Dice el Fondo Monetario
Internacional, esa egregia institución que tan fina estuvo a la hora de
predecir la crisis y analizar sus causas, que los viejos de hoy y de mañana son
un lastre para la economía y la masoquista consolidación fiscal que sufrimos.
Asegura en uno de esos
informes que parecen – y lo son – hechos a la carta del capitalismo neoliberal
y salvaje, que los gobiernos han infravalorado el coste que supone mantener
las pensiones ante el envejecimiento de la población.
Cabe supone que se refiere a
los países en los que, efectivamente, aumenta la esperanza de vida, aunque se
da la circunstancia de que eso no ocurre para una gran parte de la población
mundial en la que más bien disminuye.
Pero a lo que íbamos: ante
esa "realidad", el FMI aconseja recortar las pensiones y
"acomodar" la edad de jubilación a las expectativas de vida. Dicho en
otras palabras: que si en España, por ejemplo, la esperanza de vida se sitúa en
torno a los 82 años, lo conveniente sería que la jubilación se produjera en
torno a los 81 años y medio o un poquito más, a ser posible.
Y a renglón seguido propone
que se combine la pensión pública con la suscripción de planes privados de
pensión. Es decir, que el que quiere gozar de una pensión de jubilación después
de décadas trabajando – si es que ha tenido esa suerte - y cotizando a la Seguridad
Social, que se la pague de su bolsillo. Toda una lección de solidaridad y cohesión social.
Por ahí van los tiros, no
nos engañemos. Ya babean de placer algunas entidades dedicadas al negocio de
las pensiones privadas que, al socaire del viento favorable que sopla en los últimos
meses en España, no tienen reparo en pedir abiertamente que se fomenten los
planes privados de pensiones.
Van a por todas y los
pilares básicos del estado del bienestar se tambalean: hachazo en la sanidad y
en la educación, amagos de tocar las prestaciones por desempleo y, pensiones de
miseria porque, qué mala pata, hay demasiados viejos y poca gente cotizando.
Claro que, sobre las
multimillonarias pensiones de jubilación de los directivos de entidades
financieras que han recibido fondos públicos para evitar la quiebra no dice
nada el sapientísimo Fondo Monetario Internacional. Pero tampoco le pidamos
peral al olmo o que se tire piedras sobre su propio tejado. Hasta ahí podríamos
llegar.
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