Puede que Draghi no llamara Antonio a Pedro Sánchez aunque, como dicen los italianos, se non è vero, è ben trovato. En realidad creo que el nombre que mejor le va al presidente español es el de Juan Palomo, aquel personaje ya mencionado por Quevedo que se lo guisaba y se lo comía sin contar con nadie. Sánchez actúa así hasta con sus socios de Gobierno, a los que ningunea y endosa sus decisiones sin consultarles, tal vez con la perversa intención de averiguar hasta dónde son capaces de aguantar tanto desplante sin despegarse de unos sillones ministeriales a los que siguen firmemente atornillados. Si a Podemos y a sus compañeros de viaje los tiene a dos velas, al PP lo tiene en la más absoluta oscuridad, lo cual no le impide subir a la tribuna del Congreso a pedir apoyo y unidad para sus mejunjes económicos contra las consecuencias de la guerra en Ucrania.
Hace tiempo que tengo el convencimiento de que nuestro Juan Palomo está tan pagado de sí mismo y se cree tan tocado por el don de la infalibilidad, que se tiene por el creador y salvador de la democracia y por el único que la respeta y practica como mandan los cánones. En consecuencia, todo lo que no sea seguirle la corriente, asentir sin rechistar y comulgar con sus ruedas de molino y sus mentiras es ser antipatriota o, en el peor de los casos, de ultraderecha.
Su pomposamente bautizado “Plan Nacional de respuesta a las consecuencias de la guerra en Ucrania” es la enésima muestra de su desprecio por el diálogo, el consenso y la unidad con los que sin embargo no deja pasar ninguna oportunidad para llenarse la boca. El nombre en sí del plan ya supone un magnífico ejemplo de autobombo narcisista, cocinado secretamente en palacio y aprobado en el Consejo de Ministros, y del que los primeros en enterarse no fueron ni los socios del Gobierno ni el principal partido de la oposición ni los representantes del pueblo español, sino algunos empresarios del Ibex 35 ante los que el presidente se apareció cual mesías redentor para anunciar su buena nueva.
Una huida hacia adelante
En síntesis, el asunto consiste en destinar 6.000 millones de euros a ayudas directas y avalar otros 10.000 millones de créditos ICO. No se puede decir del plan de marras que sea un dechado de imaginación sino más bien una huida hacia adelante a la espera de un milagro, y un corta y pega de planes anteriores que, para colmo de males, ha caducado a las pocas horas de su aprobación al conocerse que la inflación ha escalado hasta casi el 10%. Según FUNCAS, el plan servirá para recortar como mucho un punto del IPC siempre y cuando los precios de la energía se moderen, de manera que su virtualidad puede que se haya agotado ya en su kilométrica denominación.
Dicho en otros términos, los españoles somos hoy casi 17.000 millones de euros más pobres que hace un año, cuando la inflación provocada por el alza del precio de la luz comenzó a subir en globo sin que el Gobierno hiciera nada para detenerla salvo remolonear y echarle la culpa a Bruselas. Claro que entonces Putin no había invadido Ucrania y aún no servía de chivo expiatorio del Gobierno para justificar todos los males habidos y por haber y culparle si se tercia hasta de la muerte de Kennedy.
Bonificación de los combustibles: un pan como unas tortas
Mención especial merecen los 600 millones para bonificar con 20 céntimos por litro el precio de los combustibles a todo hijo de vecino, sea pobre, rico o mediopensionista sin tener en cuenta ni renta ni patrimonio de cada cual. La picaresca no tardó en aparecer y en muchas gasolineras los precios subieron inmediatamente al menos los 5 céntimos de bonificación que deben aportar las compañías - los otros 15 salen del erario público - antes de que el descuento, anunciado con trompetería con varios días de antelación, entrara en vigor. De manera que, como muy bien refleja la viñeta periodística que reproduzco en este post, esos 20 céntimos se pagarán con dinero público y para más recochineo no habrá tal bonificación para nadie. Que las petroleras no hayan elevado la voz para protestar ilustra mejor que cualquier otra cosa quién se beneficiará realmente de la decisión del Gobierno de Juan Palomo.
"Pagaremos la bonificación con dinero público sin beneficiarnos de ella"
El Plan se completa con un trágala a los empresarios a los que se les prohíbe el despido objetivo y con un incremento del 15% para el Ingreso Mínimo Vital, un fracaso clamoroso como demuestra el hecho de que solo lo ha pedido una cuarta parte de sus potenciales beneficiarios. Falta por saber aún en qué medida la famosa “excepcionalidad ibérica” del mercado eléctrico con la que Palomo y su corte se vienen incensando desde hace una semana, servirá para bajar el precio de la luz y cuánto habrá que esperar para que eso ocurra.
En estas cuatro medidas se condensa un plan en el que no hay una sola mención a algún tipo de alivio fiscal, a una mayor eficiencia del gasto público o al recorte drástico de partidas superfluas ligadas a determinados peajes ideológicos y partidistas que Palomo paga gustoso para mantenerse en el poder. Partidas de ese tipo no deberían tener cabida nunca en unos presupuestos públicos, pero mucho menos cuando estamos casi a las puertas de una economía de guerra mientras un Gobierno hipertrofiado sigue tirando alegremente del gasto público al tiempo que vende populismo económico en planes tardíos e inadecuados para afrontar la realidad. Planes cargados de retórica grandilocuente como este, de los que ya está bien empedrado el infierno de la economía española.
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