Viento en popa a toda máquina, no surcan el mar sino vuelan las lanchas de la Invencible Armada. En lontananza se atisban ya grandes y veloces embarcaciones tripuladas por peligrosos piratas pertenecientes a la conocida banda de Greempeace. Son los tales bucaneros – reconocibles por una bandera en la que para desorientar a sus perseguidores han sustituido la calavera y las tibias por un gran arco iris - feroces y atrevidos asaltantes de pacíficos barcos cuya única y desinteresada misión es dar a conocer urbi et orbi la buena nueva del petróleo. Hay que impedirles como sea que se salgan con la suya y allá que van las valerosas lanchas de la Armada a abordarlas antes de que sea demasiado tarde.
Ya se oye el rugir de sus motores a todo trapo, ya se acercan veloces a ellas, ya las tienen al alcance de proa, les pasan por encima y echan al agua a una de las piratas que se parte una pierna y magullan a un par de ellos más, ya los arrollan y dispersan: la victoria es suya, ¡honor y gloria! En los anales de la guerra naval no se había vuelto a ver tanto valor y arrojo desde Salamina, Lepanto y Trafalgar. Los héroes de Sandía, como ya se les conoce en los confines del Universo por el nombre de la cuadrícula petrolera en la que se produjo el histórico e inolvidable enfrentamiento entre fuerzas tan desiguales, han cumplido con arrojo y valentía las órdenes de la superioridad: proteger el interés de una empresa petrolera transmutado por obra y gracia de los mandos políticos en interés general del país, mantener el orden público y poner en retirada a los aviesos piratas.
Pero que nadie baje la guardia, la victoria aún no es completa. Aunque las piráticas lanchas quedaron casi para el desguace y sus ocupantes noqueados y desperdigados en medio de la Mar Océana, no hay que fiarse lo más mínimo de las oscuras y traidoras intenciones por las que son conocidos en el mundo entero. Aún tienen capacidad de reacción y en cualquier momento pueden volver a las andadas y atacar de nuevo al inocente barco que sólo quiere buscar – y encontrar – petróleo. Se impone por tanto impedirles que se muevan de donde están y, para ello, nada mejor que empurarlos también por la vía administrativa después de atropellarlos por la vía militar.
Hay que retener en el puerto el barco del que partieron las lanchas de la bandera del arco iris e imponerles un aval de 50.000 euros. Eso para empezar. Al mismo tiempo que se les mantiene amarrados a puerto y bajo estrecha vigilancia se les abre un expediente administrativo de no te menees y se les advierte con claridad y contundencia de que, como sean encontrados culpables de entorpecer el libre tráfico marítimo, el libre tráfico ferroviario y hasta el libre tráfico espacial se les caerá el pelo, la barba, el parche en el ojo, el loro y hasta la pata de palo: una multa de hasta 300.000 euros de nada, para que aprendan y no vuelvan a molestar en la vida a quien sólo quiere buscar – y encontrar – petróleo y hacernos a todos ricos y felices.
De momento y mientras paguen, no será necesario recurrir a medidas más drásticas como castigar a cada uno de ellos con cien azotes con un látigo de siete puntas en la cubierta de la nave pirata o colgar a los cabecillas del palo mayor para que sirvan de escarmiento a los demás. Una vez hecho todo esto y ahora que los fibusteros de Greempeace han sido derrotados y maniatados y que el interés general está a salvo, no perdamos ni un minuto en rendir el merecido homenaje a los defensores de la ley, el orden y el petróleo: rotulemos calles, plazas, auditorios y aeropuertos con sus nombres, erijamos estatuas, incluyamos la hazaña en los libros escolares y cantemos himnos marciales en honor de los Héroes de Sandía. Pero, sobre todo, honremos como se merecen a quienes desde el puente de mando y en situación tan comprometida han hecho posible con su clarividencia y decisión esta imborrable y gloriosa página de nuestra Historia.