciudadanos: no es tan difícil si hay voluntad y priman los intereses de la mayoría sobre las conveniencias políticas de unos y de otros.     

Aterriza como puedas

A quienes advertimos hace dos años de que no pasaría mucho tiempo antes de que el gobierno español pusiera en almoneda la mayoría de las acciones de AENA, los hechos llevan camino de darnos la razón. Por desgracia, porque hablamos de poner el interés general en manos del interés privado y vender al mejor postor una de las últimas perlas de la corona pública de este país, la red de aeropuertos nacionales. La operación aún no se ha definido pero las intenciones del nuevo ministro de Fomento son bastante claras: explorar todas las posibilidades sobre el futuro de AENA incluyendo la de que el Estado se desprenda del 51% de las acciones que se reservó en la privatización que impulsó Ana Pastor en 2014.

Entonces, el Gobierno y sus corífeos intentaron convencer a los ingenuos y despistados de que el interés público primaría sobre el privado porque el Estado mantenía el control mayoritario de la empresa. Así y todo, el proceso de privatización del 49% de la compañía fue de todo menos transparente y el dinero que ingresaron las arcas públicas por desprenderse de casi la mitad de las acciones de AENA quedó muy por debajo del precio de la compañía en el mercado. En otras palabras, un negocio redondo para las empresas privadas que se hicieron con el pastel y que ahora nos obligan a pasar por las tiendas de tabaco, licores y perfumes de los aeropuertos para acceder a las salas de embarque.


Pronto se ha cansado el Gobierno de defender el interés público si, por lo que parece, empieza ya a preparar los trámites para quedarse en minoría y que sea el sector privado el que haga y deshaga en función de la cuenta de resultados. El argumento que esgrime ahora Fomento para vender AENA es que eso le permitirá ganar competitividad “en el exterior”. Confieso que he tenido que leer varias veces la información para convencerme de que no había un error: a Fomento la importa más que las empresas que se queden con AENA ganen dinero en el extranjero que la gestión pública de una red aeroportuaria por la que transitan cada año buena parte de los casi 70 millones de turistas que visitan España. Para un país como el nuestro, los aeropuertos son una infraestructura de trascendental importancia estratégica para la economía y la movilidad de los ciudadanos que no pueden quedar al albur de las leyes del mercado y de los consejos de administración.

Si hay un territorio en donde los planes de Fomento deberían haber encendido todas las alarmas ese es Canarias. Por los aeropuertos de las islas pasan al año casi 14 millones de turistas que representan un tercio de la economía regional y otro tanto del empleo. Por sólo citar un riesgo, una subida de las tarifas aeroportuarias para hacer caja espantaría a las compañías aéreas que no tardarían en llevarse a sus clientes a otros destinos sin pensárselo dos veces. Los aeropuertos canarios son, además, un elemento de cohesión social insustituible en tanto facilitan la movilidad interinsular de los ciudadanos. Atendiendo a la cuenta de resultados y al valor de las acciones, los aeropuertos de las islas menores pasarían a ser simples unidades de explotación deficitarias que no tardarían en ser eliminadas o reducidas a la mínima expresión.

Sin embargo, el riesgo que comporta un control privado mayoritario de nuestros aeropuertos apenas ha merecido algún tímido amago de reivindicar competencias sobre su gestión y un par de preguntas parlamentarias de las que se despachan en cinco minutos y no sirven para nada. El envite merecería que las fuerzas políticas y los agentes económicos y sociales, además de la sociedad en su conjunto, hubieran elevado ya la voz para oponerse con contundencia al riesgo que representa que los aeropuertos de Canarias queden cautivos de intereses privados. En lugar de eso perdemos tiempo y energías en las insufribles peripecias del pacto de gobierno, la triple paridad y el sunsun corda  mientras los asuntos de verdad trascendetales para estas islas siguen esperando que alguien tenga a bien ocuparse de ellos.  

Échame a mi la culpa

Si el PP no quiere convertirse en un obstáculo democrático debería afrontar una profunda regeneración que, en ningún caso, puede pasar porque la lidere alguien como Mariano Rajoy. Sin embargo, su reciente designación como único candidato a la presidencia del PP en el congreso de febrero es la muestra más fehaciente de que entre los objetivos del cónclave no está convertirse en un partido nuevo que, frente a la corrupción, no sólo presuma de que adopta medidas sino que las adopte de verdad. Las que impulsó en su etapa de mayoría absoluta fueron insuficientes y pacatas por mucho que a Rajoy y a los suyos se les llene la boca alabándolas. La actitud habitual del  presidente y de una inmensa mayoría de los cargos públicos y orgánicos del PP ante la corrupción en sus filas ha sido la de callar cuando no minimizar, individualizar y, sobre todo, recurrir al “y tú más”.

Confiando en un electorado que les es fiel aunque los casos de corrupción rodeen al mismísimo presidente, los populares se aferran a toda suerte de coartadas y atajos para justificar comportamientos intolerables en la vida pública. Pero pueden cometer un error de consecuencias fatales para su futuro si dan por hecho que sus votantes son eternos y que la vida política española no puede sufrir cambios que tornen en lanzas lo que hoy son cañas. Hace poco más de dos años nadie hubiera apostado porque hoy gobernara un partido en minoría y el escenario político se hubiera fragmentado como lo ha hecho, algo de lo que en buena medida el PP y el PSOE actuales son causa y efecto al mismo tiempo.


La desproporcionada reacción de los populares ante el fallecimiento de Rita Barberá es otro ejemplo, el más reciente, de que en su ADN no termina de instalarse la prudencia y la mesura cuando se trata de corrupción en sus filas o en las de los demás partidos. Inscribir en el martirologio popular a alguien a quien hace sólo dos meses se había obligado a abandonar el partido porque estorbaba a que Mariano Rajoy fuera investido presidente, es cínico y deja al descubierto una preocupante mala conciencia por parte de dirigentes como el portavoz Hernando.

Su reacción y la de Celia Villalobos acusando a los medios de “hienas” y de haber “condenado” a Barberá merece figurar por derecho propio en el libro de honor del despropósito político. Es cierto que, buscando notoriedad y negocio,  hay medios de comunicación que han confundido deliberadamente la crítica y la exigencia de responsabilidades políticas con el más absoluto desprecio a la presunción de inocencia.  Pero no han sido todos y, así como en el PP la inmensa mayoría de sus militantes, cargos públicos y orgánicos no son unos corruptos, tampoco todos los medios de comunicación han “mordido” a Rita Barberá o la han “condenado” a muerte.

Hay que rechazar tajantemente ese tipo de peligrosos mensajes porque detrás se puede esconder la inconfesable intención de que los medios se autocensuren y dejen de cumplir una de sus funciones primordiales en un sistema democrático: la crítica política y la denuncia de comportamientos incompatibles con la ética que se requiere en la vida pública.  Una prueba más de que el PP actúa en este y en otros asuntos por mero cálculo político y no por convicción democrática es el intento de rebajar los acuerdos sobre corrupción firmados con Ciudadanos a cambio del apoyo a la investidura de Rajoy. De buenas a primeras, el fallecimiento de Barberá le sirve al PP para disparar indiscriminadamente contra los periodistas y para rebajar un acuerdo sobre corrupción del que Rajoy presumió en su sesión de investidura.

Lo suyo hubiera sido intentar extenderlo al resto de las fuerzas políticas y consensuar a qué altura debe estar la barrera judicial para que alguien salga de la vida pública o siga en ella. Si el PP quiere hacer creíble su regeneración, aunque lo tiene muy difícil, debe empezar por acabar con la práctica de orientar el ventilador de la porquería en todas las direcciones menos en la suya. Exigencia que, por supuesto, es de aplicación al resto de las fuerzas políticas y que debe ir acompañada de una profunda reflexión sobre la respuesta que la sociedad y los medios dan a esta lacra: ¿es la corrupción un castigo divino consustancial a toda actividad política o es posible erradicarla de la vida pública si hubiera auténtica voluntad de hacerlo? Esa es la cuestión. 

Si te quieres dir...

Sospecho que CC y el PSOE no asistieron a los cursillos prematriomoniales antes de estampar sus respectivas firmas al pie del acta de sus esponsales. O eso o faltaron a clase el día en el que se explicaron las virtudes que deben presidir el sagrado sacramento de los matrimonios políticos: tolerancia, respeto, sacrificio y amor, cantidades industriales de amor para saber perdonar y aceptar los defectos y humanos errores de la otra parte contratante. Sobre esos pilares inmarcesibles se han levantado históricamente las grandes alianzas políticas de conveniencia hasta que las siguientes elecciones o la traición las han destruido y vuelto a levantar más adelante, o no. Hay que aclarar que las citadas virtudes deben ser escrupulosamente observadas por ambos contrayentes y no sólo por uno de ellos ya que eso da lugar a la situación en la que vive en un sin vivir permanente el pacto canario de gobierno.  

El año y medio que hace ya desde que CC y el PSOE decidieron compartir el mismo techo ha sido un continuo desasosiego y disgusto. Al día siguiente mismo de que los contrayentes se intercambiaran las arras, ya estaba la primera parte contratante haciéndole la vida imposible a la segunda parte: que si una patadita en las canillas en aquel ayuntamiento, que si una puñaladita trapera en un cabildo, ahora unas declaraciones en público poco favorecedoras de sus cualidades, después un yo me lo guiso y yo me lo como y no te digo nada y así, suma y sigue. La segunda parte contratante, mientras tanto, ha respondido con beatífica mansedumbre y ha contado hasta cien millones antes de elevar la voz.


Pero cuando lo ha hecho, no ha sido tanto para quejarse de la mala vida que le da la primera parte como para proclamar  lo bueno y beneficioso que es este matrimonio que deberíamos mantener per secula seculorum y más allá, digan lo que digan los demás, que cantaba Raphael. La primera parte también comparte en público lo bueno que es haber conocido a la segunda parte y haber ido con ella al altar, aunque eso no le impide hace manitas sin mucho disimulo con una tercera parte que aspira a sustituir a la segunda en cuanto se presente la oportunidad y la ocasión.

Dos millones de canarios siguen con pasión y capítulo tras capítulo un culebrón que a poco que nos descuidemos va a durar más que “Simplemente María” y “Ama Rosa” juntas. A diario se preguntan de dónde saca tanta paciencia como demuestra la segunda parte y concluyen que si el santo Job gastara picadura y militara en el PSOE ya se le habría rebosado la cachimba hace tiempo y habría decidido que es mucho mejor vivir solo que mal acompañado.

El nuevo capítulo de la saga que protagoniza esta desavenida pareja tiene como argumento principal un impuesto que está dando más guerra que los diezmos y primicias de la Iglesia y del que tengo la sensación que se lleva hablando desde la última glaciación sin que la madeja se desenrede. Disgustada la segunda parte con los criterios de la primera para gastarse las perras del impuesto, se ha levantado de la mesa del salón y ha dado un portazo alto y fuerte.

Yo, ciudadano al que le gusta estar al cabo de la calle y que ha seguido con atención digna de mejor causa las interminables discusiones de la pareja en cuestión, soy incapaz de predecir si esto que suena es devuélveme el rosario de mi madre y quedate con todo lo demás, lo tuyo te lo envío cualquier tarde, no quiero que me nombres nunca más. Tengo para mi que es más bien un si te quieres dir dite, que yo no te juleo respondido por un échame si te atreves que yo de aquí no me meneo. Y así, pasando y pasando el tiempo, la relación de nuestra pareja se parece cada día más al cruce de un diálogo de los hermanos Marx con una canción de Pimpinela.   

Fidel ante la historia

Los juicios apresurados tienen el riesgo de terminar en sentencias injustas y el buen jugador debe templar la pelota antes de repartir juego. Juicios con sentencias apresuradas condenando o absolviendo a Fidel Castro hemos podido leer decenas este fin de semana, pero que intenten al menos ser ecuánimes y tener en cuenta agravantes y atenuantes sólo unos pocos. Habida cuenta de que hay mucha gente que sólo sigue viendo en Fidel un dechado de virtudes políticas y humanas, cabe aclarar de antemano que, bajo mi punto de vista, el mandatario muerto ha sido un autócrata que durante más de cinco décadas ha sojuzgado las libertades políticas y los derechos humanos de todo un pueblo, el cubano.

Y eso, por mucho que se quiera, no se puede obviar ni justificar con la excusa de las circunstancias históricas, la resistencia ante el imperialismo estadounidense o los avances innegables en sanidad o en alfabetización registrados en Cuba. Porque los derechos sin pan son tan inútiles e injustos como el pan sin derechos y, por desgracia para ellos, los cubanos llevan más de medio siglo sin que les sobren de ninguna de ambas cosas. Castro no fue un demócrata no porque no le dejaran los Estados Unidos sino porque no quiso serlo.


La leyenda trenzada en torno a su numantina resistencia ante Estados Unidos se tambalea cuando se recuerda que no tuvo reparos a la hora de entregarse con armas y bagajes al imperialismo soviético, tan expansionista e intervencionista como su contrario. Con la ayuda muy interesada por razones geoestratégicas de la Unión Soviética, Castro apoyó las guerrillas latinoamericanas y africanas que – es justo reconocerlo – pusieron sobre el tablero internacional las miserables condiciones de vida en muchos de esos países y alimentaron esperanzas entre millones de desposeídos de todo el mundo. El líder cubano encabezó también un movimiento de países falsamente “no alineados” que, sin embargo, estaba mucho más cerca de las posiciones de Moscú que de las de Washington y que se usó de forma permanente como caja de resonancia de la política internacional soviética.

Con todo ello y con su innegable destreza para la estrategia política, el comandante consiguió distraer la atención y mantener a raya a su poderoso vecino mientras se perpetuaba en el poder hasta que la muerte lo ha separado definitivamente de él. Fue esa gigantesca e influyente proyección internacional y su innegable carisma, devenido en mito revolucionario mundial,  el que le granjeó a Fidel las simpatías y el apoyo acrítico de una izquierda occidental y de una burguesía nacionalista que, sin embargo, no dudó en mirar para otro lado y hacer oídos sordos ante la vulneración constante de las libertades y de los derechos humanos en Cuba.


Era la izquierda que pedía esas mismas libertades para los españoles pero que, mientras escuchaba y cantaba las canciones de Silvio Rodríguez o Pablo Milanés, no tenía nada que reivindicar para los cubanos, salvo tal vez que Fidel no muriera nunca. Y lo sé bien porque yo, como muchos otros, nunca quisimos dar crédito a las noticias sobre torturas, purgas, ejecuciones y destierros en Cuba ni creímos que debiera haber otro partido que no fuera el comunista o que debiera existir libertad de expresión y de prensa. Todo eso se tenía por burda propaganda yanki o en el mejor de los casos por decisiones dolorosas pero inevitables para defender la revolución de sus enemigos internos y externos.


Con todo, la muerte de Fidel Castro no es el fin del castrismo, al menos mientras su hermano Raúl mantenga las riendas del poder en sus manos. Por mucho que la presidencia que asumió hace diez años haya supuesto alguna tímida apertura política y económica, no hay ningún elemento de juicio que permita atisbar cómo será el futuro de la isla cuando Raúl Castro, que ya no es un jovencito llegado de Sierra Maestra, también desaparezca del escenario político. Por otro lado, la presencia de un personaje como Donald Trump al frente de los Estados Unidos abre si cabe más incógnitas sobre la posibilidad de que los cubanos puedan avanzar  de manera pacífica hacia un régimen político abierto en el que se respeten los derechos humanos y las más elementales libertades políticas y hacia una economía menos dependiente del exterior y capaz de satisfacer las necesidades del país. Aunque sí hay un riesgo cierto y es que, con la excusa de la necesaria democratización del régimen político, Cuba cambie su dependencia actual de China y Venezuela por la de Estados Unidos como ocurría hace casi seis décadas.

“La historia me absolverá”, dijo Fidel en su defensa cuando fue juzgado por el fracasado asalto al cuartel Moncada en 1953. Con sus luces y sus muchas sombras, la historia ya considera a Fidel desde hace tiempo una figura política clave e irrepetible en el devenir de la segunda mitad del siglo XX y no es – o no debería ser – función de los historiadores condenar o absolver a nadie. Esa es potestad exclusiva de los pueblos y son por tanto los cubanos, a la luz de la historia de más de cinco décadas de castrismo con todas sus consecuencias, los que tienen la última palabra. 

Vino un chino

Si por una escala de unas horas ha faltado el canto de un pelo para nombrar al presidente chino hijo adoptivo, por una visita de verdad le hubieran encargado el pregón de las próximas fiestas del Pino. Aún dudo si elegir la carpeta de lo esperpéntico, la de lo ridículo o la de lo patético para clasificar algunas reacciones mediáticas y políticas con motivo del rato que ha estado Xi Jimping en Gran Canaria mientras su nutrido séquito echaba una cabezada y le ponía queroseno al avión antes de continuar rumbo a casa. De todo eso un poco creo que ha habido en las carantoñas dispensadas al Gran Timonel quien, seguramente, habrá tenido que pedir ayuda a alguno de sus asesores para que le señalara en el mapa el lugar del mundo en el que tenía el honor de sentar sus posaderas.

Uno comprende que haya gente a la que se le hacen los ojos chiribitas pensando en que si una pequeñísima parte de los 1.300 millones de chinos que hay en China se le ocurre hacer turismo en Canarias, petamos los hoteles hasta en los años bisiestos y tendríamos que construir un resort con spa a los pies del Roque Nublo. También es de humanos soñar con grandes negocios portuarios a lomos del comunismo capitalista chino, que va por África y Latinoamérica arramblando con las materias primas para mantener sus chimeneas fabriles expulsando humo negro las 24 horas del día.


Todas esas ensoñaciones podrían tener alguna posibilidad de convertirse en realidad si al menos la escala hubiera sido una visita y la misma hubiera tenido una cobertura mediática internacional. Sin embargo, no me consta que, además del equipo médico habitual de la televisión comunista china y el Diario del Pueblo, figuraran en la expedición corresponsales del New York Times, el Times o el Pravda. Incluso tengo para mi que el propio presidente andaba un tanto azorado ante el desparrame político y mediático local que le acompañó desde su llegada hasta su marcha. Si se fijan bien en la foto en la que aparece repatingado en una silla a dos prudenciales metros de la vicepresidenta Sáenz de Santamaría de chaqueta políticamente correcta, notarán un gesto de incredulidad ante lo que ven sus ojos.

Tal vez por eso se dignó dejar un piropo sobre lo buenas que estaban las papas con mojo y los hermosos paisajes de la isla. Lo cual tiene mucho mérito si consideramos el hecho que todo el paisaje que pudo ver fue el  del aeropuerto al hotel, vergel de belleza sin par como todos sabemos. Es una lástima que viniera en régimen de todo incluido y no saliera del hotel para darse una vuelta por los múltiples centros comerciales próximos y comprara unos turrones de La Moyera y una botellita de ron miel para brindar con los camaradas en Pekin.

Y hablando de camaradas, lo que sí he echado en falta entre tanta loa al Amado Líder sin boina es algún artículo, declaración o comentario alabando el escrupuloso respeto a los derechos humanos y a las libertades políticas que preside la ejecutoria del Partido Comunista de la República Popular China. Pero no nos pongamos exquisitos y confiemos en que la próxima vez que Evo Morales haga escala en Canarias reciba el mismo tratamiento que Jimping,  porque en la anterior el pobre presidente boliviano estuvo a punto de dormir en el cuartelillo con poncho y todo.  

Violencia machista: una lucha titánica

Si con motivo de la celebración mañana del Día contra la Violencia de Género erizara este post de fríos porcentajes no me quedaría satisfecho. Y no por falta de materia prima sino por gélido. Estadísticas sobre el drama social de la violencia machista hay en cantidades industriales, pero apenas dicen nada del sufrimiento y la humillación por el que pasan las mujeres víctimas del machismo del que muchas no sobreviven para contarlo; o si han tenido el valor de contarlo y denunciarlo tampoco terminan de sentirse completamente liberadas y a salvo. Me podría detener a especular sobre si el incremento de las denuncias por malos tratos se debe a que hay más casos, a que se denuncian más ahora o a ambas causas. Del mismo modo podría explayarme largo y tendido sobre el ambiente familiar, la escuela, el entorno o las redes sociales para intentar comprender cómo es posible que, después de años de campañas de mentalización, aumenten los casos de violencia de género entre los jóvenes.

Pero nada de eso me satisfaría porque supondría quedarse meramente en los síntomas. Porque síntomas de un problema mucho más profundo y enquistado durante siglos son las  muertes, los malos tratos, las denuncias, la carencia de sensibilidad a veces por parte de quienes tienen la obligación de aplicar la ley o el acoso y la violencia entre menores. Al final, esos comportamientos y otros muchos que podríamos traer a colación no son otra cosa que la expresión de una cultura pensada y dominada por y para los hombres y en la que las mujeres figuran apenas como elementos del decorado social. 


No quiero decir que no sean importantes los datos ya que nos fotografían el instante y la evolución del problema del que, no obstante, no pueden ser otra cosa que el reflejo y no siempre muy fidedigno de la causa. Y la razón por la que a veces se nos viene el alma a los pies y nos preguntamos cómo es posible que sigan muriendo mujeres a manos de sus parejas o de sus ex parejas después de tantos años de lucha, de campañas, de leyes y de condenas es que la tarea es titánica y agotadora y los avances siempre decepcionantes con respecto a las expectativas y a la gravedad del drama.

Pero, aunque a pequeños pasos, se avanza. Porque avance esperanzador ha sido que todos los partidos políticos con representación en el Congreso hayan acordado impulsar un gran pacto de Estado para reforzar la lucha contra la violencia sobre las mujeres. Incluye el acuerdo adecuar la Ley Integral de Violencia de Género en vigor desde 2004 y que va necesitando ya una puesta al día. Así por ejemplo, el fenómeno de las redes sociales como canal de circulación de nuevos tipos de violencia sobre las mujeres, no tenía entonces ni de lejos la dimensión y la penetración que ha alcanzado en los últimos años entre amplias capas de la población, principalmente entre jóvenes y menores.

Son esos pasos y otros similares los que nos van acercando al objetivo, bien es verdad que de manera mucho más despacio de lo que nos gustaría. Sin embargo, hay que recordar que las investigaciones de los historiadores sociales han puesto de manifiesto que las mentalidades más arraigadas pueden tardar muchas décadas en evolucionar hasta desaparecer por completo y el machismo es probablemente una de la más  incrustadas de todas en los genes masculinos.

Conviene por tanto que seamos conscientes de que la lucha es larga y dolorosa y que hay que ser muy perseverante para que llegue el día en el que esta vergüenza humana que llamamos violencia machista figure sólo en los libros de Historia como una de las peores expresiones, si no la peor,  de la condición masculina. A pesar de las derrotas y del cansancio, mañana, pasado y al otro tenemos que seguir aportando nuestro esfuerzo en nuestros respectivos ámbitos para hacer realidad que ellas y nosotros somos seres humanos merecedores de la misma dignidad, del mismo trato y de los mismos derechos. 

Rita y la desmesura

No está la mesura entre las virtudes nacionales. Ni siquiera ante la muerte somos capaces de guardar las formas y separar el respeto por la persona fallecida de nuestra consideración sobre lo que hiciera o dijera en vida. Con el difunto aún de cuerpo presente nos lanzamos sobre él para elevarlo a los altares o enviarlo a los infiernos. No hay termino medio, o blanco o negro, o santo o demonio. Tras la muerte esta mañana de Rita Barberá víctima de un infarto, en apenas minutos los instintos más primitivos se impusieron a las más elementales normas de educación, respeto y cortesía. 

Las redes sociales se llenaron inmediatamente de mensajes denigrantes para la fallecida a la que, después de muerta, se la ha linchado a placer y en la inmensa mayoría de las ocasiones desde el anonimato más cobarde. Si quieren estomagarse de veras echen un vistazo a los comentarios que acompañan las informaciones sobre el fallecimiento de Barberá en las ediciones digitales de los medios. Aquellos a quienes la sensibilidad y la consideración hacia la vida humana les sigan pareciendo valores a preservar y ejercer sentirán ganas de vomitar. Yo las he sentido. 

El lamentable despropósito empezó muy de mañana en las filas del propio PP, el partido al que Barberá perteneció hasta el otro día y que la dejó caer después de haberle hecho la ola y defenderla hasta la extenuación. Escuchando esta mañana a algunos dirigentes populares nadie diría que Barberá ya no era militante del PP y que no estaba siendo investigada en el Supremo por presunto blanqueo de dinero. Confundiendo también que el reproche ético y político del que era merecedora Barberá por aferrarse al cargo a pesar de su situación judicial nada tenía que ver con el respeto a su presunción de inocencia,  algunas como Celia Villalobos no dudaron en caer el más absoluto de los despropósitos al acusar a la oposición y a los medios de “haberla matado”.


Escuchando sandeces de ese calibre es legítimo preguntarse porqué el partido la forzó a irse al Grupo Mixto del Senado y porquá la trató como una apestada si Rita Barberá era el crisol de las virtudes políticas de este país. O quienes piensan como Villalobos son unos cínicos redomados o en el PP hay mucha mala conciencia que ahora  intentan calmar otorgándole a Barberá la palma del martirio.

Pero así como no es de recibo pretender convertirla en una santa tampoco lo es enviarla al averno faltándole al respeto más elemental a quien ha desaparecido para siempre. El desplante de Pablo Iglesias y los suyos ausentándose del Congreso cuando se guardaba un minuto de silencio en recuerdo de una persona que formó parte de las Cortes, es una nueva prueba de que, para Podemos, todo aquello que sirva para acaparar protagonismo mediático debe hacerse. Interpretar el minuto de silencio como un homenaje político a Barberá denota mezquindad, soberbia, torpeza y desprecio por parte de alguien que no tiene en cambio empacho alguno en apoyar y ensalzar a personajes como Arnaldo Otegui.

Barberá no pasará a la historia como un dechado de virtudes políticas, eso nadie lo podrá discutir, y nadie con dos dedos de frente puede pretender tampoco que no se la criticara incluso con dureza por ello y se pidiera que se apartara de la vida pública. Pero hasta esta mañana antes de morir Rita Barberá era inocente de los cargos por los que estaba siendo investigada y ahora que ha muerto sólo corresponde expresar el pésame a sus allegados. Todo lo demás, sea para canonizarla o para condenarla, es desmesura y despropósito en un país en el que sigue habiendo demasiada gente y demasiados políticos que hasta de la muerte hacen un discurso electoral.