Tres días ha tardado Mariano Rajoy en decir algo en público sobre el “proceso participativo” del domingo en Cataluña. Durante ese tiempo, Artur Mas, claro vencedor político del pulso con el Estado, no ha dejado de decir cosas aunque todas conducen a lo mismo: referéndum de autodeterminación a la escocesa ya y, si no, elecciones anticipadas y plebiscitarias en Cataluña. Que Rajoy haya tardado setenta y dos horas en aparecerse ante los medios e incluso aceptar preguntas de los periodistas – a dónde iremos a parar – tampoco es un drama nacional. Nada esperábamos que dijera para desatascar el problema y eso es lo que ha hecho, ni más ni menos. En realidad, lo que ha conseguido es enconarlo un poco más por cuanto no ha puesto sobre el atril desde el que ha hablado una sola idea nueva, un mensaje, una iniciativa o un deseo que permita atisbar alguna solución.
Se ha limitado a ignorar a los 2,3 millones de ciudadanos que votaron el domingo, a calificar la jornada de “fracaso” y “simulacro ilegal” – prodigioso hallazgo jurídico el suyo – y a reiterar lo que ayer dijo su vicepresidenta en el Congreso: que no cuenten Más y los que le siguen con el Gobierno y con el PP para apoyar un referéndum de independencia en Cataluña. Por lo demás, poco más merece mención de lo que Rajoy dijo esta mañana o de lo que respondió a los periodistas deseosos de hacer sangre en un presidente al que las preguntas de los medios le provocan malestar y dolor de cabeza. Eso sí, se transfiguró por un momento en líder de la oposición y le exigió al PSOE que ponga sobre la mesa la propuesta de reforma constitucional que los socialistas vienen defendiendo desde que Rubalcaba mandaba algo en el partido.
Es cierto que el PSOE lleva demasiado tiempo mareando la perdiz con una reforma constitucional que no termina de definir y es incierto que esa sea la solución aceptada por todos, aunque al menos es una propuesta en un desierto de ideas. Sin embargo, es mucho más cierto, como ha recordado hoy el propio Pedro Sánchez, que quien gobierna no es él sino Rajoy y por tanto es al presidente a quien le compete tomar la iniciativa política. Le va en el sueldo y en la responsabilidad de gobernar y, si no es capaz, tiene otra solución: dimitir o convocar elecciones. La respuesta de Rajoy también iba dirigida a Artur Mas, al que volvió a retar a cambiar la Constitución, aunque tengo para mí que a estas alturas al presidente catalán ese tipo de retos por un oído le entran y por el otro le salen. Sus claves políticas parecen ser otras bien distintas, atada como está su suerte a ERC y a la espera tal vez de que una presión irresistible sobre Madrid termine produciendo los frutos apetecidos antes de que se embarcara en la carrera soberanista.
En todo caso, la comparecencia de hoy del presidente español ante los medios no tiene tanto que ver con la conveniencia de pronunciarse sobre la situación en Cataluña como con las presiones de su partido por no haber detenido el “simulacro ilegal” del domingo. Eran ya atronadoras las voces en algunos sectores del PP que se preguntaban por qué Rajoy no hizo nada para impedir que los catalanes votaran. En eso, ya ven y sin que sirva de precedente, estoy con él: haber mandado a la policía a retirar las urnas probablemente habría generado muchos más problemas que los que habría resuelto.
Ahora bien, de ahí a que el Gobierno haya azuzado a la siempre obediente Fiscalía General del Estado para que empapele a Mas, a su vicepresidenta y a algunos consejeros catalanes más por haber convocado y organizado lo del domingo saltándose la decisión del Tribunal Constitucional, va un trecho como de Madrid a Barcelona. Primero, porque una vez más se pone de manifiesto – y así lo han denunciado los fiscales – que la Fiscalía General del Estado es para asuntos de este calado o para otros como la imputación de la infanta Cristina poco menos que una correa de transmisión de los deseos del Gobierno.
Segundo, porque responder una vez más con la legalidad y sólo con la legalidad como ha vuelto a hacer hoy Rajoy es reincidir por enésima vez en el error que impide salir con bien de este culebrón político inacabable. En resumen, el “no nos moverán” que sigue entonando este dúo tan poco dinámico formado por Mas y Rajoy nos tiene metidos a todos en un callejón al que de momento no hay esperanzas de verle salida alguna.
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