Bronca, por momentos irascible y casi siempre lenguaraz, Celia Villalobos es la protagonista política de la semana. La vicepresidenta del Congreso y diputada del PP por Málaga acaba de protagonizar dos espectaculares cortes de manga políticos, uno a su siniestra y el otro a su diestra. En ella y en otros, que aunque no lo digan opinan lo mismo que ella, pensaba seguramente el PSOE cuando forzó que su proposición no de ley en la que pedía la retirada de la reforma del aborto se votara en secreto. Craso error: consiguió todo lo contrario de lo que pretendía. Los diputados populares, incluida Villalobos, votaron prietas las filas, arroparon a Ruiz - Gallardón y rechazaron la iniciativa por amplia mayoría.
El perpetrador de la reforma sacaba después pecho en los pasillos del Congreso y se permitía incluso una buena dosis de magnanimidad al referirse a la oposición como las “minorías” cuyos planteamientos “hay que respetar”. El tiro le había salido por la culata al PSOE, que seguramente confiaba en pescar unas cuantas fugas de votos populares en el río revuelto en el que se ha convertido el PP a propósito de la reforma de marras. Fue un error de principiantes, insólito en un partido de las tablas parlamentarias del PSOE. Se lo debería hacer mirar para próximas ocasiones y sacar la lección de que cuando te empeñas en poner a alguien contra las cuerdas se puede terminar revolviendo contra ti y asestándote un duro revés de derechas, como ha sido el caso.
Eso es precisamente lo que ha hecho Celia Villalobos. Después de negarse a traicionar en secreto a su partido ahora lo acaba de traicionar pero a cara descubierta al votar a favor de una propuesta de Izquierda Plural que también pedía la retirada de la reforma. Ha sido su segundo corte de mangas político de la semana, dirigido en esta ocasión al ala derecha del PP que incluso ve timorata la reforma y, de rebote, al propio PSOE. Claro que Villalobos no pasa de ser lo que podríamos llamar un verso suelto en el PP y que pocos más en su partido han tenido la valentía y los arrestos políticos que ha tenido ella para llevar tan lejos su discrepancia en un asunto de la trascendencia del aborto. Lo que no quiere decir que no haya más diputadas y diputados de su partido que opinen lo mismo pero que, sin embargo, teman quedar desenfocados en la foto de la gran familia popular si se atreven a decirlo en público y, sobre todo, a expresarlo en una votación parlamentaria.
Ese es justamente uno de los grandes déficits democráticos de un sistema en el que la disciplina y la estrategia de los partidos políticos terminan casi siempre imponiéndose sobre la conciencia individual de sus miembros y representantes. Votar en conciencia por aquello en lo que se cree no debería de requerir de votaciones secretas ni de maniobras políticas en la oscuridad como las que esta semana se han producido en el Congreso de los Diputados.
Por desgracia para la democracia, esas prácticas están absolutamente asumidas y normalizadas no sólo por las cúpulas de las fuerzas políticas que las imponen y vigilan que se cumplan sino, lo que es más grave, por unos representantes públicos para los que la disciplina de partido está casi siempre por encima de su conciencia y, sobre todo y lo que es aún peor, del parecer de los ciudadanos a los que representan y de los que emana su legitimidad. Si bien es cierto que Celia Villalobos ha demostrado esta semana que puede pensar y decidir por sí misma, también lo es que su ejemplo no es más que la famosa excepción que confirma la regla.
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