Rita Barberá, la alcaldesa de España y a la que Rajoy calificó el año pasado como "la mejor", ha anunciado esta tarde que se va pero que se queda o que se queda pero que se va, todavía no termino de tenerlo del todo claro. Desde que ayer se supo que el Supremo la va a investigar a conciencia por sus presuntos "pitufeos" valencianos, ha sido un clamor la petición para que se vaya del todo y no sólo a medias. Y es que Rita dice que se dará de baja de su PP de toda la vida pero se aferra al escaño en el Senado como un náufrago a una tabla o, si lo prefieren, como un aforado a un Tribunal Supremo. "El escaño es mío" - ha dicho esta tarde en un conmovedor arranque de espíritu democrático.
Lo cierto es que no sólo entre los partidos de la malvada oposición sino incluso entre sus propios compañeros de filas, le han pedido a "la mejor" que libere al Senado de su presencia y le dé un respiro al corruptómetro nacional antes de que reviente por la presión. Al menos algunos de esos dirigentes y cargos públicos populares parecen empezar a estar hasta arriba de que el Gobierno y el partido en el que se apoya - ¿o es al revés? - sean pasto diario de las portadas de prensa y de los titulares de la tele y la radio.
Entre estos héroes habría que citar a la presidenta de Madrid, Cristina Cifuentes, aunque el más duro por razones electoralmente obvias ha sido Alfonso Alonso, candidato a lendakari en las elecciones vascas del día 25. El que no ha aparecido ni se le espera entre quienes deberían hacer o al menos decir algo al respecto es Mariano Rajoy, que hoy mismo ha recuperado el plasma de sus amores para evitar dar explicaciones a los periodistas sobre las presuntas barbaridades - lavado de dinero, nada menos - cometidas por la Barberá de España, "la mejor".
Explicaciones o disculpas o lo que fuere que tampoco le hemos oído - ni esperamos ya recibir tan alto favor - sobre por qué nos quiso engañar como a chinos cuando nos vendió lo del envío de Soria al Banco Mundial como un concurso público para funcionarios y el resto de las patrañas usadas para el caso que han dejado a su ministro de economía más zurrado que un saco de boxeo. Como comenté en el post de ayer, lo de Soria es un nuevo caso de puertas giratorias y, sobre todo, un síntoma más de la degenerada salud del Gobierno que sigue presidiendo Rajoy, que no se para en barras a la hora de inventarse un relato falso de principio a fin para pintar con colores de estricto rigor legal y administrativo un caso flagrante de enchufismo al más alto nivel.
En cuanto a Barberá y sus presuntas andanzas por el lado oscuro de la actividad política, produce asombro infinito que el presidente del partido y del Gobierno no haya sido capaz desde ayer por la mañana de abrir la boca ante la opinión pública para decir al menos que no conoce a nadie que se llame Rita y se apellide Barberá y que, para colmo, milite en el PP. Su silencio sobre su gran amiga valenciana - "Rita, eres la mejor" - y sobre su gran amigo canario vuelve a proyectar en la opinión pública de este país la imagen de un político cuya única respuesta posible ante la corrupción que le sube desde hace tiempo por las barbas, es esconderse detrás de un plasma hasta que pase la tempestad.
Para pasmo y bochorno ciudadano, hablamos del mismo político al que no se le pone la cara como un tomate cuando se atreve a pontificar sobre corrupción y regeneración desde la tribuna del Congreso; y por añadidura, osa incluso pedir el apoyo parlamentario para seguir haciendo exactamente lo mismo que hizo durante cuatro años en materia de corrupción - por no mencionar otras materias. Esto es, ponerle tiritas y enviar mensajes de apoyo a los compañeros caídos en desgracia en la dura batalla por llevárselo crudo.
Es Rajoy el principal problema para que este país recupere la autoestima y para qué sea posible un acercamiento político que desemboque en un acuerdo de gobierno. Y es por eso que, las voces que en las últimas horas han pedido la renuncia de Barberá a su escaño de senadora o han calificado de error lo ocurrido con el ex ministro Soria, deberían tener también la valentía de pedir la renuncia definitiva de Rajoy a seguir presidiendo un país que no se merece. Entonces es cuando empezarían estos dirigentes y el conjunto del PP a recuperar la credibilidad hace tiempo perdida.