Las prospecciones bajo la lupa de Bruselas

Es demasiado pronto para presumir que Bruselas será la que termine paralizando los sondeos petrolíferos de Repsol en Canarias por el incumplimiento de la normativa medioambiental comunitaria. Sin embargo, el hecho de que la Dirección General de Medio Ambiente de la Comisión Europea haya confirmado hoy que ha pedido más información al Gobierno español sobre este asunto puede ser un paso decisivo en esa dirección. Las autoridades comunitarias han terminado atendiendo las reiteradas quejas de las instituciones canarias, las organizaciones ecologistas y varias fuerzas políticas con representación en el Parlamento Europeo sobre la vulneración de la normativa europea por parte de España en la concesión de los permisos para que Repsol pudiera empezar a buscar petróleo en aguas próximas a Lanzarote y Fuerteventura. 

Las quejas se refieren principalmente al retraso que sufrió la aprobación del LIC (Lugar de Importancia Comunitaria) de esas aguas, un expediente convenientemente retrasado por el hoy comisario Arias Cañete y resuelto por su sucesora en el Ministerio de Medio Ambiente, Isabel García Tejerina, cuando la multinacional petrolera ya contaba con todas las bendiciones de Industria para buscar petróleo. Las denuncias también señalan que el Gobierno recortó el área afectada por el LIC para que no se solapara con la de las catas petroleras.  Por lo demás, el anuncio hecho hoy por la Dirección General de Medio es un severo varapalo al Gobierno, al PP y a la propia compañía, empeñados en defender la impoluta legalidad del expediente y el escrupuloso respeto a la normativa medioambiental europea. En más de una ocasión los populares han presumido de que Bruselas había cerrado definitivamente cualquier investigación sobre la tramitación de un expediente tildado por las instituciones canarias de poco transparente y por las organizaciones ecologistas y numerosos científicos de incompleto e insuficiente. Al margen de lo que se decida finalmente y a falta de saber qué información trasladará el Gobierno español a Bruselas, después del anuncio de hoy es evidente que en absoluto han dado carpetazo las autoridades comunitarias a  esta cuestión. 

Esta petición de datos al Gobierno español sobre las prospecciones autorizadas a Repsol llega justo a dos días del 23N, la fecha que habían elegido el Gobierno de Canarias para que los ciudadanos pudieran expresar libremente su opinión sobre la conveniencia de buscar y en su caso extraer petróleo en unas aguas de extraordinaria riqueza natural y a escasos kilómetros de playas por las que pasan cada año millones de turistas. El Ejecutivo de Mariano Rajoy y en particular su ministro de Industria, cerrados en banda a cualquier alternativa que no pase por facilitarle las cosas a Repsol y poner incluso la Armada a la entera disposición de intereses privados, cercenaron de cuajo la posibilidad de conocer esa opinión cuando elevaron el asunto al Constitucional y éste paralizó cautelarmente la consulta. 

Las autoridades canarias acataron sin demora la decisión del alto tribunal y automáticamente suspendieron la consulta, al contrario de lo que ocurrió en Cataluña con el 9N, convertido en “proceso participativo” después de una decisión similar del Constitucional. Sin embargo, la doble vara de medir del Gobierno central en uno y en otro caso queda en evidencia cuando para aplacar la situación en Cataluña el presidente anuncia una visita para “explicarse mejor” y en Canarias manda a la Armada para arrollar a los ecologistas contrarios a los sondeos. 

La vicepresidenta catalana, Joanna Ortega, decía esta semana tras conocer la decisión de la Fiscalía de querellarse contra la Generalitat por el 9N que esa denuncia “aleja un poco más a Cataluña de España". Canarias ya está geográficamente muy alejada del resto de España por una distancia de más de 2.000 kilómetros, una distancia mucho mayor si consideramos que la brecha política entre las Islas y Madrid no ha parado de crecer desde que Mariano Rajoy llegó a La Moncloa hacer ahora tres años

El desprecio y la tozudez empleados para imponer a toda costa un proyecto petrolero privado mientras lo rechaza en Baleares con los mismos argumentos que no considera válidos en Canarias, la tramitación de un oscuro expediente medioambiental que ahora es objeto de investigación por parte de Bruselas y la escasa sensibilidad democrática para escuchar lo que opinan los ciudadanos sobre un asunto trascendental, han ido cavando un foso tan profundo entre las Islas y el Gobierno del Estado que, como en Cataluña, también puede terminar siendo infranqueable. 

Un año más con Rajoy

No me sorprende lo más mínimo el perfil bajo que han adoptado hoy el Gobierno y el PP para celebrar el tercer año triunfal desde la llegada de Rajoy a La Moncloa un 20 de noviembre 2011 con aplastante mayoría absoluta. El propio Rajoy se ha ido a Santiago a hacer balance y tal vez a postrarse a los pies del Santo Patrón para que lo ilumine sobre cómo salir del atolladero político catalán, cómo capear la corrupción campante que acosa a su partido, cómo hacer para que la recuperación económica sea algo tangible para los ciudadanos de a pie y cómo remontar en las encuestas electorales y evitar que Pablo Iglesias se le suba a las barbas el año que viene. Demasiadas peticiones para un santo, por muy patrón de España que sea y por mucha fe que se tenga en él. 

Los pocos representantes del PP y del Gobierno que hoy se han atrevido a hacer balance no han sido capaces de ofrecer nada que no hayan ofrecido e incumplido reiteradamente a lo largo de estos tres años. Escuchar al ministro Montoro decir por enésima vez que España “está saliendo de la crisis” y al portavoz Alfonso Alonso hablar de “regeneración política” produce una mezcla de hastío e incredulidad que invitan a desconectar automáticamente. Resumir en pocas líneas lo que han supuesto para los españoles estos tres años es tarea mucho más sencilla de lo que pudiera parecer a primera vista: paro, pobreza, pérdida de derechos, corrupción y marasmo político. Es normal, por tanto, que no estén las cosas en Génova y en La Moncloa para muchas celebraciones ni para tirar cohetes. 

En el plano económico, el Gobierno ha vuelto a presumir de haber librado a España del rescate olvidando una vez más la generosa inyección pública a los bancos para salvarlos de la irresponsable gestión de sus directivos. Mientras, las pequeñas y medianas empresas siguen muriendo de inanición crediticia y echan más empleados a la calle. Saca pecho el Gobierno con las cifras del paro pero esconde que estamos casi igual o peor que al comienzo de la legislatura si tenemos en cuenta que hay medio millón de afiliados menos a la Seguridad Social, muchos de ellos buscándose la vida en el extranjero. La reforma laboral ha deprimido los salarios hasta el punto de que la mismísima Comisión Europea le ha dado un sonoro tirón de orejas a Rajoy y a los suyos. En paralelo se han disparado los índices de pobreza y exclusión social, incluyendo a los niños, mientras el Gobierno ha asistido prácticamente impasible o limitándose a parchear el drama social de los desahucios y la monumental estafa de las preferentes. 

El mantra del cumplimiento del objetivo de déficit ha dañado severamente los servicios públicos y la reforma fiscal ha profundizado en la falta de progresividad del sistema después de amnistiar con todos los honores a los defraudadores y hacer dejación del deber de perseguir el fraude. Los incorregibles tics centralistas del PP han abortado la imperiosa reforma del sistema de financiación autonómico prolongando situaciones de agravio comparativo con territorios como Canarias, que para colmo de males se han extendido también a los Presupuestos Generales del Estado de estos tres años de legislatura. El PP ha usado su mayoría absoluta como una suerte de patente de corso para ignorar el diálogo y el consenso con el resto de las fuerzas parlamentarias e imponer sus políticas sin miramientos ni contemplaciones. Un caso flagrante de esa falta de sensibilidad política es la imposición por las bravas y hasta manu militari de las prospecciones petrolíferas en Canarias. Sólo cuando le ha interesado electoralmente, como ocurrió con la retirada de la Ley del Aborto, ha apelado hipócritamente al acuerdo. Con Rajoy en La Moncloa el “desafío catalán” no ha hecho sino agravarse y enconarse: inmovilismo, desdén y ley han sido sus únicos argumentos ante un órdago del que ha preferido no saber nada hasta que ya ha empezado a ser demasiado tarde para encontrar una salida a un problema que cada vez tiene menos de jurídico. 

En el pantanoso y maloliente terreno de la corrupción, seguimos esperando tres años después por las medidas de regeneración política que anunció Rajoy, la mayoría de las cuales se han quedado por el camino como tantas otras cosas que prometió para luego hacer justo lo contrario. En lugar de impulsar una verdadera batalla política y jurídica contra los corruptos, tal y como exigen unos ciudadanos asqueados de los continuos escándalos y la barra libre con la que se ha robado y gastado el dinero público, el PP y el Gobierno con su presidente al frente han preferido durante todo este tiempo aplicarse a fondo en defenderlos, justificarlos, esconderlos o no nombrarlos. Y cuando ya no había más remedio ante las evidencias, pedir perdón y darse por satisfecho. Eso siempre y cuando los cogidos en falta sean los suyos y no los del rival político: en ese caso no ha dudado en recurrir al “y tú más”, del que tanto han abusado también en el PSOE, y a pedir que rueden cabezas. 

Se comprende que ante semejante balance el PP y el Gobierno hayan preferido pasar hoy de puntillas sobre los tres años de Rajoy en La Moncloa. Tengo para mí que a estas alturas les preocupan mucho menos las consecuencias de sus políticas a lo largo de este trienio que la posibilidad de que estén inaugurando su último año en el poder.

A los Héroes de Sandía

Viento en popa a toda máquina, no surcan el mar sino vuelan las lanchas de la Invencible Armada. En lontananza se atisban ya grandes y veloces embarcaciones tripuladas por peligrosos piratas pertenecientes a la conocida banda de Greempeace. Son los tales bucaneros – reconocibles por una bandera en la que para desorientar a sus perseguidores han sustituido la calavera y las tibias por un gran arco iris - feroces y atrevidos asaltantes de pacíficos barcos cuya única y desinteresada misión es dar a conocer urbi et orbi la buena nueva del petróleo. Hay que impedirles como sea que se salgan con la suya y allá que van las valerosas lanchas de la Armada a abordarlas antes de que sea demasiado tarde.

Ya se oye el rugir de sus motores a todo trapo, ya se acercan veloces a ellas, ya las tienen al alcance de proa, les pasan por encima y echan al agua a una de las piratas que se parte una pierna y magullan a un par de ellos más, ya los arrollan y dispersan: la victoria es suya, ¡honor y gloria! En los anales de la guerra naval no se había vuelto a ver tanto valor y arrojo desde Salamina, Lepanto y Trafalgar. Los héroes de Sandía, como ya se les conoce en los confines del Universo por el nombre de la cuadrícula petrolera en la que se produjo el histórico e inolvidable enfrentamiento entre fuerzas tan desiguales, han cumplido con arrojo y valentía las órdenes de la superioridad: proteger el interés de una empresa petrolera transmutado por obra y gracia de los mandos políticos en interés general del país, mantener el orden público y poner en retirada a los aviesos piratas. 

Pero que nadie baje la guardia, la victoria aún no es completa. Aunque las piráticas lanchas quedaron casi para el desguace y sus ocupantes noqueados y desperdigados en medio de la Mar Océana, no hay que fiarse lo más mínimo de las oscuras y traidoras intenciones por las que son conocidos en el mundo entero. Aún tienen capacidad de reacción y en cualquier momento pueden volver a las andadas y atacar de nuevo al inocente barco que sólo quiere buscar – y encontrar – petróleo. Se impone por tanto impedirles que se muevan de donde están y, para ello, nada mejor que empurarlos también por la vía administrativa después de atropellarlos por la vía militar. 


Hay que retener en el puerto el barco del que partieron las lanchas de la bandera del arco iris e imponerles un aval de 50.000 euros. Eso para empezar. Al mismo tiempo que se les mantiene amarrados a puerto y bajo estrecha vigilancia se les abre un expediente administrativo de no te menees y se les advierte con claridad y contundencia de que, como sean encontrados culpables de entorpecer el libre tráfico marítimo, el libre tráfico ferroviario y hasta el libre tráfico espacial se les caerá el pelo, la barba, el parche en el ojo, el loro y hasta la pata de palo: una multa de hasta 300.000 euros de nada, para que aprendan y no vuelvan a molestar en la vida a quien sólo quiere buscar – y encontrar – petróleo y hacernos a todos ricos y felices. 

De momento y mientras paguen, no será necesario recurrir a medidas más drásticas como castigar a cada uno de ellos con cien azotes con un látigo de siete puntas en la cubierta de la nave pirata o colgar a los cabecillas del palo mayor para que sirvan de escarmiento a los demás. Una vez hecho todo esto y ahora que los fibusteros de Greempeace han sido derrotados y maniatados y que el interés general está a salvo, no perdamos ni un minuto en rendir el merecido homenaje a los defensores de la ley, el orden y el petróleo: rotulemos calles, plazas, auditorios y aeropuertos con sus nombres, erijamos estatuas, incluyamos la hazaña en los libros escolares y cantemos himnos marciales en honor de los Héroes de Sandía. Pero, sobre todo, honremos como se merecen a quienes desde el puente de mando y en situación tan comprometida han hecho posible con su clarividencia y decisión esta imborrable y gloriosa página de nuestra Historia. 

Transparencia opaca

A pesar de sus golpes de pecho y de sus propósitos de la enmienda, ni el PP ni el PSOE parecen haber entendido cuál es eso que en tiempos se llamaba el “sentir de la calle” sobre la corrupción y la falta de transparencia con la que se gasta y malgasta el dinero público. Los viajes del ex senador Monago a Canarias, que siguen sin aclararse ni justificarse en tiempo y forma, abrieron el debate sobre la opacidad que reina en el uso que hacen sus señorías de los recursos públicos para sus desplazamientos. Parecía que lo ocurrido con el presidente extremeño y su amor por Canarias iba a servir para que por fin se pusiera fin al despropósito que supone que sus señorías puedan recorrer la piel de toro y archipiélagos aledaños con cargo al erario sin dar cuenta a nadie sobre el objetivo último de sus andanzas. 

El acuerdo que han cerrado hoy en el Congreso el PP y el PSOE y que se extenderá también al Senado es una de esas nuevas promesas de regeneración que al final quedan en nada o en casi nada. Y es que cuando se trata de preservar los viejos y malos hábitos enquistados en el modus operandi de la política nacional desde la etapa de la Transición, apenas se aprecian diferencias entre los dos grandes partidos nacionales. Hoy han vuelto a dar muestra de ello con un acuerdo sobre el control de los viajes de los parlamentarios que, en la práctica, deja las cosas prácticamente igual de opacas que hasta ahora. 

Del control quedan exentos los viajes de ida y vuelta que hagan sus señorías desde sus respectivos lugares de residencia a Madrid. Tampoco hay cambios con respecto a los viajes de las delegaciones oficiales del Congreso y el Senado, controlados por las propias cámaras. La novedad, si es que puede llamarse así a lo acordado hoy, se refiere a los viajes calificados de “políticos”, es decir, aquellos que senadores y diputados hacen por razón de su responsabilidad como representantes democráticamente elegidos. Para este tipo de viajes se acuerda que sean los propios partidos los que controlen a sus parlamentarios avalando sus desplazamientos en el plazo máximo de 15 días. Si no lo hicieran, el diputado o senador en cuestión tendría que devolver la cuantía del viaje. En un gesto tan inútil como teatral, el Congreso y el Senado publicarán cada tres meses en sus respectivas webs el número de viajes políticos de sus señorías. Será, en todo caso, una relación en bruto sin detallar quiénes viajaron ni a qué grupos parlamentarios pertenecen, con lo cual nos quedamos prácticamente como estábamos.

Este acuerdo, que ni con benevolencia podría calificarse de mínimos, no es muy del agrado del presidente del Congreso, Jesús Posada, un hombre al que parece gustarle que sus diputados hagan de su capa un sayo con los recursos de todos y si alguien quiere controlarlos que sean en todo caso sus partidos. Por si no fuera suficiente,  tampoco se distingue entre viajes relacionados con la actividad en el Congreso o el Senado de los que tienen que ver con la asistencia a mitines, congresos o fiestas y ágapes partidistas. Simplemente se considera que los segundos son la “extensión lógica” de los primeros – como dice el PSOE – y se les incluye en la lista de desplazamientos sufragados con dinero de todos los ciudadanos. 

De este modo pagamos de nuestro bolsillo no solo sus sueldos, sino que los senadores y diputados puedan también participar en actos partidistas fuera de sus territorios que deberían abonarse, en todo caso, por los respectivos partidos. De publicar las agendas políticas de los parlamentarios ni hablar; de que se especifique en las webs de las cámaras quién viaja, a dónde y para qué, mucho menos. Según dicen los firmantes del acuerdo hay que proteger la discreción de esos viajes cuando sea necesario, aunque en realidad lo único que protegen es su discrecionalidad, que no es lo mismo. Y aún sostiene el PSOE que con este acuerdo no se repetirá un caso como el de Monago y su puente aéreo con Canarias. Sinceramente, ante el amaño de transparencia que han cerrado hoy socialistas y populares sólo cabe concluir que para este viaje no hacían falta alforjas.   

Todo por Repsol

Las imágenes que acompañan este post han dado la vuelta al mundo este fin de semana. No es para menos: no todos los días se ve a la Armada de un país democrático embistiendo con sus lanchas a las de una organización ecologista como Greempeace. Eso ha ocurrido en España, más exactamente a escasas millas marítimas de Lanzarote y Fuerteventura. Fruto de la embestida a todo trapo de las lanchas militares es una activista italiana con una pierna rota y evacuada a un hospital y otros dos colaboradores de Greempeace con magulladuras de diversa consideración. Mejor no hacer especulaciones pero, a la vista del ardor con el que parecen emplearse los militares en esas imágenes, es incluso una suerte que no estemos ante un escenario muchísimo peor.

El delito de los activistas fue llamar la atención internacional sobre el inminente inicio de las prospecciones petrolíferas autorizadas a la multinacional Repsol por el Gobierno de España, un proyecto que cuenta con el rechazo de una buena parte de la sociedad canaria, de seis de los siete cabildos insulares, del Gobierno de la Comunidad Autónoma y de todos los ayuntamientos de Lanzarote y Fuerteventura, las islas más próximas a los sondeos. Como es tradición en Greempeace, el objetivo de esta protesta no era otro que el de colocar una pancarta en contra del petróleo y hacer una pintada en el casco del barco. Subir a bordo puede que estuviera entre sus planes pero no parece tarea fácil a la vista de la altura del monstruo marino con el que Repsol quiere perforar las aguas canarias en busca de oro negro. 

Que la actuación de la Armada fue como poco desproporcionada es algo que sólo alguien que no quiera ver las imágenes difundidas en la red este fin de semana puede negar. Alegar, como hace el Gobierno español, que los ecologistas cometieron una ilegalidad al penetrar en una zona de exclusión marítima reservada a los pinchazos petroleros de Repsol, no se compadece con la dureza que muestran las imágenes. En todo caso, por muy ilegal que fuera a ojos del Gobierno, la protesta ecologista fue en todo momento pacifica y de forma pacífica pudo haberse desactivado también. La testosterona mostrada por los miembros de la Armada o por quien dio las órdenes de arrollar las lanchas de los ecologistas estaba por completo fuera de lugar. 

Es público y notorio que a este Gobierno las protestas ciudadanas le causan sarpullidos y hace todo lo que puede para impedirlas policial y judicialmente. Sin embargo, ha ido demasiado lejos convirtiendo a la Armada de la noche a la mañana en defensora de los intereses privados de una multinacional petrolera mientras los armadores de los pesqueros españoles que afrontan la piratería en el Índico y otros lugares tienen que pagarse la seguridad de su bolsillo. 

Confiemos en que más pronto que tarde el ministro de Defensa, Pedro Morenés, comparezca en el Congreso y en el Senado y dé alguna explicación plausible de la sobreactuación de los militares en un asunto que a todas luces les viene demasiado grande. Que explique por qué envió la Armada a desbaratar una protesta ecologista y diga a quién se le ocurrió la idea de abordar sus lanchas por las bravas. Que no se olvide de aclararnos para qué está la Guardia Civil del Mar y si no habría sido mucho más adecuado que fuera ella la que, en todo caso, controlara las acciones de protesta de los ecologistas. Acto seguido debería hacer pública el ministro la destitución del mando militar responsable del desaguisado del otro día en aguas de Lanzarote y Fuerteventura. 

A la espera de esas explicaciones, lo que de momento ha conseguido el Gobierno español con la desmesurada actuación de la Armada en este incidente es precisamente lo que Greempeace deseaba por más que no consiguiera colocar su pancarta o hacer sus pintadas: difundir por todo el mundo cómo se las gasta el gobierno de un país como España y de qué herramientas echa mano cuando se trata de acallar las protestas contra la imposición de sus políticas a mayor gloria de determinados intereses privados.    

Houston, tenemos un problema

Y de los gordos. La imputación judicial del alcalde de La Laguna y candidato de CC a la presidencia del Gobierno de Canarias, Fernando Clavijo, abre un boquete de considerables dimensiones en sus aspiraciones políticas. Sea casual o no, como se apunta desde algunos ámbitos políticamente interesados, lo cierto es que la imputación llega en el peor de los momentos posibles, justo cuando el candidato estaba empezando a tomar velocidad de crucero con su campaña y dándose a conocer él y su programa allá en donde apenas se le conocía de nombre. Es verdad que las imputaciones que le ha endosado el juez Romero Pamparacuatro se remiten sobre todo a la etapa de Clavijo como concejal de Urbanismo en su municipio y no son tampoco de lo más graves que se está despachando en los últimos tiempos en la convulsa y corrupta España de nuestros pecados. 

Se habla de malversación, falsedad documental, prevaricación y tráfico de influencias. Así, a bote pronto, suena fuerte pero si bajamos al detalle los cargos se refieren a los alquileres que pagó el ayuntamiento a familias que tuvieron que desalojar sus casas afectadas por aluminosis, el cierre de un bar y a un par de contratos de trabajo. Nada, en definitiva, que no ocurra con frecuencia en la inmensa mayoría de los ayuntamientos de este país, eso sí, por desgracia y sin que lo anterior suponga justificación alguna. En su descargo cabe decir que compareció con rapidez ante los medios de comunicación para dar explicaciones e incluso entregó a los periodistas el auto de imputación, algo nada frecuente en esta España de la que hablaba antes y en la que los políticos imputados desaparecen de la faz de la tierra como por ensalmo nada más recibir la mala nueva. 

Ahora bien, no soplan tiempos de tolerancia social para la corrupción y el hartazgo de casos es tan gigantesco que a los ciudadanos ya les da prácticamente lo mismo que sean más o menos graves: piden de una vez ejemplaridad y limpieza de la vida pública. Y es ahí precisamente en dónde Clavijo y su partido, CC, tienen un problema del que a esta hora es difícil saber cómo se las arreglarán para salir. Tomen la decisión que tomen ninguna tendrá coste cero, ni para el candidato ni para el partido. En el supuesto de que Clavijo decida dar un paso a un lado y renunciar a la candidatura a la presidencia de la Comunidad Autónoma en las autonómicas de 2015 habría que buscar nuevo candidato y se reabrirían – si es que se han cerrado ya – las profundas heridas que abrió el proceso que desembocó en su designación. 

En el caso de que CC decida continuar adelante con el candidato actual no tendrá más remedio que explicarle a los ciudadanos porqué contradice su propio discurso contra la corrupción con una actitud pasiva cuando le afecta de lleno y mantiene como aspirante a la presidencia de la comunidad autónoma a imputado. Rodeos, circunloquios y excusas siempre se pueden encontrar para justificar una decisión de esa naturaleza. En esa materia, qué duda cabe, en todos los partidos políticos sobran muñidores expertos en camuflar la realidad bajo un manto de eufemismos. Ahora bien, cosa completamente distinta es que los ciudadanos acepten y asuman esas explicaciones como si aquí no hubiera pasado nada. 

En principio todo hace indicar que el momento procesal para que tanto el candidato como su partido tomen una decisión al respecto será el instante en el que juez Romero Pamparacuatro decida abrir juicio oral. Si Clavijo continúa imputado será muy difícil, por no decir imposible, que siga siendo también el candidato de CC. El problema añadido es que la decisión del juez puede producirse dentro de un mes, dentro de dos o quince días antes de las elecciones e incluso después, con Clavijo ya sentado en su escaño del Parlamento de Canarias y puede que incluso en el sillón reservado al presidente del Gobierno. ¿Qué hacer entonces? ¿Esperar a que el juez decida? ¿Continuar adelante y arriesgarse a ver al candidato nacionalista, diputado o presidente sentado en el banquillo de los acusados? Difícil papeleta a simple vista aunque, a poco que se piense, tal vez no lo sea tanto. Sólo hay que recordar y aplicar aquella famosa frase atribuida a Napoleón: “Una retirada a tiempo es una victoria”. Y esto no sólo vale para la guerra sino también para la política.  

El controlador que los controle…

Una semana se cumple hoy desde que se publicara en los medios que José Antonio Monago viajó treinta y dos veces a Canarias siendo senador del PP por su comunidad autónoma. Ríos de tinta han corrido desde entonces sobre la opacidad de estos viajes pero las aguas de la transparencia siguen igual de estancadas. Se supo inmediatamente que Monago no visitó las islas con tanta asiduidad debido a un ataque de preocupación por los problemas de los canarios sino por razones más íntimas y personales. 

La pueril explicación del PP en el Senado de que viajaba como una especie de senador volante al Archipiélago y a Andalucía resultaba entonces tan increíble como ahora. Los compañeros canarios de Monago en el Senado no han podido aún explicar cuántas veces se reunieron con él en Canarias ni de qué hablaron. Y cuando se les pregunta por las fotos en las que el político extremeño aparece divirtiéndose en los carnavales de Tenerife con el verdadero motivo de sus viajes a la isla, la respuesta es de libro: no entramos en la vida privada del señor Monago. De añadidura, nadie recuerda que el senador Monago mencionara una sola vez a Canarias en sus intervenciones senatoriales, lo que no deja de ser alarmante dado el abnegado sacrifico demostrado por estas islas. 

Mañana hará una semana también desde que Monago dio una rueda de prensa para explicarse y en la que, no sólo no explicó nada, sino que se presentó como una víctima de los “rompepiernas” que quieren acabar con su carrera política y que no identificó aunque sí insinuó. Un día después y tras consultarlo con la almohada, anunció en un acto ante la plana mayor del PP - que le arropó con tanto entusiasmo que hasta se le saltaran las lágrimas - que devolvería el dinero. Dos días más tarde dijo que pediría al Senado que certificara su asiduidad viajera a Canarias pero tardó un par de días más en redactar la petición y presentarla en la Secretaría de la Cámara Alta. 

En el interín y ante las presiones de sus socios de IU, que entonces guardaron silencio y ahora piden su cabeza, anunció que el próximo día 27 comparecerá en el parlamento extremeño para volver a dar explicaciones. Y así sigue, de anuncio en anuncio y de renuncio en renuncio como si pensara que a estas alturas del culebrón  al que le da nombre cabe otra solución que no sea la de devolver el dinero público que gastó en sus viajes privados a las islas e inmediatamente presentar la dimisión de todos sus cargos. 

El mismo tiempo que lleva Monago diciendo una cosa y la contraria sobre sus viajes privados llevan los partidos políticos en el Congreso y en el Senado escenificando un nuevo capítulo de una saga de gran popularidad nacional titulada “Hay que hacer algo”. Se refiere su argumento a la necesidad de que alguien controle cómo emplean el dinero público senadores, diputados nacionales y hasta diputados autonómicos. El atasco está precisamente en el “alguien”, es decir, en quién le pone el cascabel a sus señorías para que se sepa en todo momento a dónde van y con quién se ven a costa del presupuesto público. El PP, cogido de nuevo en falta, dice que es “partidario de mejorar la transparencia” pero no dice cómo hacerlo. El PSOE propone cosas, el resto de la oposición propone otras, se inician negociaciones, se forman comisiones y, mientras, todo sigue igual que hace una semana. 

El presidente del Congreso se permite incluso decir que él no va a hacer de controlador de nadie y le pasa la pelota a los partidos políticos. El portavoz popular dice por su parte que “el Congreso no es un colegio” y que “los diputados no son niños" a los que haya que estar vigilando permanentemente. Argumento muy recurrente – en realidad una excusa como otra cualquiera – es el que se refiere a la necesidad de que los viajes políticos de senadores y diputados a veces deben de ser discretos lo que, según quienes lo defienden,  no es compatible con que rindan cuentas económicas detalladas a las cámaras o a sus partidos, lo mismo me da que me da lo mismo. 

Dicho en otras palabras y resumiendo: una semana después de que estallara el caso de los viajes de Monago a Canarias hemos vuelto a entrar en bucle y a meternos en un debate bizantino sobre el sexo de los ángeles, también conocido como diálogo de besugos. La ausencia de verdadera decisión y voluntad política para acabar con la opacidad en el uso del dinero de todos sólo está consiguiendo que a ojos de los ciudadanos la sombra de la sospecha se extienda injustamente sobre todas sus señorías y se cuestione una vez más la utilidad del Senado. Si alguna vez lo llegamos a ver, que lo dudo sinceramente, el controlador que los consiga controlar no sólo será buen controlador sino que merecerá un viaje a Canarias con todos los gastos pagados por la eternamente agradecida ciudadanía.

Más y Rajoy: no nos moverán

Tres días ha tardado Mariano Rajoy en decir algo en público sobre el “proceso participativo” del domingo en Cataluña. Durante ese tiempo, Artur Mas, claro vencedor político del pulso con el Estado, no ha dejado de decir cosas aunque todas conducen a lo mismo: referéndum de autodeterminación a la escocesa ya y, si no, elecciones anticipadas y plebiscitarias en Cataluña. Que Rajoy haya tardado setenta y dos horas en aparecerse ante los medios e incluso aceptar preguntas de los periodistas – a dónde iremos a parar – tampoco es un drama nacional. Nada esperábamos que dijera para desatascar el problema y eso es lo que ha hecho, ni más ni menos. En realidad, lo que ha conseguido es enconarlo un poco más por cuanto no ha puesto sobre el atril desde el que ha hablado una sola idea nueva, un mensaje, una iniciativa o un deseo que permita atisbar alguna solución. 

Se ha limitado a ignorar a los 2,3 millones de ciudadanos que votaron el domingo, a calificar la jornada de “fracaso” y “simulacro ilegal” – prodigioso hallazgo jurídico el suyo – y a reiterar lo que ayer dijo su vicepresidenta en el Congreso: que no cuenten Más y los que le siguen con el Gobierno y con el PP para apoyar un referéndum de independencia en Cataluña. Por lo demás, poco más merece mención de lo que Rajoy dijo esta mañana o de lo que respondió a los periodistas deseosos de hacer sangre en un presidente al que las preguntas de los medios le provocan malestar y dolor de cabeza. Eso sí, se transfiguró por un momento en líder de la oposición y le exigió al PSOE que ponga sobre la mesa la propuesta de reforma constitucional que los socialistas vienen defendiendo desde que Rubalcaba mandaba algo en el partido. 

Es cierto que el PSOE lleva demasiado tiempo mareando la perdiz con una reforma constitucional que no termina de definir y es incierto que esa sea la solución aceptada por todos, aunque al menos es una propuesta en un desierto de ideas. Sin embargo, es mucho más cierto, como ha recordado hoy el propio Pedro Sánchez, que quien gobierna no es él sino Rajoy y por tanto es al presidente a quien le compete tomar la iniciativa política. Le va en el sueldo y en la responsabilidad de gobernar y, si no es capaz, tiene otra solución: dimitir o convocar elecciones. La respuesta de Rajoy también iba dirigida a Artur Mas, al que volvió a retar a cambiar la Constitución, aunque tengo para mí que a estas alturas al presidente catalán ese tipo de retos por un oído le entran y por el otro le salen. Sus claves políticas parecen ser otras bien distintas, atada como está su suerte a ERC y a la espera tal vez de que una presión irresistible sobre Madrid termine produciendo los frutos apetecidos antes de que se embarcara en la carrera soberanista. 

En todo caso, la comparecencia de hoy del presidente español ante los medios no tiene tanto que ver con la conveniencia de pronunciarse sobre la situación en Cataluña como con las presiones de su partido por no haber detenido el “simulacro ilegal” del domingo. Eran ya atronadoras las voces en algunos sectores del PP que se preguntaban por qué Rajoy no hizo nada para impedir que los catalanes votaran. En eso, ya ven y sin que sirva de precedente, estoy con él: haber mandado a la policía a retirar las urnas probablemente habría generado muchos más problemas que los que habría resuelto. 

Ahora bien, de ahí a que el Gobierno haya azuzado a la siempre obediente Fiscalía General del Estado para que empapele a Mas, a su vicepresidenta y a algunos consejeros catalanes más por haber convocado y organizado lo del domingo saltándose la decisión del Tribunal Constitucional, va un trecho como de Madrid a Barcelona. Primero, porque una vez más se pone de manifiesto – y así lo han denunciado los fiscales – que la Fiscalía General del Estado es para asuntos de este calado o para otros como la imputación de la infanta Cristina poco menos que una correa de transmisión de los deseos del Gobierno. 

Segundo, porque responder una vez más con la legalidad y sólo con la legalidad como ha vuelto a hacer hoy Rajoy es reincidir por enésima vez en el error que impide salir con bien de este culebrón político inacabable. En resumen, el “no nos moverán” que sigue entonando este dúo tan poco dinámico formado por Mas y Rajoy nos tiene metidos a todos en un callejón al que de momento no hay esperanzas de verle salida alguna.

Cataluña: el palo y la zanahoria

No es casualidad que fuera el ministro de Justicia y no el presidente del Gobierno o la vicepresidenta quien compareciera anoche ante los medios de comunicación para valorar el “proceso participativo” en Cataluña. El mensaje es meridianamente claro: perseguiremos judicialmente como hemos hecho hasta ahora cualquier veleidad independentista. De hecho, aunque tanto los fiscales como el juez de guardia evitaron ayer retirar las urnas como pedían algunos partidos, la Fiscalía ya tiene en marcha una investigación para determinar si de las votaciones se derivan responsabilidades penales por parte de quienes las convocaron y organizaron. Por lo demás, la comparecencia de Rajoy o de su número dos en el Gobierno habría conferido a la jornada de ayer un nivel político que el presidente no estaba ni está dispuesto a reconocer. 

Bien es cierto que la jornada participativa de ayer no fue un dechado de fiabilidad desde el punto de vista de las garantías democráticas de transparencia y juego limpio. Tal vez por eso, dos tercios de la población catalana con derecho a voto se quedaron en casa y el tercio restante, aproximadamente el mismo que respalda a los partidos de corte soberanista, dejó muy claras sus preferencias. Que más del 80% de los votantes haya optado por un estado catalán independiente y un 10% por un estado catalán a secas habla a las claras de cuál fue el electorado que se movilizó ayer en Cataluña. Sin embargo y a pesar de todos los peros que se le puedan poner a la convocatoria, lo cierto y verdad, en contra de lo que opinan muchos, es que las cosas en Cataluña no son iguales hoy a cómo eran el domingo por la mañana. 


En realidad, el problema se ha enquistado un poco más si eso era aún posible. Con ese 80% de votantes que quieren una Cataluña independiente tienen aval más que suficiente Artur Mas para exigirle a Rajoy que se siente a negociar. La dificultad radica en los asuntos de esa hipotética y seguramente improbable negociación. El nacionalismo catalán no parece estar ya por hablar de financiación autonómica o lengua sino por forzar al presidente Rajoy a pactar un referéndum con todas las garantías legales en el que – de llegar a celebrarse algún día - tal vez los dos millones que ayer apoyaron la independencia podrían ser muchos más. El órdago, por tanto, continúa: si no hay diálogo sobre un referéndum de independencia el siguiente paso será convocar unas elecciones anticipadas, la postura que defiende ERC y a la que se acaba de sumar Convergencia Democrática de Cataluña, envalentonada por el resultado de ayer. 

Qué hará ahora Rajoy ante este órdago renovado es un misterio insondable. Sin embargo y si nos guiamos por lo que ha hecho desde que Mas anunció la consulta soberanista del 9N, lo más probable es que no haga nada que no sea recurrir a los jueces cuantas veces sean necesarias para que le resuelvan el grave problema político que él y todo el país tiene en Cataluña. Reformar la Constitución, como le ha vuelto a pedir hoy el PSOE, para dar en una nueva Carta Magna un encaje diferente a Cataluña y a otros territorios a los que las costuras constitucionales ya les quedan demasiado apretadas, parece poco probable en un político como Rajoy al que ese tipo de procesos parecen causarle verdadero pánico. 

Por otro lado, para ofrecer más competencias o mejor financiación autonómica a Cataluña ya se le ha vencido el plazo hace tiempo, amén de las tiranteces que una oferta de ese tipo alimentaría en otros territorios. Poco a poco, con su inactividad y su convencimiento de que los problemas los resuelve el paso del tiempo sin mayor intervención de la mano humana, Mariano Rajoy se ha ido encerrando en un laberinto político para el que la única salida que atisba es la que le indican las leyes y los jueces. Sin embargo, esa es a todas luces una salida en falso que no da respuesta al problema de fondo que – hay que decirlo una vez más – no es jurídico sino político. 

Puede que su posición agrade a quienes en su partido piden mucho palo y poca o ninguna zanahoria para con los independentistas catalanes. Hay quien piensa en cambio que la firmeza en la defensa de la legalidad vigente no tiene por qué estar reñida con el diálogo político y que Rajoy podría, para variar, probar también esa opción en lugar de limitarse a esgrimir el palo de la ley y tente tieso. De una cosa podemos estar seguros: a cada minuto que pasa sin probar la opción del diálogo menos posibilidades tiene el presidente de que este problema se lo resuelvan los jueces. 

De andanzas reales y plebeyas

Es viernes y debería estar uno viendo volar las aves y pasar las nubes. La cruda realidad, sin embargo, obliga a bajar la cerviz ante la pantalla y marcarse un nuevo post sobre la corrupción. A dos asuntos muy puntuales me referiré hoy, las andanzas judiciales de la infanta Cristina y las andanzas senatoriales del presidente extremeño Monago. Por aquello de respetar el rango, la sangre azul y la jerarquía empezaré por la hija y hermana real, a la que la Audiencia de Palma ha tenido a bien exonerar hoy de toda culpa por blanqueo de dinero en el “caso Noos”. Sólo aprecia en su conducta dos delitos fiscales y coloca de nuevo el expediente en el tejado del sufrido juez Castro para que sea éste el que determine si la infanta debe calentar el banquillo en calidad de acusada. 

De testigo quiere verla, como mucho, el fiscal Horrach que, no obstante y a pesar de considerar que no cometió delito alguno, pide para ella y su consorte Urdangarín una fianza por responsabilidad civil de medio millón de euros. La verdad, cuanto más me sumerjo en las triquiñuelas judiciales menos las entiendo. ¿Si el fiscal cree que no es merecedora de acusación alguna por qué le pide 500.000 euros de fianza? Seguro que me he perdido algo importante. Lo que hará el juez Castro seguro que ni él lo sabe con certeza todavía. Sin embargo, a la vista de que ni la fiscalía ni la abogacía del Estado se animan a acusarla puede ocurrir, sencillamente, que su imputación por delito fiscal también se archive por mucho que se empeñe en lo contrario el sindicato Manos Limpias. 

Es lo que se conoce como la “doctrina Botín”, avalada por el Tribunal Supremo, que hasta para librar del banquillo de los acusados a según qué personas ya ven ustedes que echa mano de apellidos de rancio abolengo patrio. La infanta podría en ese caso nada improbable respirar y la Casa Real tirar discretos cohetes mientras se comen el marrón Urdangarín, su socio Diego Torres y la esposa de este último, toda vez que en los tres sí ve la Audiencia de Palma una bonita sarta de delitos a cual menos edificante. En la infanta, no. 

Pasamos de la realeza y asimilados al pueblo llano y sus representantes democráticamente elegidos. El nombre del día es José Antonio Monago, presidente de la Junta de Extremadura y látigo de corruptos en el PP. Antes de presidente extremeño Monago fue senador por su comunidad autónoma y recibió de sus compañeros de bancada la misión de ocuparse de los problemas de Andalucía y el territorio de ultramar de Canarias. Cabe pensar que los senadores del PP elegidos por estos dos territorios debían ser entonces unos zotes de cuidado si tenía que venir Monago de Madrid o de Extremadura a decirles lo que debían plantear en el Senado. Sea como fuere, Monago se dejó la piel en su misión hasta el punto de que entre mayo de 2009 y noviembre de 2010 viajó a Canarias la friolera de 32 veces. 

Lo malo es que en estas alejadas latitudes sus compañeros populares dicen recordarlo  poco y de reuniones con él les suenan un par de ellas. Ni que decir tiene que los viajes en cuestión los pagaba el Senado, es decir, el pueblo llano al que me refería antes. En estas estábamos, averiguando la finalidad de la agotadora agenda viajera de Monago a Canarias, cuando salta en los periódicos que en realidad venía a ver a una novia que por aquí tuvo, colombiana por más señas y simpatizante declarada del PP. Y eso, por cierto y tal vez no por casualidad, el mismo día en que Monago tenía que recibir en su tierra a toda la cúpula popular con Rajoy al frente para hablar nada menos que de “buen gobierno”. 

Si se pagó los viajes de su bolsillo, a mi plín: con su vida privada cada cual puede hacer lo que le parezca mejor y allá se las arregle. Ahora bien, si fuimos los ciudadanos los que le pagamos al Sr. Monago viajes románticos a Canarias entonces las cosas cambian radicalmente de color. Acosado por las informaciones, el presidente extremeño salió esta mañana a dar explicaciones pero nos dejó igual que estábamos: ni aclaró cuantos viajes hizo a Canarias ni mostró ningún documento que probara que mantuvo reuniones de trabajo en las islas con sus compañeros de partido. Se limitó a decir que él no es un sociólogo que hace informes sino un político que “habla y expone”. Amenazó con los juzgados a quien se meta en su vida privada y no dejó pasar la oportunidad de presentarse como una víctima de quienes – dijo - no le tienen aprecio “por querer cambiar las cosas”. En esa línea lanzó unos cuantos dardos envenenados sobre cuentas en Suiza y otros paraísos fiscales o sobre tarjetas opacas que sonaron a cañonazos a las puertas de Génova 13. 

Muchas más explicaciones tendrá que dar Monago para que creamos en su honradez y en que no empleó dinero público para sus asuntos privados. O eso o la dimisión y la devolución del dinero público gastado. Y de paso y ahora que anda todo el mundo regenerándose por los cuatro costados, a ver si este caso sirve para poner fin de una vez a la absoluta falta de control del Senado y de los partidos políticos sobre los gastos que realizan los parlamentarios con cargo al bolsillo público. Que en los partidos haya una especie de senadores volantes para visitar territorios por los que hay representantes electos es un despropósito y un despilfarro; que nadie controle los gastos ni exija justificación hasta el último céntimo de los mismos es intolerable mientras se piden esfuerzos sin cuento a los ciudadanos. Por último, que representantes democráticos empleen dinero público en asuntos privados sólo tiene un nombre: robo a cara descubierta.  

La imagen de la indignidad

Hay imágenes que nunca deberían producirse pero se producen. A veces son imágenes que hablan por sí solas y son más elocuentes que cualquier comentario que se les pueda añadir: simplemente no necesitan explicación. Es el caso de la que desde la tarde de ayer recorre las redes sociales y los medios de comunicación. En ellas se ve a un grupo de inmigrantes subsaharianos desperdigados sobre la arena de una concurrida playa del sur de Gran Canaria de la que posteriormente son sacados en un camión de basura. Por qué se produjo esta imagen bochornosa e indigna no está aún del todo claro pero sí hay muchos indicios sobre las causas. 

Los inmigrantes de origen subsahariano habían arribado a primera hora de la mañana a esa playa, habitualmente abarrotada de turistas, a bordo de una patera que el Servicio de Vigilancia de la Guardia Civil no había detectado. Los voluntarios de Cruz Roja fueron los primeros en acercarse al lugar y, al detectar que algunos de los inmigrantes padecían fiebre, alertaron a los servicios de la comunidad autónoma para que se les realizaran las pruebas que permitieran descartar si eran portadores del virus del ébola. Téngase en cuenta que en ese primer momento se desconocía el lugar exacto de procedencia de los inmigrantes, que bien podían haber llegado de algunos de los países afectados por la enfermedad. Hasta ahí todo parece bastante correcto. 

Los problemas empiezan cuando el personal de la comunidad autónoma que debe realizar las pruebas tarda cerca de cinco horas en llegar a la zona. Durante todo ese tiempo, los inmigrantes permanecieron sobre la arena y al sol a la espera de ser trasladados a un centro de salud, a la comisaría para su identificación o al centro de internamiento. Para entonces, la noticia ya había saltado a los medios de comunicación en los que no se sabía a ciencia cierta si se había activado o no el protocolo por ébola. Lo cierto es que continuaron pasando las horas y no fue hasta entrada la tarde cuando se confirmó que ninguno padecía la enfermedad. Los que en peor estado se encontraban fueron trasladados en ambulancia de la comunidad autónoma al centro de salud más cercano pero, para entonces, los inmigrantes ya llevaban al sol en torno a las siete horas a las que habrá que añadir las que habían pasado a bordo de la patera que los trajo a Canarias. 

Fue entonces cuando, para mayor abundamiento en el despropósito, a alguien se le ocurrió que la mejor forma de sacar al resto de la playa era subirlos a un camión de basura del ayuntamiento, dando lugar a la lamentable imagen que hoy ha sido portada en no pocos medios de comunicación. De quién fue la idea es lo que aún no está claro, aunque la Delegada del Gobierno en Canarias ha culpado directamente a la Policía Nacional, de la que es responsable, de haber tomado esa decisión sin consultar con ella y ha asegurado que nunca lo habría permitido. Al parecer, las causas de que los inmigrantes fueran sacados de la playa en un camión de basura y no en una ambulancia, como sus compañeros con fiebre, o en otro medio de transporte más adecuado y respetuoso con su dignidad, fueron las dificultades para acceder a la zona en la que se encontraban. Excusa poco creíble por cuanto la ambulancia sí pudo acceder al lugar en el que se encontraban. 

Sea como fuere, la terrible imagen de un grupo de personas tumbadas en el volquete de un camión de basura llevando aún las mascarillas que les proporcionó la Cruz Roja habla por sí sola de descoordinación e improvisación en grado máximo. Pero sobre todo, habla de escaso por no decir nulo respeto a la dignidad de la que es merecedor cualquier ser humano venga de donde venga y padezca la enfermedad que padezca. Resulta increíble que a pesar de la emergencia sanitaria por el ébola en varios países africanos, ni las autoridades autonómicas ni las estatales hubieran previsto que un caso así se podía producir en cualquier momento en un archipiélago en el que, aunque no con la intensidad de hace unos años, es habitual que lleguen pateras con inmigrantes subsaharianos y que lo hagan, además, sin ser detectadas por los radares del Ministerio del Interior. 

Ante lo ocurrido cabe preguntarse por qué Sanidad Exterior, que depende de la Administración del Estado, no tiene médicos en Canarias o por qué la Policía no pidió transporte del Ejército o trasladó a los inmigrantes en sus vehículos en lugar de subirlos a un camión de basura. Y sobre, todo, por qué los inmigrantes en peor estado si fueron trasladados a un centro de salud en ambulancia de los servicios sanitarios de la comunidad autónoma y el resto en un camión de residuos con la excusa de que era el único tipo de vehículo que podía acceder a la zona. 

Del mismo modo debería informarse si los agentes de la Policía y la Guardia Civil destinados en lugares de llegada habitual de pateras han sido formados ante la posibilidad de que tengan que hacer frente a un caso de ébola, por remoto que sea. Y en la misma línea se abre una incógnita igual de preocupante sobre los agentes de la Benemérita y de Salvamento Marítimo que a menudo salen al encuentro de los cayucos y transbordan a los inmigrantes a sus embarcaciones antes de que naufraguen. Lo ocurrido es intolerable y merece depuración de responsabilidad y explicaciones claras por parte de las administraciones competentes, a menudo mucho más preocupadas de lanzar mensajes de tranquilidad a la población sobre los riesgos del ébola que de conjurarlos en la práctica.

Bipartidismo: tocado y casi hundido

Se desveló el misterio: el CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) publicó hoy su encuesta más esperada de los últimos años y a fe que no ha defraudado las expectativas. Dice ese sondeo que Podemos es a día de hoy la primera fuerza política en intención de voto directo y la tercera en voto estimado. Esto quiere decir que la formación de Pablo Iglesias es la primera opción del encuestado cuando se le pregunta directamente a quién votaría y la tercera cuando se tienen en cuenta también a los indecisos y a los que no han contestado a la pregunta. En este segundo caso es el PP el que ganaría las elecciones y le seguiría el PSOE. Los dos grandes partidos sumarían entre ambos un raquítico 51% de los votos estimados con lo que el bipartidismo ya famoso salvaría los muebles por los pelos. 

Al no dar la encuesta del CIS mayoría absoluta a ninguna de las tres primeras opciones, se abre un panorama político tan incierto como inédito que obligaría a pactos políticos si estos datos se reflejaran en la encuesta de las urnas. ¿Cabe pensar en un pacto PP-PSOE para cerrarle el paso a Podemos y salvar el denostado bipartidismo de la quema ciudadana? ¿Es factible un pacto Podemos – PSOE aunque ahora el PSOE no esté por la labor? ¿Se echaría el PSOE en brazos de IU si los de Cayo Lara – que se desploman en la encuesta del CIS por culpa de Podemos - no consiguen atraer a su regazo a los de Pablo Iglesias? Tal vez sea ejercicio inútil por precipitado hacer este tipo de cábalas cuando aún falta un año para las elecciones generales, demasiado tiempo en política, aunque no está de más ir pensando en ellas. 

En todo caso, primero habrá que ver si Podemos aguanta el tirón y mantiene la pujanza que le da tanto la encuesta conocida hoy como la que el domingo pasado publicó EL PAÍS, que le otorgaba también el primer puesto en voto directo. De momento lo tiene todo a favor: los casos de corrupción no faltan y hasta puede que aumenten, la supuesta recuperación económica que intenta vender el Gobierno en medio del fragor de los escándalos no llega a los ciudadanos y, encima, Podemos no sufre desgaste político alguno porque no gobierna ni tiene representación en ningún lado, salvo en el Parlamento Europeo. Todo el desgaste que puede sufrir vendrá de quienes ven en esta ascendente formación política populismo, chavismo y perroflautismo. Sin embargo, la intensidad de la indignación ciudadana es tal que ni esos ataques indisimulados contra Pablo Iglesias y los suyos han conseguido hacerle daño en las encuestas. 

Téngase en cuenta, además, que el sondeo publicado hoy se realizó en medio del escándalo de las tarjetas opacas de Caja Madrid y la nefasta gestión de la crisis del ébola. Cabe preguntarse por el resultado de la encuesta si se hubiera hecho coincidiendo con la Operación Púnica o la imputación de Ángel Acebes por los papeles de Bárcenas, dos nuevos escándalos que se encadenaron con los dos anteriores sin solución de continuidad. No obstante, pretender restarle fiabilidad a la encuesta por el hecho de que se hiciera en un momento en el que los ciudadanos estaban especialmente cabreados con la corrupción es negar la realidad. La corrupción no es, ni mucho menos y por desgracia, un asunto novedoso en España. 

La propia encuesta del CIS vuelve a situarla como la segunda preocupación para el 80% de los españoles después del paro, lo que pone de manifiesto que el enfado ciudadano ante los escándalos y la falta de expectativas económicas no es flor de un día sino sentimiento permanente de disgusto y rechazo. El cuadro se cierra sobre el bipartidismo con un Mariano Rajoy que ostenta el dudoso honor de ser el líder político peor valorado y con menos credibilidad política para los ciudadanos y un Pedro Sánchez que, cien días después de asumir la secretaría general del PSOE, apenas ha conseguido mejorar en un par de puntos las expectativas de voto de su partido. Por cierto, debido a razones no explicadas, los del CIS no tuvieron a bien preguntar pos la valoración que hacen los ciudadanos de Pablo Iglesias. Tal vez en la próxima. En resumen, la deteriorada nave del bipartidismo flota todavía aunque la vía de agua que se le ha abierto en sus expectativas electorales amenaza con echarla a pique como no achique pronto la inundación. Continuará…

El gobierno de los jueces

Tres años lleva ya este Gobierno derivando al Tribunal Constitucional lo que debería  resolver por la vía del diálogo y el acuerdo, es decir, a través de la política en su máxima expresión democrática. Casos que lo demuestran hay muchos, dos hoy mismo sin ir más lejos. De una parte, el Constitucional acaba de suspender cautelarmente a instancias del Gobierno de Rajoy la consulta que el Gobierno de Canarias había convocado para el 23 de este mes con el fin de que los canarios se pronunciaran sobre los sondeos de Repsol en aguas de las islas. De otra, también ha dejado en suspenso “la jornada de participación” del 9N en Cataluña, la alternativa de la Generalitat para que los ciudadanos de esa comunidad autónoma se expresaran sobre el futuro de ese territorio. 

No son comparables ambos casos ni en el tenor de las respectivas preguntas ni en los objetivos perseguidos en uno y otro sitio. En Canarias se buscaba conocer la opinión de los ciudadanos sobre un asunto que les atañe directamente: los riesgos ciertos de una industria petrolífera a escasos kilómetros de sus playas y costas; en Cataluña, en cambio, se preguntaba directamente por la independencia de España. En lo que sí se parecen como dos gotas de agua es en la cerrazón del Ejecutivo central y en su manifiesta falta de voluntad para encauzar por la vía del diálogo conflictos de hondo calado político como los dos mencionados. 

Le resulta mucho más cómodo y descansado dejar que sea el Constitucional el que corte por lo sano cualquier atisbo de protesta o discrepancia ante las decisiones unilaterales apoyadas únicamente en la mayoría absoluta del PP. Si una comunidad autónoma como Canarias se propone atenuar los efectos en su territorio de una ley como la LOMCE, el Gobierno del Estado no tarda en sacar la artillería jurídica y la lleva al Constitucional con petición expresa de suspensión cautelar de la norma recurrida. Algo, por cierto, que no pueden hacer las comunidades autónomas cuando entienden que es el Estado el que invade las competencias autonómicas. 

Bien es verdad que antes de que las diferencias entre Estado y comunidades autónomas terminen en el Constitucional, se abre necesariamente un proceso de negociador para alcanzar un acuerdo que evite la judicialización del problema. Sin embargo, como ocurrió también con Canarias en el caso de la llamada Ley de Moratoria Turística, el Ejecutivo ya tenía la decisión de recurrir tomada antes incluso de sentarse a hablar, lo que convirtió la negociación en un inútil paripé. De este modo, apoyado en su mayoría absoluta y en un Tribunal Constitucional presidido por alguien que ocultó su militancia en el PP para merecer tan alto honor, el Gobierno abdica de su responsabilidad de hacer política con mayúscula y opta por que la hagan en su lugar los jueces elegidos a dedo por el PP y el PSOE, que también en esto debería de dar muestras de que cambiarán las cosas de forma radical si vuelve a gobernar. 

No se trata de ninguna prevención por mi parte hacia los jueces en su conjunto que, a trancas y barrancas, desarrollan su labor con profesionalidad, rigor y miles de pegas de todo tipo. El recelo se refiere sólo a aquellos magistrados elegidos por el poder político a los que este Ejecutivo está obligando a actuar casi como un gobierno paralelo o una tercera cámara legislativa y de cuya independencia e imparcialidad no siempre es posible estar seguro. 

Con todo, es una verdadera lástima que la misma agilidad judicial que demuestra el Gobierno actual en asuntos que deberían sustanciarse en el plano político no la haya aplicado a los múltiples y variados casos de corrupción en los que está inmerso el partido que lo apoya. Es más, cuando ha tenido la oportunidad se ha erigido más en defensor que en acusador de sus corruptos, como ocurrió con su fracasado intento de echarle una mano al innombrable Bárcenas hasta el punto de que el juez tuvo que expulsarlo de la causa. Así y todo, la número dos del partido, María Dolores de Cospedal, se permite proclamar a los cuatro vientos en otra de sus memorables frases para la posteridad que el PP “no puede hacer más de lo que ha hecho contra la corrupción “y que “no puede meter a los corruptos en la cárcel”. 

Hacer, lo que se dice hacer, apenas ha hecho nada el PP contra la corrupción salvo ignorarla o taparla. Y en cuanto a la cárcel, nadie le pide tanto aunque sí al menos que sean expulsados del partido y los denuncie ante la Justicia, en lugar de sacarlos de prisión a la primera oportunidad que se le presenta, como acaba de hacer con Jaume Matas. A la vista por tanto de la doble vara de medir con la que el PP y el Gobierno recurren a la Justicia cuando les interesa y la ignoran cuando les viene mal, sólo cabe pensar que Rajoy y los suyos son fervientes seguidores del viejo principio de aplicar la ley a los enemigos y a los amigos el favor.  

Rajoy en tiempo de descuento

No le queda mucho tiempo a Rajoy para dar un golpe de timón que le permita recuperar al menos parte de la confianza que depositaron en él más del 44% de los votantes en 2011. A la vista de la encuesta de Metroscopia publicada ayer por EL PAÍS y a la espera de la del Centro de Investigaciones Sociológicas que conoceremos en las próximas horas, Rajoy ha entrado en tiempo de descuento no sólo para sus votantes sino también para sus propios compañeros del PP. Fue Esperanza Aguirre – quién si no – la primera en dejar caer la perla envenenada sobre la idoneidad del actual presidente para aspirar a la reelección en las próximas elecciones generales. Aunque en voz baja y por las esquinas, como es tradición en el PP, otros barones populares comparten su punto de vista y empiezan a ver al actual presidente como una rémora que sería bueno ir amortizando cuanto antes para no caer con todo el equipo en la primera cita electoral a la vista, la de las autonómicas y locales de mayo. 

El ascenso de Podemos en las encuestas refleja que parte de los que en su día votaron al PP no dudarían ahora en apoyar a la formación de Pablo Iglesias, hastiados como la inmensa mayoría de los españoles de los escándalos de corrupción y de la interminable crisis económica por la que el Gobierno ha pasado a los ciudadanos una factura que correspondía pagar a otros. A pesar de las campanudas declaraciones de los últimos días, con huera petición de perdón incluida, no dan la sensación el presidente y su partido de tener verdadera voluntad de revertir la situación que está llevando a Podemos en volandas hasta la primera opción política de los electores. Hoy mismo, su número dos, María Dolores de Cospedal, se ha permitido decir que el PP ha sido “contundente” y “claro” con la corrupción y ha vuelto al “y tú más” del que los españoles ya hemos tenido ración más que sobrada. 

El PSOE, que tampoco está limpio de polvo y paja ni para tirar cohetes aunque aguante mal que bien el tirón de Podemos, descarta cualquier acuerdo sobre corrupción con un PP al que los socialistas no están dispuestos a echarle una mano para sacarlo precisamente ahora de la sentina en la que se encuentra por méritos propios a pocos meses de la primera cita electoral de las dos previstas para 2015. El panorama, en conclusión, es cada vez más irrespirable y la inacción vuelve a enseñorearse de un discurso político reiterativo y plagado únicamente de buenas intenciones combinadas con ataques recíprocos ante el que los españoles ya han dicho basta. 

A Rajoy le queda por delante un año de legislatura que puede convertirse en su tumba política o en su renacer de las llamas electorales que rodean al PP por todos sus costados. En sus manos y en su mayoría absoluta – de la que ha usado y abusado a placer cuando le ha convenido para sus fines políticos – está la solución. Por ahora, los casos de corrupción siguen marcando su paso por La Moncloa y lo seguirán haciendo en los próximos meses aunque no se destape ninguno nuevo, cosa que está por ver. La Operación Púnica, Bárcenas, Gurtel, Brugal y tantos otros serán como recordatorios permanentes de aquí a las elecciones de que no actuó con contundencia en su partido cuando debió hacerlo – al contrario, apoyó a corruptos como Luis Bárcenas o Francisco Camps  - y de que no impulsó ninguna de las medidas de regeneración política que aún hoy, tres años después, sigue prometiendo aunque nadie crea ya en ellas. 

Si añadimos a la corrupción la incertidumbre sobre la situación económica, cuya mejora los españoles siguen sin ver por ningún lado, y la incógnita sobre el futuro de Cataluña y otras tensiones territoriales varias, cabe concluir que a Rajoy le espera un último año de legislatura que asustaría y preocuparía incluso a alguien con verdadera capacidad política y sentido de Estado. Nada digamos de alguien como él, convencido de que todo lo que tiene que hacer el presidente de un Gobierno es quedarse quieto y esperar a que los problemas políticos se los resuelva el Tribunal Constitucional o el paso del tiempo como si las legislaturas duraran cien años. 

Su problema, en definitiva, es que ha perdido todo el crédito político que se le suponía y el tiempo para recuperarlo se le ha terminado o está a punto de hacerlo. Ignoro si el coro popular que empieza a ver en Rajoy un lastre más que un activo electoral irá a más o se quedará en mero amago, aunque a la vista de las encuestas está claro que una mayoría de ciudadanos de este país ya tiene al presidente en tiempo de descuento.

Petróleo: que hablen los científicos

Aquellos que defienden que Canarias debe dejar de ser el archipiélago de las Islas Afortunadas para convertirse en la Arcadia Feliz gracias al petróleo, argumentan que el debate está politizado y que tienen que ser los científicos los que digan si hay o no riesgo. La primera falacia es la de la politización: su capacidad para distinguir lo que es política de lo que no lo es merece un urgente ensayo de filosofía política. Para los defensores del petróleo, los únicos que no están politizados son ellos, mientras que el resto sólo esconde oscuros intereses políticos detrás de su oposición al crudo. De esta manera, quienes activan legítimamente los mecanismos legales y políticos a su alcance para oponerse a los interesados proyectos de una empresa privada hacen política; los que les ponen toda suerte de trabas, enredan, mienten sobre los supuestos beneficios del negocio, actúan como portavoces de la petrolera en cuestión o impiden que los ciudadanos se pronuncien libremente, esos no hacen política. Ellos son sólo ángeles caídos del cielo sin mancha ni culpa alguna, sin motivaciones políticas de ningún signo y sólo preocupados del bien común y dos piedras. 

La segunda falacia tiene que ver con la supuesta ausencia de un debate científico “serio” sobre los riesgos de buscar y extraer petróleo – si lo hubiera – en aguas de Canarias. Los informes de reputados investigadores y científicos canarios y nacionales en los que con mayor o menor énfasis se advierte de esos riesgos no les sirven a los defensores del petróleo. Para ellos sólo valen los puntos de vista de los pocos científicos, por no decir ninguno, que se han atrevido a descartar cualquier peligro para el medio ambiente y el turismo derivado de un derrame de petróleo. Busquemos pues fuera de Canarias y de España a ver qué opinan otros científicos sobre este asunto. Uno de ellos lo encontramos tan lejos de Canarias como en Alaska. 

Se llama Richard Steiner y durante treinta años fue profesor de Conservación Marina en la universidad de aquel estado norteamericano. Es asesor además de varios países y tiene en su hoja de servicios haber estudiado a fondo la catástrofe medioambiental provocada por el Exxon Valdez en las costas de Alaska y la del pozo Macondo de BP en el Golfo de México. Es de suponer, por tanto, que sabe de lo que habla. Y lo que dice es que las prospecciones y en su caso extracción de crudo que Repsol empezará a hacer en Canarias dentro de un mes, son “extremadamente peligrosas”. 

Las razones ya las han expresado otros científicos “politizados” pero vale la pena escucharlas en boca de Steiner: “Seré muy claro: el proyecto de Repsol es extremadamente peligroso. No tiene las medidas de seguridad que debería tener. No alcanza en este punto lo que exige la legislación europea, ni siquiera lo que demanda la legislación española”. Y añade que REPSOL saca petróleo en el Golfo de México con niveles de seguridad muy superiores a los que pretende aplicar en Canarias, sobre todo después de que el Gobierno de Estados Unidos endureciera los requisitos medioambientales tras el desastre de BP que le ha costado a la Casa Blanca unos 40.000 millones de dólares. Aquí les recuerdo de paso que la cantidad que tendría que pagar REPSOL por un vertido en aguas canarias no superaría los 60 millones de euros. 

Y remata el científico: “La visión que tiene España de las prospecciones que pretende realizar Repsol me recuerda a la forma arrogante cómo se veían las perforaciones en aguas profundas de Estados Unidos antes del accidente de BP”. Un accidente que – como recuerda Steiner – no se produjo precisamente en un pozo de extracción sino de investigación. El científico estadounidense recomienda “respetuosamente” al Gobierno español que no siga adelante con las prospecciones de Repsol en aguas canarias y, si lo hace, que le exija condiciones de seguridad más altas y la obligue a aceptar una responsabilidad “ilimitada” ante cualquier daño que pueda causar. 

Para los no politizados, el problema seguramente es que Steiner no sabe nada de prospecciones, nunca ha visto un derrame de petróleo ni una catástrofe ecológica de cerca ni ha estudiado sus causas y, lo que es peor, está politizado. Así pues, dejemos a un lado la política y olvidemos los consejos y recomendaciones de este científico por muy respetuosas y expertas que sean: hay que cambiar cuanto antes las manzanas doradas del Jardín de las Hespérides de las que hablaron los clásicos por negros barriles de petróleo a mayor gloria del beneficio de una empresa privada. Y que nadie piense que eso es hacer política.

AENA capota

El Diccionario de la Real Academia Española define capotar como “dar un avión una vuelta por accidente al despegar o al aterrizar de modo que se coloque con la proa hacia tierra”. Eso es precisamente lo que ha terminado pasando con la salida a bolsa de AENA, la empresa pública que gestiona los aeropuertos españoles. De chapuza en chapuza, este país que Mariano Rajoy vende por el mundo como el paradigma de la seriedad y de las cosas bien hechas, el Gobierno que preside se ha visto esta tarde en la obligación de posponer sine die – y puede que de modo definitivo – la anunciada salida a bolsa de esa empresa, una de las operaciones estrella del PP en esta legislatura. La razón no es otra que una pésima gestión – una más - motivada por las prisas con las que el Gobierno quería poner el 49% de AENA en manos de inversores privados grandes, chicos y mediopensionistas. 

A última hora y cuando ya se creía que estaba todo preparado para que AENA empezara a cotizar en bolsa el 12 de noviembre, alguien en el Gobierno ha caído en la cuenta de que las cosas se habían hecho con las posaderas y dio orden de parar motores. La pega procede del Ministerio de Economía y estriba en que la empresa auditora de AENA - PwC- iba a ser también la que firmara la confort letter, el documento que avala que la compañía es solvente para cotizar en el mercado bursátil. El Ministerio de Fomento – del que depende AENA – y el de Hacienda – que se relamía pensando en lo que iba a ingresar por la operación de venta de una de las pocas joyas de la corona que van quedando – querían saltarse alegremente la obligación de convocar un concurso público para que fuera una auditoria distinta de PwC la que firmara la dichosa confort letter.

Pero Economía, que hace algún tiempo multó a Deloitte por haber sido la auditora y la firmante de la carta de marras de la desastrosa salida a bolsa de Bankia, se ha negado a dar el visto bueno. En síntesis, además de poner de manifiesto las tensiones y la descoordinación en el seno del propio Ejecutivo sobre la venta parcial de AENA, lo que esto significa es que la privatización de casi la mitad de la empresa queda ahora en suspenso a la espera de licitar los servicios de una nueva auditora e incluso se baraja la posibilidad de que el Gobierno la retire definitivamente. No voy a decir que me entristezca la noticia de que AENA, con suerte, siga siendo pública al cien por cien. Lo único que digo es que este episodio vuelve a dejar en evidencia el estilo a la remanguillé que emplea este Gobierno en cuestiones de tanto calado y trascendencia económica y social para el país. 

En realidad me alegro profundamente del fracaso de la operación, aunque no se deba, por desgracia, a que el Gobierno haya recapacitado y caído en la cuenta de que los aeropuertos de un país que recibe todos los años 60 millones de turistas son un sector estratégico para su economía que no puede estar en manos privadas. De hecho, eso es lo que iba a ocurrir dentro de no mucho y terminará pasando si el Gobierno sigue adelante con sus planes. A nadie se le escapa que después de haber vendido el 49%, el Gobierno vendería otro tramo de la parte pública con la que ahora se queda y al final le entregaría al sector privado el 100% de la empresa envuelta en papel de celofán y atada con un lazo de colores. 


Está en los genes de este Gobierno poner las empresas públicas en manos privadas sin importarle las consecuencias económicas y sociales de esas decisiones. De por sí, la venta del 49% ya supone un arriesgado paso por cuanto los inversores de referencia que acudan al festín – si es que al final no se suspende – no se limitarán a poner el dinero y callar en las reuniones del nuevo consejo de administración de AENA. Querrán cortar el bacalao aunque no tengan la mayoría de las acciones y, el Gobierno, siempre tan solícito con las demandas de las grandes empresas, no dudará en hacerles el gusto y, por último, venderles la totalidad del pastel. 

Esa alegría por el batacazo de la salida a bolsa de AENA es más intensa si cabe por el hecho de vivir en un archipiélago como el canario, dependiente del sector turístico, en donde los aeropuertos son también pieza clave para la economía regional y elemento de cohesión social y económica entre las islas. Por mucho que el Gobierno del Estado prometa lo contrario amparándose en que mantiene la mayoría de las acciones, nadie puede garantizar que aeropuertos deficitarios como los de El Hierro o La Gomera no terminarían cerrando una vez AENA esté en manos privadas. Ahora, sus pérdidas se enjugan con las ganancias de otros aeropuertos que sí son rentables, pero luego se terminará imponiendo la lógica del beneficio empresarial puro y duro por más que gomeros y herreños se queden prácticamente aislados. 

Así pues, que la salida a bolsa de AENA capote es una muy buena noticia aunque sea como consecuencia de la desastrosa gestión del Gobierno, siempre tan preocupado por los intereses privados y tan poco atento a los intereses generales. Y en estos días de corrupción rampante, una buena noticia hay que celebrarla por todo lo alto. 

¡Que viene Podemos!

Arde la calle al sol de Poniente y hay tribus oscuras cerca del río esperando que caiga la noche. Esas tribus a las que alude la letra de Radio Futura puede que ya estén aquí y se hagan llamar Podemos. Los cenáculos políticos madrileños arden hoy en rumores ante la posibilidad de que la formación de Pablo Iglesias se haya convertido o esté a punto de hacerlo en la primera fuerza política de este país en intención directa de votos. Saldremos de dudas el lunes cuando el CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) publique su última encuesta. Soy incapaz de imaginarme el escenario político que un resultado así abriría en España y estoy convencido de que el PP y el PSOE tampoco. La encuesta está provocando un verdadero tsunami que tiene a socialistas y a populares agarrados al palo de la bandera para que no se los lleve la tempestad que supondría un triunfo electoral de Podemos. 

Tal es así que el PP perdería el ayuntamiento y la comunidad de Madrid a favor de Podemos, que también se erigiría en fuerza política de referencia en lugares como Cataluña o Valencia. De confirmarse estos datos del sondeo, no estaríamos ya ante un aldabonazo sino ante un verdadero martillazo en la cabeza de un PP fané y descangallado con los casos de corrupción y un PSOE metido en el quiero y no puedo de Pedro Sánchez para recuperar los favores electorales perdidos. Pero, más allá de que la encuesta del CIS confirme o desmienta los datos que hoy ya se vaticinan, lo cierto es que Podemos se está convirtiendo en un gran quebradero de cabeza para el bipartidismo nacional y la alternancia en el poder. De hecho, uno de los sondeos más recientes ya le daba a la formación de Iglesias cerca de 50 diputados en el Congreso y la convertía en la tercera fuerza política nacional por detrás del PP, que perdería la mayoría absoluta, y del PSOE, que caería aún más con respecto a sus deplorables resultados de 2011. Por detrás de Podemos quedaría IU, que vería como sus esperanzas de mejorar con respecto a las últimas generales se desvanecerían en beneficio de esta marejada política que representan Iglesias y los suyos. 

Contra Podemos y contra su indefinición programática e ideológica y su supuesto populismo se emplean casi a diario desde hace tiempo representantes del PSOE y del PP sin que por ello hayan conseguido, al parecer, frenar el avance de esta formación emergente. Es común también escuchar que el voto de Podemos es el del cabreo y el hartazgo – que ahora Rajoy tiene la bondad de compartir con todos nosotros – de millones de ciudadanos ante la corrupción sistémica y el descrédito de la política, mientras las medidas contra la crisis adoptadas por el Gobierno han evitado cuidadosamente castigar a quienes la generaron. Pero es el cabreo no sólo contra el Gobierno del PP sino contra la oposición del PSOE, que en tres años de legislatura sigue aún rumiando una salida por la izquierda a esta situación interminable. 


Es casi imposible no estar de acuerdo con el diagnóstico que hace Podemos de las causas y consecuencias de esta situación económica, social y política que sufre España. Al fin y al cabo, el análisis de esa realidad ha nacido en las calles y en las asambleas de ciudadanos de toda edad y condición que están convencidos de que otro modo de entender y de practicar la política no sólo es posible sino imprescindible. 

Entre esos ciudadanos no sólo hay “perroflautas”, como despectivamente se motejó en su momento a los movimientos que dieron origen a Podemos, sino incluso votantes habituales de los dos grandes partidos, como se deduce de las últimas encuestas de intención de voto. Son ciudadanos que no están dispuestos a ser meros espectadores con derecho a voto cada cuatro años y mientras resignarse a confiar de nuevo en las decisiones y en las medidas cocinadas en los despachos y en las cúpulas de los partidos convencionales. 


Más allá de simpatías o antipatías sobre la arrogancia política que suele mostrar Pablo Iglesias, cosa bien distinta son las recetas de Podemos para afrontar una situación extraordinariamente compleja y delicada desde el punto de vista social, político y económico que lo menos que necesita es un elefante en una cacharrería ya bastante abollada. Es aquí en donde flaquea la fuerza de Pablo Iglesias y los suyos, en la indefinición organizativa y el magma ideológico de un movimiento transversal y variopinto que irremisiblemente deriva en batiburrillo de propuestas que van desde la sensatez al delirio. Las encuestas – dicen los entendidos – son fotos fijas de lo que piensa o siente la sociedad en un momento dado. La que el lunes publicará el CIS se realizó en plena tormenta por las tarjetas opacas de Caja Madrid y el “caso Pujol” – de ahí, tal vez, el ascenso de Podemos en Cataluña – pero antes de que fuera imputado Ángel Acebes por los papeles de Bárcenas y de que estallara ante las narices del PP la Operación Púnica. 

Nadie a estas alturas, a siete meses para las elecciones locales y autonómicas y a un año para las generales, puede asegurar que Podemos sea capaz a la hora de la verdad, la de depositar el voto en las urnas, de reflejar en el recuento oficial lo que ahora le auguran las encuestas. Sin embargo, PP y PSOE siguen tardando en preguntarse a qué obedece el ascenso de Podemos: un buen examen de conciencia y un propósito sincero de enmienda por parte de ambos tal vez pueda ayudarles a salvar al menos los muebles. Y una manera muy sana e higiénica de empezar a hacerlo cuanto antes es dejar de escribirle el programa electoral a Podemos, acabar de una vez con el “y tú más” de la corrupción y pasar a la acción. El problema para ellos y tal vez para el país es que se les está acabando el tiempo y no se aprecian demasiados signos de arrepentimiento mientras las tribus están cada vez más cerca.